Revista Mireya Número 1. Mensuario de actualidades, sociología y arte.
Mayo 1919
Director: Julio Munizaga Ossandón
Punta Arenas, Magallanes
Publicado en: Mistral editora. La Revista Mireya en Punta Arenas, de Ediciones Libros del Cardo.
Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la tierra.
Dame el amor único de mi escuela; quién y la quemadura de la Belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Señor, hazme perdurable el fervor y pasajero del desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia hacia la faena que hago, que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta, que todavía sube de mí, cuando me hieren. Qué no me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre qué las madres, para poder amar y defender como ella lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y que te deje en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática algo de lo que se cernía sobre Ti y tu corro de niños descalzos aquella tarde, en Palestina.
Hazme fuerte, aún en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre, hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida. ¡Acompáñame, sostenme! Muchas veces no podré tener sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Haz que no busques sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.
Dame al levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. Qué reprenda con dolor para saber que corregido amando.
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Que envuelva en la llamarada de mi entusiasmo su aspecto pobre, su sala desnuda.
Haz tú que mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más oro que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y, por fin, recuérdame desde tu imagen de Guido Reni que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longino en el costado quemante de amor.
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