Primero que nada, quiero agradecer a Oxímoron la invitación a presentar el libro Tu muerte me sienta bien de Malú González, de quién no tenía el gusto de conocer sus letras hasta el día de hoy. Agradecerles, a pesar de la tremenda irresponsabilidad que es invitar a un hombre, un ser sospechoso por esencia, a presentar un libro, habiendo tantas mujeres capacitadas para hacerlo, y tantas disidencias. ¡Quién puede saber lo que es capaz de hacer un hombre con un micrófono en la mano! Aunque gracias a ese error de criterio por parte de la editorial es que hoy soy parte de esta celebración, o nacimiento.
Cuando comencé a escribir hace veinte años atrás tenía un plan de ruta claramente definido: escribir unos cuántos libros inmortales y después morir. Morir joven y aún salvaje, brillar un instante para luego explotar en el firmamento dejando una breve estela de luz. Como Arthur Rimbaud, como Janis Joplin, como Kurt Cobain, como la Pizarnik, como Andrés Caicedo. Todos los que admiraba habían hecho su arte siendo jóvenes y muerto pronto y de manera fulminante. No era de extrañar que mi muerte me sentara bien.
Lamentablemente mis planes se vieron truncados por diferentes motivos, el primero y más claro es que mis libros no serían inmortales. El segundo es que nadie parecía interesado en publicarlos. Me demoré más de diez años en conseguir publicar mi primer y segundo libro, un tiempo eterno para alguien que necesita ser escuchado. Y cuando lo hice ya era otro.
Entonces mi horizonte cambió y decidí que no podía morir sin haber publicado, y que luego me conseguiría una subametralladora y mataría a todas, todos y todes esos editores que habían rechazado mis libros. Sería inclusivo, quince años antes de que existiera el concepto, y así brillaría a través de la muerte. La muerte de los otros me sentaba bien. Cómo pueden imaginar, nada de eso pasó, no morí, no al menos del todo, como la mayoría de los personajes que habitan la novela de Malú, y con los años me fui acomodando en una grieta de la vida, adaptándome, aceptando la mortalidad de mis libros, como nos pasa a la mayoría de los escritores.
Por suerte, el panorama literario en Chile ha cambiado desde esos años, las editoriales se han multiplicado, las voces emergentes tienen un lugar, y los libros no deben esperar diez años para ser leídos. Gracias a eso podemos disfrutar hoy de libros como Tu muerte me sienta bien. Una novela que desde el título corre riesgos, lo que la hace brillar entre tanto nombre minimalista y sin osadía que abunda en las letras chilenas.
Una novela que está bien tejida, ya que trabaja en distintos niveles. El primero, y más evidente, es el del retrato familiar. El que toda familia teme cuando uno de sus miembros se hace escritora o escritor: que decida escribir sobre la familia, ya sea de manera literal, o a través de la creación de otra familia espejo que refleje su historia y sus miserias.
Y es que Tu muerte me sienta bien nos cuenta la historia de una familia, pero a través de ella nos adentra en la historia de todas las familias, de los infiernos solapados que habitan en cada una de ellas. La excusa argumental es un caso de COVID que obliga a dos hermanas, Hermana Mayor y Hermana Menor, a convivir en el mismo espacio después de años sin hacerlo, el que poco a poco se va volviendo un campo minado de rencillas y rencores. Un infierno construido a su medida por la autora, la que tiene claro que los escritores somos los creadores de la desgracia de nuestros personajes.
Dice el libro: “¿Se podrán llenar quince días con chismes familiares e historias nunca contadas? Ella cree que sí, mal que mal, su familia es tan bizarra como cualquier otra, en cualquier época y lugar, o acaso más”.
A través del escenario que conforma la pandemia, Malú nos adentra en las relaciones filiales llenas de veneno y toxinas, de culpas y rencores. De dos hermanas obligadas a mirarse a ellas mismas a través de los ojos de la otra: una joven profesora de Historia en proceso de perder la fe; y una ya no tan joven psiquiatra destinada a perder la poca cordura que conserva por las heridas no sanadas del ayer.
Podría decirles para animarlos a leer Tu muerte me sienta bien, que se trata de una novela agradable de leer, pero mentiría, y creo que no estoy aquí para mentir. La novela es a ratos incómoda, tensa, como cuando se nos invita a una casa y las anfitrionas comienzan a pelear delante de los invitados. A sacar los trapitos sucios al sol, hasta que no sabemos dónde mirar, ni dónde esconder la cabeza. La tensión avanza, crece y amenaza con estallar, y ya no tenemos claro si las tazas servirán para tomar café o terminarán quebradas en la cabeza de las anfitrionas e invitados, ni para qué fines se utilizará el cuchillo que en un comienzo fue sacado para abrir las crujientes marraquetas.
A ratos, la novela es también claustrofóbica, como lo fue la pandemia y la caja de pandora que abrió en nuestras vidas, que marcó un antes y un después en nuestra manera de enfrentarnos a la realidad. Pero Tu muerte me sienta bien es incómoda y claustrofóbica precisamente porque algo de nuestra propia historia se refleja en la vida de estas hermanas, y en los secretos y fracturas de su familia. Hermana mayor puede ser tu hermana o mi hermana. Padre puede ser tu padre y Madre, tu madre. La historia de esta familia es, en alguna medida, la historia de la familia chilena.
Dice el libro: “el verdadero virus, la real cuarentena, una mucho más larga y demoledora, infecciosa, contagiosa, oculta y protegida tras la hipocresía de una familia completa. Por encima de todo, Él. Padre entre padres. Por encima de todos, el padre de Hermana menor”.
Malú trabaja la historia con una prosa limpia, transparente. Una sencillez narrativa que no renuncia a las figuras poéticas y que ayuda a seguir la historia de manera fluida, a sumergirnos en el imaginario del Chile de las últimas décadas, donde la memoria de la dictadura convive con la Batalla de Chile de Patricio Guzmán, con un tazón de Charlie Brown, con un matacolas que aún huele a marihuana, con las inspectoras cabronas sacando aros y cortando tiritas de cuero de las muñecas de las alumnas y alumnos rebeldes, con el nuevo Chile con estaciones de metro luminosas y la miseria desatada del post pandemia.
En estos pasajes, la pluma de la autora cobra vuelo al retratar los escenarios de la ciudad, su caos y constante regeneración, y la soledad de los seres que la habitan.
Dice el libro: “lo suyo no es la belleza, y quizás por eso le gusta Santiago. Se proyecta en esa ciudad gris y avejentada. En las fachadas antiguas del centro que, con toda su imponencia, sirven de meadero público a los transeúntes. En las fuentes de soda con letreros desteñidos donde siempre hay un schop bien frío y un buen completo a bajo precio”.
Otro de los riesgos que corre Tu muerte me sienta bien, es que la novela que en un comienzo se nos muestra como meramente familiar, compuesta por las postales rancias de nuestras infancias, de las torcidas relaciones intrafamiliares, va dando un giro sorpresivo y convirtiéndose en un thriller, en que el título de la obra pasa a jugar un rol activo dentro de la historia. Para esto, Malú construye un juego estilístico y estratégico: trabajar las cosas como sucedieron y como pudieron suceder. Tensar la línea de la realidad y confundirla con la línea de los deseos oscuros.
En ese juego, los personajes van desmoronándose, y las corazas y máscaras que los protegían del resto caen, hasta que todas y todos terminan por quedar desnudas y desnudos en un escenario vacío: el escenario de la vida contemporánea.
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