No voy a empezar esta historia diciendo que nunca miento porque sería mentir. Miento tanto como cualquier persona, pero esto no podría inventarlo, no tiene sentido. Hace poco, una semana para ser exacta, fue que se apareció el fulano por casa. Tocó la puerta y se quedó ahí, esperando donde espera cualquiera que viene a verme. Supe que era él antes de abrir porque se presentó a los gritos desde afuera. Abran, carajo, que soy Dios, chillaba. Al principio no lo creí, pero sí, era él. Todavía no sé por qué le abrí.
Apenas nos vimos, movió la cabeza desganado. Yo pensé que me estaba saludando así que dije hola. Andaba tan borracho que me costó entender cuando soltó ese oímeflaquitaaainvitameeeapasar, porque toda la frase sonó como una misma palabra mal pronunciada que salió de su boca junto con unas gotas de saliva que no alcancé a esquivar. No sabía qué responder, me quedé en shock. Mejor ni hablar del olor que traía encima. Era tremendo, te juro, rancio y dulce a la vez, como de algo que lleva mucho tiempo muerto al sol. Entonces me dieron arcadas, pero las disimulé. Creo que sentí lástima, como por un cachorro perdido.
Entró sin que lo invite y se sentó en la punta de la mesa. Me acuerdo que me quedé quieta al lado de la puerta un rato, casi sin moverme. Él miraba para todos lados, paseaba sus ojos entre mis cosas. Primero imaginé que buscaba algo, pero no, al rato me di cuenta de que lo hacía por chusma nomás. Se detuvo en una foto colgada en la pared en la que tengo diez años y estoy patinando en una exhibición. Llevo puesta una maya deportiva con una falda de tul muy corta. Cuando empezó a morderse los labios me sentí tan incómoda que cerré de un portazo para interrumpir cualquier cosa que estuviera pensando. ¿Qué necesita?, le pregunté tranquila. Tenía que fingir porque en realidad seguía nerviosa. Tengggo sed, me respondió, quieroviniiiiito. El tipo pretendía seguir tomando y yo lo debo haber mirado feo porque enseguida gritó ¡seeeed! A mí no me gusta que me levanten la voz, me da lo mismo quién sea, entonces yo grité más alto va tener que ser agüita, porque vino ¡no hay! Y sonó imponente porque a mí sí se me entendía lo que quería decir, así que se asustó y se quedó callado mirándose las manos.
Apenas le acerqué el vaso me agradeció con un movimiento de cabeza y un ruido que le salió desde la garganta y sonó como el graznido de un cuervo. Después se me quedó viendo a los ojos y abrió la boca para mostrarme los dientes, aunque ahora se me ocurre que tal vez me estaba sonriendo, andá a saber. Rarísimo, pensé, y sentí miedo así que me di vuelta y dije que tenía que ir al baño, pero, en realidad, fui a buscar a Pantera que estaba durmiendo en el pasillo. No sabés lo bravo que se puso el perro cuando lo vio en el comedor. Dios me dijo !Ah! ¿Tenésunnnnperrito? ¿Cómosellammmmaa? Cuando lo miré para contestarle me di cuenta que estaba tomando vino y no agua. Se llama Pantera el perro, ¿qué era lo que querías vos? Él se tomó de un trago todo lo que tenía en el vaso, me lo mostró vacío y me contestó agüitaporfa.
Le alcancé varios vasos en un rato y con todos hizo lo mismo. Los volvía vino y se los tomaba de un sorbo. Yo lo miraba sin poder creer lo que estaba pasando. A mí también me hubiera servido tomar algo, ¿sabés? pero el mezquino nunca me ofreció. No. Tomaba solo y se tambaleaba en la silla como cualquier borracho de bar. No sé cuánto pasó, pero en un momento me animé y le pedí que se fuera. Él se hizo el desentendido y me preguntó algo sobre Pantera. Yo quedé sorprendida con la indiferencia que evadía el tema. Quería saber de qué raza era. Me pareció una pregunta muy estúpida, pero igual le respondí. Le dije que lo adopté de la calle y que personalmente creo que hay que ser idiota para comprar un perro, sobre todo si es de raza. Después me lo quedé mirando a ver qué cara ponía. Ah, me dijo, yo prefiero a los caniches, losblancosmegustammm.
Durante más de una hora estuve callada. Miraba por la ventana con el pecho apretado y unas ganas enormes de que se fuera. Ya no sentía curiosidad ni pena ni una mierda, me tenía cansada y estaba decidida a echarlo de mi casa. Pero abrí la boca para hablar y me di cuenta de que tenía los ojos clavados en mí. Ni siquiera pestañeaba. Sentí terror. Quería llorar y también pegarle. Sobre todo, pegarle. Pensé en eso durante un segundo nada más y de golpe me empezó a doler la cabeza tan fuerte que me tuve que ir a acostar. Era realmente insoportable. Ya vuelvo, le mentí y me llevé al perro.
Tuve mucho miedo de que pudiera hacerme algo cuando me duerma, pero me convencí de que nada terrible iba a pasar. Me lo decía más por necesidad que por auténtico convencimiento. Trabé la puerta con una silla y me acosté repitiendo no es mal tipo, sólo tiene problemas, mientras escuchaba sus movimientos por la casa. Después de un rato me dormí, pero a la madrugada me despertaron los ruidos. Había música al palo y oí el sonido de cosas metálicas cayéndose al suelo. Fui corriendo a la cocina para ver qué pasaba y lo encontré bailando cumbia en calzoncillos. Era No me arrepiento de este amor de Gilda. Él tenía los ojos cerrados y la cara muy roja y mojada, como de haber llorado. Estaban todos los cajones abiertos y mis cosas desparramadas por el suelo. Lo peor es que sostenía un cuchillo de carnicero y caminaba cortando el aire como si estuviera dirigiendo una orquesta. Parecía un loco o un pelotudo, no sé. Se movía tratando de seguir el ritmo de la música y pegaba unos alaridos tremendos que yo creo que eran intentos muy débiles por seguir la letra de la canción.
Ahí fue cuando llegó Pantera y empezó a ladrar. Le pedí a Dios que se calmara, tenía un susto yo… peor que antes. Por favor, bajá el cuchillo. Empecé bajito y con la voz cortada. Después de un rato de insistir sin éxito, me alteré muchísimo y empecé a gritar, ¡bajá el cuchillo, hijo de puta, bajá el cuchillo! Él ni bola, seguía cantando y bailando, simulaba inocencia con tanto cinismo que ofendía. Estaba claro que se hacía el sordo porque cada tanto me miraba de reojo y te puedo jurar que sonreía. El perro seguía ladrando. De repente Dios me dijo un montón de cosas pero no entendí ninguna. Me mostró el cuchillo y lo miró a Pantera. Cuando empezó a caminar en dirección a él, atiné a ponerle la traba con el pie. Estaba tan en pedo que ni siquiera reaccionó al caer y se reventó contra el suelo. Quedó tirado. Sacarle el arma de la mano me costó un montón, pero al final pude. La escondí. Escondí todo lo que pudiera usar para lastimarnos.
Después de un rato me acerqué para moverlo con el pie. Lo empujaba suavecito, porque en el fondo no quería que despierte. Así estuvimos una media hora, quizás un poco más. Entonces Dios empezó a gemir y a quejarse. Me miró y me dijo ¡pedazo de puta, ahora vas a ver! Eso fue lo único que pronunció bien en toda la noche. Se levantó rapidísimo y se me vino encima. Me agarró del cuello contra la pared. Me arrancó un mechón de pelo de acá, mirá, me quedó un agujero. Con eso Pantera se puso como loco y le mordió una pierna. Dios me soltó para pegarle a él, le metió una patada en el hocico y Pantera dio un alarido espantoso. Por eso es que volví a buscar el cuchillo. Esa es la verdad.
No te podría decir lo que pasó después porque no lo recuerdo. Me habré disociado o algo así, ni siquiera tengo flashes. Lo que sí sé es que en un momento miré la casa y sentí una pena tremenda, porque en la tarde había limpiado y ahora estaba todo lleno de vino, de sangre y con un Dios apuñalado en el suelo. Fui al baño a tranquilizarme. Me bañé llorando. Cuando volví a la cocina estaba lista para llamar a la policía y enfrentar cualquier cosa, pero el tipo ya no estaba. Se había ido.
Como tampoco vi a Pantera me preocupé y empecé a buscarlo. Grité su nombre un par de veces y no pasó mucho tiempo hasta que un caniche blanco vino corriendo desde abajo de la cama, llorando pero contento de verme. Lo agarré porque me saltó encima. Atado al collar traía una nota que decía: Querida, no hay broncas. No pude limpiar pero hice algo mejor. Ojalá lo disfrutes en blanco. Dios te ama.
Perfil del autor/a:
Corina Mayer Sanger (Bahia Blanca 1989) escritora y guionista argentina radicada en Santiago de Chile desde hace casi una década.