Esta entrevista es parte de la nueva edición de Héroes civiles & santos laicos. Palabra y periferia: trece entrevistas a escritores del sur de Chile, del antropólogo y poeta Yanko González, publicado recientemente por Provincianos Editores. La fotografía de Rosabetty Muñoz -reciente ganadora del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda- es de © Mariana Matthews.
Chaitén, invierno de 1997
Mi madre recitaba poemas larguísimos que había aprendido en las escuelas de Chiloé por donde anduvo. Siguió repitiéndolos para nosotros, sus hijos, en las largas noches pretelevisivas, contagiándonos ese ritmo, esa musicalidad y la intensa emoción que desbordaba. También los temas se hicieron carne (especialmente dolorosos o épicos), sobre todo porque hasta avanzada la adolescencia fue toda la literatura poética disponible. Esta relación que se acentuaba en las eternas tardes invernales, sumada a una infancia plagada de historias fantásticas, conversadas entre los adultos en las noches sin luz eléctrica, contadas como hechos cotidianos, verídicos, comprobables, fue armando el magma que hoy nutre toda mi poesía. En el lenguaje del Chiloé doméstico hay una gran riqueza lírica: uso de metáforas, personificaciones y alegorías (usadas con soltura de cuerpo y tanta eficacia) que gatillaron en mí una atracción irresistible hacia las palabras. Me gusta ver desde el movimiento de las bocas, hasta ir ensanchando el círculo de atención a todos los músculos de la cara y sentir la densidad de las palabras según el eco que producen, según la forma en que han sido pronunciadas… palabras duras, gruesas, dulcísimas, acres, suaves, verdosas, ácidas, pesadas… reconozco también en mi trabajo muchos “arcaísmos” continentales que en la isla no son tales, sino que, por el contrario, se hallan en la conversación cotidiana reinando en gloria y majestad.
Todo lo anterior preparó el terreno, lo abonó con largueza, pero hasta los dieciocho años, aproximadamente, no fui más que una aficionada, ávida de aprender, pero con un entorno precario respecto de lecturas, conversaciones, experiencias estimulantes. Mi llegada a la Universidad Austral de Valdivia marca el momento en que asumí la poesía como un oficio al que quería entregar mi vida. Fundamentalmente esto ocurre por la creación del Grupo Índice, donde tuve contacto sistemático con la “escuela Aumen” que había desarrollado en mis compañeros una relación vital con la poesía. Descubrí con ellos la ruptura de varios mitos personales. Esencialmente recuerdo de esos años la vivencia de la poesía como un espacio de “Encuentro” (así, con mayúscula); una celebración constante. Los mismos maravillados amigos que leían a Kavafis, Ginsberg, Vallejo eran capaces de desatar su furia contra la injusticia reinante y también capaces de escribir poemas espesos de ternura. Y también darse el gusto de no hacer nada por tardes enteras, sintiéndose livianamente dueños de sí mismos. Todo tan cierto y tan necesario, especialmente cuando se está al borde de los veinte.
Rosabetty Muñoz Serón (Ancud, Chiloé, 1960) inicia su formación literaria en el Grupo Chaicura de Ancud, dirigido por el poeta Mario Contreras. Durante la década de los 80 se traslada a estudiar a la Universidad Austral de Chile, donde se recibe como profesora de Castellano. Es una de las mujeres poetas del sur más difundidas y su obra ha sido premiada nacional e internacionalmente. Aparte de las numerosas antologías en las que ha sido incluida, la poeta ha publicado Canto de una oveja del rebaño (Ed. Ariel, 1981), En lugar de morir (Ed. Cambio, 1987), Hijos (Ed. Kultrún, 1991), Baile de señoritas (Ed. Kultrún, 1994) y La Santa (LOM, 1998). Rosabetty ha residido casi desde siempre en Ancud. Desde hace muy poco tiempo se trasladó a Chaitén. Allá nos encontramos después de volar en una frágil avioneta que siete meses después se estrellaría. Su habla es la de una madre que aconseja y se empina como una carta susurrada:
Todos mis libros están estrechamente relacionados con el momento vital en que fueron iniciados, aunque luego fueron sufriendo el proceso posterior de enajenaciones en que el otro, que es uno también, pero que aporta el desapego, transforma toda la emocionalidad de origen a lo que algunos llaman inspiración. A pesar de que escribí mucho siempre, mi trabajo se inicia en la universidad con Canto de una oveja del rebaño, que es una sincera, espontánea y limitada reacción al mundo más-allá-del-Canal-de-Chacao, que significó para mí estar en el continente por primera vez, enfrentándome a la crudeza de esos años (década del 70). Las noticias que hubo antes, tengo que decirlo, no llegaron, no sufrí su impacto. Estuvo el tiempo previo marcado por una especie de inconsciencia feliz en que mucho tuvo que ver mi familia (mi padre era carabinero en esa época) y las familias de mis más cercanos. En Concepción me encontré con un grupo de jóvenes con los cuales formamos la Juventud Franciscana. Nuestro asesor era el padre Enrique White, muy castigado por la dictadura, que sufría constantemente las repercusiones que la tortura había dejado en su organismo y en su estabilidad. A través del amor, otra parte de la realidad que estaba en sombras me fue develada. Tal vez relacionado con eso, como reacción primaria, Concepción sea, para mí, una ciudad inhóspita, húmeda y ajena. Respecto de la forma en que está escrito ese libro, marca una ruptura, una fundamental diferencia con todo lo que había escrito hasta entonces, muy mistraliano y modernista. Creo que esto se debe a que la versión final fue escrita en Valdivia y ya estaba en pleno trabajo con el grupo Índice. Todo mi lenguaje anterior estaba en entredicho. Todos los días descubría una lectura subyugante, compartíamos recursos expresivos. Fue radical el tema, fue radical el alejamiento de todo lo que había hecho hasta entonces.
En lugar de morir se publica en 1987, pero casi todo el material fue escrito en Valdivia antes de 1984. Es mi poética síntesis del tiempo valdiviano, un tiempo de crecimiento, reflexión, búsqueda. Con el mundo abierto ante mí, me veo llena de posibilidades y con miedos atroces al mismo tiempo, con limitaciones extraordinarias para ser feliz. Fue quedar al borde, por eso el título. Y, claro, cualquier ejercicio posterior es precario, pero se opta… Hijos, evidente, fue trabajado tras un negro período de sequedad en el que creí haber secado el pozo de mi poesía. Si bien mi vida personal transitaba por terreno seguro, con experiencias plenas como la maternidad, no encontraba mi as. Y llegó el tiempo de escribir lo que había estado incubando. Pasó por mucho cedazo y lecturas amigas, pero igual hay poemas que no publicaría de nuevo. Baile de señoritas, Hijos y mi último libro, La Santa, los veo casi como una trilogía en la que Chiloé hace de tema, materia, substancia. Inacabado, pero ahí está ese proyecto de deshacerme de esa pulpa para ver debajo de ese territorio del deseo, donde están guardadas las reservas de un tiempo, una historia que quisiera traspasar a los hijos de esta época y a los que se vienen. Ahora estoy otra vez enredada en la circunstancia personal. Vivo en un lugar de privilegio, salvaje y elevado, de verdes agresivos y aguas en corriente perpetua. La casa donde vivo fue una popular casa de remolienda en tiempos del inicio de la Carretera Austral. Con este ardiente material, los versos andan de fiesta en fiesta dando cuerpo a un trabajo que ya tiene nombre: Casa de Citas.
ESCRIBIR EL DOLOR
Rosabetty se reclina sobre sí. Sus palabras se sostienen en la emoción y los ojos. La vuelvo a descifrar, ahora, en casa de Mariana Matthews y Ricardo Mendoza, en Valdivia. Ha interrumpido la cadencia de su voz tenue, una risa amplia donde se clava algo de ironía. Ahora critica con fuerza el proyecto de puente que uniría a Chiloé con el continente. Ahora regala un abrazo cálido a una amiga que llega y nos sirve un poco de vino. Le comento lo intenso de su búsqueda en el imaginario colectivo femenino en Chiloé, el temor constante por la muerte en alta mar y el duelo recurrente, algo resuelto magistralmente en su libro Hijos, donde se encuentra el poema “No se crían hijos para verlos morir”. Parte de la estrofa final dice: «Sin hijos bajo sus ojos/ quisiéramos las madres/ ofrecerle un trozo de pañal/ para vendar sus muñones o un arca/ donde recoger los salados restos». Regresa al susurro y dicta al aire otra misiva.
Valdivia, verano de 1998
A mí me produce una cosa física el dolor. Quiero decir que la compasión, como la aprende uno de chilota, no es una actitud de superficie, sino que la desgracia ajena agrede el propio estar. Gran parte de los terrores nocturnos, de la permanente desazón, de un telón de fondo entristecido, se debe a la imposibilidad de la indiferencia. Estaba oyendo radio en Ancud cuando escuché que tres hermanos de Pulelo, un sector rural cerca de Chacao, habían desaparecido cuando se hundió su embarcación. No hacía mucho que habían nacido mi María José y Juan Luis; yo estaba esperando a Matías… fue sentir la descarga de dolor compartida. El poema salió de un solo impulso esos días.
He tratado en mi poesía de mostrar a otros-otras, dejarme traspasar por voces, hacernos un poco yo y mi palabra instrumentos, en el sentido cristiano. Creo que he tenido la ambición de escribir el dolor para ahí, contenido, lograr la purificación y su elevación a otro estado. Esto es bastante claro en mi último libro, La Santa. Desde otro punto de vista, considero mi escritura pariente lejana a la esencia del “lar”, entendido como la recuperación de un espacio-tiempo que raya en lo onírico. Sin embargo, aun cuando en mi poesía se puede reconocer la huella que rescata un pasado de algún modo mejor, su instalación de estos restos en el “aquí y el ahora” es parte esencial de la lectura. No es la nostalgia su motor, sino la búsqueda de claves que permitan la justificación de ser y vivir en este tiempo enajenante.
Me interesa una palabra que une a su propia substancia la de otros. No soy yo la que habla. Cuando menos no soy solamente yo, sino varios y, ampliando esta capacidad, soy capaz de contenerlos. Reconozco señas de esto que te digo: he asumido personajes como oveja (despojada de identidad, una más del rebaño), bailarina, señoritas en estado de desaparición, etc. Percibo mi trabajo como un proyecto circular en cuyo centro está Chiloé y toda su carga en una especie de estallido primigenio, como el poderoso inicio del universo. Desde ahí la palabra poética se hace cargo de juntar algunos fragmentos y va dando cuenta de esta astillada realidad que funde un antes con el presente y que apuesta por un devenir donde este procedimiento es esencial. Hay, por lo tanto, un sujeto poético que se hace cargo de una historia despedazada y siente que en la palabra es posible una reconstrucción que no sea el remedo de lo que fue, sino un nuevo orden enriquecido. Esto, otra vez, en los terrenos del deseo, porque lo hasta ahora visible es más bien apegado al minuto de la pérdida, el momento de tomar conciencia.
En el plano del lenguaje, he asumido el verso corto como mi más lograda expresión. Una imagen que parece limitada, pero es capaz de explotar hacia adentro, expandiendo su poder. Incorporación de términos en aparente desuso, repeticiones que aportan la sumatoria de la emoción creciente. Utilización de mitos y lecturas populares fundidas en mi palabra, sin ya casi rasgos reconocibles, como desearía que finalmente lograra ser mi poesía. Me sitúo en la tradición. Siento que mi poesía tiene tras de sí la suma de lecturas, tanto de los grandes poetas nacionales que nos preceden, como de mis compañeros de generación. Aun cuando tengo conciencia de la precariedad del lenguaje y su creciente vacío, de la inutilidad de muchos intentos por acercarse a la materia viva que está en el centro de nuestro espíritu poético (siempre escurridiza, siempre robando el cuerpo a nuestros limitados medios), y aun cuando reconozco que muchas veces el uso del lenguaje en los términos tradicionales no hace más que arañar la superficie de las cosas, apuesto por una comunicación mayor con quienes completarán la experiencia poética según la entiendo… algo así como una experiencia colectiva concentrada.
SER EL SUR, DECIR EL SUR
Es octubre de 1998 en Santiago de Chile. Rosabetty va pegada a la ventana, en el asiento de mi lado. Vamos en una micro que, si no fuera por la mugre adosada al aire en su interior, se vería modernamente acicalada. El II Congreso Iberoamericano de Escritores nos espera. Rosabetty conoce a muchos poetas internacionales invitados y está alegre de reencontrarse con ellos especialmente con Ana Rosetti, con quien estuvo hace poco en Madrid. Llevamos una hora esperando que llegue la calle Grecia. Ella me ha “dicho” durante el viaje muchas cartas, las cuales he respondido, preguntándole sobre la ciudad que vamos aplanando, el centro, la metrópoli y nuestros lugares de procedencia.
Santiago, primavera de 1998
No está dentro de mis preocupaciones ser original, pero si algún aporte en conjunto estamos haciendo los poetas que escriben en el sur de Chile, es que arrojamos cierta luz sobre sectores negados, marginados de esta triunfalista sociedad. Sumando esta poesía, llamada “etnocultural” por Iván Carrasco, hacemos el aporte de dar efectivo cuerpo a “lo nacional”. Y lo hacemos intencionadamente desde la provincia, con otro de nuestros rasgos distintivos: la convicción de que nuestro trabajo tiene el aire suficiente para crecer al margen del centro y que, hasta ahora, solo los mecanismos de difusión nos han resultado escasos. Ser consecuentes con nuestra circunstancia histórica, con nuestra identidad, y rastrear en ella una expresión propia, son tal vez características de “lo nuevo” con lo que ingresamos a la tradición poética nacional. Siento que seguir en Chiloé (o Chaitén) tiene sentido en cuanto a que la obra poética ha de estar vinculada estrechamente a la circunstancia vital… y en ese caso necesito que tenga una repercusión o consecuencia visible en el medio que habito. Quiero decir que es en la provincia, particularmente en mi región, donde mi trabajo tiene alguna posibilidad de coherencia esencial con el propósito que fue escrito. Mis libros son parte de un proceso histórico en que estamos muchos involucrados: ser el sur, decir el sur… y desde allí sumarnos a otros espacios soñados y posibles. Solo en estos términos tendrá algún valor la tan mentada globalización. Permanecer aquí, en este momento del desarrollo personal y comunitario, es resistir activa y productivamente frente a un sistema que absorbe toda manifestación local.
Claro, esta postura corre el riesgo de radicalizarse y enceguecerse de sí misma, dejando fuera toda la grandeza que es abrirse al mundo ancho y expectante. En Chiloé, desgraciadamente, hoy se produce este ensimismamiento y se sigue un camino peligrosamente replegado en la historia y en la tradición, resaltando sus rasgos más proclives al anquilosamiento. Mucha de la potencia intelectual de la isla está concentrada en archivar el pasado y hacer una avanzada de difusión local que rescata elementos que están en vías de extinguirse. Siento que es un error apostar solo en esta dimensión. Conocer Chiloé es un real aporte, pero en consonancia con los cambios necesarios… por lo demás, en imparable curso.
En este sentido, me siento más cerca de los artistas y escritores que hemos ido asumiendo un desarrollo en consonancia con los tiempos: primero, decidiendo quedarnos sin complejo en la provincia; luego, desarrollar nuestro trabajo reforzando medios de comunicación y difusión. En eso estamos. La relación con el centro que es Santiago, pero también con todos los otros centros de los cuales vamos a ser siempre periferia. Si así nos planteamos, la relación con el centro, entonces, es necesaria para completar las redes de lectura-circulación de las obras, pero la estatura de dicha relación depende de nosotros. No hemos profundizado lo necesario para esta segunda parte del proceso. Aun cuando hemos dado prueba de capacidad editorial y creativa, nuestro nivel de reflexión no ha ido a la par y nos ha faltado reforzar los espacios de diálogo con ese centro que no nos quiere ver. En este sentido, considero un sustantivo avance la preparación de una revista literaria que inaugure el diálogo desde nuestras coordenadas. La provincia lee al centro, convoca incluso a otros países y se ve a sí misma con seriedad e independencia.
Hemos visto cómo, durante los años de la “transición” a la democracia, la inyección de fondos al área de la cultura ha servido solo en forma parcial y no ha contribuido a fortalecer un proceso que se había iniciado en tiempos de dictadura, por lo menos en esta región. El Estado, en términos ideales, debiera implementar una política cultural para fomentar el desarrollo cultural y la libre creación artística. Para ello sería necesario un debate abierto y permanente donde los actores de la cultura sean interlocutores realmente considerados. Especialmente al Estado le compete armar espacios de encuentro entre la ciudadanía y los artistas e intelectuales. En el área de la literatura, por ejemplo, pienso en una editorial que edite, difunda y venda a precios módicos la obra de autores cuyas propuestas enriquezcan la cultura nacional; obviamente previniendo las contaminaciones posibles de corrupción en un ente de esta envergadura. Un verdadero desarrollo regional necesita perentoriamente de la capacidad creadora, del pensamiento y el alma contenidos en su patrimonio cultural y artístico. En este sentido, desde el Estado se debería propiciar una reflexión crítica respecto del papel de los medios de comunicación social, en donde lo regional prácticamente no existe más que en una obligada e insignificante cuota. Eso, en el mejor de los casos. Parece de perogrullo afirmar que el Estado debiera favorecer la pluralización de los medios con el objeto de dar a cada miembro de este cuerpo-país un desarrollo real. El caso del cierre del diario La Época es especialmente patético, puesto que era un medio periodístico que contribuyó a ampliar un poco el diálogo en el país y fue librado a su suerte en un espacio donde el salvajismo del poder económico dio rápida cuenta de él. Y eso que de la provincia apenas hablaba. En cuanto a la distribución de fondos para actividades culturales, creo necesaria la independencia de la región en términos de la asignación de los recursos y la definitiva inclusión de un jurado idóneo para determinar quiénes y cómo usarán el apoyo económico en beneficio de la cultura regional. Tal jurado debe rotar, nunca permanecer, de modo que se cuide lo más posible la transparencia. Por ejemplo, gente que haya tenido proyectos un año, no podría postular al siguiente y así se establece un número de actores culturales entre los cuales elegir al jurado anual. Pero estas y otras cuestiones prácticas debieran ser fijadas en un acuerdo que se generara en un encuentro amplio donde tuviéramos la oportunidad real de dialogar acerca de lo que queremos en este plano en tanto región y en tanto país. La obra artística producida en provincia no necesitaría un trato especial por ser tal, no en el sentido de apoyo al desvalido. Quisiéramos que nuestro trabajo funcione en igualdad de condiciones con el producido en la capital y eso se refiere más bien a los medios de difusión y la posibilidad de acceder a beneficios que irían en directo apoyo al trabajo creativo, como becas, representación del país frente al extranjero, etc. Para superar las dificultades de trabajar en provincias (y, por lo tanto, casi no existir “en el país”) he actuado vitalizando el proceso regional, tanto en lo reflexivo (organizando encuentros) como en otros aspectos (producción, difusión cultural). También asumo mi papel como escritora en la constante participación en eventos nacionales, aunque se me invite un poco anecdóticamente. La verdad es que creo que hay que enfrentar la precariedad de comunicación con todos los elementos que estén a nuestro alcance: comunicación con el exterior, participación en concursos, desarrollo de proyectos personales y colectivos, etc.
PARA ENSORDECER EL CENTRALINO
ANIMAL INDIFERENTE
Percibo, en términos globales, que la actividad literaria en mi entorno más cercano ha perdido fuerza. Parto del convencimiento de que tenemos poderosas voces poéticas, importantes libros publicados y un interesante proceso que tuvo su momento de gloria hace unos diez años. Actualmente veo los mismos proyectos escriturales que siguen un desarrollo personal por parte de sus autores, pero se ha perdido el vínculo con las generaciones emergentes que estuvo sostenido por los talleres literarios que muchos de nosotros dirigíamos en las diversas comunas donde vivimos. Por lo tanto, los nuevos poetas, por muy interesantes que sean, pierden valioso tiempo en un trabajo solitario que no siempre es abonado por las mejores lecturas. Otro rasgo de esta etapa es la ausencia de espacios realmente productivos de trabajo en común, como los encuentros, las tertulias, las lecturas sistemáticas. Es cierto que han aparecido varias ferias del libro, pero, por su carácter, las actividades se suceden una tras otra, más bien dirigidas a un público que a la oportunidad de compartir entre compañeros de labor.
Aunque pareciera ser parte de este tiempo la conclusión de repetir el esquema del escritor concentrado en su obsesión particular, percibo tres razones para desarrollar un trabajo comprometido con un proceso más solidario. Primero, nuestra propia historia que apostó por una solidaridad sin la cual muchos de nosotros no estaríamos en este estadio de desarrollo. Tuvimos la oportunidad histórica de formarnos comunitariamente, de desarrollar un juicio crítico, compartir lecturas, difundir nuestro trabajo, aunque sea dentro de los márgenes de la provincia y, sobre todo, relacionarnos con la tradición literaria chilena participando “en vivo” con escritores fundamentales, como Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, José Donoso. Considero una responsabilidad repetir o enriquecer esta forma de trabajo, de modo que los próximos poetas del sur tengan, por lo menos, las oportunidades que tuvimos nosotros. En segundo lugar, y considerando las condiciones actuales de la cultura en Chile, veo que el único modo de herir a la bestia es engrosando la voz. Hacerla temblar. Cada uno de nosotros aporta su potencia al vozarrón que habrá de salir de la provincia para ensordecer el centralino animal indiferente. Y no solo para probarle al centro la dimensión de nuestra propuesta. Tener claro nosotros mismos que somos capaces de sostener un espacio independiente con rigor ético y estético. En tercer lugar, y muy ligado a lo anterior, el meollo del asunto es que desde el sur no estamos escribiendo una obra ligada a nuestra historia personal y comunitaria, por lo tanto, su destino, si bien excede nuestro dominio, es consustancial a esa historia.
Reconozco un tiempo de oro en esta reflexión. Fue visible su práctica. En este momento es creciente un individualismo que sostiene el discurso del éxito. Muchos compañeros se inquietan por la falta de reconocimiento a su trabajo. Siento que los dineros de becas, proyectos y premios funcionan, parcialmente, como distractores y algunos de los nuestros se están quedando iluminados bajo esa estrecha luz. Esta visión, en todo caso, traspasa lo regional y se hace aún más evidente en Santiago. Personalmente me duele más ver rasgos de degradación en la provincia, aquí donde están mis afectos. Como consecuencia natural de estos nuevos “males” veo la falta de rigor en el trabajo, la poca disposición a realizar una actividad que no sea directamente beneficiosa, la falta de participación en el debate de los grandes temas nacionales. Percibo una especie de letargo en lo relativo a la elaboración de proyectos comprometidos con este país quebradizo que nos permita una poesía actual, profunda, necesaria.
ESCRIBO DESDE LO QUE SOY
Estamos alejados de aquellos días de 1998. El último dígito ahora es nueve. Caminamos por Futrono en un verano de febrero. Rosabetty está preocupada por sus amigos poetas de Chiloé. Reconoce congestionarse por las querellas producidas entre ellos. Le pido que me “escriba” sobre la eventual existencia de una discriminación positiva frente a sus condiciones de mujer y chilota. Gran parte de su obra ha transitado aquella exploración: la constitución de lo femenino en un espacio cultural “otro”, mas con extrema sutileza y elipsis. Su búsqueda ha ampliado, por tanto, algunos fetiches manidos de la literatura de “género” y aporta, según diversos críticos, alta originalidad al nutrido paisaje de poetas mujeres. Le pido que me hable como siempre: con una carta enviada desde lejos.
Futrono, verano de 1999
Las condiciones de “mujer” y “chilota” son imprescindibles en mi trabajo poético. Escribo desde lo que soy, marcada por una clase social, un determinado tiempo histórico, una suma de experiencias vitales, igual como le ocurre a cualquier poeta, hombre o mujer. Hay experiencias sensibles que son privativas de mi sexo, así como hay otros rasgos que sostienen mi poesía que no podrían haberse generado en otra cultura que no sea la chilota. Lo mismo que ha sido mi nutriente es también mi límite, mi capacidad de vuelo claramente establecida desde antes y para siempre. Aun cuando haya otros, siento que la información del “disco duro” tiene un alcance limitado y esa constatación es también parte de mí. En cuanto al ejercicio de la escritura y su aparataje exterior o redes de relaciones y difusión, diré que aun cuando ha habido una apertura (por lo menos del interés y atención) hacia la literatura de género, sin duda yo no he sido beneficiada de los privilegios de estos circuitos. Es más, he sentido directamente la falta de solidaridad y desvalorización por mi trabajo, más desde lecturas (o no lecturas) de mujeres que de hombres. En todo caso, el tema no me preocupa. Creo que se trata de un proceso natural en el que se están mirando unas a otras, reconociéndose, y no ha llegado el tiempo en que realmente se enfrenten a la poesía sin el género como elemento discriminatorio. Respecto de la condición chilota, sé que provoca una cierta expectación y existe en este país, tan falto de sueños, una idealización del archipiélago. Sé también que hay invitaciones que se me hacen en este contexto, pero también quiero ser justa con algunos lectores interesados en el real valor de mi trabajo. Y desde esas lecturas ambas condiciones (mujer y chilota) pesan, pero también se puede “pasar de ellas”, sobrepasarlas.
UN CHARCO INTERIOR
Pero quiero terminar esta “carta” —como dices que hablo— con lo siguiente: yo nunca he esperado nada de la poesía. Cada alegría que me ha dado es un milagro: ediciones, viajes, encuentro con personas valiosas, distinciones, conocer a los amigos más entrañables que tengo. Siento que la poesía es mi verdadera columna vertebral; toda mi vida la he armado alrededor de ella. Cuando a veces se va y pasan meses en que no la siento cerca, en esas terribles sequedades (que, por suerte, no ocurren a menudo), todo se debilita en torno a mí, se desdibuja, pierde consistencia. Si entiendo el deseo como sinónimo de espera, podría resumirlo en que deseo estar siempre unida en y con la palabra, y ser capaz de irradiar esta fiesta de la creación por todos mis costados. Creo que la poesía de algún modo es un espacio de resistencia en un tiempo de vertiginosa superficialidad. Los afectos, la sensibilidad, la costosa reflexión sobre nosotros mismos están siendo licuados al extremo… y escribir es tener conciencia de no estar dentro del juego. No me interesa aprender el discurso de este tiempo “para estar al día” y las transacciones que acostumbramos a presenciar en esta gran pantalla de la globalización no me seducen en lo más mínimo. Suscribo a Teillier, quien habló del poeta como el “guardián del mito”. Alguna vez va a estallar este sistema enajenante y los sobrevivientes mirarán a su alrededor buscando el agua esencial que estará esperando por ellos. Y como el tiempo es este continuo simultáneo y eterno, ese estallido ya comenzó. No es una alucinación mesiánica. He ido a colegios donde ojos y rostros vidriosos parecen no reflejar más que un charco interior y, sin embargo, al calor de un encuentro afortunado, de poesía comunicante, se inicia ese chisporroteo del alma que se enciende. En lo personal, necesito ampliar mi vista. Quisiera viajar, leer y conversar mucho con otras culturas, renovar mis viejos y gastados recursos, ampliar otro poco los afectos… en fin, ensanchar el aire que nutre mi poesía.
Supongo que mis temores se han concentrado siempre en el peligro de vivir la medianía, en ir negociando con la vida el bienestar personal, aguando los instintos. En ese sentido, acallo la loba que contengo. He vivido por mucho tiempo bordeando el territorio doméstico con auténtico pavor de su bajo tono y supongo también que este temor me acompañará mientras viva porque es parte estructural de mí.
P.D.: Los mayores riesgos que estoy dispuesta a asumir los asumo en la poesía, donde concentro fuerzas y me uno a todas las que me habitan. Espero el mes próximo volver a vivir nuevamente en Ancud. Allá te espero.
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