Luego de casi 12 años de ejercer como abogada penalista defendiendo causas de género y de las infancias, Retamal publicó su primera novela, que transcurre en Alto Hospicio, una comuna donde ella misma se desempeñó. El libro funciona como una carta de amor al desierto y como un espacio de catarsis para sus propias frustraciones frente a un sistema que no siempre logra entregar justicia. En esta conversación, repasa sus sentires sobre el sistema judicial, sobre el norte y sobre las posibilidades que otorga la escritura.
Elena bien podría ser Carla Retamal Pacheco. Elena, como Carla, es abogada penalista. Elena, como Carla, creció en la Región del Biobío, en el Gran Concepción. Elena, como Carla, se fue a trabajar a Alto Hospicio. A ambas les tocó tramitar cientos y cientos de causas de género, carpetas enteras que se acumulaban en sus escritorios, historias de mujeres que habían sido víctimas de demasiadas formas de violencia. Pero Elena no es Carla. Elena es más joven que Carla –una tiene 27, la otra 42– y Elena es, sobre todo, un personaje ficticio: el que creó Carla para protagonizar “Diablas” (Aguarosa Ediciones, 2024), su primera novela, que lanzará este martes 3 de septiembre en el Bar La Isla, en Providencia.
“Elena de Alto Hospicio” es, además, el nombre de la obra del artista Francisco Papas Fritas, que viste la portada del libro. Una mujer con máscara de diablada y una antorcha en la mano, con Alto Hospicio de fondo. La obra fue adaptada especialmente para el libro y curiosamente el artista la bautizó sin saber que el personaje del libro se llamaba así. Elena, explica Carla, significa “antorcha” en griego.
“Las primeras escenas al descender del avión me dejaron perpleja. Nunca había visto nada semejante. El sur de Chile lo conocía como la palma de mi mano, pero lo más al norte que había estado, era Valparaíso. Ante mí, se desplegaron tres planos y dos colores: cielo, mar y montañas. Azules y marrones. Una paleta acotada pero absoluta, inconmensurable. Estaba conmocionada. Sentí que era un oso milodón, que después de un largo invierno, había salido de su cueva hacia un descampado lleno de luz. El verde, definitivamente ausente, no me hacía falta, ya había tenido mucho de él”, dice Elena apenas aterriza en Iquique por primera vez.
“Tuve que salirme de mí para poder darle espacio a lo que cuenta la narradora, sobre todo por su edad”, cuenta ahora Carla, en conversación con La Raza Cómica. “Fue un ejercicio de retroceder hacia allá y tratar de pensar y sentir como cuando una está en esa época, que una es más impulsiva y también tienes otra habla. Igual hay cosas mías por ahí y tiene un humor similar al mío, pero es un ser completamente distinto. Tiene vida propia. Ella va no más, o si quiere decir algo no se lo calla. También tiene chipe libre para todo”, agrega.
A fines de diciembre del año pasado, se adjudicó la Beca de Fomento a la creación del Fondo del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura, lo que le sirvió para terminar de escribir su novela, que alcanza las 300 páginas. Se demoró un año y cuatro meses en elaborarla, y lo hizo con el apoyo y la corrección periódica de su editora, la escritora y artista Natalia Berbelagua, cuya editorial albergará el libro.
En la historia, Elena se va enamorando del desierto y de sus contrastes, y en paralelo se va enfrentando a un trabajo desbordante y urgente, para el cual sus manos no dan abasto. Recibe, por ejemplo, el caso de Magaly, una migrante boliviana que tiene un niño pequeño y que denuncia que su ex pareja la tiene amenazada de muerte. El hombre, que conduce una micro que va de Alto Hospicio a Iquique, rayó en un muro de su pasaje “Magaly, la gran maraca de Hospicio”. Un día, Elena se sube a la micro que maneja el hombre y justo en la mitad del camino, cuando no hay más pasajeros en el vehículo, lo detiene y apaga las luces. “Sé quién es usted. También sé dónde trabaja y que la Magaly ha estado yendo pa allá”, le dice.
–¿Por qué para ti era importante contar esta historia, de esta manera y desde ese lugar de enunciación?
–Yo creo que, a lo largo de mi experiencia laboral, escuché muchas voces. Todo el día atendía a gente y llevaba adelante sus casos, entonces escuchaba sus voces, ya sea hablando directamente con personas que me contaban sobre los hechos y yo tenía que anotarlos, como también a través de carpetas, de audiencias. Eran voces que estaban presentes en lo laboral, pero que también se implicaban en mi vida. Yo tenía un cierto compromiso con lo que iba escuchando, además porque sentía que todas esas voces no estaban contestadas, o no estaban siendo escuchadas con la justicia que merecían. Yo creo que estas voces necesitaban, de alguna manera, buscar un espacio donde ser oídas. De esto se comunican las cifras: hay tantos casos que suceden, hay tantas madres que están presas, hay tanta gente procesada por tales delitos. Siempre son cifras, pero los problemas judiciales no son cifras. Yo no quería quedarme con eso, y tampoco me sentía tan en sintonía con este sistema, que era tan mecánico.
–Alto Hospicio es un lugar muy estigmatizado mediáticamente, ¿cómo lo hiciste entrar en la descripción y la narración sin emitir prejuicios? Tu libro habla también de realidades que son fuertes, como el olor de la gente que consume pasta. ¿Fue un desafío para ti retratar sin caer en la caricatura? ¿O en ofender a alguien?
–Pensé mucho en eso, porque yo quería hablar con respeto, no caer en lo mismo. Y eso, al final, te das cuenta de que eso solo lo puede decir alguien de allá cuando lo lea. Para mí fue un tema y de hecho lo comenté con la editora, que me dijo que en la ficción el autor se ampara en el narrador. Lo que escribí no es mi opinión, es la del personaje, pero igualmente creo –al menos hice el intento– que lo escribí con el mayor respeto y cariño posible. Es un lugar al cual le tengo harto cariño, hay una conexión similar a cuando te enamoras. No podría haberlo hecho desde un lugar que fuera a causarle daño. También intenté darle agencia a todas esas personas, que eran personas activas, que tenían un mundo, un cuento, algo que contar.
–Hay otro tema relacionado que me interesa mucho… Me imagino que hubo una especie de operación matemática al momento de escribir esa realidad, porque efectivamente lo que se conoce popularmente de Alto Hospicio es una versión muy reducida a la delincuencia, a la violencia de género. Luego llegas y descubres que hay muchísimo más, pero que de igual manera la delincuencia y la violencia de género existen y son un problema central. ¿Cómo se hace para complejizar esa realidad en la narración, en lugar de reducirla? ¿No romantizar, pero tampoco bajar el perfil?
–Lo que yo hice fue contar todo tal cual era, o tal como yo lo sentí, pero agregándole ficción a la trama, por supuesto. En ese sentido fue un ejercicio muy natural. Es un hecho que allá había mucha violencia intrafamiliar, porque es un fenómeno que está en todos lados. En México, en Bolivia, en todos los Estados hay violencia. También me encontré con un lugar que quizás en algún sentido tiene menor desarrollo material, pero en otros ámbitos es mucho más desarrollado, como por ejemplo su riqueza cultural. En lo personal, estos son los temas que me mueven, que también han movido mi trabajo: la violencia de género, las infancias, las cárceles. Me interesa hacer una lectura crítica del sistema, porque en mí persiste una sensación de que todo funciona al revés y eso me llena de mucha rabia y también de rebeldía. Haber trabajado tanto en el sistema público, de alguna manera me hace conocerlo y ver sus falencias. Una sabe que no va a cambiar la institución de la noche a la mañana, porque además es un poco como un dinosaurio gigante, pero quizás en este otro espacio uno puede decidir… un poco, de alguna manera. Hay muchos que dicen que no, que el arte está para otra cosa, pero bueno, cada quien sabe lo que hace con su arte.
Literatura jurídica
En el libro, la narradora describe un juicio:
“Nos pusimos de pie, como en una misa católica, cuando hay que levantarse para orar. Tras una reverencia, se abrieron los fuegos. Al igual que en un teatro, un soplo invisible atravesó la sala de audiencia, un pacto que convirtió ese ritualismo artificial en una realidad plena. En ese espacio, intentaríamos reconstruir el pasado, como si viajásemos en una máquina del tiempo. Era como atravesar un portal donde todos los acontecimientos que estuviesen ocurriendo simultáneamente afuera de esa sala, dejaban de importar, como si el mundo se detuviese y sólo fuese relevante lo que se dijera dentro de esas cuatro paredes. En esa sala se buscaría la verdad, cuestión que quizás sea el auténtico Santo Grial de nuestros días, porque no hay nada más escurridizo que la verdad”.
Al leer el libro, me acuerdo de una obra de teatro que vi hace poco: “Prima Facie”, un monólogo de Camila Hirane que montó el Teatro UC. En él interpreta a una exitosa abogada penalista que también tramita causas de violencia de género, pero en su caso más veces defendiendo a los abusadores que a las víctimas. Todos tienen derecho a defensa, dice el personaje, y si la víctima pierde es porque su abogado hizo su trabajo peor que ella. Hasta que algo ocurre en su vida que hace que su forma de entender la justicia entre en crisis. Quizás, hay casos en los que las herramientas que existen para acceder a la justicia pueden no estar siendo justas. La obra es inglesa, y quizás la adaptación a la realidad de Chile no termina de cuajar, pero en “Diablas” la realidad surge específicamente de Alto Hospicio.
–El lenguaje jurídico es muy restringido y por otra parte en tu libro hay descripciones donde parece haber una búsqueda por explorar el lenguaje y sus posibilidades. ¿Tiene relación una cosa con la otra?
–Es que el lenguaje jurídico es sumamente impersonal. Incluso la forma en que uno redacta una querella es una fórmula. El lenguaje jurídico es todo lo que no es la literatura. Sí. Tal vez la escritura te permite alejarte un poco de esa realidad y poder expandirla, tienes otra libertad… Pero si no hubiera tenido toda esta experiencia, no habría tenido tanto de donde echar mano. Me gusta tener este material y que se haya creado una especie de universo.
–A ratos, tu libro transmite a una persona que cree mucho en la justicia, al menos teóricamente, o en la búsqueda de la verdad material. Aparece un sistema despiadado, pero que tiene un funcionamiento. Quizás ocurre porque el personaje es joven, pero parece ser una persona que todavía no se desilusiona del todo de su trabajo.
–Pienso que estar tramitando y tramitando causas de manera más masiva en el sistema público te hace preguntarte dónde está la justicia, qué es, cómo la defino. Yo traté de usar ese universo judicial para que el relato no fuera solamente contar una historia con un componente social grande, sino que también tuviera sustento y credibilidad. Era importante meter cómo funciona el sistema chileno. Lo que generalmente vemos en el cine o en las series es como una caricatura. El otro día veía de nuevo “Prófugos” y la fiscal sale en una sala de la Corte Suprema. O en las teleseries aparece el Tribunal de Familia en una audiencia penal y viceversa. El sistema chileno es bastante más silencioso, porque no hay jurado como en EE.UU. También quise incluir las historias de quienes están metidos ahí todo el día, que se ríen de cosas que en ningún otro contexto te podrían hacer reír. Creo que era necesario que fuera creíble, que si se lo lee un abogado pueda decir “ah ya, sí, así funciona”.
–De todas maneras el libro todavía denota cierta confianza en la institución, en el sistema, con todas sus falencias y limitaciones, hay algo que parece llevar a la persistencia de ese trabajo, pequeñito, un poco de hormigas…
–Al final depende de las personas que están ahí, de manera incógnita, trabajando y dándolo todo. En general, en las distintas instituciones –de justicia, de gobierno, de las alcaldías– he visto que hay muchas personas que son más incógnitas y que inciden, pese a que se generan estas dinámicas jerárquicas que son limitantes. Se trata de la gente que está, quizás, más donde las papas queman, que no tienen mucha posibilidad de ser oídas, porque son los otros los que en general hablan más fuerte.
–Como el personaje del “Viejo Chico”, el jefe. ¿Pese a que siempre hay viejos chicos, siempre hay gente que confía en el sistema? O no sé si se trate de “confiar”, sino más bien de resistir. La impresión que a mí me deja es que hay gente que entiende que esas son las herramientas que tiene a la mano, y que por mucho que le frustre, salirse del sistema no va a traerle una solución a la gente que lo único que tiene es el sistema. ¿Hay algo de eso, también?
–Sí, yo me saco el sombrero por gente que yo he conocido en mi trayectoria laboral, que realmente se saca la mugre y que ha seguido ahí. Tienen todo en contra, pero se sobreponen y le dan. Para mí, siento que llegó un punto en que ya cumplí un ciclo. Quizás, también, yo sea demasiado sensible.
–Cuando trabajar como hormiga y revisar 300 carpetas al mes no alcanza, quizás lo que queda es la ficción. Lo que estuvo fuera de tu control como abogada, sí está en tu control como narradora. Y si lo haces bien, quizás mucha gente lo lea, y eso sea otro tipo de justicia, ¿no?
–Yo creo que eso es, al final. Para mí es totalmente un espacio de catarsis. Yo de verdad soy demasiado sensible a esos temas, aunque son los que me mueven, entonces creo que necesito alejarme un poco de ese espacio y tratarlo desde otro lado. Cuando tramité causas de abusos sexuales a niños, me dio depresión.
–Bueno, ser sensible tampoco es un defecto: es una manera de habitar el mundo. Tiene otros pros y tiene otros contras, distintos que no ser sensible, pero no peores.
–Sí, pero siento que me golpean mucho las cosas, y creo que por eso también salió la historia. Creo que la escritura a veces puede ser reparatoria. Y fue, no sé si reparatoria, pero sí me sirvió para reivindicar un lugar y darle un espacio a cada personaje que está ahí.
El lanzamiento de “Diablas” (Aguarosa Ediciones, 2024) tendrá lugar este martes 3 de septiembre a las 18:30 en el Bar La Isla (Avenida Providencia 1100, local 18).
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