Con una mirada que revela una conexión profunda y auténtica, el artista visual Rodrigo Arqueros desentraña en su obra la profunda relación entre los canis familiaris y la atmósfera nocturna que explora su mirar, subrayando cómo estos animales se integran de manera intrínseca a un entorno, convirtiéndose naturalmente en protagonistas de una narrativa visual que resalta la simplicidad frente a nuestra cotidianidad.
“El rabo en el ojo”, exposición que hoy por hoy se exhibe en la Sala de Fotografía de la Biblioteca de Santiago, es el resultado de un proceso largo y contemplativo que se inició por el 2016. Se centra en una serie de obras de Rodrigo Arqueros sobre observaciones en su cotidiano y está íntimamente relacionado a los atardeceres y al invierno capitalino, donde los días se acortan significativamente, creando así nuevos matices en nuestros recorridos.
“Son una serie de pinturas súper nostálgicas, es un ejercicio constante de memoria y de nostalgia. Es la manera en la que yo me siento en el atardecer o en la noche. Cuando uno, no sé, sale de la pega o del colegio, de la universidad, y está oscuro, pero en invierno además es temprano. Se forma esa dicotomía en donde uno está medio perdido con el día o la noche, pero en realidad yo creo que ese momento es súper hermoso. Y eso es, en gran parte, lo que intento hacer con estas pinturas: retratar ese momento, esa atmósfera nocturna en la que pasan sombras y se van cruzando”, explica Rodrigo.
En esta muestra, la totalidad de los cuadros son registros de perros, los que surgen desde una observación personal y profunda del entorno, y del propio estado emocional del artista. La elección de estos animales como sujetos no es arbitraria: Arqueros busca explorar la relación entre estos seres y el espacio que éstos habitan y que, a su vez, hacen propio de manera muy natural y genuina.
“Los perros son el animal más humano, más cercano a lo civilizado. Había algo ahí en lo que me fui encantando, por su gesto natural, su forma de desenvolverse. Los perros siempre pertenecían a esos lugares de una cierta manera que tiene que ver con el nombre de la exposición, porque los perros como que pasaban por el lado, no es que están en el centro de la imagen (…) pero esos son rollos que saqué después, que me fueron haciendo mucho sentido recorriendo y también habitando los espacios constantemente”, dice.
El proceso de creación de las pinturas de perros es meticuloso. El artista utiliza fotografías que él mismo toma en sus recorridos, las edita y luego las utiliza como base para sus obras. Este enfoque le permite un compromiso profundo con el material y un control sobre la representación final. Las imágenes en esta serie a menudo capturan la esencia del momento en que se registra la fotografía, buscando reflejar la belleza de este ambiente o atmósfera única y primigenia.
Y es que sus sombras y luces en las pinturas reflejan una realidad que a menudo pasa desapercibida en la vida diaria. “El uso de fotografías como referencia es fundamental para la creación de las pinturas”, comenta. “No hace mucho perdí varias de ellas que estaban en mi celular, y así, con el tiempo, pueden desaparecer por esto o porque se echa a perder el computador. Sin embargo, el hecho de que las pinturas sean físicas ofrece una forma tangible de preservar estos momentos, de traer a mi memoria el sentir de ese instante que nuevamente va albergando una nostalgia de por medio, incluso si las fotos originales se pierden”, agrega.
Rodrigo menciona que su proceso de pintura es una forma de traducción donde las imágenes se convierten en algo nuevo y distinto. Esta traducción es continua y dinámica, generando nuevas preguntas y descubrimientos en cada etapa del proceso. La experiencia de pintar no se limita a un resultado final, sino que es una exploración constante que revela nuevas capas de significado y comprensión. “Muchas veces digo que pintar es como traducir: como que traduzco cosas, o traduzco imágenes y se van mezclando otras cosas en la traducción. Es como traducir un cuento donde hay palabras que no existen y te las tienes que ingeniar para llegar a algo parecido, pero con otras palabras. Yo creo que ahí está el oficio de la pintura: ser un traductor”, apunta.
La imagen, especialmente en los perros de estas pinturas, se abre a múltiples interpretaciones. “Los nombres de las pinturas se eligen de forma anecdótica, como una forma de recordar el momento en el que se creó la obra. Sin embargo, una vez que la pintura está terminada, se transforma y se convierte en una entidad independiente que puede ser percibida de diferentes maneras por cada espectador. Esto implica que uno debe desprenderse de esta conexión personal con la imagen para permitir que la pintura tenga su propia vida y significado”, acota.
En contraste, Rodrigo ha estado trabajando en paralelo en otras series más centradas en la cultura pop, con retratos de famosos, futbolistas y personajes de series televisivas. Este proyecto paralelo sirve como un ejercicio de exploración, permitiéndole al artista experimentar con diferentes estilos y temáticas. “En ese sentido empecé a pintar cosas de fútbol, que siempre me habían interesado. O de series y archivos, explorando distintas técnicas y estilos, como pintar sobre nuevas superficies y materiales. Este proceso ha implicado desafíos, como aprender a pintar de manera más rápida y económica en términos de pinceladas y paleta. La misma experimentación con diferentes materiales y superficies también ha abierto nuevas posibilidades creativas”, dice.
Finalmente, Arqueros reflexiona sobre cómo es la relación entre las pinturas y los temas que explora, que están en constante evolución. La conexión entre los perros y los «fantasmas», o seres invisibles en sus obras futuras, indica una búsqueda continua de indagar en cómo los elementos visibles e invisibles coexisten en nuestra percepción del mundo. La obra, en última instancia, nos habla de cómo habitamos y percibimos los espacios y las criaturas que comparten nuestro entorno, con una profunda reflexión sobre la fugacidad y la belleza de esos momentos capturados.
La exposición «El rabo del ojo» estará en la Sala de Fotografía de la Biblioteca de Santiago hasta el 29 de septiembre.
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