“Yo también estuve” nació como una iniciativa digital independiente a principios de noviembre de 2019, a partir del deseo de compartir denuncias y vivencias, y de registrar hechos y reflexiones asociados a la revuelta popular que comenzó el 18 de octubre de ese año. El colectivo se conformó con profesionales de distintas áreas: historia, comunicación, periodismo y lenguaje, que se juntaron para poder recibir los relatos, editarlos y después hacerlos dialogar con fotografías de fotógrafxs independientes. A la fecha han reunido más de 200 de testimonios y ya han dado vida a un libro, cuatro cortometrajes y una cuenta de Spotify. A cinco años del 18-O, rescatamos cinco de sus testimonios.
Inocencia robada
El otro día una chica estudiante de derecho de una universidad privada -matea, se sacaba puros sietes, oriunda de San Fernando- iba caminando por la Alameda y se detuvo a comprar dos libros piratas. Siguió caminando. De repente se dio cuenta de que un radiopatrulla la seguía. Ella se asustó pensando que era por los dos libros. Siguió caminando más rápido, asustada.
La patrulla se detuvo, la subieron y la llevaron a un sitio eriazo en Pudahuel. Fue violada por los tres pacos y abandonada. Ella era virgen. Su delito fue que una semana antes tomaron detenido a un compañero y ella presentó un recurso de protección que fue aceptado. Había recibido un par de amenazas. Por eso se iba unos días a su casa.
Es la mejor amiga de la hija de una amiga mía. Le cagaron la vida.
Hay cientos de estas historias y hay tanta gente que no quiere verlas y que las justifica. ¡Qué mal estamos!
Anónimo, 13 de diciembre de 2019, Santiago
Pancito para la primera línea
Estábamos terminando de repartir pan y nos preocupamos de los que venían saliendo de primera línea, mojados, cansados, sentados en la solera de las calles, cabeza abajo. A esos íbamos a dejarles un pancito.
Me senté a su lado y le ofrecí un cigarrillo. Comenzamos a conversar. Tenía 17 años, en situación de calle, no había comido ese día. Era tipo siete de la tarde. Cuando me dijo eso corrí a comprar algo más para que comiera.
Nos contaba que todos los días debía juntar plata para pagar un lugar donde dormir. Cuando no podía, se quedaba con «los demás» en el parque o por ahí cerca. Y temprano salían a machetear para comer.
Cuando me preguntaban por qué iba a protestar, yo decía siempre: “Gracias a Dios no me falta nada, pero hay a quienes le falta todo. No puedo ser indiferente”.
Denali, 8 de marzo de 2020, Santiago
El sureño
Ayer, por esas casualidades de la vida, conocí al Sureño. Estaba con su yunta, su compañero, su hermano, ambos jóvenes combatientes de la primera línea.
Detrás de su capucha me contó parte de la misma historia que leí días atrás: «Vengo de Temuco, a los pocos días de que empezó la revuelta. No podía quedarme allá, viendo cómo la gente peleaba por sus derechos. Ando aquí con mi mochila». Me muestra una, de esas grandes, de las que uno usa al viajar.
En sus palabras no hay un discurso partidista, sus palabras son sencillas, de joven pueblerino, calmado, sencillo. Sabe que arriesga el pellejo y ya cuenta con heridas de combate. En una de sus piernas aún está el vendaje de una de sus últimas «medallas». Uno de sus brazos también tiene secuelas: «Perdí cualquier sangre cuando me entró el balín». (Su compañero, mientras el Sureño habla conmigo, prepara los elementos para encender la barricada, pero cojea visiblemente, su rodilla está herida, además su brazo derecho lleva un vendaje).
Les pregunto si puedo tomarles una fotografía. Como respuesta recibo una frase que retrata incluso su condición de humildad y la muestra de que no son cualquier tipo de persona: «Mientras no sea para el gobierno, está bien». No hay groserías en su lenguaje, apenas se deslizan modismos de juventud.
Concordamos en la crítica hacia quienes beben cervezas mientras ellos luchan: «Cuando ganemos esta pelea, esos se van a subir al carro y van a decir ‘ganamos, luchamos’, pero no hicieron más que andar curados». También critican a los que piden monedas, «porque muchos dicen que es para bencina o para otras cosas, pero no».
El Sureño saca una polera de su mochila y la pone entre los maderos y aplica fuego a la barricada. Luego parte a buscar más elementos con los que alimentar ese gesto de resistencia. Va él porque a su compañero le duele mucho la pierna.
Así nos distanciamos. Cada uno a lo suyo, ellos a seguir en la lucha contra el mal gobierno y yo a seguir registrando la batalla diaria por el dominio de la Plaza de la Dignidad, esa batalla que permite que mucha gente se manifieste tranquila y que otros – ¿por qué no decirlo? – beban las cervezas que se venden a mil pesos cada una y dos por mil quinientos.
Hoy pasé, como ya es mi costumbre, por la Plaza y en ese caminar me cruzo con un joven de rostro moreno, algo sucio, pero esa suciedad digna, del que está luchando, su pelo negro, corto, su cara de casi niño, un rostro pensativo.
Algo, ese no sé qué, me llamó la atención. Al darme vuelta para volver a mirarlo reconocí el vendaje en la pierna y esa mochila grande. Era él, el Sureño que iba a su lugar: en la primera línea. La batalla del último día de noviembre de 2019 ya había empezado y él se dirigía a su puesto de combate.
Apuró el paso y se confundió con los otros y las otras de la Primera Línea. Solo espero que un día de estos pueda descansar. Ese será el día de la victoria de los y las más sencillas, de los y las humildes, de quienes tenemos la convicción de que esta lucha no la perderemos. Ese día espero abrazarlo y a través de él darle las gracias a nuestra juventud.
Seguí mi camino y las imágenes se cruzaban delante de mis pasos: los vendedores ambulantes, la niñita bien que se tomaba la selfie mientras al fondo los capucha hacían el corte de vía. También estaba esa policía militarizada, bien armada y protegida hasta los dientes en busca de sus presas. Las imágenes se cruzaban, pero había una que no olvidaré. Ya saben cuál.
Otro día les contaré de ese profesor universitario que, desde su capucha, me reconoció.
Tito Carreño, 30 de noviembre de 2019, Santiago
El abuelito de los dulces
Ayer en la marcha, cuando empezó la represión, con mi compa arrancamos por las calles San Isidro con la Alameda. En ese pasaje vimos a un abuelito de unos 80 años que vendía dulces en la calle. Atrás venía la yuta, y en vez de correr le preguntamos si le ayudábamos a guardar la mercadería. Se empezaron a unir más amigos capuchas y gente que arrancaba. Para todos era imposible pasar de largo, nos preocupaba lo que le pasaría al viejito y su puesto.
Estos perros del Estado no perdonan nada y a nadie. El viejo nos dijo: “No se preocupen, chiquillos lindos, sigan luchando. No pudieron conmigo en el 73, no van a poder ahora. Ustedes no se cansen”.
Y comenzó a gritar una arenga hermosa: “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”. Terminamos todos llorando y haciendo una red de protección a medida que se acercaban los pacos. Los enfrentamos con nuestras manos en alto, limpias y con mucha fuerza les gritamos: “¡Retrocede, retrocede!” Los pacos lo hicieron, porque si atacaban éramos un grupo de gente considerable que teníamos el corazón en llamas, capaces de darlo todo por un abuelo que solo nos tenía a nosotros para defenderlo.
Miraba a cabras y cabros llorar, esos mismos que llaman vándalos y delincuentes, lloraban de la rabia, de la injusticia, de ver un abuelito con su herida abierta por segunda vez, entregándonos la fuerza para seguir. ¿Cómo no voy a salir a la calle? Es lo mínimo. ¡Por ti y todos mis compañeros!
Elizabeth Carolina Huenupe Candia, 12 de noviembre de 2019,
18 de Octubre
Llegué a casa después de tres horas de viaje. Un viaje apretado, pero acompañado de gente cansada de ser pisoteada. Un viaje de tres horas en las que disfruté del caos, de cómo una ciudad colapsada terminó por colapsar.
Salió a flote todo el submundo del metro, la calle se infestó de aquellos que no ven la luz a los problemas de este país. Salieron de la caverna a ver cómo el sistema ya no aguanta las mentiras, los engaños y los amedrentamientos contra el pueblo.
Llegué tres horas después a casa feliz de que arda, que haya voz, que la gente se acompañe, se dé la mano y se mire.
Y si una película provocó esto, genial. Si el ejemplo de los compañeros ecuatorianos provocó esto, genial. Y si la victoria de hoy es ejemplo para un mañana, se seguirá luchando.
Alberto Rebolledo López, 18 de octubre de 2019, Santiago
Sigue a «Yo también estuve» en
Instagram: https://www.instagram.com/yotambienestuve/
Facebook: https://www.facebook.com/yotambienestuvechile/
Spotify: https://open.spotify.com/show/60t1ReAxPqG68j2YARQnSA?si=O1ddhntbT8y208kJJLYmsQ&utm_source=whatsapp
Perfil del autor/a: