Nada de eso importa ya y por lo mismo es que me atrevo a contar esto. Cuando entramos en la pubertad, yo tripliqué mi tamaño y supe entonces lo que es el pánico. Me invadió el temor de que empezaran a denostar a Leticia con apodos peyorativos en el afán de herirla y tal vez precipitar en ella una mala decisión. Pero no fue así, la gente del pueblo nunca expresó incomodidad o disgusto conmigo. Podría asegurar ahora que tomó la idea de ese cantante español que es un hijo de Julio Iglesias y de quien me niego a decir su nombre por ser él mismo un representante de la más cobarde vanidad y un pésimo referente para la masa distraída que lo celebra, incluida Leticia quien es, si se me permite la indiscreción, una mujercita bastante influenciable.
Durante buena cantidad de tiempo creí sinceramente que mi ubicación en su rostro era un privilegio. La cercanía con los ojos me permitía conocer el mundo desde la altura. Yo me enteraba de las cosas porque las veía. Por eso presentí lo que Leticia estaba considerando hacer. Traté de convencerme de que algo así no podía pasarme. Negarlo fue
mi primera reacción. Repetí mil veces: le doy personalidad a su cara. Sin embargo, llegué aconocer mi destino un día, tras un comentario casual a su mejor amiga, quien validó ladecisión después de ojearme y doblar las comisuras de los labios en una mueca que bien podría calificar como asco.
Desde la inercia que me mantiene flotando en el rincón aséptico de un laboratorio tan blanco que duele, pienso en las últimas miradas que recibí de Leticia a través del espejo y me siento profundamente herido y avergonzado. Tengo, dentro de mí, la pena de quien comprende que lo peor ha pasado y, aun así, nada mejor viene en camino. Reconozco, por fin, que mi seguridad nunca fue otra cosa más que pura y vulgar ingenuidad.
Quiero por todo esto expresar, y que oiga quien oiga en esta soledad tan rotunda como hermética, que fue la profesional que año tras año dijo de mí que no soy peligroso y que no represento para la salud de la piel ningún tipo de amenaza, la misma persona que cortó mi raíz, separándome del cuerpo con quien fuimos un todo. Que se sepa también que en la extensión de mi vida estuve ubicado en la mejilla
Corina Mayer Sanger (Bahia Blanca 1989) escritora y guionista argentina radicada en Santiago de Chile desde hace casi una década.