París, 5 de noviembre 2024
Muy buenas tardes y muchísimas gracias por acompañarme en este día que aún no termina y que, sin embargo, ya es inolvidable.
No es fácil decir unas palabras que condensen mi alegría y que, a la vez, sean capaces de nombrar el dolor. Así que empezaré por la alegría.
La escritura, con su aura misteriosa, tantas veces blindada por el mito del genio o la inspiración, tiende a borrar no solo el trabajo con las palabras –con su ritmo, su textura, su frente y su revés–, sino también –de manera injusta y caprichosa–, a quienes hacen posible el hecho extraordinario de que un borrador llegue a manos lectoras. Hablo de las trabajadoras y trabajadores que permiten que un libro exista, desde quienes diagraman, imprimen y distribuyen, hasta las libreras y libreros que destacan un título en sus estanterías, y los encargados de prensa y críticos que lo hacen visible. A ellos, y, sobre todo, al equipo de Ediciones Laffont, gracias por publicar Limpia. A mi editora, Claire Do Serro, mi gratitud por la confianza, cariño y entusiasmo puesto en cada detalle de la publicación. A Laurence Laluyaux por hacer que mi trabajo cruce fronteras y encuentre nuevas miradas. A mi familia sanguínea y extendida, por su amor y sus cuidados. Y muy especialmente quiero agradecer a Anne Plantagenet, por traducir no solo las palabras sino los silencios de esta novela que llega hoy al francés gracias a su impecable labor.
Mi alegría también va de la mano de la historia de este galardón: el Prix Femina, con su origen feminista, buscó hacer de la literatura un terreno más igualitario, y es un honor especialmente dulce recibir el Femina Etranger con un libro en cuyo corazón late no solo la pregunta por la desigualdad, sino por la voz y los silencios. ¿Quién tiene la propiedad de las palabras? ¿Quién tiene el derecho a decirlas? ¿Qué es una voz? Porque una voz no se ve, una voz no se toca. “Es algo que queda suspendido en el aire, desprendido de la solidez de las cosas”, dice Ítalo Calvino. En las antípodas de lo palpable, ahí está el soplo de la voz. Gracias a las integrantes del jurado por escuchar esa voz y propagarla, y por además regalarme el inmenso privilegio de ser la primera latinoamericana en obtener el Prix Femina Etranger. Conmigo viaja una tradición literaria de enormes escritoras que con sus letras y tesón abrieron camino para nosotras, desde Gabriela Mistral a Blanca Varela, desde Josefina Vicens a Norah Lange, desde Diamela Eltit a Marta Brunet, y que hoy habitan mi escritura, que es todo menos solitaria.
Pero decía al comienzo que mi alegría está opacada por el dolor. Limpia es una novela en cuyo centro está la pregunta por la voz, pero el silencio y el silenciamiento la constituyen con igual fuerza. Y es precisamente ese dilema, si hablar o callar, el que me rondó mientras escribía este discurso. Porque mientras hoy celebro aquí, en París, allá, en la tierra de mis antepasados, de donde viene mi nombre, Alia, que es también el nombre de mi madre y de mi abuela, sigue ocurriendo, hora tras hora, día tras día, mes tras mes, un genocidio. Y uso esa palabra que genera escozor, porque tengo plena consciencia del poder del lenguaje. Sé que decir es apuntar. Decir es enfocar. Decir es interpelar. Es incomodar y subvertir. Y no decir, ante la tragedia de este tiempo, nuestro tiempo, es tan estruendoso y tan mortal como los bombardeos a Palestina. Por eso mi alegría es también amarga, por eso no puedo solo brindar.
Gracias por este premio que reconoce un trabajo que emprendo con feliz perplejidad. Gracias por permitirme nombrar lo que ocurre ante nuestros ojos y renovar así la pregunta por el papel de la literatura de cara al horror. Gracias también por sostener en el tiempo este premio que vuelve a apuntar a una desigualdad que, lamentablemente, aún no termina. Y gracias por este día que ya se vuelve feliz recuerdo. Salud.
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