En un pequeño poblado rural cruzando la cordillera donde no parece pasar nada, se sitúa la más reciente novela de la escritora chileno-argentina Masivo Suárez. Pero en A esta misma hora, publicada por Kindberg, pasan muchas cosas, incluyendo el delito de la pedofilia. “El monstruo, o la idea que tenemos de lo monstruoso, es algo identificable, visible, que se diferencia del resto, y el tema de la pedofilia es precisamente que no tenemos formas de identificar al pederasta”, señala la autora.
Inquietante novela. Obra de denuncia. Realismo puro. Estas son solo algunas de las frases que han descrito en entrevistas, reseñas y críticas al libro A esta misma hora, segunda novela de la escritora Masivo Suárez, publicada bajo el sello de Kingberg este 2024.
Concuerdo con todas ellas. La novela es inquietante. Si bien luego de una primera estocada de violencia de género que anuncia lo que va a seguir, A esta misma hora comienza tranquila, como el mismo lugar donde se desarrolla la historia. De denuncia, también, aunque menos explícitamente. Quizás el solo hecho de abordar un tema remecedor como la pedofilia la inscribe en estos términos. Realista, lamentablemente sí; este tipo de violencia sigue pasando.
En A esta misma hora, una joven chilena -Ana- viaja a Argentina, a un pequeño pueblo a reunirse con una prima luego de la muerte por suicidio de Blanca, su hermana mayor. Llena de inquietudes -y por supuesto atravesando un duelo-, Ana desembarca en una humilde casa donde Rosa vive con su hija Belén, una tierna niña, y el inquilino de la casa interior del terreno, que pulula sin una pierna cultivando una huerta. Allí conoce a Miguel, un amigo de Rosa. El encantador personaje es trabajador de un político truculento, pero también mucho más.
La impunidad, la pedofilia y los secretos familiares son parte de la historia que pasa raudamente. Si bien 248 páginas pueden parecer muchas, la novela pasa volando, atrapando la atención de quienes la lean. Uno de los objetivos que Maivo Suárez se planteó al optar por una novela con suspenso.
Luego de concluir A esta misma hora, dan ganas de revisar la obra previa de la autora. También, de sentarse a conversar un poco más sobre sus visiones sobre la práctica de la escritura. Algo de esto compartimos vía mail para esta entrevista.
***
-Puede sonar cliché pero acá aplica el refrán de «pueblo chico, infierno grande». En A esta misma hora nos adentramos en la provincia, en un pueblito. ¿Cómo describirías tu aproximación a este tipo de territorio?
Mi aproximación a nivel de experiencia física se dio cuando viví en un pueblo en la Patagonia argentina. Fueron apenas dos años, y pese a que era una niña, siempre tuve mucha conciencia de estar en un lugar muy delimitado: con mis amigos chilenos, un grupete de la misma edad, recorríamos el pueblo a la hora de la siesta, sabíamos dónde comenzaba y dónde terminaba. Luego, la vivencia en el conurbano bonaerense o viviendo estas últimas décadas en Santiago. Es muy diferente, se pierden un poco esas fronteras. Pero a nivel de lecturas, creo que mi aproximación literaria es mayor. Pienso por ejemplo en General Villegas, ese pueblo del interior argentino que tan bien retrata Puig en Boquitas Pintadas; Shunko, un clásico argentino que leí en la enseñanza básica, y que narra la infancia en un caserío en Santiago del Estero; o las crónicas, cuentos y novelas de Selva Almada que se mete en el corazón de la provincia argentina. En estos momentos estoy leyendo La nueva provincia, de Andrés Gallardo, así que sigo aproximándome a esa vivencia de pueblo chico.
-¿Cómo marca tu imaginario literario este tránsito entre Chile y Argentina? Lo vemos quizás en el contrapunto constante que hace Ana, la protagonista, entre ambas formas de vida.
Cuando a los diez años me fui con mis padres a vivir a Argentina, año 1974, recuerdo muy bien la sensación infantil de que me iba a otro planeta. Los nuevos tiempos de mayor y mejor conexión tanto físicamente y de forma virtual han achicado esas distancias, pero como sociedad seguimos teniendo diferencias históricas, culturales, políticas y es ese contrapunto el que me sigue pareciendo interesante desde lo literario y por ello jugué un poco con eso. Toda mi formación durante la infancia y juventud, aquellos años que te modelan con más fuerza, es argentina, así que estoy feliz de haber, intentado al menos, reunir mis dos mundos en una novela.
-¿Te parece bien la clasificación de tu novela en el género policial?, ¿cómo describirías tu aproximación a este género?
Soy lectora de novela negra, que es un concepto más amplio, que la clásica novela policial, y admiro a las y los escritores del género. Me gusta mucho la novela con una trama, con suspenso, que requiera de un lector atento, y traté de acercarme a esos elementos con esta segunda novela. El tema del género se lo dejo a los lectores. Pero no me gustaría encasillarme en eso de “escritora de novela negra” porque vivo la escritura como un proceso de aprendizaje constante y me gustaría apostar por otros géneros en el futuro.
-La pedofilia es uno de los móviles de la trama. ¿Qué elementos consideraste como claves para aproximarte a este tema?
Para mí el elemento clave estaba en construir personajes complejos y alejarme de la idea del pedófilo como “monstruo”, porque como lo he dicho en varias otras entrevistas, el monstruo, o la idea que tenemos de lo monstruoso, es algo identificable, visible, que se diferencia del resto, y el tema de la pedofilia es precisamente que no tenemos formas de identificar al pederasta.
-Una de las facetas -quizás la opuesta- de un crimen como este es la justicia. Acá no la integras en el relato pero sí en la especulación de una de las personajes sobre las dificultades de acudir a ella. ¿Cuál es tu visión sobre este ámbito en relación al tema de la novela?
En la novela queda claro lo difícil que es acceder a la justicia porque el tema es tan complejo que muchas veces ni siquiera se llega a la denuncia.
Por eso, más que pensar en la Justicia con mayúsculas, me centré en representar las complejidades que están previas o conviven en paralelo con la intención de denunciar, partiendo por el “creer” el relato de la persona abusada, desengañarte del abusador —que la mayoría de las veces es alguien cercano física y afectivamente—, y también el aprender a convivir con ese oleaje de “culpa” que en la novela toca a varios de los personajes.
-También encontramos el duelo. ¿Qué definiciones tomaste para escribirlo en el personaje de Ana?
Pensé el duelo como una búsqueda. Personalmente no he vivido duelos importantes —un duelo muy muy cercano, me refiero—, pero sí he acompañado y conocido a personas transitando el dolor de la pérdida, y he leído muy buenos libros que narran el duelo.
Es un momento dónde como seres humanos nos enfrentamos a la fragilidad de la existencia y eso te hace buscar no solo consuelo sino, principalmente, buscar respuestas.
Ana quiere entender la muerte, quiere entender las razones que llevaron a su hermana Blanca al suicidio, y es esa búsqueda la que la instala como un personaje que está atenta a lo que pasa a su alrededor, a ratos muy preguntona y a ratos muy crítica de lo que ve, o de “lo que cree que ve”. Es esa búsqueda también la que motiva su viaje a Argentina y da inicio formal a la historia.
-El cuerpo de las mujeres es también un tópico, primero como objeto de deseo por la pedofilia; como objeto de cuestión por la corporalidad de Rosa. ¿Lo elegiste o «naturalmente» estamos frente a esta idea del cuerpo como campo de disputa?
Se me hace imposible escribir o retratar personajes sin que aparezca lo corporal, pero no como esa descripción a veces simplona y repetitiva de algunos textos: “era alta, pelo azabache, ojos marrones”, sino la descripción corporal que es a la vez parte de la historia e identidad del personaje, y que muchas veces lo conflictúa. Quizás porque desde lo personal he vivido ese conflicto permanente de aceptarte, la sociedad tiene muchos mandatos de cómo debiera ser un cuerpo ideal, sobre todo con las mujeres, y es muy difícil escapar de eso. Creo que las nuevas generaciones se están liberando un poco y me alegra que así sea, pero la gordofobia sigue siendo un tema, y como tema me interesó abordarlo desde los personajes, sin pretender encontrar respuestas, sino mostrar un poco esa presión social que persigue a Rosa durante todo el relato.
-¿Cómo dialoga esta novela con tu trayectoria literaria?, ¿en qué momento se inscribe?
Suena grandilocuente eso de trayectoria literaria, prefiero pensar mi escritura como un proceso de constante aprendizaje y de búsqueda. Sin duda es una novela más ambiciosa que mi primera novela Sara, porque a medida que lees a otros una sigue aprendiendo y asumiendo nuevos desafíos. Estoy contenta con la recepción que ha tenido tanto de los lectores y de la crítica más especializada. Por supuesto, me gustaría llegar a más lectores, que los libros tuvieran mayor circulación, pero como mucho de esos elementos no dependen exclusivamente de mí, prefiero abocarme a lo que puedo manejar, y eso es “mi escritura”. A esta misma hora es mi segunda novela, lo importante es que siga encontrando a sus lectores, yo por mi parte ya estoy ideando una nueva historia, y espero dedicar los próximos dos años a una tercera novela.
-Das talleres. ¿Cómo esta labor repercute en tu trabajo de creación?
El dar talleres me permite estar en contacto con otros y otras con quienes compartimos sueños, frustraciones, desafíos, y siempre es crecimiento porque en ese cruce de aprendizaje mutuo se conversa de escritura y de lectura, lo que es muy enriquecedor para el proceso de creación.
Espero en marzo retomar el taller grupal, así que estén atentos a mis redes o a mi página web www.maivosuarez.cl
Perfil del autor/a: