Siempre hay una banda o cantante que se transforma en una constante en nuestras vidas, que nos acompaña en los momentos felices y los tristes, y cuyos espectáculos en vivo se convierten en hitos que marcan la temporalidad de nuestras vidas. Para Jerónimo, esa banda ha sido Iron Maiden, una que fue a ver por primera vez con sus amigos en 2004, a los 16 años, y que esta semana podrá volver a ver por octava y novena vez. ¿Cómo es crecer –salir del colegio, pasar por la universidad, perder a un padre, casarse– con la misma banda sonora?
Martes 13 de enero de 2004. Al despuntar el alba partió el recorrido del Kia Besta Ultra verde, el furgón en el que mi papá fue recogiendo uno a uno a los viajeros que se dirigían, en su mayoría, a ver a por primera vez a esa banda británica de fines de los 70, la misma que el año 93 fue boicoteada por el Cardenal Medina y no pudo debutar en el país. Un caluroso día de verano donde el plan sonaba simple: llegar a Santiago al concierto y volvernos directamente a Chillán una vez terminado. Era, en cambio, una epopeya, que valoro más cada día que pasa porque reconozco el tremendo esfuerzo y apañe que supuso por parte de mis papás, que nos llevaron, esperaron y trajeron.
Ese concierto de Iron Maiden en la pista atlética del Estadio Nacional, hace ya 20 años, fue mi primer concierto. Tenía 16 años recién cumplidos y lo compartí con amigos queridos con los que por esos días de colegio teníamos una banda de heavy metal inspirada en gran parte por la doncella de hierro: Mauro, Jaime, Toño y Mario. Recuerdo el momento en que pasamos un primer acceso, ya palpitando lo que se venía con la gente apurando el paso, y un segundo acceso que de sorpresa me dejó frente al imponente escenario preparado para el show. Los acordes de “Doctor, Doctor” de UFO comenzaron a sonar, como de costumbre, la señal de que ya partía lo tan esperado por todos: nuestro primer concierto de Iron Maiden.
Estábamos rodeados de cerca de 25 mil fanáticos. Aunque a simple vista podían verse amenazantes, con sus cabelleras negras y su riguroso negro, ya desde aquel entonces me harían sentir algo que es difícil de explicar: la hermandad del heavy metal y sobretodo de Iron Maiden en Chile. Fue realmente una experiencia increíble. Recuerdo el regreso a Chillan, apenas terminado el show: estábamos todos agotados en el furgón, pero sin poder pegar un ojo. Tampoco pude dormir después, cuando llegué a acostarme a mi pieza. No podía creer que tan solo 6 horas antes había presenciado un espectáculo que sólo había soñado poder vivir durante los cerca de 5 años que llevaba siendo fanático de la banda.
Pasaron 4 años. Iron Maiden lanzó disco nuevo el 2006, pero no vino de gira a Chile. Yo ya estaba en la universidad cuando se anunció un tour especial, repasando los mejores temas de los primeros 10 años de la banda. La pista atlética volvió a ser el punto de encuentro donde saltamos y coreamos la batería de clásicos junto a Mauro, Jaime y también ahora Seba. Dado el tremendo éxito de la gira, se anunció una nueva venida del mismo tour al año siguiente, esta vez en el Club Hípico. El volumen de fanáticos cada vez necesitaba mayor aforo. Fuimos, se calcula, cerca de 50 mil personas. Ese show, donde el setlist fue prácticamente el mismo, tuvo un sabor especial, que puedo tratar de condensar con la pirotecnia y los fuegos artificiales que iluminaron el cielo durante el pasaje instrumental de la imponente «The Rime of the Ancient Mariner», en lo que fue simplemente una celebración de vida.
Iron Maiden se volvió, ya desde ahí, un miembro más de la familia chilena: confirmó una relación cercana con un público tan fiel que lo llevó a tener al país como parada fija en sus tours y a ser un punto alto de sus recorridos por el mundo. Había cada vez mayor demanda por verlos, a pesar de la alta frecuencia de visitas. Se sintió como algo inevitable cuando la banda hizo su primer Estadio Nacional el año 2011, en el marco de la gira de su disco The Final Frontier, show que se grabaría además para un DVD llamado “En Vivo”. Lamentablemente y por circunstancias de la vida –estudios, posibilidades económicas– fue el primer y único show de la banda que me he perdido, algo que lamento hasta al día de hoy. Para mí llega a ser una anécdota de mi “mala suerte”: si desde 2004 a la fecha la banda se ha presentado 10 veces en Chile, yo he ido a nueve. La única vez en que no fui grabaron un DVD en vivo.
Pero Chile seguía demostrando ese enorme amor por la banda. Dos años después del show al que no fui, se volvió a agendar una presentación en el Nacional, que esta vez no me iba a perder, ni tampoco ninguna de las siguientes, que desde entonces serían siempre en el recinto de Ñuñoa. El Nacional pasó a ser la casa de Iron Maiden. Era octubre de 2013 y la gira revivía el tremendo “Maiden England” del 88. Escuché temas que jamás pensé que tendría la suerte de disfrutar en vivo, como «Phantom of the Opera» o la magnífica «Seventh Son of a Seventh Son». Fue mi primer Nacional y estaban ahí conmigo, una vez más, Mauro, Seba y Jaime, y se nos sumaba también el primo de Seba, Cale.
En 2016, cuando vinieron con la gira de promoción de su disco The Book of Souls, había una complicidad con la banda, una relación especial que se consagraba con esta visita. Los venía escuchando por más de 15 años. Sin darme cuenta, eran ya parte importante de mi historia. Cada viaje para verlos, desde Chillán o Concepción, se sentía como un hito donde la fibra del tiempo parecía alterarse, indicando lo especial de cada segundo vivido en cada experiencia. Esa vez, lo especial era que yo ya había terminado la universidad y había empezado mi vida laboral. Fue el primer concierto totalmente financiado por mi, ya sin tener que depender del esfuerzo de mis papás y su comprensión de lo que la banda significaba para mí, que me habían permitido poder viajar y comprar mi entrada todas las veces anteriores.
Y lo mismo en 2019, en otra gira especial celebrando el «Legado de la Bestia». El show tuvo tanta demanda que por primera vez hizo que se agregara una segunda fecha, un día antes de la presentación en el Nacional, en el Movistar Arena. Era una especie de espejismo: parecía mentira que la banda, ya acostumbrada a tocar frente a 60 mil personas en el Estadio, fuera a presentarse de manera más “íntima” ante no más de 20 mil personas. No lo dudamos ni un solo segundo. Con Mauro, Jaime, Seba y Cale estuvimos también en el show en Parque O’Higgins, en el que pudimos disfrutar de manera muy especial el estar realmente muy cerca del escenario, viendo cada detalle, cada expresión en los rostros de los miembros de la banda.
No sabíamos, en ese momento, que esas dos fechas en octubre del 2019, tres días antes del estallido social, serían también las últimas antes de la pandemia que empezó en 2020. Con la banda ya promediando más de 60 años, nos comenzaron a surgir serias dudas de si, dada la alta demanda física de las giras, habíamos visto tal vez por última vez a Iron Maiden en vivo.
Pero la pandemia pasó y las ganas de Iron Maiden de seguir haciendo música y girando por el mundo no se extinguieron. Así, en septiembre de 2021 sacaron su más reciente trabajo de estudio, Senjutsu, que promocionaron en un tour menos ambicioso y menos extenso que lo que nos tenían acostumbrados, sin pasar por Sudamérica.
Tuvimos que esperar hasta el anuncio de su nueva gira el año 2023 para confirmar la esperada noticia: Iron Maiden volvía a Chile, a su Estadio Nacional, en Noviembre de 2024.
Fueron 5 años desde el último show, donde no solo hubo un estallido y una pandemia sino también un rotundo cambio en mi propia vida: poco después de ese último show en 2019, le pedí matrimonio a la Javi, con quien llevábamos juntos siete años, y apenas un par de meses después murió mi papá. Tuve un ascenso en mi trabajo en agosto del 2021 y nos casamos con la Javi en septiembre del mismo año. Fueron muchos cambios, algunos que llenaron de alegría mi vida y otros que siguen doliendo hasta hoy, todos musicalizados sin excepción por Iron Maiden, ya mis compañeros de ruta.
En ese tiempo, también, después de muchas veces de haberlo soñado con los mismos Seba y Cale con los que peregrinamos a cada concierto que pudimos, nos atrevimos a armar en Concepción una banda tributo a Iron Maiden, Moonchild, con la que hemos cumplido muchos sueños en el ámbito artístico en nuestras ya más de 30 presentaciones en vivo. A una de ellas, incluso, alcanzó a ir mi padre, que fue con su camisa y su bufanda a grabarme mientras cantaba metal.
La Javi, apañadora como hay pocas, también me ha bancado con Moonchild, yendo a ver los shows de este estilo musical que en principio le interesaba bien poco: lo hacía por amor a mí. De a poco, vestida con poleras de Iron Maiden sacadas de mis cajones y su mejor look de metalera, tal vez por repetición u osmosis, le fue encontrando el gustito a esta música que lentamente pasó de sonar como “tarros” a melodías y armonías a tres guitarras. Cuando nos casamos, entramos a la fiesta del matrimonio al son de «Transylvania».
Hoy que es 27 de noviembre de 2024 me encuentro una vez más en ese día especial, ese día suspendido en el tiempo, camino a reencontrarme con mis viejos queridos, en un bus que nos dejará a la Javi y a mí en Santiago. Iremos, esta tarde, ambos al Estadio Nacional. Es mi octavo concierto de Iron Maiden y el primero de ella. Eso es lo que hace este día aún más especial.
Me emociona pensar en que ella experimente hoy lo que yo experimenté hace ya 20 años: esa marea de poleras negras y chascas largas que de intimidarte pasan rápidamente a mostrarte que somos una familia, que más allá de lo que cada uno haya vivido –alegrías y tristezas– Iron Maiden es nuestra constante, nuestra intersección. La banda es la que nos acompaña en cada momento importante y que nos hace reconocernos en la calle y mirarnos con una sonrisa cómplice cada vez que vemos a uno de los nuestros con un Eddie estampado en el pecho.
Me emociona pensar en el momento que suene “Doctor, Doctor”, señal que todos reconoceremos como el inicio inminente de esas dos horas de comunión con la banda, como solo el público chileno sabe vivirlo.
Me emociona pensar en el galope del bajo de Steve Harris en los acordes iniciales de “Caught Somewhere in Time”, otro de los temas que jamás pensé que escucharía en vivo, o la introducción a la mítica “Alexander the Great”, tocada por primera vez en la historia de la banda en vivo en esta gira y que sin duda será uno de los puntos altos de la noche.
Me emociona que llegue el momento de disfrutar una vez más “Fear of the Dark”, cuando sean 60 mil voces las que corean la armonía de la guitarra, con las luces del recinto apagadas y las de los celulares de todos cual antorchas. Es algo que ella ha vivido, pero sólo con un público de 50 personas, en los shows en los que me ha ido a ver cantar. Ese momento es de sus favoritos.
Me emociona ese abrazo que nos daremos cuando prendan las luces y suene “Always look on the bright side of life” de Life of Brian, que nos va a indicar que fuimos partícipes de otra velada inolvidable, de esas que, de poder ser parte, hacen que la vida valga la pena. Y no, a la Javi no la llevo a sufrir el ahogo de las masas a cancha: veremos el show desde tribuna. Eso también será una novedad para mí, así como el hecho de no verlo con mis amigos, Mauro, Seba, y el Cale, quienes estarán la primera noche en ese mar de gente al cual yo sí me sumaré, por supuesto, al día siguiente.
Iremos también, como no podía ser de otra forma, a la que será su primera segunda fecha en el Nacional, un hito que tenía llegar debido a la altísima demanda que existe entre un público extremadamente fiel, cada vez más numeroso, que ya se siente como una familia de la cual Mauro, Seba, Cale, la Javi y yo también formamos parte.
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