Texto leído en la presentación en FILSA
Gracias a todos por cruzar Santiago un domingo al mediodía, saltarse el horario de misa, y reunirse para escuchar un cuento. Tan simple como eso. Nos emociona ver la casa así de llena. Caras conocidas y desconocidas, adultos, niños. Es este, creemos, un libro para la familia. A pesar que hoy la literatura infanto-juvenil nos invita a los editores a categorizar los títulos por edad, para nichos lo más específico posibles, y a completar datos y metadatos de manera que los lectores puedan encontrar con mayor facilidad los libros. Aún así una historia como la que les vamos a presentar se resiste a cualquier formulismo. El leve peso de la ternura: La extraordinaria e increíble historia de la pulga Micaela es un mito con vocación universal. En ese sentido, no es distinto, por ejemplo, al Gran Pez de Tim Burton. O a El viejo y el mar. Ni a otros cuentos clásicos. En vida, fue un relato oral que Alfonso Alcalde contaba a quien lo quisiese escuchar. Iba de una pulga amaestrada de circo, de un tesoro en el fondo del mar, de unos vecinos que se llamaban por su nombre (Josué, Jeremías, doña Estubigia, Jonás) y una botillería llamada La Borrachería que ahora que la leí así, ya no la puedo desllamar (así que RAE, por favor, incorporar). Y dos o tres cuestiones esenciales más: la codicia, la pobreza, la soledad. Las vueltas de la vida, la abnegación, la amistad.
Ahora la historia, por fortuna, ya no es solo oral. Se recuperó el manuscrito, se mandó a ilustrar, es conseguible a un precio relativamente popular. Hay un personaje que fabrica veleros y logra introducirlos adentro de botellas (¿cómo lo hará?). Misterio. Y un lenguaje, exquisito, de un escritor chileno, entretenidísimo, que siempre nos logra entusiasmar, a pesar de lo precario del arte de sus personajes, que en medio de la pobreza, nunca ponen en riesgo su dignidad. Alcalde logra encajar la complejidad del cosmos al interior de un cajón de sastre, te hace ver el mundo como si lo estuvieras mirando desde un cosmorama.
¿Cómo lo hará? Conviene recapitular.
Alfonso Alcalde fue un hombre del siglo XX. Quizá esto no signifique demasiado, hoy, a fines del 2024, en esta sensación de mareo permanente en la que navegamos, lo mismo que un barco ebrio, en medio de aguas revueltas, como si viviéramos cada día en la desembocadura de una nueva cuestión, en la resaca de alguna vieja idea. La imagen del océano no es una metáfora gratuita. Está en la galaxia alfonsina. El autor nació frente al Estrecho de Magallanes en 1921 y falleció en Coliumo en 1992. Sus restos descansan en el cementerio de Tomé. Leyendo entrelíneas, de repente pienso que su vida, su obra, su locura medio clarividente, sus historias que parecen fantasías pero iluminan, servirían de eslabón para encadenar algunas cosas sueltas que nunca terminan de encajar. Por ejemplo, en su obra de teatro La consagración de la pobreza (dramaturgia de Andrés Pérez), cuando los actores encendían el horno, se prendía la ducha. Todo era un poco chasquilla. Un poco de mentira. Una mentira que dolía, al mostrarnos lo doloroso de la verdad. En el caso de El leve peso de la ternura nuevamente arremete: una calle tan estrecha que solo se puede caminar de lado. Una pulga entrenada de circo que realiza sus peripecias sobre una caja de fósforos. La pulga se llama Micaela y acompaña a su amaestrador hasta las últimas páginas, escuchando a Chopin. “Un gesto rehace todo: cuando la casa se incendia/ su vida sigue entera”, decía Teillier en el poema Después de todo. Se sabe que en sus últimos días, Alcalde sufrió una pobreza y una soledad cruda. Creo que este texto metaboliza esa experiencia y lo transmuta. Pura alquimia. Alcalde fue, literal y literariamente, un hombre que hizo carne el slogan (tan críptico, tan zen) de la Limón Soda: “haz todo, haz nada”. Editor, cronista, dramaturgo, traductor, redactor periodístico, cuentista, novelista, biógrafo, poeta. Registro total. En cada uno de estas facetas, facetó un fractal. Una gema. Escritor fantasma de la biografía de Don Francisco (¿Quién soy?). Editor de “Nosotros los chilenos”, una de las series más trascendentes de la historia editorial chilena, lo que le permitió conocer Chile de la cabeza a los pies. Quemó 499 de los 500 ejemplares de su primer libro (prologado por -ni más ni menos- que Pablo Neruda), para luego publicar, en vida, alrededor de una treintena de títulos. Hoy, de manera póstuma, se siguen rescatando, redescubriendo, reeditando, inéditos y antologías, que son joyas puras, perfectas en su rareza: Reportaje al carbón, Comidas y bebidas de Chile, Las aventuras de El Salustio y El Trubico. Según su propia alabanza autobiográfica, incluida a la manera de epílogo en este libro, 8 son sus hijos. Vivió en Santiago, Concepción, Tomé, el exilio, viajó por 25 países de América, Europa y el Medio Oriente. Trabajó contrabandeando caballos desde Santa Cruz de la Sierra en Bolivia a través del Matto Grosso, cuidando animales en un circo de fieras (cebras, elefantes, leones, osos), y fue ayudante de la Mujer de Goma, del Tragafuegos y de los payasos. Personajes como estos, aparecen y desaparecen en varios de sus textos. El circo y los oficios son un tópico obsesivo. Una suerte de cadenza. Trató de ganarse la vida en bares, fue nochero en hoteles y en una mina de estaño en Potosí. A pesar que en la literatura la verdad es secundaria, yo estoy con Cristian Geisse cuando afirma que Alcalde es el único mentiroso que no miente.
El único mentiroso que dice la verdad. Elijo creer.
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