“Bajo el signo mujer. Exposiciones colectivas de artistas chilenas 1973-1991” (Metales Pesados Ediciones) es el nombre del libro publicado luego de tres años de una singular investigación de la historiadora del arte Mariairis Flores Leiva, centrada en la actividad de las artistas; específicamente, las que abordaron el género y el “ser mujeres”. La publicación se presentó en Santiago el 16 de octubre. Este texto de Javiera Manzi es parte de ese lanzamiento.
Lo primero que quisiera decir es que creo que para muchos y muchas de las aquí presentes esta es una cita muy esperada y la verdad es que se siente como un acontecimiento para la historia del arte en Chile, o más ampliamente, para la investigación en torno a los cruces entre arte y política en América Latina. A eso me gustaría agregar que este libro encarna muy bien la tarea de hacer de la escritura y la investigación una más de las vías y las calles que nos toca caminar como feministas.
Partiría entonces por celebrar la voz propia de Mariairis que irrumpe con este libro, que se hace texto, escritura pública, posicionamiento, y que es también y me parece muy importante señalarlo, parte de una entramado intelectual y creativo del que ha sido parte por años. Como ella misma ha hecho presente, este libro es resultado de una experiencia compartida, de extensos periodos de discusión, de investigación colectiva con Catherine Campillay y de edición cómplice con María José Yaksic y Paula Barría. Hay muchas manos en este libro, por lo que quería detenerme un momento a celebrar todos aquellos trabajos no siempre visibles, pero indispensables para sostener cualquier vida y obra.
En segundo lugar, me parece que este es un libro que muestra la centralidad que tienen los documentos y fuentes directas para el estudio del campo cultural. Un profundo trabajo con archivos (en plural) en el marco de una investigación que buscó reconstruir redes, procesos y la recepción crítica de un tema tan poco explorado como las exposiciones artísticas de mujeres en el contexto dictatorial. Ese ejercicio de pesquisa, de saber (y aprender a) buscar, rastrear y seguirle la pista a documentos dispersos que están en archivos institucionales y en fondos personales de artistas como Roser Bru, en lugares como el Museo de la Memoria y también en Youtube. A lo largo del libro se puede apreciar cómo se va tejiendo con mucho cuidado y sutileza todas estas diversas fuentes documentales entre libros, revistas, catálogos, afiches, diarios e incluso programas de televisión. Gran parte del libro trata sobre ir en busca de las huellas, incluso cuando comienzan como un rumor, de insistir en ellas y en caso de no llegar a encontrarlas, de plantear abiertamente los obstáculos para su acceso. Me gusta esa honestidad intelectual en el gesto de compartir estas dificultades, de alguna manera nos invita a acompañar un proceso que no elude las faltas, dudas y errores. Mientras leía valoré mucho todos esos momentos en los distintos capítulos donde la autora nos permite acceder a la intimidad, por lo general clausurada, del oficio de investigar.
Luego y retomando el nombre del libro, me parece sumamente interesante que Mariairis se proponga una pregunta que es todo un campo de disputa en curso: ¿Qué es el signo mujer?, y sobre todo, ¿qué usos y sentidos se la ha imputado en nuestra historia política reciente? Porque una de las cosas que más claramente se presenta en el libro, es que existió una política para dibujar los contornos autorizados de este signo en las artes visuales, tanto desde la oficialidad del régimen como en espacios de resistencia y oposición. Algo que logra muy bien el libro es precisamente analizar discursivamente las estrategias de representación que están en juego y la manera en que se buscó forjar desde la institucionalidad del arte y sobre todo en los primeros años de la dictadura, un discurso oficial sobre el rol de las mujeres en la historia que fuese funcional a la restauración conservadora.
Me parece que es muy importante partir de esa premisa porque incluso puede llevarnos a lugares incómodos para la izquierda y el campo progresista. Por ejemplo, poder hacernos cargo del hecho de que las primeras mujeres en ser directoras del Museo de Bellas Artes fueron designadas en dictadura o que incluso el primer libro que se escribió en Chile sobre el arte de mujeres fuese de Nena Osses, una historiadora del arte abiertamente pinochetista. ¿Qué implicancias trajo esa apertura? ¿Qué nos dice del horizonte de la paridad hoy? ¿Cómo interpela al mismo tiempo la falta de las izquierdas, como al oportunismo de las derechas? Hay una política afirmativa vinculada a este signo mujer que es precisamente lo que se dispone a analizar Mariairis cuando se pregunta sobre qué es lo que se está afirmando y qué es lo que está en juego detrás la selección y la narrativa de cada proyecto curatorial.
Quisiera detenerme en uno de los casos de estudio que más me cautivó. Se trata de la exposición Homenaje a La Mujer que se hizo en la Casa de la Cultura del Ministerio de Educación en enero de 1974. Una osadía absoluta: no había pasado siquiera un año desde el golpe de Estado y el Ministerio de Educación conmemora los 25 años de la promulgación del derecho a voto de las mujeres. Sin pudor, la dictadura celebró el sufragio universal en Chile a meses de haber bombardeado La Moneda y dado fin al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende. No imagino una demostración más clara del uso político del signo mujer como máscara de normalidad democrática en pleno giro autoritario. Este hito nos recuerda justamente al momento en que fue consagrado el derecho al sufragio para las mujeres bajo el gobierno de Gabriel González Videla, días antes de que se promulgara la Ley Maldita que dejó fuera del registro electoral a muchísimas sufragistas del MEMCH, entre ellas a Elena Caffarena y Laura Rodig. ¿Qué nos dice todo esto de los usos del signo mujer en plena restauración autoritaria?
Es interesante también que la exposición del 74 coincide con la Conferencia Mundial del Año de las Mujeres que se realizó en Ciudad de México, donde se consagró oficialmente el 8 de marzo como el Día Internacional de las Mujeres. En esa misma conferencia hubo un llamado a una moción de tres cartas pública, en solidaridad con las mujeres en Chile, en Palestina y en Vietnam. De estas tres, la única que fue aprobada fue la de solidaridad y preocupación por los derechos humanos de las mujeres bajo el contexto dictatorial. El signo mujer en disputa.
En un siguiente capítulo Mariairis se pregunta por el relato y las formas de representación que existen en las exposiciones que se realizan en el exilio, donde no casualmente se encuentra con que existe también ahí un espacio cargado de contradicciones y en algunos casos también, de restauración patriarcal. Particularmente, toma nota sobre cómo entre compañeras y compañeros, se ejerce una división sexual del trabajo bastante connotada y evidente, tanto en la distribución de tareas, como en los discursos curatoriales asociados al “arte de mujeres”. En otros casos se pregunta por la relación entre la propuesta detrás de exposiciones de mujeres y el discurso feminista. ¿Qué está en juego en estos espacios?, ¿qué preguntas están haciendo y cuáles quedan latentes o ausentes? ¿Existe algo así como un arte de mujeres?, ¿hay una especificidad, una política de la diferencia, un arte feminista? Estas son algunas de las preguntas que se está haciendo Mariairis, que empieza a interrogar al periodo y va dando cuenta que es muchísimo más opaco, menos claro y por supuesto, menos binario de lo que podría sostener el sentido común, respecto a lo que sucede dentro y fuera de la oficialidad.
Creo que hay ahí un interrogante que nos sigue interpelando hoy y es también parte de lo que la autora sostiene cuando se pregunta justamente sobre cuáles son hoy las políticas y los porcentajes de inserción de artistas mujeres en las colecciones de los museos en Chile, o cuáles son las políticas de fomento para la creación de mujeres en el Fondart y en programas vigentes donde prevalece un régimen androcéntrico de los espacios de visibilidad y contratación, a pesar de que gran parte de las carreras de artes visuales tengan una matrícula abiertamente feminizada. Por eso me parece que también hay una insistencia fundamental en la idea de la trama, de los contextos, de reponer las condiciones de posibilidad y de producción, las formas de circulación y de obstrucción patriarcal. Más allá de las figuras notables, más que reponer la falta, marcar las ausencias del canon artístico, diría que uno de los principales aportes del libro, es mostrar otra forma de pensar una historia del arte feminista; donde el foco no está en reponer o proponer grandes nombres, sino reconstruir los contextos, modos, medios y estrategias de producción y circulación.
Ahora me gustaría dar algunas puntadas a dos nudos con los que quisiera seguir abriendo la conversación a partir de este libro. Primero, respecto a la producción asociada al activismo artístico feminista de este periodo, que es algo que me parece que no está presente de forma tan clara en el libro. Estoy pensando particularmente en la trayectoria de artistas como Roser Bru o Lotty Rosenfeld, que entre muchas otras cosas fueron también diseñadoras de los más emblemáticos afiches del Movimiento Feminista durante los años ochenta. De hecho, algunos de los afiches más icónicos de los 8 de marzo en dictadura fueron realizados por Lotty Rosenfeld en colaboración con otras fotógrafas como Helen Hughes o Kena Lorenzini; y toda una trama de colaboraciones por lo general anónimas que es también sumamente bella. Lo mismo con Roser Bru, quien no solo hizo afiches para el movimiento feminista, sino que, como bien se señala el libro en una cita muy bella, que junto con hacer afiches, también se dedicó a pintar pancartas y rotular los lienzos. Me parece interesante pensar ese espacio de circulación fuera de lo exhibitivo, donde se expresó una creatividad social que produjo una cultura visual del movimiento feminista.
Una segunda inquietud tiene que ver con pensar otras formas de producción artística que me parece que hicieron falta, sobre todo porque fueron fundamentales en la producción artística de mujeres. Me refiero en especial a las arpilleras, que como sabemos fue una vía sumamente interesante y prolífica al alero de la Vicaría de la Solidaridad y las Agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos. No solo porque constituyó una de las vías desde donde se buscó reconstruir el tejido social y generar espacios de socialización entre mujeres, sino que porque ahí también hubo un espacio de creatividad expandido más allá del campo institucional y profesional de las artes visuales. Creo que ese campo artístico popular de mujeres que se desplegó en arpilleras, y que de hecho tuvo sucesivas exposiciones dentro y fuera de Chile durante la dictadura, es importante de retomarlo al alero de lo que abre este libro.
Para cerrar quisiera volver al momento actual en que se publica este libro y cómo dialoga con un periodo de cambio del ciclo político. Un momento donde el ciclo global de movilizaciones feministas de masas que introdujeron importantes remezones para el campo intelectual y la industria cultural, entre otras cosas, hoy parece experimentar un efecto de repliegue. Y por lo mismo me parece tan importante la propuesta de este libro que interroga el pasado tanto como el presente, al sigo mujer en las derechas, pero también en las izquierdas, donde propone lecturas que me parecen muy atingentes para analizar el escenario de restauración patriarcal que vuelve a imponerse para borronear o disminuir lo realizado estos años. En este punto mis preguntas solo se multiplican: ¿cómo se presenta el signo mujer hoy? ¿Cuáles serán los vectores de su antagonismo por venir? ¿Qué respuestas y que afirmaciones entran en juego? ¿Cómo se desmonta una construcción esencialista de lo femenino? ¿Cómo es reificada en la actualidad?
Lo bueno es que no tenemos que responder todo esto ahora, pero sobre todo, lo realmente bueno es que hoy contamos con este libro que es una valiosa contribución para insistir en todos estos nudos, hilos y hebras sueltas
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