…y llamaba hogar a Guayaquil incluso cuando no vivía allí; y me sentía en todos los lugares, desde la ciudad de Guayaquil hasta la capital de México, el custodio de un deseo nómada,
y tenía que encontrar el lenguaje visual para todo lo que eso significaba para mí y para los futuros lectores.
Los terribles blues de Guayaquil es un libro de pequeño formato constituido por un relato y quince cuentos breves,escrito en homenaje a Kazbek –ese otro libro de pequeño formato de Leonardo Valencia–. En una suerte de ejercicio piermenarquiano, Said Valdimir Ramírez explora la estructura de Kazbek y traza una relación de intertextualidad escritural. Ambos son libros de pequeño formato, ambos son libros que abordan la relación entre texto e imagen, en ambos existe un personaje que invita a un proyecto de edición –Peer y Kraal–, en ambos el protagonista tiene una relación amorosa distante con la amada. Sin embargo, mientras Kazbek tiene como temática de fondo el desarraigo, en Los terribles blues de Guayaquil la temática de fondo es el extrañamiento. Kazbek escribe los textos para los grabados de Mussfeldt, nuestro narrador-protagonista toma fotografías para que Kraal –un escritor checo que vive en Ecuador– escriba los textos. Como si estuviéramos viendo a través de un negativo, vemos una historia en reverso. El protagonista nos sorprende con su decisión de usar la cianotipia, una técnica muy nostálgica que emplea no la luz, sino su reverso como medio expresivo: oscuridad y matices del azul, insinuaciones que se cuelan y trazan contornos de figuras que sugieren, que abren polisemias.
La historia se centra en la exploración visual de la ciudad a través de la fotografía, se describen momentos cotidianos, paisajes y la influencia del río Guayas. El texto aborda, además, la situación conflictiva de la “Guayakill”: ataques del narcotráfico y disturbios en las cárceles. La estancia en la ciudad produce desasosiego en el protagonista, quien tiene una relación paradójica con Guayaquil. La encuentra monstruosa, viviendo en ella se siente un desconocido y, al mismo tiempo, se le presenta como una opción para darle un giro a su vida. No hay una visión romántica de la ciudad ni de sus espacios. El contexto incomoda, la vida es difícil y displacentera: “Nadie ha podido gobernar esta ciudad. Es un animal de protuberancias que se fabrica a sí mismo, donde los dioses no adormecen a los hombres y no enmudecen a los perros”.
A lo largo del relato, el narrador reflexiona sobre su identidad, el desarraigo, la soledad, sus frustraciones y sus pensamientos sobre el arte y la creación. Pero la vuelta de tuerca se produce cuando el protagonista se encuentra con una exposición de las obras de Eduardo Solá Franco –quizá el artista ecuatoriano más cosmopolita e incomprendido de su tiempo–, pues causan un gran impacto en su percepción de la vida. Así, –después de haber pasado por un bloqueo creativo– toma fotografías de sitios emblemáticos como el río Guayas, el Malecón, la Torre Morisca, la Noria y diversas escenas urbanas, y decide revelarlas usando la técnica de la cianotipia.
De tal suerte, el azul forma un tejido sinestésico entre lo visual, lo sonoro y lo emotivo: el azul de la cianotipia, la acuarela azul de Eduardo Solá Franco, el azul de la voz de Bessie Smith y el azul de esos pequeños demonios de la melancolía que invaden al protagonista. Entonces, el texto se convierte en un tránsito entre el viaje, el sueño y una especie de realidad vista por un crisol triste.
La riqueza de Los terribles blues de Guayaquil tanto del relato que le da nombre al libro como de los quince cuentos restantes está en sus intertextualidades y referencias, en causar extrañamiento deliberadamente y en su apuesta por romper con las estructuras clásicas usando una estructura fragmentaria.
Para Viktor Shklovsky, el extrañamiento presenta lo familiar de manera inusual para evitar la automatización de la percepción, rompe con las convenciones y enriquece la experiencia literaria, pues distancia al lector de lo cotidiano y fomenta en él la reflexión y el cuestionamiento, tal como lo hace la propuesta de este relato: “Las fotografías obligarán al lector a buscar un significado no evidente, a encontrar relaciones no explícitas a través de una reflexión”. “A partir de la vieja técnica de cianotipia se representaba el mundo de cosas en imágenes difusas y misteriosas”.
Asimismo, el extrañamiento en este libro puede abordarse desde una especie de poética del nomadismo empleada por el autor, quien mantiene una relación particular con el espacio. La falta de arraigo a un lugar específico genera formas deescritura caracterizadas por espacios textuales abiertos, concebidos desde el movimiento. Pues, como menciona Deleuze: “El nómada puede ser denominado el Desterritorializado por excelencia”. “Para el nómada, la desterritorialización constituye su relación con la tierra”. Podríamos decir que el nómada habita los no-lugares, los cuales él mismo crea y es creado por ellos,
¿dónde habita entonces nuestro autor nómada?, ¿acaso en el lenguaje?, ¿acaso en los territorios creados por su imaginación?, ¿desde dónde escribe Said sobre Guayaquil y sobre Ecuador?
Es precisamente desde la distancia, desde una suerte de alejamiento, de extrañamiento y de tránsito que el narrador-protagonista nos cuenta sobre Guayaquil, tal como nos recuerdan sus personajes: “desde la mirada de dos extranjeros que miran sin filtros hasta descubrir lo que hay bajo la superficie”, desde la mirada azul.
Para Deleuze, el pensamiento mismo puede devenir nómada y el texto puede estructurarse como un sistema-raicilla, de cuya raíz principal –que ha perdido su “extremidad”– brotan muchas raíces secundarias que adquieren gran desarrollo.
La narrativa fragmentaria y del extrañamiento que nos propone el autor en este libro abre posibilidades de escape y resistencia frente a las limitaciones impuestas por las normas sociales, políticas o culturales. Esa resistencia encuentra eco en el caso de artistas ecuatorianos como Humberto Salvador, Pablo Palacio y Eduardo Solá Franco, o más extensivamente en la propia “Generación del 30”, llamada también “Grupo de Guayaquil”, a quienes el autor admira y, sin duda, también rinde homenaje a través de este libro.
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