Un técnico entra a un escenario. Está empujando dos cajas negras, como baúles, con terminaciones metálicas en los costados y ruedas de traslado. El técnico sale de escena y entonces dos caricaturas nos introducen en la mente posthumana de la dramaturga chilena Manuela Infante: son vampiros, o son directamente Vampyr, el corazón y músculo de una de las mejores producciones teatrales del país durante 2024.
Vampyr es la parte que concluye lo que Infante ha denominado trilogía posthumana, una serie de tres piezas teatrales que comenzaron con el monólogo brillantemente encarnado por Marcela Salinas en Estado Vegetal (2017), que continuó con la críptica Cómo convertirse en piedra (2021), y que finalizó con la temporada de Vampyr, que ahora vuelve a presentarse en el Centro Cultural Matucana 100 en el marco del Festival Teatro a Mil 2025 del 17 al 21 de enero.
Aunque componentes de la misma receta, estas tres obras no comparten los argumentos, ni siquiera los mismos personajes o intérpretes –salvo por la actriz Marcela Salinas, que sí actúa en todas y con justa razón: es irremplazable–, sin embargo sí presentan una tesis filosófica que es transversal a todas ellas; la de pensar un teatro no antropocéntrico, contrastando con la concepción moderna de humanidad, que pone al ser humano –en la mayor parte del tiempo solo al hombre– al centro de la comprensión del mundo que nos rodea.
Con ese desafío en mente, aquel de pensar un lenguaje teatral sin límites humanos, Manuela Infante presenta en Vampyr un montaje con un guión maestro. Un diálogo que al comienzo es no humano, pero que sin embargo logra ser comprensible a través de sonidos y espasmos corporales que transforman el lenguaje escénico de los intérpretes, Marcela Salinas y David Gaete, hasta volverlos personajes lúcidos y transparentes, a pesar de que llevan capas de vestuario lóbregas y tenebrosas.
Ambos actores exponen una vulnerabilidad tremenda al navegar por una especie de viaje histórico que cuestiona los parámetros fundantes de los inicios de la modernidad hasta los días frenéticos de nuestro presente neoliberal.
Con una reflexión firme y crítica, el guión de Infante realiza una comparación entre el mito del vampiro europeo y el murciélago hematófago chileno, uno de los pocos animales que se alimenta de la sangre de otros animales vivos; a todas luces, un vampiro. El argumento que introduce la dramaturga es que el murciélago chileno no solo es vampiro por naturaleza, sino que es también una de las especies que menos sobrevive al impacto de las turbinas de aerogeneradores eólicos, produciendo con un ello una contradicción: la energía eólica gestiona la crisis climática, pero a su vez arrasa con la biodiversidad de su entorno.
A través de la insistencia de las palabras –un recurso que se repite también en las dos piezas anteriores de la trilogía– Infante logra rebelarse contra algo que ella misma ha nominado “neo-colonialismo verde”, pero lo hace como nadie lo había hecho hasta hoy: con humor e ironía.
En la mitad de una carcajada, el público inevitablemente se debe plantear una reflexión: ¿acaso me estoy riendo de mí mismo, de mi propio presente? Y es que el gran acierto de Vampyr es que trata sobre el lenguaje contemporáneo, de la denominada “sociedad del cansancio” de Byung Chul-Han y del agotamiento en la cadena interminable de la explotación.
A partir de esta mitología que inventa la morfología y la sonoridad de seres extraños que no son ni demasiado vampiros ni lo suficientemente murciélagos, Infante logra que solamente dos actores, además de una voz en OFF que interviene oportunamente, y una modesta escenografía compuesta solo de tela proyectable en vídeo, trabajen un relato sobre agotamiento y energía, trabajo y descanso.
Más allá de los nominalismos formales que Infante suele utilizar en sus reseñas, dada su cercanía con la filosofía, Vampyr podría situarse en el posthumanismo, en lo decolonial y en el anti neo-colonialismo verde, pero con la simpleza del lenguaje común, abordando la complejidad discursiva con plena consciencia de que el teatro es y debe ser compartido, y por ello, comprendido por un público. Con esto, se aleja de creaciones performáticas difíciles de digerir, transformándose en una pieza significativa y completamente asimilable.
Aunque el comienzo es lento y pareciera dirigirse hacia un estilo teatral críptico y más parecido a la segunda pieza de la trilogía (Cómo convertirse en piedra), rápidamente Vampyr se levanta para volverse sobre sí misma, erguida y descollante, con un final rotundo, tan perfectamente concluyente, que confirma que ver una obra de Manuela Infante es, sin lugar a dudas, ver a la dramaturga más espléndida del teatro chileno contemporáneo.
Ficha artística
Dramaturgia, dirección, universo sonoro: Manuela Infante
Investigación teórica y dramaturgismo: Camila Valladares
Elenco: Marcela Salinas y David Gaete
Diseño integral: Rocío Hernández
Entrenamiento y coreografía: Dian C. Guevara
Sonidista: Victor Muñoz
Asistente de dirección y jefe técnico: Pablo Mois
Diseño gráfico: Paula Aldunate
Realización vestuario: Elizabeth Pérez
Producción: Carmina Infante
Perfil del autor/a: