«Por cuatro esquinitas de nada», libro álbum de Jérôme Ruillier, cuenta una historia simple. Se trata de un cuadradito que juega con sus amigos, los redonditos. Cuando suena el timbre y deben ingresar en la casa grande, cuadradito no puede hacerlo, «no es redondo como la puerta». Cuadradito está muy triste, pues quisiera entrar con los demás. «Entonces, se alarga, se tuerce, se pone cabeza abajo, se dobla. Pero sigue sin poder entrar». Los redonditos debaten. «¿Qué podemos hacer?». La primera sugerencia es que cuadradito se corte las esquinas, que se vuelva redondito. Cuadradito se estremece de temor. Solo entonces los redonditos, tras mucha cavilación, descubren que el problema es la puerta, no cuadradito. Cuatro esquinitas de nada deben desaparecer de la puerta para que todas las figuras habiten la casa grande.
La Oficina de Diversidad de San Francisco de Mostazal implementó una versión de esta historia, adaptada por el actor Esteban Cerda en formato de cuentacuentos para estudiantes de educación básica en los establecimientos públicos de la comuna. La estructura de la función incluía un preámbulo, en el cual el actor preparaba a su audiencia con dinámicas corporales para invitarla a escuchar su relato, luego entablaba una conversación con ella a propósito de sus impresiones sobre el cuento y cerraba con algún juego.
Sin tener conocimiento del concepto de «categorías sospechosas», los niños, niñas y adolescentes mostraron una clara comprensión de las dificultades de cuadradito. No solo identificaron, en la mayoría de los casos, que el problema residía en la construcción de la casa grande, que debía ser modificada para que tanto cuadradito como sus amigos redonditos pudieran ingresar, sino que además señalaron la desventaja estructural de cuadradito entre las demás figuras geométricas.
Ante la pregunta por los elementos que debían cambiar para ayudar a cuadradito, esgrimieron argumentos basados en la empatía, la justicia y la amistad. No distinguieron entre principios morales, valores, leyes, deberes o afectos. Dicho de otro modo: cuando los NNA sugirieron construir una segunda puerta, quebrar el umbral o sacar del todo el marco, cumplieron con el espíritu de la ley antidiscriminación sin saber que lo hacían. Tampoco sabían que las leyes se cumplen por obligación y que ellos lo hicieron por inclinación, escenificando ese uso impropio pero ilustrativo de lo que Schiller llamó «la acción moral bella».
En algunos casos, las audiencias también sugirieron que cuadradito renunciara a sus esquinas. Que tomara unas tijeras y las cortara para atravesar la puerta. Aquí la cuestión pasaba de la estructura que hacía posible las relaciones entre las figuras geométricas a la diferencia específica de cuadradito. Como si cuadradito pudiera hacer algo para volverse redondo o como si tuviera que disculparse por su condición ortogonal, en lugar de considerar que las vías de acceso a la casa grande deberían contemplar a cuadradito y eventualmente a un triangulito o a una figura cuyas líneas fueran a ratos rectas, a ratos curvas.
Estas opiniones aisladas fueron comentadas por el resto. Frente a la idea de cortar sus propias extremidades o de prescindir de ciertos aspectos de su personalidad y conducta, lxs oyentes entendieron prontamente que un cambio de esta naturaleza infligiría dolor en cuadradito. Cuando apareció con más claridad el daño, los aspectos metafóricos del relato que no atravesaron la comprensión de algún oyente fueron completados mediante la identificación individual con el dolor de los demás. Curiosamente esta transición nació de la discusión propia de los NNA, guiada por las preguntas abiertas del actor, sin orientación definida. La creación de este espacio seguro para las preguntas hizo posible la autorregulación del grupo a partir de sus estímulos y conclusiones. Y mostró, para nuestra sorpresa, su profunda autonomía.
En un contexto como el actual, con una ley antidiscriminación deficiente en innumerables sentidos, pero sobre todo en lo que respecta a políticas de promoción y prevención de la discriminación, a la protección de los derechos humanos y al acceso al trabajo (a la casa grande) de comunidades específicas como la trans, la creación de espacios seguros efectivos constituye una tarea apremiante de la sociedad civil. Esta labor debiera, no obstante, arrogársela el Estado. Al presente, debido a las falencias de la ley 20.609, carecemos de una política pública nacional que posibilite una educación social a propósito de la discriminación arbitraria o espacios que modifiquen la manera en que lidiamos con la diversidad. También de organismos del Estado que garanticen por ley la no discriminación arbitraria. La fragilidad de dispositivos tales como las oficinas de diversidad lo corrobora, porque dependen de la voluntad alcaldicia y zozobran con cada cambio de administración.
Una actividad tan simple como el cuentacuentos «Por cuatro esquinitas de nada» muestra la autonomía progresiva en la infancia, principio tan cuestionado por ciertos sectores políticos. Pero trae asimismo a la luz un hecho indesmentible: que la autodeterminación necesita de condiciones para su desarrollo. Que seamos capaces de brindar un espacio apropiado para la reflexión en el crecimiento definirá el modo en que los NNA de hoy se enfrentarán con la ley el día de mañana, a saber: si la cumplirán simplemente para evitar una pena –las 5 UTM mínimas que dictamina la Ley Zamudio, por ejemplo– o si lo harán para construir una comunidad ciudadana solidaria e inclusiva.
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