LaBruce, Bruce. 2024. Contra la cultura: el cine, la moda, el porno y el arte desde la mirada radical del creador del zine queer punk.
Córdoba, Cántico. Trad. y ed, Manuel Mata P.
Bruce LaBruce, cineasta, pornógrafo, escritor, fotógrafo y crítico canadiense, ha desarrollado un múltiple trabajo artístico, cuya principal vertiente consiste en la erotización del cine político y la politización del cine erótico. Lo ha hecho mediante el ensayo de aristas disidentes para fisurar un imaginario (homo)sexual que progresivamente se ha estado afirmando en la homonorma, es decir, en la emulación de la cultura heterosexual con sus estrechos y no tan dilatables imaginarios. Controversial, censurado e idolatrado, LaBruce ha creado por décadas una imagen política de la (homo)sexualidad, haciendo frente a un neoliberalismo multicultural que por décadas insiste en encubrir su puritanismo y violencia sobre los cuerpos. Como sabemos, la tolerancia derivada del reconocimiento será tal en la medida en que el deseo siga los cauces normativos del consumo en los rubros del amor y la identidad.
En 1974, un año antes de ser asesinado, Pier Paolo Pasolini afirmaba lúcidamente en una entrevista: “La única tolerancia tolerable es la que carece de límites: si a la tolerancia se le pone un límite cualquiera resulta fatalmente no ser más que una forma enmascarada de represión, o sea, en substancia, una represión más completa”. LaBruce, apóstol ejemplar del (sodo)mítico Pasolini, aseguró años después: “La homosexualidad solo es glamurosa fuera de un contexto gay, como el gueto, que es todo conformidad. La guetización es solo glamurosa si se impone desde fuera”.
Si bien es conocido principalmente por su prolífica carrera cinematográfica, de cuya rebelde estética maman creativamente las escenas sexo-disidentes locales (Un cumshot sobre Allende en “Ideología”, un cumshot sobre Hitler en Skin Flick), LaBruce ha construido a lo largo de los años un valioso trabajo escritural, compuesto por publicaciones en prensa cercanas a la crítica cultural y la crónica periodística. Recién en el año 2024 la editorial española Cántico realizó una valiosa publicación, señera, que vino a reparar una lamentable deuda con lxs lectorxs de habla hispana. Contra la cultura (Cántico, 2024) recopila un corpus de textos, a la fecha publicados en inglés o dispersos en internet, que despliegan con holgura la escritura del célebre pornógrafo, como también una vida que adquirirá la forma y el tono de un manifiesto.
El título del volumen, como enfatizan los propios editores, es una referencia a Contra el cine (1964) de Guy Debord. Aquella cita, al situacionismo y en general a los imaginarios políticos de las izquierdas de la década de los sesenta son gestos persistentes en el cine de LaBruce. Give Piece of Ass a Chance (2007), Las misándricas (2017) y Purple Army Faction (2018) son algunos de los filmes que componen uno de los segmentos más representativos de la obra de LaBruce, la guerrilla sexual, con sus tácticas terroristas frente a la hetero/homo norma. De este segmento, tal vez la más emblemática sea The Raspberry Reich (2004), estructurada a partir de la ética y la estética de la Rote Armee Fraktion, con citas paródicas a algunos manifiestos revolucionarios de la década del sesenta, entre ellos los textos de Raoul Vaneigem y el cine de Jean-Luc Godard. Tal vez la actriz Susanne Sachsse, la revolucionaria y platinada Gudrun (en Raspberry Reich), como la igualmente platinada y revolucionaria madre superiora (en Las misándricas), sea el acierto cinematográfico más grande de Bruce LaBruce. Él la calificó incluso como un “milagro” interpretativo, como anotaba en sus diarios de rodaje.
A lo largo de los veinticinco textos que componen Contra la cultura, LaBruce realizará una biografía cultural que asume la escritura en prensa como una provocación y también como una gozosa errancia en un campo minado. Su letra es autoconsciente del escozor que genera en una tribuna, como los medios de comunicación, usualmente más proclives a las apologías del libre mercado y las diatribas negacionistas de diversa índole, que a hablar públicamente sobre sexo (o, más bien, a sexualizarlo todo, a lubricar cualquier tema).
Sus inicios como estudiante de la Universidad de York, en Toronto, en los que participó en revistas estudiantiles y elaboró su primer fanzine queercore avizoran lo que será su posición como un intelectual que escribe escabullido en las academias y los medios: “El Sr. Wood y la Sra. Jones fueron mis dos principales mentores, ambos muy políticos, el primero fomentando mi lado más formal y académico, la segunda incitando mis tendencias más volátiles, anárquicas y contestarias” (12). Este fue el inicio de una profusa escritura en prensa, en diferentes medios como Exclaim, Gay Times, Vice, entre otros.
En su crónica “Censurado otra vez” establece, a modo de declaración de principios: “No suelo utilizar mis columnas para hablar de mi trabajo, pero ¿de qué sirve tener una posición de poder si no se abusa de ella de vez en cuando?”. Él mismo reconocerá sus textos como “delirios”, un conjunto heterodoxo de affaires, coqueteos de un voluptuoso intelectual con la cultura. En esta propuesta de escritura, hablar del cine implica elaborar una autobiografía, y viceversa, por su hondo compromiso no tan solo con la creación cinematográfica, sino con la cultura cinéfila en su extensión.
De su infancia en la granja, donde heredó su afinidad por la televisión y su fijación por los hombres mutilados, LaBruce identifica uno de sus momentos iniciáticos como espectador. Cuando era adolescente tenía “tan solo dos canales de televisión donde elegir”. La voracidad del joven cinéfilo será retratada a partir de la conmoción atribuida a la película El rey de Marvin Gardens (1972), protagonizada por Jack Nicholson: “Estaba algo desorientado y completamente hipnotizado por esta escena inicial, que me parecía, como niño impresionable hambriento de cultura, una especie de nuevo y radical estilo de hacer cine”.
Las crónicas de cine orbitarán Hollywood, sus convenciones y celebridades, como Maryl Streep, Julia Roberts y Kevin Spacey. En los primeros dos casos, para perfilar desenfadadamente a las divas a partir de dos películas que tuvo que ver en un avión, en uno de los tantos viajes que serán registrados en el libro; en el segundo, para sacar burlonamente a Spacey del closet, ya que como tantos otras celebridades aludidas en el libro conocía su obra. Tras su muerte, Debbie Reynolds será perfilada en confrontación a Elizabeth Taylor. La primera, dirá LaBruce, será Jennifer Aniston; la segunda, Angelina Jolie, pues le levantó al hombre, Brad Pitt, digamos, Mike Todd. “Mencionar a celebridades nunca es glamuroso”, afirma LaBruce, sin embargo, conspirar contra ellas sí lo es.
LaBruce ha respetado la estética del cineasta Derek Jarman, como también el modo en el que este concibió su obra como una causa política en sí misma. En “Derek Jarman”, LaBruce recorre sus películas más conocidas y destaca su “voluptuosa imaginería y su indomable espíritu queer”. Entre todas sus películas, Eduardo II (1991) concentrará los elogios de LaBruce, “la película más fastuosa y estéticamente rigurosa de Jarman”. Le resulta valiosa, entre otras cosas, por la imbricación audaz, mediante citas de diversas temporalidades y registros, del género tragedia y el activismo queer de los noventa. Y esto no está lejos de las máximas del glamour de LaBruce: “la yuxtaposición de dos o más estilos o ideologías aparentemente contradictorias es casi siempre glamurosa”.
María Moreno escribía en los noventas que “lo divertido es cuando el pornógrafo se ríe del arte serio”. Porque para Bruce LaBruce el sentido del humor es definitorio, tanto en su cine como en su escritura. El año 2002 escribe “Siete días de rodaje”. El diario de rodaje de The Raspberry Reich muestra el tras bambalinas que, lejos de defender a una película, que ciertamente se defiende por sí sola, agrega texturas para saciar la devoción (o el odio) del culto a LaBruce. La dificultad para hablar con Sussane Sachsse, que no domina el inglés, será fundamental para lograr con rigor la fonología revolucionaria, con tintes de Baden-Wurtemberg, propios de Gudrun Ensslin:
De vuelta en el departamento nos lanzamos directamente a su primera escena, en la que reprende al Che por hacerse una paja, porque masturbarse es contrarrevolucionario. Es un alivio saber que su sentido de la comicidad y su estilo interpretativo son perfectos para el papel. No podría haber encontrado a nadie mejor. Al menos una cosa ha salido bien en este rodaje de sodomitas. Es una buena señal que yo necesite reprimir la risa detrás de la cámara cuando ella pronuncia sus líneas.
Anécdotas abundan: actores (la mayoría no profesionales) que nunca habían tocado un arma; cursos rápidos de tiro y rodajes con militares retirados (¿nazis?) que les pisan los talones en un club de tiro, así como la ausencia de extras en una de las escenas finales, aquella de la fiesta, en la que tuvieron que “filmarlos a todos en un lado del local desde un ángulo y luego llevarlos a todos al otro lado y grabar el ángulo opuesto”. ¿La entonación monótona, impostada, de la oratoria pornográfica que predomina en la película es intencional? Ante las malas interpretaciones, afirma, “voy a hacer que los chicos lleven pasamontañas o medias en la cabeza siempre que sea posible. Así será más fácil doblarlos en postproducción. ¿Lo veis? Hay una respuesta para todo”.
La escritura de LaBruce llega como contrabando desde la Península Ibérica a la Nueva Extremadura. De hacerlo, será lamentablemente otro más de los bienes de lujo, disidencia importada, que será expuesto en los costosos anaqueles queer de las librerías comprometidas con su segmento rosa y los catálogos españoles. A diferencia de sus largometrajes, entrevistas y videos porno que se encuentran dispersos en internet, estos textos traducidos continúan siendo de difícil acceso. Siguiendo al propio LaBruce, la única forma glamurosa de acercarse a su obra es mediante el contrabando.
En mi caso fue afortunadamente hace años, en un momento formativo, cuando era un adolescente profundamente deseante: como niño impresionable hambriento de cultura. Como Patrick, en Raspberry Reich, que fantaseaba con unirse a sus captores. Quien me lo recomendó, tal vez a la ligera, fue para mí la epítome de la seducción. Bruce LaBruce se convirtió en una utopía, en una fantasía. Ben Brooks, un twink favorecido por Dennis Cooper, resume este deseo adolescente en su novela Crezco. El narrador acechaba a una compañera de curso, con quien quería tener sexo, pero quien insistía en rechazarlo. Confiesa:
Mi mejor oportunidad sería que Georgia iniciara una rebelión adolescente contra los valores de su entorno familiar. Si eso ocurre, me ofreceré como instrumento de la revolución. Cuando le introduzca el pene en la vagina pensará en cuanto odia a su madre y en lo poco razonable que es la hora a la que le pide que vuelva.
Si lo hubiera deseado, la persona que me recomendó a LaBruce pudo haber aprovechado el momento y el cuerpo pequeño y lampiño que tenía en bandeja. Y yo al instrumento de la revolución, con su instrumento revolucionario, por cierto. Contra la cultura fue tan solo una excusa para fijar en la letra este destello de complicidad. Bruce LaBruce lo entendería y cito, una de sus tantas entrevistas, para escudarme, excusarme, y volver al asunto central: “Si piensas que estoy siendo sarcástico, probablemente hablo en serio y si piensas que hablo en serio, probablemente estoy siendo sarcástico”.
Contra la cultura constituye una importante publicación que compila la faceta escritural de un artista que sigue provocando a la imaginación y al deseo sexo-disidentes, en tiempos en que lo queer tiende al anquilosamiento como aderezo mente-amplista de la maquinaria neoliberal. Frente a la desconfianza que provoca la apertura del mercado, Bruce LaBruce, el lúcido y glamuroso combatiente del deseo, elude el facilismo del lamento a través de una escritura procaz, que interpela no tan solo a la buena conciencia hetero, sino por sobre todo a una cultura rosa que tiende a acomodarse en las tendencias del capital. Toda su obra da cuenta de esta intransigencia, de una resistencia ideológica frente a la identificación conservadora y la tipificación autoafirmativa en siglas: “Sí, público, has oído bien. Puede que siga follando exclusivamente con hombres, pero ya no soy homosexual”.
Perfil del autor/a: