No sabía que se ama sumando las incomprensiones. Porque yo, sólo por haber sentido ternura, pensé que amar era fácil.
Clarice Lispector
Cuánta ternura será necesaria, me pregunto, cuánta para situarnos frente a frente y mirarnos al fin los rostros quemados por el tiempo. Cuánta será necesaria para hacer una obra de teatro en un escenario postapocalíptico. Cuánta necesitaremos para volver a hablar de nuestras pequeñas historias, olvidadas en los años con la información y la cultura devoradora. Quién hablará de esos lazos nimios que hicimos con películas adolescentes, con amigas frágiles, con esperanzas ingenuas. Qué gesto será necesario para que consideremos que se puede hablar de una vida cualquiera.
Durante enero se reestrenó en el Teatro San Ginés la obra de teatro Ternura, dirigida por el dramaturgo y actor Lucas Sáez Collins, con el texto asistido por la poeta Fernanda Cárdenas Infante, donde se lanzan a explorar esta pregunta. Este es el primer capítulo de una saga futura, y que comienza de lleno en el intento riesgoso de encontrar una definición de la ternura. Para ello se acercarán con variadas formas: la introducción de una banda musical –De Kiutts, donde tocan composiciones originales de José Antonio Raffo–, así como el juego de una película proyectada en vivo que realiza su montaje en la misma obra. Primera tentativa: ternura es un sentimiento compartido. Los personajes se adentran en una trama donde compartirán sus más íntimos e ingenuos sueños de adolescencia.
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La obra nos lleva por un viaje vertiginoso de recuerdos y acciones donde se va dibujando progresivamente el sentimiento de una vulnerabilidad que toca las fibras más defensivas del juicio. La obra se enfoca en cada personaje para mostrar sus debilidades. La primera adolescencia, donde el límite de nuestro entendimiento y comprensión del mundo se compensaban con anhelos puros. A ratos haciendo partícipe a les espectadores, Ternura nos invita a revalorizar estos antiguos deseos, dado que ahí habría una fuerza inédita que nutre el presente. La obra se sirve de esta misma fuerza para darle una intensidad atrapante al montaje. Con ecos y referencias que van desde la poesía de Mariano Blatt hasta Crepúsculo, nos insta a contagiarnos de este sentimiento de ternura sin ropajes ni medias tintas.
Ternura otorga voz a memorias mudas ante la exigencia del mundo. En su discurso del nobel, Olga Tokarczuk, dice que la ternura es la forma más modesta del amor. La obra muestra que también es el compartir, no sin cierta dosis de nostalgia y melancolía, pero también de humor, placer y fascinación, un destino común. Esta obra nos invita a completar el cuadro de nuestra vida con este sentimiento, como una forma de desnudar lo que ha sido cubierto por menosprecio. Y acaso no será el ingrediente faltante para que la herida capte su pleno sentido.
Ternura es querer suspender el juicio, acabar con todos los juicios de dios. Muchas obras hablan de la decepción, pero pocas hablan de querer seguir confiando, aunque te puedan herir de nuevo. Creo que la ternura es esa cosa tan chica que resulta no serlo tanto. La suave y silenciosa fuerza de lo pequeño que disuelve nuestros planes inconscientes de venganza. Ya no miraremos en menos ningún pedacito de nuestra historia, a nada ni a nadie, ni tampoco a la ternura.
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