Reposando un momento tras haber ganado el Premio Herralde de Novela 2024 por Clara y confusa, la escritora chilena radicada en Argentina habla sobre las preguntas no hechas sobre este texto; de los procesos de escritura y de sacarse el modelo aristotélico de causa consecuencia para “darse vuelta la cabeza”, encontrando otras formas placenteras de narrar.
Si buscas “Cynthia Rimsky” en internet te encuentras con un mar de entrevistas. Luego de haber sido reconocida con el Premio Herralde de novela el 4 de noviembre del 2024 por Clara y confusa, su agenda ha estado cargada de conversaciones con la prensa. “No hay reseñas, muy pocas personas se atreven a reseñar desde un punto de vista personal. Samantha Schweblin decía eso también hace poco en una entrevista, que ya no hay reseñas y eso se suple con entrevistas, que en el fondo es hacer que el propio autor o autora teorice sobre su novela en vez de que hayan lecturas de la novela”, dice Cynthia mientras conversamos en un café en Buenos Aires.
Y sí. Esta es una entrevista más; es nuestro segundo encuentro a propósito de sus publicaciones y procesos de escritura. La primera vez conversamos en torno a Yomurí, reconocida con el Premio Mejores Obras Literarias del año 2023. En esta oportunidad nos encuentra Clara y confusa, novela que según el jurado del certamen que ganó:
-“Pone en pie un mundo de provincias tan extravagante como las tuberías de que se cuida su protagonista, fiel y sufrido enamorado de una artista conceptual que es una heroína de la negación, y no menos fiel integrante de un sindicato profesional plagado de conspiradores y de filósofos cínicos”, Gonzalo Pontón Gijón.
–“Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto con una reflexión sobre el trágico y risible estado de la literatura. Ay y ja. Fenomenal”, Marta Sanz.
-“Un plomero se enamora de una artista conceptual. (…) ¿qué es el arte? ¿Qué es el amor? ¿Cuál es el potencial del arte popular? Una comedia romántica de vanguardia”, Juan Pablo Villalobos.
En Clara y Confusa un gásfiter (plomero, fontanero, Mario Bross) se enamora de un artista. ¿Se enamoran mutuamente? Lo que sí está claro es que él, Salvador, deberá sortear una serie de restricciones que ella, Clara, le impondrá siguiendo sus procesos creativos. En tres bloques marcados por cinco -días, años, horas-, la novela situada en la provincia y su aparente pasividad destapa un par de misterios del gremio de los plomeros y de las influencias de los poderes del Estado -en escala local- en el reconocimiento artístico. Todo en una divertida, intensa y estimulante novela que como dice Cynthia, fue escrita para no dejarla.
-Sobre esto del montón de entrevistas, ¿qué pregunta no te han hecho en torno a esta novela?
Bueno, las preguntas a omitir son sobre el significado del amor y del arte. Hubo entrevistas que me preguntaban qué es el arte. Me faltó que preguntaran cómo construí la novela, porque la novela es la relación que uno tiene con un objeto durante dos años, donde va aprendiendo y descubriendo un montón de cosas. La novela en realidad es ese proceso. El libro publicado es una anécdota, es una cosa que resultó, que podría no haber resultado, pero lo interesante fueron esos dos años que estás metida en un proyecto que es un gran desafío que tienes que mantener y sostener a pesar de los continuos fracasos de escritura, porque de repente encuentras una hebra y dices “me voy por acá” y después chantas porque hay algo que no ocurre.
Eso es lo que pareciera que no le interesa a nadie, la relación del escritor o la escritora con lo que escribe. Más bien se busca que te diga de qué se trata la novela para quedarte tranquilo si tú entendiste o no entendiste. A propósito de esto, siempre repito la frase de un amigo que me dijo: “uno no lee un libro, un libro lo lee a uno”.
-Esta es la segunda conversación que tenemos y está atravesada por un premio. La vez pasada dijiste que los premios de alguna forma se traducían en dinero para ganar tiempo para escribir. Pero este premio es de otra liga. ¿Qué le agregarías a esa descripción sobre los premios?
Es increíble cómo un premio genera un revuelo, una escalada de lectura. Yo me pregunto qué hubiera pasado si hubiera sacado Clara y confusa en buena editorial independiente. ¡Nada! Habría pasado lo mismo que con mis otros libros, que dicen que son difíciles de entender, y hubiera vendido lo que vendo siempre. Sin embargo, esta misma novela gana un premio como el Herralde y resulta que en Chile se agota al mes y en Argentina también se ha vendido bastante, y se produce todo un revuelo mediático, llega la televisión… Es bastante paradójico lo qué está pasando, porque en el fondo la apreciación personal disminuye o se anula completamente en pos de lo que te dice el mercado, que te dice esto es lo que hay que leer porque esto está bien.
-Y aún así no ha habido tanta crítica.
No, o sea, es muy difícil. Tengo relación, sobre todo en Chile, con algunos chicos y chicas jóvenes que se han interesado y han escrito algunas cosas. Pero más bien lo que a mí me gustaría que funcionara con el premio, específicamente en Chile, es que abriera un espacio más grande para las novelas que no son las centrales, que tienen alguna rareza. Eso es lo que me interesaría, sería mi sueño que ocurriera eso; que el premio posibilitara que las editoriales, los escritores y las escritoras se arriesgaran.
Pero respecto a la crítica, eso es un tema que me excede y que tiene que ver con las universidades, con el mercado que hoy día es lo más importante. Yo no tenía idea de los booktubers. Este libro fue mi primera experiencia.
-En Youtube, en Instagram…
Y claro, hoy día tiene más importancia que la crítica, pero tiene dos asuntos que son tensos o problemáticos. Por un lado, muy pocos indagan, o sea, tiran sus impresiones, pero no hay una curiosidad por documentarse, buscar -que es la tradición de la crítica- con quién dialoga este libro, que me parece importante porque ahí se vuelve más universal.
Lo otro que pasa a veces con los booktubers es que la recepción de lo que ellos dicen es acrítica porque tampoco se dan los insumos para abrir preguntas. Es como “qué entretenido, me lo compro o no me lo compro”.
Ahí también va cambiando la forma de leer. Lo que va ocurriendo -y es lo que a mí me da susto- es que, como decía Gabriela Cabezón Cámara sobre por qué leíamos, porque en los libros pasaban cosas que no pasan en la vida, o no de la forma en que pasa en la vida, por lo tanto es otro espacio paralelo al de la realidad. Y lo que está pasando es que la literatura está yendo de ese espacio que no existe -que es lo más lindo de la creación, o sea, tú creas algo, un espacio, una historia, personajes que no existen y que no funcionan como funciona en la realidad- se está encapsulando porque no hay personas que lo lean, que puedan recepcionar eso. Y lo que sí hay es personas que pueden recepcionar historias como las que le ocurren a ellos, de la forma que le ocurren, con los argumentos que le ocurren en su vida…
-Se tiende a homogenizar el imaginario.
Exactamente. Entonces lo que yo me pregunto es cómo se va a repartir el espacio entre una escritura crítica y una que copia la vida. Lo que va pasando es que estamos en un mundo sin utopía alternativa, que en algún momento fue el marxismo, el comunismo, el socialismo o como se llame. Y ahora tampoco está este espacio utópico que es la literatura. Nos estamos quedando solamente con la capa de la realidad, de SACAR ESE DE lo que hay del presente. Y eso a mí me parece extraño. No sé qué va a pasar con eso. Evidentemente hay un cambio de paradigma total.
-Hablaste de la idea del diálogo entre obras y en este caso el premio te lo ganaste con la novela Los hechos de Key Biscayne, de Xita Rubert. ¿Se encuentran?
No, son novelas completamente distintas. Ella tiene un estilo que a mí me gusta mucho que me recuerda a Scott Fitzgerald. Tiene una pluma más norteamericana, muy pulcra. Me recordó un poco a la película Florida Project de Sean Baker, donde hay padres que no cumplen, que son unos locos y que meten a los hijos en esta cosa fuera de sistema y aborda qué hace un hijo frente a un padre que es un personaje fuera de lugar, que es un personaje de novela, porque los personajes de novela, los héroes de novela en realidad son personajes fuera de lugar. Me pareció interesante desestructurar esta idea de familia y de padres y madres.

-La vez pasada que nos encontramos me contaste que estabas con la escritura de esta novela, la historia entre una artista y un gásfiter, que es un hombre de servicio pero que la vez es profundo y sensible. ¿Cómo fue para ti perfilar esa subjetividad sin caer en el estereotipo?
Fue como nadar contra la corriente de mi propia conciencia, un ejercicio muy interesante de correr a un lado los arquetipos y el prejuicio y de ver por dónde -que fue lo que más me costó, porque fue un progreso muy largo- construir un plomero que no sea un plomero realista, mimético.
Lo otro que me interesaba mucho y por ahí se fue armando el personaje, es que es un personaje abierto y que se conmueve. La otra vez estaba hablando con un periodista de una radio y me dijo: “lo que yo no entiendo es cómo el plomero se enamora de alguien tan poco atractiva y fea como Clara”. Y yo le dije: “a mí no me da esa impresión”. Y me leyó un pedacito donde hablo de Clara, y me dice, “sí, tiene el pelo desordenado, desgreñado y, le va pésimo, nada de lo que hace le resulta, está todo el día quejándose”. Ahí le contesté que bueno, el amor es conmoverse por el otro. Entonces lo que pasa es que este personaje del plomero tiene una sensibilidad, tiene una apertura y se conmueve por otra persona. El amor es conmoverse por otro.
-También está esta sensibilidad de, por ejemplo, usar un estetoscopio para oir el sonido de una filtración en un pared, la orfandad, la mentoría de un plomero mayor, que también son elementos que nutren esa composición y esa posibilidad.
Claro. También me interesaba mucho la idea de que alguien que no tiene una personalidad, que no sabe quién es y qué está buscando. De hecho, trata ser profesor de gimnasia, después con Ovidio encuentra la plomería, entonces es alguien que está buscando algo que tampoco sabe qué es pero que sí se mueve, que tiene curiosidad y que se conmueve. Por ahí empezó a salir el tono.
Una de las cosas que me pasó con esto es que dos o tres personas me han dado las gracias porque, por ejemplo, un chico que me entrevistó me dijo que su papá era carpintero o chofer de camiones y que al leer la novela le habían dado ganas de escucharle. Creo que si la novela -en vez de estar tan preocupados si se entendió bien o no- si solo tuviera el efecto de que las personas tuvieran curiosidad de escuchar, ya sería para mí un logro.
-Quisiera que entremos en el tema de lo material, de la casa. Casualmente conseguí En Obra donde está el proceso de construcción de tu casa. También leí Ensayos de una casa de Macarena García ¿Qué pasa con el tópico como espacio no solo simbólico sino que más concreto? Después de la pandemia, ¿se nos presenta como tema de interés?
Empecé con esta cosa de la casa en El futuro en un lugar extraño cuando hablo del terremoto. Una vez escuché a un experto en el Buenos Días a Todos hablar que ese terremoto había sido mentiroso porque había dejado las fachadas y por dentro las casas estaban todas dañadas. Esa novela la empecé con esa idea de que las casas se ven las fachadas pero adentro está todo destrozado, agrietado, agujereado o en problemas o lleno de tensiones y acá creo que di un paso más en el sentido que ahora lo que está dentro de las paredes que uno no ve ya no funciona. Me interesaba esta idea de estos plomeros que están en contacto con lo que no se ve de la casa, los tubos y todo lo que hace funcionar una casa que no se ve, que hoy día, no sé por qué está ocurriendo y tengo la sensación de que está siempre fallando. Hay algo dentro de las casas que está permanentemente fallando.
-Esta obsolescencia, ¿programada para una casa también?
Claro, porque son materiales plásticos que me imagino que también tienen obsolescencia. Pasa que antes -ya no, ni en Argentina ni en Chile- uno se compraba una casa para toda la vida. Ahora se compra estos departamentos y tienes que venderlo a los diez años porque si no se te van a desarmar, son un cacho que le pasas a otro que tiene menos plata y que lo único que puede aspirar es a eso. En esas casas lo que no se ve es que están continuamente fallando. Me interesaban estos personajes que son los encargados de resolver esas fallas pero que no tienen el conocimiento -se supone que lo tienen, pero no lo tienen-, entonces la plomería se convierte en una utopía en sí misma.
De hecho, en la pandemia nos refugiamos en la casa porque es un lugar seguro, y hoy día ese lugar seguro como lo veo, es la inseguridad también. El encargado de hacer seguro eso es un tipo que no tiene ninguna seguridad de nada. Es jugar con esos elementos.

-También acudiendo a los estereotipos, ¿como lo problematizar a la artista, a Clara?
Clara es un tipo de artista que no tiene reconocimiento, que hay un misterio en eso porque al lado hay una que hace una obra igual a ella y sí lo tiene. Me interesaba la angustia que eso genera en ciertas personas; no en todas porque no todas necesitan ese reconocimiento. Hay otras personas más fuertes que se pueden bancar más eso; incluso centrarse más en su deseo que en el reconocimiento. Sin embargo hay personas más frágiles que se enfrentan a esta máquina tan poderosa, que es tremendo.
Lo lindo de Clara es que al final se fortalece. Quería hablar sobre la fragilidad que está en todos, que algunas manejan mejor y otras que se hunden. Me interesaban las que están ahí a punto de hundirse, porque es una realidad que existe, que su deseo de hacer arte es tan importante que no van a transar, pero están dispuestas a hundirse.
–No he leído todas tus novelas de ficción pero en la entrevista que te hizo Valeria Tentoni referían dos caminos: la ficción y lo más documental. Dentro del primer bloque, Clara y confusa se me hizo más narrativa y lineal, muy diferente a Yomurí. ¿Te costó tomar ese camino?
No, fue un descubrimiento y un desafío. Estaba un poco cansada de los motes de que escribo en difícil. Para mí escribir es un desafío. Si no tengo uno me aburro, entonces me planteé el desafío de hacer una novela que las y los lectores no puedan soltar, -qué tan difícil era hacer eso- pero sin cambiar mi forma de mirar, mi postura crítica. Creo que con los años me he ido simplificando pero no perdiendo profundidad. Descubrí que quizás uno puede hacer cosas más simples y no perder profundidad.
-El libro aborda la confusión en distintos episodios. Cuando leí parte de esos diálogos me pareció estar viendo una película de Raúl Ruiz, con una confusión muy estimulante, muy graciosa. La confusión misma ahí plasmada. ¿Te sientes próxima de ese imaginario, a esa forma de crear?
No me siento próxima porque jamás podría hacer las películas que hizo Raúl Ruiz, pero sí me siento muy próxima a ciertas ideas que puso en sus libros. Me ha costado mucho entender las ideas de Ruiz, ideas que me encantaron, por ejemplo, lo de los actos discontinuos; porque para entender eso tienes que cambiarte la cabeza completamente. No hay causa y consecuencia, no hay efecto y resultado. Es otra manera de unir las cosas que no pasa por cómo las unimos naturalmente, entonces te tienes que dar vuelta la cabeza.
Me ha costado mucho y es un trabajo diario tratar de cambiar la cabeza y no pensar lógicamente. Eso ha sido maravilloso para mí, ha sido como nacer de nuevo, pero no funciona todo el tiempo. Te puedo decir que el 80 por ciento del tiempo pienso causa- consecuencia, lógica aristotélica, y un 20 por ciento logro darlo vuelta. Todo el rato es un esfuerzo muy agradable, que lo hago porque es muy placentero, no porque es un deber ser. Me parece alucinante descubrir que el mismo mundo en el que vives puede ser otra cosa.
-Un desafío difícil.
Es muy difícil, pero me parece un desafío maravilloso. Es el motor que me hace escribir hoy día. Encontré el motorcito que me lleva, que me empuja a escribir, a hacer esto.
-Me pareció placentero encontrarme con esto en la novela, en los diálogos.
Claro, leía los diarios de Ruiz y una piensa que va a encontrar cómo se hizo cineasta, cómo es hacer cine, pero los diarios de Ruiz son que va a comprar trufas, que va a comprar libros raros, que se levantan en la mañana, que tiene un montón de proyectos y a la mitad se le caen, que no sabe de qué son los proyectos pero se engrupe a alguien. Hay un punto donde te empiezas a dar cuenta que la creatividad es cómo vives, y eso me impresionó mucho de Ruiz, que él vivía creativamente. No era solo cuando se sentaba a pensar sus películas, sino que era una forma de existir que él tuvo. Resaltaría de Ruiz esta idea de la creación más que del producto. O sea, del proceso de vivir en el mundo de la creación.
-Por Clara y confusa salió el tema de Chile-Argentina. ¿Qué te pasa con esas comparaciones que hacen entre tu forma de crear allá y acá? También sobre las palabras que se usan, ¿cuán importante es para la discusión?
Me parece que todo escritor o escritora que se mueve de lugar, aunque sea un trayecto tan pequeño como de Chile a Argentina y otro trayecto tan pequeño como de Buenos Aires a un pueblito, se enfrenta a un problema del lenguaje, y no solamente en términos de las palabras, sino que también sobre toda una visión de mundo, una cultura.
Cuando salió el premio dije, “¿qué voy a hacer ahora con la palabra plomero?”. Y no, en España me dijeron se entiende. Lo encontré bárbaro. Creo que el mundo está un poco así, mixturado, pero manteniendo las diferencias porque significa que alguien puede pensar que es un plomero, un gásfiter o un fontanero. Me parece interesante que el lenguaje siga siendo opaco pero que se entienda.
-Sobre la creación y la propia obra. Estás preparando una nueva edición de Ramal para Overol. Ya lo hiciste con Poste Restante. ¿Cómo va ese proceso?, ¿cambiaste cosas del libro también?
Sí, la cambié, cambié de orden las cosas, porque creo que la literatura no es veteranía y porque con cada libro voy aprendiendo algo; entonces si he aprendido tantas cosas y veo que Ramal tiene algunos problemas de estructura narrativa, ¿por qué no lo voy a cambiar? Lo estoy haciendo y me entretiene bastante. Lo estoy haciendo también con Los perplejos. No lo estoy haciendo ni por obligación, ni por el mercado, sino porque me dieron ganas. Mientras me dé deseo, lo voy a hacer. Ahora, si no hay ganas, no lo voy a hacer.
-Leí también Poste restante, donde está obviamente el viaje, la búsqueda, pero también la nostalgia. ¿Qué lugar ocupa en tu obra? ¿Es un buen motor para escribir?
La nostalgia o la melancolía fueron un motor de todos mis primeros libros, era algo de lo que no podía salir. Tenía un tono nostálgico y hubo un momento de mi vida en que vi eso, que fue cuando se murió mi padre, que era una persona muy melancólica, y algo me pasó, y dije que no quería seguir allí. Eso empezó con El futuro lugar extraño donde empecé con otro tono para salir, y fue una cosa, eso sí, muy consciente. No al tono donde llegué, porque no tenía ni idea a dónde iba a ir, pero sí fui muy consciente de que quería salirme de la melancolía de Poste Restante y Ramal.

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