Cuando viene desde las celebridades de este modesto jet set cultural, de aquellos propietarios y contratados, la premisa de la inexistencia de revistas culturales conspira con una representación neoliberal de este descampado artístico-cultural. El foco en el deshojamiento de los medios empresariales elige pasar por alto una enorme cantidad de publicaciones, muchas de ellas revistas digitales, que son obviadas en la medida en que no sean rendibles económica y simbólicamente por los mismos que se sienten con el poder, y la amplitud de mira, de (de)negarles sus existencias, sus resistencias.
La extinción y la precariedad de los medios independientes (a los grandes grupos económicos), sostuvo Faride Zerán, no ha sido un efecto colateral, ni una desafortunada omisión, sino una verdadera política de medios en la posdictadura: “mientras en Chile existan las actuales limitaciones para que circulen las ideas, y el derecho a la información siga estando acotado por las reglas de un mercado sesgado, conservador y altamente concentrado, la democracia plena seguirá siendo una quimera”. La cita anterior es del año 2003, con motivo del cierre de Rocinante, cuyo lema del “voluntarismo como gesto de libertad”[1] continúa siendo una agridulce máxima de los medios culturales.
Zerán lo estableció con nitidez en una entrevista: lo cultural en el periodismo, o en una revista, no debería ser tan solo comentar el ‘estado del arte’, aquel de la disciplina y más ampliamente la institución arte, sino la posibilidad de diversificar las perspectivas para afrontar discusiones de relevancia pública, de (exa)minar los lugares comunes, de dotar de espesor ‘cultural’ una contingencia presentada como in-mediata, de recordar la responsabilidad intelectual de que comunicar públicamente en una cultura democrática es siempre una toma de posición.
Con el deseo de entablar un vínculo entre el espacio universitario y las revistas culturales, el año pasado junto a la crítica y académica Patricia Espinosa desarrollamos el coloquio de revistas culturales digitales Periódica(s) Porfía(s). Este contó con dos versiones y la colaboración de las escritoras, investigadoras y compañeras Gabriela Alburquenque y Andrea Ocampo. La premisa era la efervescencia, la porfía de continuar trabajando cuando el internet es un verdadero cementerio de medios. El objetivo era generar un registro web de fácil acceso en el que lxs lectorxs, y potenciales colaboradorxs, pudieran conocer a las revistas mientras discutían sus líneas editoriales.
Las participantes, en su mayoría, muestran los intereses de una generación que tiende al compromiso con una disciplina artística, por sobre la adscripción explícita a una militancia política tradicional, que tiende a la reivindicación y difusión de un conocimiento empaquetado con rótulo disciplinar, por sobre el oficio y la ética periodística como horizonte. En fin, con más ánimos de estirar la cita al trabajo con revistas culturales desarrollado por Soledad Bianchi (de ahí el título y la inspiración de este texto), que con ánimos de generalizar, pues, insisto, el corpus es muy heterogéneo, revis(t)aré tan solo dos revistas en las que identifiqué una declaración editorial ideológicamente afín, no obstante las diferentes causas que asumen como publicación.
Cuando leo en una revista cultural un posicionamiento “anti-academicista” el rictus delata lo que será mi posterior maquinación. ¿Qué es eso? ¿El perfilamiento de un mal, la Academia (en adelante con mayúscula), nítidamente delimitable como un monolito fuera de las páginas de la revista, autopercibida, impoluta de Academia? ¿Qué es, en esta posición “anti”, la Academia? ¿Una ética, una forma de escribir, un mercado, un conocimiento? ¿Asumir tal posición delata una deserción? Después de todo, las publicaciones (contra)culturales que usualmente son más radicales no se plantean programáticamente contra ella, eso sería contribuir al trazado oficial de la cuestión, contra el que la revista se supone también debería rebelarse. Sería darle a la Academia, claramente, más protagonismo del que ya tiene.
La arremetida académica contra la Academia, como pugna iniciática de los quiebres institucionales y de la confrontación generacional, como posibilidad de proyectos intelectuales emancipadores, ha dejado momentos célebres en nuestra historia, como Juan Francisco González rebelándose contra la enseñanza artística de su época, como la utópica universidad de los sesenta, como las críticas feministas, cíclicas como el oleaje. La confianza en la Universidad como eje democratizante del quehacer intelectual en la década del sesenta, como cómplice de otras instituciones y proyectos macropolíticos, que podemos leer en Soledad Bianchi, en Bernardo Subercaseaux, por citar lectores/lecturas de la historia de la crítica literaria, pareciera seguir aniquilada, incluso ahora, a cincuenta y dos años del golpe de Estado.
Actualmente el posicionamiento anti-academicista, más bien anti-intelectualista, no es privativo de publicaciones culturales de las extremas derechas (¿acaso un oxímoron?). Este es pesquisable en publicaciones cuyo surgimiento proviene, precisamente, de lxs egresados de ciencias sociales y humanidades, cuya experiencia académica se inscribe, en mayor o menor medida, orbitando las coyunturas del mayo feminista de 2018, la revuelta social de 2019 y la pandemia.
Existe una identificación editorial, programática, por ejemplo entre las revistas Catáloga[2] y Poros[3], dos publicaciones en las que encuentro una convergencia de inscripción histórica, ambas creadas el año 2022 por egresadxs con diverso cartonaje universitario y editorial, ambas explícitamente anti-academicistas y, más curiosamente aún, dubitativos frente al género crítica, no obstante su adscripción a la crítica (Poros) y la lectura (Catáloga). Por mi interés en la irrupción, y el carácter de manifiesto, me quedaré con los primeros números de cada revista y sus respectivas editoriales, que escenifican nítidamente una proyección, un proyecto.
En el terreno de las revistas culturales, proclamar editorialmente a la Academia como único contendor en la querella cultural implica una epistemologización de la conflictividad social, en el momento en el que se la perfila como única interlocutora de relevancia y digna de ser objeto de contraste, de diferenciación, que es lo que un manifiesto precisamente busca. Lo que subyace ideológicamente es un proyecto iluminista, pienso en el ensayo “El discurso de Friedman: mercado, universidad y ajuste cultural en Chile” de Luis E. Cárcamo Huechante, en el que identifica coyunturas de democratización cultural, en los que “cultura significa la difusión del saber ilustrado y el fomento del arte ‘culto’ a nivel popular”. Es decir, difundir “la cultura” ocultada por un orden de cosas, aquel proyecto de larga data y adoptado por proyectos políticos disímiles, similar al que sería el objetivo fundacional de la universidad moderna en Latinoamérica. Adaptando la cita de Cárcamo Huechante, que se refiere al legado de Kirberg en la UTE, cambiaría el “a nivel popular”, en este caso, tan solo por “fuera de los circuitos editoriales de la Academia”.
El antiacademicismo, en su modalidad iluminista, corresponde al primer principio declarado por Catáloga, en la editorial de su primer número:
Como colectiva siempre hemos estado en contra de las “expertas en feminismo”. Para nosotras, este vive en la experiencia cotidiana de las cuerpas marcadas por la opresión, se construye en la calle y en la casa y para nada pertenece solo a un grupo pequeño de intelectuales. Por lo mismo, esta revista no es una revisión exhaustiva de bibliografía. Aquí registramos años de activismo y creación de espacios de formación en torno a la lectura. Así, Catáloga Revista nace por las recomendaciones de amigas, las búsquedas en internet y la admiración hacia otras mujeres. Este espacio es un eterno punto de partida y esperamos que lo reciban como tal[4]
Esta oposición a las “expertas en feminismo” y “al grupo pequeño de intelectuales”, quienes paradójicamente serán las principales entrevistadas y las autoras sugeridas entusiastamente por la revista, pasa por alto que las disputas de conocimiento no deben asumirse en los términos que el propio patriarcado, ausente en el imaginario político declarado, delimita. En otras palabras: la distinción binaria entre teoría y práctica, entre conocimiento y activismo, entre amigas y expertas, ineluctablemente hará agua en un proyecto editorial que se fundamenta desde su propio nombre en el logos, en la supremacía de las formas de conocimiento ancladas en la letra escrita y el libro como soporte.
Separar el feminismo de las intelectuales (aquellas que, implícitamente, se oponen a la experiencia cotidiana de las amigas) entra en contradicción con una revista que difunde bibliográficamente textos, ya que no implica una deserción de las políticas de legitimación de la cultura letrada. ¿Qué leen las feministas? Las feministas entrevistadas para aquella sección, en los sucesivos números, serán sujetas en su mayoría con grado universitario de doctora y prominentes (¿expertas?) en la temática del número (para ser feminista, en estos términos, se precisaría de un doctorado).
Fundamentar el activismo de la lectura en torno a la recomendación admirativa no es inocente, implica una posición frente al conocimiento, la literatura, la teoría, las formas de legitimación cultural. El activismo de la lectura se muestra ajeno a la crítica (la “revisión exhaustiva”, que sería propio de las expertas e intelectuales, iría hacia ese lado). La recomendación no es un riesgo, menos una osadía, sino una mutua legitimación o espaldarazo simbólico entre la revista y sus fuentes a priori legitim(ad)as. En el primer volumen, el segmento “Catáloga”, que le confiere el nombre a la revista, es un listado con sesenta títulos de libros aproximadamente: “La ‘Catáloga’ es una sección para introducirte en los feminismos”[5], aclara la revista, “como colectiva no necesariamente compartimos todo lo que afirman las autoras que aparecen en la catáloga. La lectura es siempre un ejercicio crítico”. Como resguardo de matinal o estelar televisivo, la apropiación crítica es identificada con imposición y la ausencia de ésta como la vía para salvaguardar la lectura de las amigas. Y bien lo sabemos desde la micropolítica de la amistad, esta precisa de crítica, de confrontación, de lo contrario engendra pestilencia.
A pesar del monologismo que implica la ausencia de crítica literaria, los segmentos dialógicos como las entrevistas escenifican puestas en crisis de la ideología editorial. “¿Cómo sacar la investigación y la producción de conocimiento feminista del espacio elitizado de la academia?”, le pregunta la revista a las Tesis, sus primeras entrevistadas. (Meto la cuchara. Ya lo dijo el Che Guevara ante Lisa Howard en la BBC: su pregunta es una afirmación). La respuesta de Las Tesis:
Antes de hacerse la pregunta de cómo sacarla de la academia hay que ver cómo se genera, donde sea. Los frentes están en todas partes. Hay una lucha que muchas personas que estamos en la academia estamos dando desde adentro, desde intentar reformular instituciones que tienen una base patriarcal. Entonces, en verdad, esa pelea, ese espacio de validación o invalidación, ese espacio de generación de conocimiento y saber está en todas partes.
La revista Catáloga surge valiosamente en 2022, como una revista que opta por enunciarse feminista, luego de una revuelta que posicionó pública y mediáticamente demandas antipatriarcales. Ese mismo año es creada la revista Poros, subtitulada “Artes, crítica, cultura” (“en ese orden y con ese horizonte”, por citar una lúcida precisión). Mientras que Catáloga toma por objeto la cultura letrada, específicamente un segmento canonizado de escritura de mujeres y teoría feminista, Poros optará por un objeto más amplio: artes y cultura. Amplio, en términos de materialidades, soportes, pero rigurosamente acotado a la denominada alta cultura. Ajeno al sondeo de las producciones masivas, aquellas de relevancia mediática e incidencia pública, como algo siempre distante que sería propio de contiendas que quedan, junto al periodismo cultural, fuera de los contornos de lo que denominan ‘arte’ y ‘cultura’.
Como el lugar que ocupa la Academia en el imaginario político de Catáloga, la editorial del primer número de Poros comparte la tendencia a epistemologizar la contienda, a disociarla, en cierta medida, del momento histórico. Si la noción de “feminismo” de Catáloga no se encuentra explícitamente situada en la coyuntura política, y busca oponerse unívocamente a una desacreditada Academia, Poros presentará una editorial afín programáticamente:
El ‘arte’, la ‘cultura’ y lo ‘estético’ son nociones que parecieran estar capturadas en bóvedas de cristal, ajenas al mundo cotidiano, como algo siempre distante. La academia y sus circuitos cerrados, así como las formas de vida instrumentalistas e hiperproductivas, han desarraigado el territorio de lo sensible. Frente a esto, se presentan disputas en el campo cultural que tensionan concepciones elitistas y abiertas del arte y la cultura. Nuestra propuesta se orienta a la democratización de este campo.[6]
Apropiarse de los usos de términos “Arte”, “Cultura” y “Crítica” es una posibilidad creativa, reivindicatoria, que podría desordenar el trazado dominante, que tiende a autonomizar estas esferas. ¿Cuál trazado? Aquel que describía acertadamente Cárcamo Huechante, es decir, una democratización cultural asistencialista, en la que lo implícitamente levantado como verdadera cultura, es dosificado hacia un afuera perfilado y desprovisto de una cultura valiosa. La democratización, expresada en una vocación de abrir las concepciones de arte y cultura, sin embargo, se enmarcará en un territorio zanjado; el campo cultural -lo que cierra al menos programáticamente otros vectores de confrontación social e institucional en la disputa política-. La enumeración de las nociones centrales prescindirá de la “Crítica”, contenida en el subtítulo de la revista, y la cambiará por “Estética” en la editorial. Reconociendo los conceptos “capturados en bóvedas de cristal”, ¿No deberían evitar circunscribirse a las convenciones discursivas de las denominadas “bóvedas”, entre ellas los compartimentos disciplinares?
“La revista se nutre de una variedad de soportes y formatos, de propuestas ensayísticas, narrativas, poéticas y visuales. Su estructura está dividida en una sección libre sin temática definida y una sección dossier que cubre un tema particular propuesto por el equipo de la revista, para promover discusiones y conversaciones contingentes”. Los ejes “Arte”, “Crítica” y “Cultura” serán desplegados en este trazado dual, en el que la crítica, como género propiamente tal, se encuentra segundando la creación literaria-artística, que predomina en el número impreso, y diluida en la tendencia al ensayismo.
Los ensayos que enmarcan el número, de Pablo Corro y Paulette R. Fernández, son los únicos textos argumentativos en prosa que se circunscriben al análisis y valoración de objetos artísticos (Ema y Araña de Larraín, Incontables de Lemebel, respectivamente). Ambos por tanto se aproximan a lo que comúnmente entendemos por crítica. En el segundo caso, paradójicamente, con una extensión y tono académico, con citación MLA de fuentes especializadas.
En ambas publicaciones el contexto implica un tema que no se filtra necesariamente en la declaración editorial. En cambio, como dato tematizable, aparecerá en las recomendaciones, en el caso de Catáloga, y en los aportes y la descripción del primer Dossier, en el caso de Poros:
En paralelo, elegimos la temática Trauma para nuestra sección de Dossier, cuyo origen recae en el marco contextual e histórico en el que esta palabra resuena y se hace presente. Así, tras el estallido social en Chile, la pandemia y los diferentes acontecimientos sociales a nivel nacional y global, observamos como emergen determinados efectos del trauma y su reelaboración para la búsqueda de nuevas formas de abordarlo.[7]
Las críticas de estas revistas, a las “bóvedas”, tienen como obstáculo el hecho de que se mueven entre una representación opresiva y elitizada de los saberes e instituciones que al mismo tiempo reivindican textualmente. Lo esperable de tal posicionamiento, por tanto, sería escribir sin las convenciones de la “bóveda”, sin sus temas taquilleros, sin sus formas, sin sus protagonistas, sin su periodicidad y sus formas de conceptualizar la realidad.
Lo contradictorio, también, sería reivindicar un feminismo de la experiencia cotidiana y confrontar a las “expertas” e “intelectuales”, mediante entrevistas a sujetas que no tan solo están legitimadas con sus posgrados por la Academia, sino que también integran el aparato estatal como miembros o partidarias del gobierno de turno. La cita de autoridad(es) como política de (auto)legitimación, por tanto, de mutua canonización, expone la trama identificada por Zerán. La localización de la revista no se reduce a su lugar epistemológico, o simbólico (ambas entendidas en un sentido autónomo), sino que forma parte de relaciones económicas, políticas e históricas frente a una institucionalidad estatal y sus distintas instancias de legitimación y financiamiento.
En esta (h)ojeada parcial, tentativa, me dejé llevar por dos ámbitos de mi interés, la lectura y la crítica, para revis(t)ar la forma en que eran textualizados en revistas culturales próximas editorialmente, afines en su inscripción histórica y la función que asumen socialmente. Entre la variedad de veinte revistas, que junto a estas dos merecen lecturas cuestionadoras, que movilicen al igual que ellas el debate cultural, me detuve tan solo en aquellas que editorialmente se reconocen anti-académicas para ver, precisamente, como se textualiza la postura “anti”. El lugar de enunciación en crisis presente en la editorial salta evidentemente a la vista, lo que no deja de ser una escenificación más, esta vez textual, de la denominada crisis de las humanidades. Paradójicamente habría que reconocer que una vez dentro de la Academia no se suele salir, eso resulta más que legible.
[1] Dice la primera editorial de Rocinante: “La necesidad de expresión es más fuerte que las invocadas leyes del mercado. Por eso hemos elegido a ‘Rocinante’, tan viejo y premoderno como ninguno, pero fiel a la metáfora del voluntarismo como gesto de libertad”.
[2] La revista Catáloga cuenta con siete números publicados entre 2022 y 2024. Financiada inicialmente con el Fondo del Libro y la Lectura, luego mediante el Fondo Alquimia, es una revista de distribución gratuita que cuenta con ejemplares físicos de cuarenta páginas que pueden ser consultados y descargados libremente en internet. En una lógica cercana a las políticas del reconocimiento, cada número excepto el primero, titulado “Introducción a los feminismos”, consistirá en una temática particularizada (antirracistas, y educación, y salud, y economía, y memoria).
[3] Surgida como una publicación “independiente” de estudiantes de la licenciatura en Estética de la Pontificia Universidad Católica en el año 2022, Poros es una revista de publicación anual, de sesenta páginas aproximadamente. Fue financiada en un primer momento por un fondo interno de su casa de estudios, para luego continuar con fondos privados. Si bien la revista circula principalmente en un formato físico de ostentosa factura (por tanto, de alto valor económico), también contará con entradas web cuyos textos son diferentes a los contenidos en los números lanzados (entre ellos, por ejemplo, textos
[4] Catáloga Colectiva, «Editorial», en Catáloga Revista N°1: introducción a los feminismos (2022), 2.
[5] Catáloga Colectiva, «La Catáloga», en Catáloga Revista N°1: introducción a los feminismos (2022), 32.
[6] Revista Poros, «Editorial», Poros: Arte, Crítica, Cultura, 2022, 1.
[7] Ibid. 1.