En esta ventana a México, el escritor Bladimir Ramírez hace dos cosas: recordar cómo fue que empezó a leer a Pedro Lemebel y responder nuestras preguntas sobre su legado en el campo literario, la estela de su figura, lo que nos falta por explorar de él. “Leer a Lemebel es parte de la lucha de clase y de género, una forma silenciosa pero eficaz de disfrutar con la diferencia como protagonista”, dice.
(I) Primer encuentro
Conocí a Lemebel en 2016. Por aquel tiempo un grupo de amigos, cobijados por la hospitalidad de la sala de Lectura “Entelequia”, nos reuníamos a leer y comentar a nuestros autores favoritos. La dinámica era sencilla: cada semana alguien presentaba a un autor y compartía algún fragmento de su obra. Queríamos ser escritores y no sabíamos muy bien cómo, así que pensábamos en este ejercicio como una forma de aprendizaje, aunque era en realidad un genuino deseo de conversar sobre literatura.
Una tarde de buena fortuna, Azucena Rodríguez –pintora, poeta y anfitriona– nos repartió fotocopias de una crónica. Del autor yo jamás había escuchado ni una sola palabra. Ni buena ni mala, ni crítica ni elogio. Ese nombre era un muro blanco, una posibilidad, dos palabras que juntas construían una figura autoral inédita y desconocida que bien podría tratarse de un maestro literario o de un autor menor e irrelevante, pero como dije, esa tarde era de buena fortuna. Leí a Pedro Lemebel por primera vez acompañado. En equipo, por decirlo de alguna forma.
—Es chileno. Es cronista, no se habla mucho de él, pero yo pienso que es un buen autor. Ojalá les guste… Yo lo conocí en la FIL, es una persona muy extravagante.
Supongo que Azucena confiaba en el texto, así que no se sintió obligada a saturarnos de datos biográficos, premios, dictaduras ni tacones. Empezamos la lectura y ante mis ojos aparecieron el río, las mariposas, el taxista joven, el amor imposible de dos que se observan y son observados. Cuando terminó la crónica hubo un silencio entre nosotros, no sé si era sorpresa o admiración, pero durante un par de minutos nadie habló, algo casi milagroso en un taller literario del sur de Jalisco.
Yo no pensaba en los valores ni los aciertos literarios de la crónica, mi mente estaba en otro lugar, uno quizás muy sencillo. Los compañeros, que además eran lectores más experimentados, comenzaron a hablar de los adjetivos, el ritmo, la precisión del lenguaje, la clara influencia de los poetas chilenos, pero yo no podía sumarme a la conversación, pues aún pensaba en el vuelo de la mariposa y en la historia –tan privada, tan sincera– que recién había leído. Me sentía un espía, más que un lector.
El resto del taller hablé menos de lo acostumbrado y al salir de la sala de lectura me despedí de Azucena con la promesa de seguir leyendo a Lemebel. Supongo que por eso estamos aquí.

(II) Entrevista
–¿Cómo podríamos describir el legado literario de Pedro Lemebel?
–Es interesante hablar de un legado literario en un autor como Lemebel, pues a pesar de la estrecha y congruente relación que hay entre su vida y obra, parece mantenerse reservado para lectores muy específicos; o bien para aspirantes a escritores, o estudiosos de literatura chilena o expertos en crónica latinoamericana. Pienso en la obra de Lemebel como un cofre del tesoro perdido en un naufragio. Sabemos el valor de las joyas, pero muy pocos disfrutamos de esas esmeraldas cubiertas de sal. Por otra parte, me parece que el legado de Lemebel, al igual que ocurre con otros genios de la literatura LGBTI+, es omnipresente, es decir, sabemos que existió y ese acontecimiento vital-literario nos ha hecho la escritura más fácil a los que, al igual que él, queremos escribir desde la diferencia. Tristemente, al igual que con otros genios literarios LGBTI+, parecemos tan ocupados en los temas literarios de su obra que omitimos o ignoramos el oficio y el esfuerzo literario que hay en sus textos.
Para hablar del estilo literario de Lemebel es elemental pensar en su punto de vista, no sólo el literario. Él siempre retrató al mundo con sus ojos de loca de origen mapuche y quizás en esa decisión de estilo hay también una lección estética y ética: es necesario escribir lo propio, empleando la forma del lenguaje que uno domina. Escribir con la lengua materna los temas personales, los asuntos más cercanos, incluso si eso significa no renunciar a los temas recurrentes de la literatura latinoamericana. A Lemebel nunca le interesó imitar ni la personalidad ni el estilo literario de sus colegas latinoamericanos que triunfaron en Europa.
–¿Por qué podríamos decir que este legado se extralimita del campo literario, considerando, por ejemplo, su constante remembranza en el contexto del estallido social?
–Hablar de la obra de Lemebel es, en cierto modo, hablar de su biografía, su activismo, sus convicciones personales y su visión del mundo, facetas que se alinean con una actitud de crítica constante. Por eso es que ese legado, que también podríamos llamar herencia, influencia y linaje, en teoría podría extenderse y consolidarse en terrenos como la performance, el periodismo, la radio, el teatro… Sin embargo, creo que para algunos es difícil habitar la obra de Lemebel, acaso por las críticas sociales, que en ocasiones son el ingrediente principal de sus crónicas. Otra dificultad: Lemebel nos recuerda, de vez en cuando, ciertas problemáticas sociales incómodas protagonizadas por personajes que históricamente han tenido poca representación literaria.
Leer, comentar, estudiar y difundir la obra de Lemebel es un ejercicio de dignidad y memoria colectiva fundamental, pues es una forma de celebrar su vida. ¿Cuántas obras maestras tendríamos si todos los escritores homosexuales hubieran sobrevivido a sus respectivas dictaduras? Para responder esta pregunta no importan los siglos ni las ideologías, tampoco las banderas ni el idioma.
–¿Qué facetas de Pedro Lemebel nos faltaría explorar hoy?
–Más que explorar nuevas facetas de Lemebel, creo que es necesario definir y precisar que el estudio y los empeños de promoción de su obra están enteramente sustentados en una calidad literaria de primer nivel en el panorama hispanoamericano. Estudios, conferencias, charlas, libros, círculos de estudio, clubes de lectura, lecturas dramatizadas y cualquier actividad de promoción que pueda acercar su obra a nuevos lectores podrá hacer que este proceso sea más fácil y fructífero.
De la obra de Lemebel además de facetas podemos rescatar las actitudes, los sentimientos, las perspectivas, que en su caso eran casi siempre combativas: desconfiar de los discursos oficiales, ser críticos y auténticos, vivir por dentro y por fuera esa diferencia sin miedo ni vergüenza.
Por último, pienso que estudiar a Lemebel es en gran medida una misión pendiente, una deuda de clase que el mundo intelectual tiene con la clase obrera que da a luz, educa, prepara, vive, encarna y representa esa literatura tan auténtica que muchas veces es inaccesible para las clases populares. Lo digamos o no, lo sepamos o no, leer a Lemebel es parte de la lucha de clase y de género, una forma silenciosa pero eficaz de disfrutar con la diferencia como protagonista.
Bladimir Ramírez (Zapotlán el Grande, 1996). Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (generación 2021-2022). En 2021 ganó el XXXIX Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos con el libro Prueba de resistencia. Es pasante de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. En 2021 fue becario de la estancia literaria «Material de los sueños». Su ensayo «La transmutación y la ausencia» fue incluido en Erradumbre (Mantis Editores). Colaboró en algunas antologías de narrativa joven como Si era dicha o dolor (Paraíso Perdido, 2018). En 2020 su cuento «Muñecas» fue finalista del premio internacional de cuento Juan Rulfo (Sayula 2020). Ha publicado cuento y ensayo en medios digitales.
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