A propósito de la inauguración de la placa conmemorativa para Mónica Briones, instalada en el lugar donde fue asesinada el año 1984, Belén Roca nos da sus impresiones y sentires a partir del libro Con mi recuerdo encendí el fuego de Erika Montecinos Urra, una biografía afectiva de la artista visual. Belén nos comparte además un mapa con hitos de la memoria lésbica santiaguina.
Las fotos son de la Agrupación Rompiendo el Silencio, disponibles en sus redes sociales.
“El mito era que le había pasado un camión, que las ruedas la habían aplastado”. Así es como Érika Montecinos cuenta, para el programa Enigma de TVN, parte de la historia de Mónica Briones. Una historia que, hasta hace un tiempo, estuvo enfocada en la tragedia de su muerte y las circunstancias poco claras en las que se dio esta. Ora un atropello, ora una venganza de un hombre despechado que formó parte de los aparatos represores del Estado durante la dictadura, lo cierto es que, a la luz de la vida y obra de Mónica, y de la construcción de una genealogía lésbica en Chile, poco importa.
Con mi recuerdo encendí el fuego, título prestado de una frase en la quizás más conocida canción de Edith Piaf (avec mes souvenirs J’ai allumé le feu), es el recorrido realizado por Érika por casi dos décadas, desde que tiene la primera noticia sobre el crimen de Mónica, a través del archivo y de entrevistas a familiares, amigas y amigos. Aunque el punto de partida es un hecho macabro, como relata Gloria Del Villar, amiga de Mónica y única testigo del asesinato, las últimas palabras que oyeron por parte del agresor fueron “Así te quería encontrar, lesbiana concha de tu madre”, hecho tratado como una morbosa anécdota por el mencionado episodio de Enigma, la deriva del texto es otra.

Nos enteramos, por ejemplo, de la tenacidad de Mónica al participar de una maratón de pintura, en la que permaneció 61 horas lanzando trazos por aquí y por allá, haciendo gala de su resistencia frente a sus competidores masculinos. También es posible ver, en imágenes adjuntas al texto, muestras de las esculturas que hacía derritiendo plástico con encendedores, transmutando desechos en ricas expresiones corporales, dando lugar a figuras humanas que regalaba a cercanos. La alquimia que Mónica demostró en su arte, el que ejerció desde los nueve años, también era parte de su vida: transformada constantemente en un vendaval de pasiones, el libro cuenta que ella tenía cierta noción de que su existencia sería breve. He ahí el impulso por vivirla en su mayor intensidad.
De cabello corto como Mia Farrow, Mónica tuvo una juventud que pasó entre amores clandestinos, drogas experimentales e internaciones psiquiátricas, peripecias atribuibles a la incomprensión generalizada de un sentimiento que Érika comparte, abriéndose ella también con su despertar lésbico para establecer un hilo conductor entre el impacto que el secreto y la sanción social tienen sobre las mujeres como ellas. Sin embargo, el texto menciona estos detalles al margen, pues lo que importa realmente es la vida vivida, no el presunto síntoma de una mal llamada desviación.
Las playas en Horcón, las caminatas desde su hogar en la Villa Olímpica y los paseos por las discos under del centro de Santiago entre “toque y toque”, como solía llamarse a las fiestas que ocurrían durante la prohibición de transitar por las calles impuesta por las autoridades del Régimen Militar, sus exposiciones en la Casa de la Cultura del Cerro San Cristóbal y tantos otros caminos, dan carne y espíritu a un nombre que, a partir de la reconstrucción de su vida, realizada de manera exquisita por la autora y las editoras en una historia que se siente como leer tres, deja de ser sinónimo de dolor y pasa al acervo de la memoria lésbica —o queer u homosexual— chilena con el signo de la alegría de vivir.

“Y mientras me desplazo”, dice Érika al finalizar el libro, “me voy acercando a la intersección donde sucedió todo. Las micros circulan por ahí todavía, a veces transito en mi bicicleta y me quedo mirando el asfalto, cuánto cemento debió haber cubierto cualquier rastro de su crimen”. El pasado miércoles 12 de marzo se inauguró una placa en memoria de Mónica en esa esquina, la de Irene Morales con Merced. Un lugar que, a partir del trabajo sostenido del activismo lésbico del que Érika también es parte, rompe el encantamiento del horror y pasa a formar parte de la senda lésbica trazada por ellas, por las que la sucedieron y las que han de venir.
Conoce el mapa de hitos de la memoria lésbica de la capital, que corresponden al recorrido de Mónica Briones según lo narrado por el libro de Erika Montecinos, preparado por Belén Roca:

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