Poesía estructurada (Vinilo editora) es la más reciente publicación de la poeta argentina. Desde Microcentro poesía, oficina donde da talleres de escritura en el corazón de Buenos Aires, Pavón revisa los ejercicios artísticos, azarosos y performáticos que originaron este libro: la revisión y búsqueda en viejos cuadernos y libretas en un juego que hace dialogar el pasado con el presente. “Todo lo que una escribe es la foto de un momento, de un yo en construcción y destrucción”, dice Pavón para quien “la poesía es poner el cuerpo”.

Microcentro, oficina de poesía. Llego, la puerta está abierta. Cecilia reposa en un puf acompañada de una veintena de sillas que luego usaremos un grupo de personas que estamos en su taller de poesía durante febrero. Con pocos mosquitos y mucha humedad, la generación verano 2025 llegará en una hora, el tiempo que tenemos para conversar sobre su más reciente libro, Poesía estructurada, publicado por Vinilo Editora a inicios de este año. Un curioso, cálido y cercano libro en el que Cecilia nos muestra parte de un peculiar ejercicio de revisión de un corpus de cuadernos y libretas que por décadas ha conservado, que han sobrevivido a las mudanzas y a los arrebatos de futuro de su dueña.
Libretas que son, entonces, compañeras de una vida, de la cotidianidad, de un determinado momento que va quedando atrás; textos que quizás se escribieron para no ser leídos y que Cecilia revisó como parte de un trabajo para editorial Simetría doméstica, que le encargó lo que se podría denominar un libro de autor. ¿Las operaciones de este trabajo? Una de ellas fue la consulta azarosa a un texto, o lo que algunos llamamos “bibliomancia”, pero que en este caso podríamos denominar “libretomancia” o “cuadernomancia”. Como se lee en las páginas iniciales, “es como llevar mi pasado en la cartera para preguntarle algo”.
Otra acción es la idea de performance, que sería esta misma consulta al pasado plasmado en las libretas potenciada con la búsqueda cotidiana de poesía en la ciudad, en la calle, en un café, un bar. Algo que, de manera consciente o no, nos convoca a quienes nos interesan los libros. Y es que como señala Angélica Freitas en la contratapa del libro, esta propuesta “reafirma nuestra creencia en el objeto cuaderno como el soporte perfecto para poemas y cafés”; o “un cuaderno como herramienta para acercarme al mundo”, en las palabras de Pavón.
En base a esta revisión que constituye Poesía Estructurada, Cecilia revisa desde su oficina ciertos planteamientos que tiene sobre el arte, la felicidad, el tiempo libre y el amor. Muchas ideas marcadas en las hojas del libro sobre las que ahondamos a continuación y que se vuelven maneras de ver la vida: “cientos de teorías sobre la poesía”.
-¿Qué detonó el deseo de revisar estos cuadernos?, ¿es un ejercicio que hagas usualmente?
Viví en muchas casas desde que me mudé a Buenos Aires desde Mendoza. Desde que me vine acá he vivido como en seis o siete casas. Siempre tiraba todo porque no soy cercana a esa idea que la gente tiene de los recuerdos, a mí me da todo igual. Acá -en Santiago también- los apartamentos son chiquitos así que te tenés que deshacer de cosas, pero de lo único que nunca me deshice fue de estos cuadernos, que muchos son garabateados y los podría haber tirado. Si bien siempre soy mucho “del pasado no importa”, los cuadernos se me juntaron un montón. No sé cuantos tengo, más de 40 o 50, dispuestos en distintos lugares, pero después los puse todos en un estante.
Una chica que también es poeta y que tiene una editorial muy interesante que se llama Simetría doméstica, que es de libros de artistas, me dijo: “¿no querés hacer uno?” -yo no soy artista visual, pero siempre estuve relacionada con las artes visuales- y le dije “bueno, dale”. Y ahí empecé.
Se me ocurrió esta idea de performance -quizá porque tiene que ver con que haya sido una editorial de arte-, esta idea de agarrar los cuadernos y empezar a mirarlos y hacerles preguntas, y escribí un cuaderno a mano con eso. Me iba a un bar, escribía y le hacía preguntas. Y ese cuaderno con dibujos y con algunas fotos pegadas, como una especie de libro de artista, se vendió, o sea que existe como una especie de prototipo original.
De ahí lo pasé al compu y lo expandí, lo cambié, lo corregí y quedó este libro. Pero todo empezó con eso, con seguir escribiendo a mano y seguir leyendo estos cuadernos como una especie de material secreto, anónimo, propio.
-Muchas veces una tiene estos cuadernos que piensa que no va a leer nunca más, que quedan como un lugar secreto…
Sí. Además son súper caóticos. Cuando era más chica en esos cuadernos mezclaba poemas, cosas de la facultad cuando estudiaba, notas de cualquier cosa, o cuando trabajaba de periodista, entrevistas como la que tenemos ahora.
Fue divertido ir extrayendo estos poemas. Es muy intenso meterse en el propio pasado, en cosas que una descartó, como que te vuelve el pasado.
Ahora estoy haciendo un ejercicio para otro libro que estoy escribiendo sobre Belleza y felicidad, que es este espacio que tuve con Fernanda Laguna.

-Estos cuadernos que has acumulado, ¿los digitalizas?, ¿los piensas como patrimonio?
No, la verdad que nunca lo pensé así. Después, con los años vi y aprendí que en Estados Unidos, por ejemplo, las universidades compran este tipo de material a los escritores consagrados, no sé, muy caro. Ahora conociendo a coleccionistas que hay de materiales así, digo bueno, los voy a guardar, que sé yo. A mí me gusta más pensar que son algo que hiciste en un momento y que también se puede reactivar o puede servir para dialogar, de alguna forma, con el pasado.
-¿En qué género situarías este libro?
Es difícil. Creo que en el presente los géneros están un poco en crisis y se están rearmando. Esas categorías tan fijas como lírica, ensayo, novela o narrativa ya no son tan estancas. Me gusta pensar en esa libertad de poder cruzar géneros.
También, este libro empezó como una performance. Desde siempre estuve muy relacionada con las artes visuales, porque desde muy chica sentí que la literatura era mucho más conservadora que las artes visuales. Siento que en el libro hay algo de la acción o de la performance, que es escribir, pero también está esto de atravesar mis cuadernos que para mí es importante, entonces no sé qué género es porque el ensayo se piensa como algo más especulativo donde estás pensando con tus libros, investigando, y acá además es muy importante el movimiento en la ciudad, el recorrido.
-Y el azar.
El azar, el azar total. Esta cuestión de la escritura relacionada a la acción para mí es muy importante porque tiene esta idea de poner el cuerpo. No sé si en el ensayo clásico hay una idea de poner el cuerpo. Para mí la poesía también siempre fue eso: poner el cuerpo.

-Sobre este ejercicio/operación de buscar al azar en los cuadernos, es algo que no había visto. Sí con los libros, lo que llaman “bibliomancia”. ¿De dónde viene hacerlo con tus propias libretas?
También hago la bibliomancia. Además, como trabajo dando talleres, siempre me pasan cosas locas con los textos. Por ejemplo, un poema que trajo alguien y el que lee después tiene una palabra súper extraña pero igual a la otra; o el texto le contesta al otro y todo se empieza a conectar de una manera muy rara. Por eso creo en la bibliomancia, porque hay algo ahí que no sé explicar pero que se conecta en la poesía, en los textos y ese juego. Y bueno, de repente me pasó con mis propios textos, que al comienzo fue un juego, un experimento de reírse también.
En otra entrevista que me hicieron de Eterna Cadencia, Valeria Tentoni me preguntaba sobre el yo. En realidad lo que me hizo ver este ejercicio es que no tengo nada que ver con la que fui hace un año o diez o veinte, y que finalmente todo lo que una escribe es una foto de un momento, de un yo en construcción y en destrucción. No hay una esencia en la que escribió ese poema a los 20; no soy yo, es un azar que diga “Cecilia Pavón”. Entonces el libro fue un poco jugar con esa idea, distanciarse de esos diarios íntimos.
-¿Qué particularidades tiene escribir a mano en relación a la técnica?
Siempre escribí a mano. Nací en el 73, cuando no había teléfono ni computadora. Llegué a tener una máquina que escribir cuando era adolescente, pero hay algo de la fluidez de la portabilidad con esto de los cuadernos.
La verdad es que hoy escribo en una tablet porque es un lío pasar después al teclado. Sí, es como una traición, pero toda mi vida escribí a mano, siempre en viajes, en lugares. Pero sí, es triste también que se está perdiendo, porque los adolescentes y los niños nacen con el teclado. Tengo un hijo y veo que a los chicos les cuesta mucho escribir a mano.
-El día que comencé a venir al taller, una de las primeras cosas que dijiste fue que crees en la poesía contemporánea. ¿Qué quiere decir eso?
Quiere decir que lo que me interesa es el arte vivo; la poesía, la música, todo lo que está vivo, que no se ha vuelto tradición. Lo contemporáneo para mí es eso que todavía no se sabe bien qué es. Eso es lo que me interesa, porque se relaciona con lo que está pasando hoy, por eso no sé si me interesa la poesía bien hecha, porque siento que cuando algo está bien hecho de alguna forma es porque está muerto.
-Se vuelve canon.
Claro, sí. Gabriela Mistral es genial -puede ser cualquiera, no sé, Alejandra Pizarnik-, pero decís “bueno, esto no va a volver a pasar en el mundo”. Yo creo eso, no hay gente que va a volver a sentir esto. A mí me gusta esa especificidad de lo que se está escribiendo y que habla de lo que está pasando hoy. A mi me interesa eso como crítica, como pensadora.

-¿Cómo este diálogo con la gente de distintas generaciones influye en tu forma de ver la poesía?
Completamente. Desde que era muy chica teníamos este espacio, Belleza y felicidad, donde pensábamos el arte, la creatividad o la poesía como algo colectivo, como algo comunitario; un intento de salir del ego y de la figura del genio; también como una manera de ser más feliz porque esta idea tan occidental del arte y la cultura, donde hay grandes nombres o figuras, pero, ¿qué te hace feliz? Para mí, compartir con amigos. Por eso Belleza y felicidad fue un momento iniciático en mi vida, porque todo se hacía en grupo, en medio del contacto, de la fiesta, de los vínculos eróticos -digamos eróticos a todo nivel- como una forma de contestar a esa figura tan tradicional y tan patriarcal, eurocéntrica del artista con mayúscula.
Se trataba de hablar desde la parte de la comunidad, porque creo que el artista consagrado siempre le debe todo al contexto. O sea, nadie existe solo, nadie crea solo. Sin embargo, el sistema nos hace pensar esta idea del pionero, del genial, pero en realidad en la cultura todo es una suma de influencias y de ideas que no sabes. Si le preguntas a cualquier escritor siempre te va a hablar de sus amigos con los que empezó a hacerlo. Los talleres tienen algo de eso para mí.
-Me da la impresión que mucha gente va a los talleres a sacar cosas, tal vez a terapiarse, de alguna forma. ¿Tienen esa potencia?
Para mí es parte. Me acuerdo cuando empecé en la facultad me decían: “la poesía no es terapia, la poesía no es vómito, la poesía no es catarsis”. Quizás para un 1% de la población privilegiada que se puede dedicar a esta idea de las bellas artes o del belletrismo, que no tiene ninguna preocupación en la vida, que está en una posición cómoda, el arte no es eso, pero para la gran mayoría de la humanidad la creatividad -me gusta decir la creatividad, no arte; el arte no sé lo que es- es todo eso: es terapia, es pensamiento, es poder darle una voz a cosas que no tienen voz. Para mí eso es terapia, es darle voz a personas que nunca podrían… porque si nos quedamos con las voces autorizadas de la cultura y el arte también muere o se vuelve un lugar para unos pocos. Al final es eso: abrir el juego desde lo no jerárquico.
Ahora te puedo pedir un pucho…
-Una de las frases que sale en el libro tiene que ver con el amor. ¿Qué lugar ocupa en tu escritura y cómo se complejiza?
Sí, tiene muchas capas. Es lo que te decía de la comunidad y de salir de la soledad, porque la poesía tiene que ver con la soledad pero también con ese intento de salir de la soledad. Yo por lo menos lo viví así en mi vida, por eso decía también lo de la terapia y lo de buscar una vida feliz.
Para mí el arte o la poesía tienen que ver con buscar una vida más feliz y eso incluye todo: un mundo y una sociedad más justa. La poesía tiene que ver con buscar una vida más feliz y el amor es eso al final también.
Particularmente en este libro está mucho el amor romántico, pero el amor es todo: es el amor al prójimo, a tu lugar, a lo que haces, no sé, creo que se relaciona con eso. No me interesa el arte que es para destacarse y ser mejor que los demás. Para mí el amor es ir en contra de esa idea. Escribo para acercarme a los demás.
-¿Cómo quisieras que fuera recordado cuadernito?
Para mí todo es muy pasajero y no creo en una esencia o en una verdad de la subjetividad. Siempre escribo para divertirme, emocionarme y lograr que alguien se emocione. En el fondo, para mí la escritura siempre es un juego para que la gente tenga placer, porque para mí el arte es lo que te da placer.
***
Cecilia Pavón es oriunda de Mendoza, donde nació en 1973. Desde los ‘90 vive en Buenos Aires, donde se recibió de licenciada en Letras por la UBA. En 1999 fundó junto a Fernanda Laguna la galería de arte y editorial Belleza y Felicidad. Publicó los libros de prosa Nomadismo por mi país, Los sueños no tienen copyright, Once Sur, Pequeño recuento sobre mis faltas y Todos los cuadros que tiré; y los libros de poemas Diario de una persona inventada, 27 poemas con nombre de persona, Un hotel con mi nombre, Querido libro y La libertad de los bares, entre otros.
Perfil del autor/a: