Zaida González Ríos, fotógrafa transfeminista, nos comparte su texto de presentación de este foto libro sobre la historia trans local. En él se cruzan sus experiencias personales, su cercanía con la comunidad trans-travesti y su mirada sobre la fotografía como dispositivo de memoria y disputa de la misma. Este libro fue publicado por la Universidad Diego Portales, específicamente por su CenFoto.
Es impresionante cómo en este libro confluyen -a través de la fotografía y los relatos- la historia y la memoria, las cuales claramente siempre van de la mano. Esta propuesta corresponde a una investigación esencial, educativa, dura y emotiva, donde también observamos los afectos, la hermandad y el amor desde su rebeldía, identidad y belleza.
El capítulo más desgarrador a mi parecer es Crímenes y Política, con un texto de Cristeva Cabello donde se aborda la violencia de la prensa, como por ejemplo en la nota de “El caso de los gemelos, ¿perversión o enfermedad síquica? Son hombres, pero se creen mujeres. El extraño caso de los gemelos que quieren cambiar de sexo”. En una de las fotografías que grafica la nota aparecen posando con su madre, la que dice estar angustiada y no saber qué hacer con sus hijos. Se ironiza en las imágenes resaltando las labores domésticas en las que destacan.

Plantear nuevas narrativas visuales y sus representaciones
La fotografía, según su tiempo, es espacio y relato desde lo íntimo y cercanía que involucra a él o la fotógrafa. Hasta el presente, las travestis y trans son para algunos fotógrafos (mayoritariamente hombres) la oportunidad de exhibir lo que supone un tabú y transgresión desde la imagen. El persuadir a mostrar el proceso, por ejemplo, del cambio de género a través del vestuario desde lo secuencial; querer ver desde la travesti montada hasta cuando se despoja del maquillaje y sus lentejuelas. O cruzar los límites desde la fotografía intimista, de lo cotidiano con una puesta en escena en acción de la conversión social y extrovertida como objeto de fetiche, o desde una cotidianidad en sus espacios, vistos desde la precariedad y victimización, siendo capturadas por alguien que no conoce ni está inserto en aquellas realidades, sometiendo a la retratada como objeto de rareza bizarra. Desde el ojo de la comodidad y privilegio, el afán de exagerar un cuerpo enfocándose en su sexo, instrumentalizando a las personas para un reconocimiento propio.
Hoy en día estas prácticas son cada vez más reprochables y mayoritariamente circulan en estrechos grupos de fotógrafos hetero cis, lo que tiene que ver también con los círculos personales en que como fotógrafos y fotógrafas nos comprometemos. Puesto que lo que observo como un núcleo cerrado que me es ajeno, lo debe ser también para aquella otra parte lo nuestro.
Paralelamente con el inicio de esta técnica, nace la fotografía erótica y pornográfica, encontrando daguerrotipos que datan desde 1840, aproximadamente. En estos comienzos, muchas de las retratadas eran prostitutas, o como se les llamaba, mujeres de la servidumbre y criadas, abusando de su vulnerabilidad, siendo víctimas de mal trato y objeto de esclavitud, para fotografías que solo circulaban en redes secretas entre hombres. En muchas de ellas se puede apreciar sus rostros de desagrado y vergüenza. Imágenes restringidas solo a las familias de clase alta y conservadora, recordando que la fotografía era asequible a personas con gran poder adquisitivo. Estas imágenes, rescatadas décadas después, circulan como un redescubrimiento y responden a una osadía para la época, y por supuesto, fueron realizadas por un autor anónimo.
Volviendo al libro, cito a Lilith:
“Aunque la organización de este archivo fotográfico se erige como una reaparición fantasmal de todas aquellas que no dejan que las olvidemos en sus experiencias de dolor, es también un reconocimiento y homenaje a la valentía de las que siguen luchando por sobrevivir y por la insistencia en estar en este mundo como se siente, no como se aparenta”.
Es así como la fotografía es una herramienta poderosa para no olvidar, y específicamente en este archivo histórico se nos brinda la posibilidad de reflexión y consciencia para las nuevas y futuras generaciones, que en muchos casos no permiten ser parte de malos tratos como en ese pasado, aunque claramente la historia no se borra, quedando como un antecedente sociopolítico y cultural de la discriminación. A pesar de esta resistencia, lamentablemente en algunos territorios retrocede autoritariamente como por ej en Estados Unidos y Argentina, donde es tanto el poder que se sobre escribe lo avanzado como un palimpsesto.

Los medios imponen su verdad con un fin político
Recuerdo que 1993 yo tenía 16 años, y por la tele estrenaron el capítulo de Mea Culpa por Carlos Pinto sobre el caso de la Berenice, asistente de hogar que secuestró al hijo de sus jefes. Al ser capturada, es ingresada al pabellón de los hombres en la cárcel. Al final del programa, en la entrevista, Carlos Pinto se refiere a ella como hombre y le presiona a decir su nombre de nacimiento. En suspenso, ella dice: “me llamo Carlos Jesús Brito”. Recuerdo que en el liceo imitábamos esa parte, poniendo una voz grave y ridiculizando el testimonio desde la ignorancia, de un Chile más discriminador que hoy, en una supuesta recuperada democracia.
Hace un tiempo tenía encuentros sexuales con un hombre de mente precaria. Un día vino a mi casa y unas amigas travestis trabajaban en un texto allí. Al entrar, él las saludó de la mano. Lo aparté y le llamé la atención, molesta y preocupada por ellas. Luego, regresó y las saludó con un beso, pero una de ellas le dijo tranquilamente y sin mirarlo: ya fue, chao. Aunque muchas veces conversamos, según él, ignoraba estos temas …. y yo suponía podía educarlo.
En ningún momento mis amigas mostraron una actitud molesta y siguieron en sus asuntos. Creo que han vivido tantas veces este tipo de desprecios que ya no se desgastan en que les arruine el día.
Al pasar el tiempo, ya no estando con él, una amiga trans trabajadora sexual me confesó que este hombre es un cliente frecuente, que va seguido a buscarla al Parque San Borja. Transcurrió más tiempo y me lo encontré. Le comenté lo que me relató mi amiga Emilia, me miró desconcertado y después de pensarla me dijo: “Entonces fui engañado por ella, porque según él no sabía que era “un travesti”.
Lo que me generó ruido no es que se metiera con Emilia; como me relaciono con mis amigas trans y travestis, ni joda que estuviera haciendo un juicio moral. Más bien le enrostraba una verdad que se niega, que se desentiende y oculta.

La incomodidad de lo que se piensa y de lo que se profesa
Históricamente a las trans, las travestis, no binaries y mujeres se les ha violentado por su representación, por sus cuerpos y razones de vida, siendo comparadas -y ellas mismas muchas veces comparándose- con otres: el menor precio por no cumplir con un estereotipo impuesto, que si lo pensamos, es inexistente y cruelmente inventado. Tal es el prejuicio, que una persona con la autoestima dañada, puede llegar a aislarse e invisibilizarse en soledad y costarle la vida con tantos desamores y desesperanzas.
Cada una, bien sabemos, tiene redes de apoyo o no, distintas; desde los padres y madres que les rechazan, a otras con más herramientas que son queridas y abrazadas por su núcleo familiar. ¿Qué pasa con el crecimiento y desarrollo personal de quienes deben vivir el?, ¿qué pasa con quienes viven el rechazo y que tampoco hacen vínculos sociales por las inseguridades y pánico que les alberga? Una puede brindar palabras de aliento, hacer ver sus cualidades y fortalezas, pero como cada proceso es personal, muchas vidas se pierden en depresiones y aislamiento. Ojalá nadie tuviera que vivir en la sombra del miedo por la discriminación o constante comparación.
Para terminar, cito a Anastasia María Benavente:
“Muchas de las estrellas que verán en este fotolibro huyeron del país en dictadura. Muchas fueron torturadas, detenidas y desaparecidas. No hay investigaciones al respecto, porque nunca fueron reclamadas, porque para sus familias ya habían muerto el día en que expresaron su identidad femenina”.

Perfil del autor/a: