1.
Señalados queden desde hoy y para siempre, en la hebra más íntima del corazón de un pueblo, estos días de principios de otoño y fines de marzo del veinticinco, en que partió a habitar las regiones más transparentes el cantante Patricio Fernando Zúñiga Jorquera, más conocido por su nombre artístico –y qué nombre-; Tommy Rey. Soberano indiscutido de las sonoras, perteneció a aquella generación de músicos de formaciones tropicales que despuntaron a mediados del siglo pasado y llegaron a conquistar el fuego de la fiesta de la clase popular. Fue su voz impasible y templada, sin aspavientos ni estrépitos teatrales, y que, incluso cantando cuadros de amor sufrientes, de vacíos de alma y amarguras del existir, jamás pierde la entonación al servicio del carril por el que transita la virtuosa orquesta, la que selló el último periodo de consagración de la cumbia chilena; uno que comienza en los ochenta -época que coincide con el quiebre de la Sonora Palacios y la fundación de la sonora de Tommy Rey- y que hoy cierra un capítulo importante de su historia. Una voz que conjura al gozo del cuerpo contra los pesares del pensamiento plañidero; al servicio de la soberanía popular de la cumbia y sus misterios.
¡ I A L É ! era la interjeccion que utilizaba Tommy Rey como marca personal. Algo así como un ensalmo -esto es, una pronunciación mágica- que expresa el bálsamo que significa el baile para los tormentos que aquejan la cabeza del pueblo que la escucha y la hace suya a través del cuerpo. Atrapado en el trance musical en el que es posible practicar prodigios como el túnel o el trencito, en donde los danzantes se pierden en vagones de caderas cimbreantes y risotadas borrachas alrededor de la pista. Porque si algo es claro es que la cumbia de salón sólo puede completar la esencia de su experiencia social a través del baile y por eso mismo sobre ella los habitantes escribieron con el cuerpo los pasos de un baile libérrimo, formulado en bamboleos de hombros y caderas, proyecciones de brazos -y, si el trance rítmico lo demanda- y un bailante se encuentra inspirado por el entrelazamiento de bronces y percusión en el cénit de la lírica catártica del, por poner un ejemplo, que más da / cuántos se han ido ya, se hace posible, y hasta deseable, ponerle pechito e improvisar otras astucias del verbo bailar combinado con cumbia.
Así fue como esta singular síntesis musical que alambica algunos recorridos regionales del género que, por supuesto, incluyen a Colombia, pero también al influjo directo de los sones cubanos y la puesta en escena de los grandes espectáculos de la gran noche habanera -y los boleros acumbianchados que forman parte de su repertorio dan fe de ese linaje- se transformó en un estilo que definió la idiosincrasia telúrica y moderna del pueblo chileno y latinoamericano. De manera que no fue la cabeza sino el cuerpo el que hizo de la cumbia la reina de todas las fiestas.
La fiesta escribe Bataille en Teoría de la religión “abre un abrasamiento”, es “comunión” y “ofrenda contagiosa”. Para el poeta y pensador francés, que militó en las ligas mayores del surrealismo, publicó revistas y fundó una escuela de sociología sagrada con otros estudiosos renombrados de la época, los estados festivos poseen una “aspiración a la destrucción”, al derroche y al gasto improductivo. Lo suyo es la consumación de un tiempo inmanente, el lapso de la participación y de la “comunicación intensa” entre los seres; sin embrago, al mismo tiempo, la concepción de la fiesta se encuentra signada por una “sabiduría conservadora” que ordena y limita la deflagración de su “instante de desenfreno”.
Considerada una música rasca en sus inicios, lo que señala su innegable raigambre popular, hoy su variante clásica, de la que Tommy Rey es exponente y adalid, es apreciada de manera transversal por todos los estratos sociales, además de haber conseguido criar sobre el fermento de su exitosa trayectoria toda una rama florecida de cultores que conforman una extensa escena de neo-cumbia nacional. Pero más allá de estos hechos de la causa, el género tropical posee un significado cultural mucho más profundo, uno que nos costura con una identidad regional mayor, y que dibuja una arpillera de música popular en el que la presencia de sus vertientes; chicha, psicodélica y villera -por nombrar apenas algunas corrientes destacadas y vecinas- compone una cartografía extensa y variada de este fenómeno musical propio, que le debe mucho sino todo, a la herencia afro y mestiza americana.
2.
Se puede decir distinto, pero no mejor que aquella fórmula poética con la que los periodistas enfrentan el trance luctuoso del fallecimiento de algún ídolo musical de estas envergaduras. Por eso es que lo cierto es que el miércoles 26 de marzo muere Patricio Fernando Zúñiga Contreras, pero nace Tommy Rey y su lozana leyenda.
El jueves 27, camino a San Bernardo, oigo en la radio de auto a dos locutores hablando sobre el legado musical del cantante. Uno le asegura a su colega que la apertura del “manicero” de la Sonora Palacios es un equivalente musical a cualquier tema de Carlos Santana en su momento más experimental. La mayoría de las estaciones que tienen programas al aire a esa hora están hablando de la repentina muerte del cantante y discuten la valoración de su legado musical. No es para menos, se trata de un acontecimiento musical trascendente. En otra estación del dial se abre el micrófono para que las personas se refieran a la muerte del ídolo. Los radioescuchas relatan al aire los recuerdos de fiestas familiares; bailes en el patio, en el living comedor, con las sillas arrimadas a la muralla y los vasos que no terminan de vaciarse. Enfermos de nostalgia mencionan la ausencia de aquellos que ya partieron del mundo de las fiestas, pero que aún habitan las llamaradas de su fuego, la consumación de su abrasamiento ritual. Pronto estos mensajes que se lanzan al aire de la onda larga pintan un cuadro de imágenes queridas y añoradas. Juntas constituyen parte de la educación sentimental de un oleaje generacional que se remonta a la segunda mitad del siglo pasado y que continúa con una fracción importante de los nacidos en los ochentas y noventas, y aún quizás en olas chicas más acá en el tiempo. Todas ellas forman un atesorado acervo de memoria emotiva en el que el ámbito personal y colectivo se diluyen confusa, gozosa, y angustiosamente en la experiencia social de la fiesta. Bataille de nuevo, escribe que la comunidad en la fiesta no está planteada como un objeto, “sino más generalmente como un espíritu (como un sujeto-objeto)”. De ahí que el acontecimiento festivo dicho en el particular lenguaje de su pensamiento poético no esté “distintamente situado en la conciencia” más que a razón de estar integrado “en la duración de la comunidad”, esto es, parafraseando algunos términos caros a su pensamiento; en la inmanencia de la experiencia colectiva del fuera de sí.
3.
El meme de la mañana saca una risa cuando plantea la amenaza de caer en un bucle temporal eterno en la próxima celebración de las fiestas de fin de año. Mis redes que saben bien que huesos tirarme para que mueva la cola y salude, revelan la canción que compuso Tommy, o habrá que decir, con ese grado de admiración y cariño, Patricio Fernando Zúñiga Jorquera; el hombre detrás del cantante, dedicada a la memoria de la profesora, presidenta y secretaria general de partido comunista Gladys Marín.
Con el transcurso de las horas la semblanza del más bien lacónico cantante comienza a adquirir un perfil más personal, y durante la puesta en escena de los ritos fúnebres inicia un eclipse total de cumbia sobre el territorio sentimental del pueblo, y el ídolo muerto se hace notar en el cielo cotidiano del espíritu, y bajo la tupida umbra la nostalgia de mirar directamente la plenitud del fenómeno provoca que recuerdos queridos de la cabeza salgan a caminar por la superficie del pensamiento. La voz de las fiestas de fin de año vuelve para despedirse y muchos regresan a la infancia de percusiones graves vibrando en la guata, y rememoran el instante en que presenciaron los primeros pájaros de la mañana, y a los grandes bailando las últimas cumbias en el comedor.
Al día siguiente, el paso del cortejo por la pérgola deja una tumultuosa romería flanqueando la carroza.
-Grande Tommy rey, lo más lindo, grita una voz femenina.
Y otra, notoriamente ajada, secunda con emoción, interpelando directamente al difunto;
– ¡nos vemos!
La multitud reclama el micrófono para expresar la pérdida:
-Cuánta cumbia baile con él, mucha cumbia como para poder decirla así no más.
-Yo dormía en una parquita, y escuchaba estas cumbias cuando niña.
Se termina el siglo XX -otra vez- y es muy probable que la fecha de su muerte se convierta por decreto oficial en el día de la cumbia. Funeral y fiesta se traslapan dolorosa y gozosamente en la despedida de una de las voces más reconocidas del género.
Cuesta no observar en ello uno más de los misterios de lo cumbia.
¡A muerto el rey de la cumbia, larga vida al rey!

“Pasos de Cumbia” (2013)
Acá dejó enganchado el enlace de esta serie documental de once episodios, conducida por Cute Aste y que es, me parece, injustamente desconocida. Su premisa es simple, emprender un viaje para rastrear los recorridos y las ramas de la cumbia a partir de su presencia prácticamente transversal en la experiencia festiva de nuestra región.
Disponible en la página del Consejo Nacional de Televisión y puedes acceder pinchando aquí:
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