Viernes 21 de febrero de 2025, jornada de intenso calor, de esos en los que apenas se puede respirar porque “lo que mata es la humedad”, en palabras del poeta Roberto Santoro. Parece mentira que justamente ese día atravesé la Provincia de Buenos Aires desde la Capital, conurbano sur incluido.
Semanas antes, cuando todavía estaba disfrutando de mis vacaciones en San Martín de los Andes, Provincia de Neuquén al sur de Argentina, conocí a Natalia. Nos unieron los placeres por la literatura, lo social y la escritura; y en este texto, también, nuestras voces. En el sur, acompañadas de un té al llegar de una caminata, le comenté sobre la escritora argentina Alejandra Kamiya, que en su imaginario literario aborda temas de la vida cotidiana con la precisión de quien está relatando lo más trascendental del mundo.
Un anuncio en Instagram invitaba a un diálogo que se realizaría con la escritora en la ciudad de La Plata. El encuentro se desarrollaría en una Biblioteca Popular llamada “Mafalda y Libertad” de Arturo Seguí, una localidad periférica de la ciudad de La Plata para la que el acceso en transporte público no era sencillo ni rápido. Para llegar, atravesamos manzanas y manzanas con quintas repletas de arboledas hasta que dimos con una especie de terreno baldío donde cambiaba el paisaje. Vimos a un grupo enorme de personas reunidas alrededor de la biblioteca que coronaba ese encuentro. De fondo, las vías de la estación en desuso desde hacía tiempo, le daban un aura de ciudad olvidada e incomunicada aunque resignificada por quienes nos reuníamos allí.
El recorrido hasta llegar a la cita con la escritora nos parecía incierto, pero a la vez fascinante: todavía estábamos de vacaciones y atravesar el conurbano bonaerense para llegar a los rincones poco turísticos es siempre desafiante y novedoso, hay una mística que lo envuelve. Ambas no conocíamos el lugar ni sabíamos cómo sería el encuentro. Solo fuimos y la experiencia fue gratamente sorprendente. Trascendental, como la escritura de Kamiya.

El transporte
La primera parada desde Caballito fue Quilmes. Un viaje en bondi de una hora antecedido de un tramo en Subte; largo pero hermoso momento dedicado a la lectura para encontrarme con Nati, conocer su casa, su barrio, sus gatos. Luego compartimos un almuerzo; otro bondi para ir al centro, una breve caminata por la localidad, conocida por producir la cerveza homónima. Finalmente, el tren a Villa Elisa. La estación, llena. El tren, atrasado. La espera bajo el sol que nos curtía la piel con unos 36 grados de sensación térmica y la ya referida y poética humedad.
La odisea continuó. Cuando llegamos a Villa Elisa necesitamos parar y tomarnos un café para reconfortar este primer tramo, antes de ir hasta Arturo Seguí que quedaba a más de seis kilómetros. Villa Elisa nos hizo recordar a algunos barrios de zona norte como San Isidro o Beccar, también a Ranelagh por sus edificaciones, espacios verdes y tranquilidad. Elegimos una panadería llena de cosas deliciosas, que a su vez funcionaba como confitería y tenía aire acondicionado: lo necesario para aliviar el cansancio, la espera y el calor.
Cuando era momento de ir a la biblioteca, nos dimos cuenta de que no había Ubers disponibles por la zona. Como de esto ya estaban enterados en la panadería, la misma garzona nos llamó a un remis de confianza. Tanta camaradería y amabilidad gratuitas no se encuentran diariamente en lo ancho y largo de la Provincia de Buenos Aires, pero Villa Elisa parecía un espacio detenido en el tiempo, allá por los años ‘90, quizás, o la época que tú lectorx quieras aplicar, cuando la velocidad no acuciaba como hoy día.
Durante el viaje, preferí estar en silencio para evitar que mi tonada chilena aumentara la tarifa del remis. Así que con Nati nos comunicamos por whatsapp durante todo el recorrido.
-Una parada de café
-No uber disponible
-Bondis lentos y de tránsitos culebreros
-El acierto del pueblo chico con el servicio de remis (o radio taxi si tú quieres)
Después de unos minutos de viaje logramos llegar. Alejandra Kamiya aun no. Seguramente ella también estaba detenida en los tiempos y distancias de la provincia. La espera no fue tediosa, pues la voz de Kamiya se anticipaba entre nosotras. Las organizadoras del evento e integrantes del Club de Lectura de la biblioteca reprodujeron en los parlantes las grabaciones de unos cuentos de la escritora. El audio se mezclaba con el rugido de las motos, los bondis y las risas de niños y adolescentes que pasaban o se detenían a ver de qué se trataba el encuentro.
El lugar era una vieja estación de tren. La biblioteca correspondía a una de las alas del recinto, poblada de estantes en sus paredes que por fuera estaban pintadas con vívidos colores. La construcción estaba sobre una pequeña loma cuyas faldas tupidas de pasto eran una acogedora quebrada decorada por implementos complementarios: el micrófono, los parlantes, el mate.
Personas de distintas edades se fueron acercando al escenario, también un grupo de perritos, la mayoría negros, se aposataron en primera fila y revoloteaban entre los visitantes. La escritura de Alejandra Kamiya por lo pronto nos acompañaba en el sonido, en la voz de otras; luego, en la quietud y la paz de la conversación que fluyó con ella.
Llegó. Alejandra llegó. Hicimos silencio y la miramos como si, de repente, el tiempo se hubiese detenido. Pero las lectoras no la divisaron, absortas en su obra. Alejandra aprovechó y entró a la biblioteca, miró algunos ejemplares, tomó un poco de agua y volvió a salir al patio. Tenía un vestido negro pero su persona emanaba algo de luz. Su paso lento pero seguro, su mirada, su sonrisa. Su calma, su ritmo.

La biblioteca y la literatura
Para presentar a Alejandra Kamiya, las organizadoras hablaron de las ansias de niños y niñas de participar de los talleres que allí se dictaban, de las niñas escritoras que andaban con sus cuadernitos y que ese día estaban jugando por el parque; de las ganas que ellas tenían de conocer a Alejandra y de la belleza que envolvía a sus relatos.
A modo de saludo, Alejandra Kamiya destacó la belleza de la biblioteca popular que la había invitado. Evocando la presencia de estos mismos libros, contó que si bien en su casa tenía una colección de libros, ella prefería ir a una biblioteca pública como una forma de encontrar su lugar fuera de casa. A ese preciado espacio, relató, “no iba mucha gente, entonces era como algo sagrado, parecía una iglesia”.
“Siempre tuve un contacto con los libros, siempre fueron como un refugio”, agregó, contando, entre otras cosas, la experiencia de traducción de textos japoneses junto a su padre. En relación a esto, desde el público preguntaron sobre su origen, su identidad. “Siento más identidad con la mezcla (…) eso nos hermana más que la pureza”, dijo, atravesando en sus respuestas distintas etapas de su vida: su infancia, su adolescencia, el contacto con su madre enferma. Todo, todo, la impulsó a leer y a escribir.
Sobre la inspiración versa la siguiente pregunta. “Todo es un cuento en potencia. Y a veces al revés, me siento bombardeada por cuentos, pero eso suena muy violento”. Por ello, explicó que antes esa invasión de contenidos -“que los cuentos me son dados, cuentos, cuentos y cuentos”- “el primer trabajo consiste en agarrar uno solo y decir: bueno, voy a trabajar este. Por ejemplo, este encuentro mismo, ustedes lo tienen a mano todos los días, no sé si se dan cuenta de lo hermoso que es un espacio así, un encuentro alrededor de una biblioteca. Hay tanta potencia ahí. Entonces no hace falta tanta inspiración, que pasen cosas tipo Netflix. La vida común está llena de material para cuentos”.
Los textos de Kamiya son musicales, rítmicos, calmos; como ella misma llegando a este lugar. En esa atmósfera envuelven a quien los lee en una poética; y sin ir más lejos, se encuentran en los títulos de sus cuentos, que son casi haikus, como reflexionó una de las asistentes. Una de las preguntas sigue en esa dirección: ¿cuándo vas a escribir poesía?: “Para mí la poesía es la máxima expresión de la literatura. Soy muy respetuosa de la poesía”, responde. Por eso, agrega “es lo que menos me gustaría hacer mal”.
¿Y qué significa malo?, contrapregunta otra mujer. “¿Malo? Primero, que no contenga una verdad (…) hablo de la verdad que sale del autor”, desde esa subjetividad, ese sentir (…) El primer gran error sería hacer algo con reglas externas”.
Los cuentos
En ese bombardeo de información que da la cotidianidad, hay que elegir y reconocer el extrañamiento, materia prima para los cuentos, como señala Kamiya. ¿Cuándo te das cuenta que un cuento está listo?, pregunta una de las asistentes. “No está nunca terminada. Además, escribir claramente es un trabajo que tiene una importante parte espiritual, entonces sería casi como decir ‘yo ya estoy perfecta’, y no, siempre falta trabajo”. Y ese trabajo no acaba nunca al parecer, pues Alejandra cuenta que “muchas veces cuando tengo lecturas con el libro impreso, edito”, como un proceso constante, siempre perfectible y abierto, evidenciando que “el tiempo de la escritura no es mensurable como el otro tiempo”.
¿Cómo te diste cuenta que quería ser escritora?, le preguntan de nuevo. “Para mi los escritores eran algo sagrado y sin pensarlo fui haciendo los pasos que se me iban presentando. De repente estoy sentada acá, pero no fui buscando ser escritora. Lo que ocurrió fue que escribí siempre, y cada cosa que escribí, lo hice obedeciendo a una necesidad del momento que no tiene nada que ver con ser escritor”.
Para Kamiya, a diferencia de Umberto Eco, no hay que escribir para otro, para un lector modelo, sino que es necesario escribir según la propia verdad, el propio sentir. Y aquí hay una dimensión sagrada, la verdad personal, aquella pulsión que la motiva a escribir. A su vez, hay una dimensión colectiva. Su escritura alcanza al otro/a en esa experiencia íntima y a la vez social que supone la lectura, al permitir la apertura a otros mundos sociales desconocidos o percibidos de modos distintos por cada quien.
“Cada escritor se forma de manera diferente”, agrega. “Por ejemplo, mi maestro, Abelardo Castillo, tenía una idea muy construída y formada y estricta de lo que es ser escritor. De hecho, el libro que más me gusta de él se llama ‘Ser escritor’”.
De esa experiencia surge la consulta sobre qué consejo le daría a quien se está iniciando o está pensando empezar a escribir. “Más que paciencia”, contesta y aconseja, es necesaria “la perseverancia, sentarse a escribir”, oficio constante y perfectible. Y así ha sido. A la fecha Alejandra Kamiya ha publicado los libros Los árboles caídos también son el bosque (2015), El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019) y La paciencia del agua en cada piedra (2023), editados recientemente por Eterna Cadencia. Todos son volúmenes que reúnen cuentos, su especialidad. “Yo no escribo de a libros, escribo de a cuentos”, detalla.

Libros entrañables
Consultada sobre sus autoras y autores entrañables, Alejandra Kamiya menciona a Clarice Lispector, a Pessoa, Lucía Berlín y a Borges. Pero advierte que la búsqueda de estos referentes “debe ser personal”.
El mismo Borges afirmaba al respecto que “si un libro les aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso, ni porque es moderno, ni porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo (…), no lo lean, ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad. Lean buscando la felicidad personal, es el único modo de leer».
La lectura se convierte en un ejercicio personal en el que resuenan ciertos relatos vinculados con la propia historia. En este sentido, Kamiya menciona también que “el texto es más de lo que está escrito. Prueben ustedes cuando leen algo cuánto de lo que les quedó está escrito. Es un porcentaje muy chiquito. Yo creo mucho en formar la entrelínea”.
En sus apreciaciones sobre la lectura no solo aparecen lo sagrado, la quietud, la elección personal sino también la musicalidad, la propia respiración y la vida misma: “Para mi es muy importante la música en el texto. Es parte de la belleza que te puede dar. Es más desde donde yo escribo, yo escribo desde un lugar intuitivo. Tal vez si fuera mucho más racional, sería de otro modo, pero la belleza para mí es muy importante. Y bueno, la puntuación es uno de los recursos que tienes a mano, que se relaciona a también con la respiración. En general escribo con oraciones cortas, pero cuando hay largas tienen que ver con algo que no logro decir y que ensayo decir, que es lo que me pasa también en la vida”. Escritura y lectura danzan al compás de sus palabras. Esa dificultad para reflejar lo que la autora quiere escribir en oraciones cortas se convierte en un recurso literario. Con Kamiya es la propia respiración de sus lectores/as la que debe sostenerse para finalizar el texto.
Para ella, la lectura resulta una actividad tanto útil como necesaria para vivir. “A mi me hace muy bien hacerlo, me hace soportable la vida. Si me preguntás qué es la escritura, para mí hoy es casi todo. Dos o tres vínculos y la escritura. Pero ese no es el fin último de la escritura. La escritura a mi me sirve, pero también que le sirva al otro, que es donde me termina de servir, donde hay una comunión”. En eso que la autora comprende como verdadero y valioso, emerge un permanente ritual de unión con la otredad; mismo sentir, quizás, o al menos parecido, que nos hizo venir con Nati a ver a Alejandra y escribir este texto en el que nuestras voces individuales se unen con un montón de personas que estuvimos esa tarde en Seguí, bajo una enorme nube de película.

Perfil del autor/a:
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