El terror, el miedo, el asco y la emancipación de la mujer en la Antología Perturbadoras

julio 07, 2025
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Texto sobre Perturbadoras. Narradoras latinoamericanas de lo extraño del siglo XIX. Jocyce Contreras Villalobos (editora y compiladora). Santiago: Imbunche Ediciones, 2025.

Me ha dejado sorprendida este volumen, lo cual no es fácil. Por eso no solo quiero compartirles mi lectura, sino que invitarles a que se aproximen a este excelente trabajo.

Se trata de la antología Perturbadoras cuya responsable es Joyce Contreras, quien ha seleccionado, editado y prologado este volumen. Desde hace años, Contreras viene realizando una labor encomiable en términos investigativos. Pienso en sus libros que reúnen la obra de Delia Rouge y Mercedes Marín del Solar, pero también en el volumen Escritoras chilenas del siglo XIX, elaborado en conjunto con las investigadoras Carla Ulloa y Damaris Landeros.

La labor investigativa de Contreras me permite advertir no solo su entusiasmo, sino su tenacidad por visibilizar un enorme conjunto de escrituras de mujeres hasta ahora condenadas al silencio. El enfoque feminista de la investigadora se destaca en sacar de la academia el resultado de años de trabajo y llevarlo a los lectores/as. En este último terreno, pienso que Joyce Contreras se encuentra liberando un/a lector/a aplastado por una historia de la literatura sexista.

Contreras, en este volumen, insisto, visibiliza la escritura de mujeres nacidas en Latinoamérica que publican desde mediados del siglo XIX hasta las cuatro primeras décadas del siglo XX, en territorios como México, Centroamérica, el Caribe, Brasil, los Andes y el Cono Sur. Sus obras demuestran que el canon ha sido tenazmente masculinizante e injusto. Remarco injusto, porque hay cientos de malos escritores varones que han tenido más visibilidad que cualquiera de estas autoras; por el simple hecho de ser varones.

Este conjunto de narraciones, desarrollan una estética literaria ligada a lo violento, abyecto, monstruoso, extraño. Relatos, además, que exceden la tendencia de su contexto de producción, respecto a narrar sobre la conformación de la patria, la identidad, las hazañas guerreras. Van, entonces, más allá de la concepción de la literatura ejemplarizadora o edificante.

Otro de los aspectos genéricamente importantes en este conjunto de autoras que recoge el libro es su desvío del paradigma naturalista; una de las tendencias literarias más profundas y permanentes en la narrativa latinoamericana de los siglos XIX y XX.  Esta teoría, levantada por Emile Zola, sitúa en los sectores marginados el germen de mal. Las narraciones que Contreras incluye en este libro nos enfrentan constantemente a desnudar las lacras de la elite como lugar de surgimiento y habitáculo del mal. Un hecho que transgrede la conformación idealizante de este segmento social. Nos encontramos de tal manera con personajes privilegiados por su condición de clase; pero no por ello inmunes a ejercer el mal o ser víctimas de este.

A eso se deben agregar dos líneas recurrentes en el conjunto, como son la reivindicación de la mujer y la presencia de entidades anómalas. Respecto al mal, éste cruza la generalidad de los textos; ya sea en su condición triunfante o derrotado. La monstruosidad, como término englobante, acontece en figuras específicas como el monstruo, el zombi, el vampiro, el demonio. Sin embargo, también nos enfrentamos a seres humanos monstruosos en sus valores y acciones. La monstruosidad, puede entenderse así, inserta en el ser humano, pero también ligada a una otredad, una identidad ajena, pero tan abyecta como el humano común.

Finalmente, es frecuente que los relatos expongan en sus personajes femeninos, una discursividad que cuestiona el patriarcado y exige derechos igualitarios.  Esto contribuye a la representación de una sujeta indócil ante su condición de género. Ser mujer, escritora, protofeminista y privilegiar subgéneros literarios como lo fantástico, lo sobrenatural y lo extraño, implicaron una torsión radical a lo que se esperaba de una mujer letrada y burguesa. 

La antología se divide en cinco segmentos que convocan sucesivamente a mujeres como personajes centrales: “Mujeres monstruosas”, “Fantasmas, espíritus y espectros”, “Vampirismo y demonios”, “Magia y otras prácticas ocultistas” y “Muertes vivientes y otras criaturas”. Se trata de relatos construidos para generar miedo, tensión, asco. Por tanto, preocupados por la figura del lector/a.  Esta función narrativa, nos permite afirmar la adelantada preocupación de estas escritoras por sus receptores. Se escribe para otro/a y el efecto de la escritura, tal como señalara Poe en su ensayo “La filosofía de la composición”, debe ser el centro estructural de una narración.

Este conjunto de autoras, escribe al modo de una avanzada modernidad, me refiero con ello a la utilización de frases cortas, ausencia de barroquismo, eliminación de desvíos temáticos y mínima presencia simbólica. La acción, además, es permanente. A nivel estructural el aspecto más llamativo es la tendencia a eliminar los finales cerrados.

Elegir un puñado de narraciones destacables es un ejercicio complejo. La curatoría ha sido impecable. Pese a ello, me atreveré a seleccionar algunos relatos que me parecen impresionantes a nivel temático y escritural. “La dama de Amboto” (1870) de la grandiosa escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, nos enfrenta a un relato situado en el País Vasco. La anécdota se centra en la hermana mayor de una acaudalada familia. María pierde su derecho a herencia por ser mujer. La herencia recae en su hermano menor, beneficiado por la ley de sucesión legal masculina. El decaimiento de María, lleva al hermano a invitarla a una cacería, compartida con un grupo de invitados de la elite. No seguiré mi relato, pero sí puedo decirles que contiene una feroz crítica a la elite, pero también a la segregación de la mujer, proponiendo, además, una polémica discusión sobre cuáles son los límites del ejercicio de mal humano. 

Un relato, sin duda, impresionante es “Bogotá en el año de 2000: una pesadilla” (1872) de Soledad Acosta Samper, nacida en Colombia. Acosta nos enfrenta a una distopía feminista, situando a su protagonista, en el siglo XXI. Así dice la voz narrativa: “soñé con cosas extrañas. Figúreme que llegaba [en una máquina alada] a una ciudad toda embaldosada de mármol [es y piedras de colores,] y repleta de altísimos monumentos”, “hay globos–correos, globos de pasajeros y globos para mercancías. Pero estos últimos no se emplean sino para traer mercancías muy finas y valiosas, porque el transporte sale muy caro. [Además los buques, impulsados por medio del RADIUM atraviesan los océanos y los mares con la velocidad del rayo, así como los trenes y automóviles recorren en pocos minutos distancias enormes, y sin rieles suben y bajan las cordilleras…]”.

Otra narración excepcional, pertenece a Júlia Lopes de Almeida, brasileña. Su relato se titula “Los cerdos” (1903). Los sucesos se concentran una vez más en una mujer. Esta vez se trata de Umbelina, una campesina mestiza, soltera, en estado de gestación. El responsable de su condición es el hijo del patrón, quien se ha desentendido de la tragedia de la muchacha, amenazada y golpeada por su padre al enterarse del embarazo. El relato se enfoca de manera permanente en el plan de confrontar al joven hacendado en el momento mismo en que ella esté pariendo. La complicidad de la narración con la mujer es explícita y expone cada una de las etapas que la protagonista experimenta, manteniéndonos siempre en ascuas ante la variedad de decisiones que finalmente tome Umbelina.

Estos relatos, como se ha señalado, critican el modo de vida de la clase alta, donde el dinero determina sus acciones. Sin embargo, también surge la figura de la mujer resolutiva, como la mujer de cristal del cuento “Mira la oriental” (1890) de Rafaela Contreras Cañas, nacida en Costa Rica. El relato nos adentra en la vida de un joven príncipe de Indostán que se obsesiona con la estatua de una mujer de cristal, la cual, según el encantador Marust, rompería su encanto, volvería ser de carne y hueso, cuando amase y llegase a ser amada. El príncipe se propone conquistarla sin contar con un hecho fundamental en la mujer-estatua. Nuevamente, me reservo contar más de la historia, sin embargo, no por ello, puedo dejar de mencionar que la figura femenina aparece revertida en su condición de subalterna y por sobre todo de sus funciones de madre y esclava sexual.

Estoy terminando este texto y no puedo dejar de mencionar a Raimunda Torres Quiroga, autora argentina y su relato “El viejo del gabán verde” (1870) sobre una vampira. Un texto con aires modernistas que expone por primera vez en Latinoamérica a una mujer vampira. Esta subversión al estereotipo masculino me parece que posee, una vez más, una intención político-feminista, ya que nos permite romper el género implícito en el vampiro, siempre varón. Estamos ante una mujer que más que actuar, se sitúa como una figura que transita por la vida humana, donde convive con los miembros de la comunidad, limitada a su función de seducir. La vampira, también aparece en “Neurosis del color” (1903), relato de Júlia Lopez de Almeida, brasileña, protagonizado por Issira, una joven princesa casada con un faraón. Es destacable en esta narración tanto el erotismo como la configuración del otro, el subalterno, quien aparece como alimento de la elite. Nuevamente la crítica social mezclada con un fascinante estilo gore. El narrador así dice: “Mucho antes de convertirse en la prometida del futuro rey, caía en convulsiones o delirios al ver las flores de los granados que no podía alcanzar, o las franjas rojas de los kalasiris de los hombres del pueblo”, “Issira, mientras tanto, degollaba a las ovejitas blancas, bebía su sangre, y solo plantaba en sus jardines amapolas rojas”.  Issira vive un proceso de deseo que va en aumento: “quería beber y bañarse en sangre. Ya no en la sangre de las ovejitas mansas, blancas y sumisas que iban con una mirada serena hacia el sacrificio, sino en la sangre caliente de los esclavos enfurecidos, conscientes de su desgracia; ¡sangre fermentada por la amargura del odio!, ¡sangre espumosa y embriagadora!”.

Brujas, seductoras, criminales, maternales, vampiras, intelectuales, liberales, burguesas y mestizas. Mujeres diversas, demandantes, activas y conscientes de las limitaciones que el patriarcado impone a su género. El miedo, el terror, el asco que provocan estos relatos, actúan como detonantes de una discursividad política de clase y género unificados por el mal. Sin embargo, cabe hacer notar que el mal proviene generalmente de la clase dominante. El ejercicio del mal, de tal manera, resulta ser una condición de clase, una función que, además, viene a representar los imaginaros colectivos que identifican la existencia de otras formas de vida que conviven con los seres humanos y que demuestran que nuestras monstruosidades buscarán una y otra forma de manifestarse.

Quiero remarcar, finalmente que este arduo trabajo de recopilación y análisis de obras, realizado por Joyce Contreras, es una intervención filosa y fundamental para la historia literaria latinoamericana y particularmente los estudios sobre narrativa de mujeres. Un volumen que desafía el canon masculinizante y los mal llamados y siempre despreciados subgéneros literarios.

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