Antonia Torres, escritora y periodista: “Somos doblemente periféricos y encima abandónicos quienes leemos y escribimos poesía”
La escritora valdiviana, Antonia Torres Agüero, reúne por primera vez su obra crítica en La voz de lejos. Crónicas, reseñas y recados literarios, un libro publicado por Editorial Aparte que compila textos publicados en medios digitales y revistas culturales como Pánico, Letras en Línea, El Mostrador, Revista Santiago y Palabra Pública, entre otros. El libro tendrá su presentación el miércoles 20 de agosto a las 16.30 hrs., en el Centro Cultural de España, en el marco del Congreso Literario de Pueblos Abandonados.
[Fotos de Lorena Palavecino]

Dividido en tres secciones, el volumen recorre la mirada de Antonia Torres sobre la poesía —con escritos dedicados a Clemente Riedemann, Jaime Huenún, Pablo Neruda y Rosabetty Muñoz—; la narrativa —con reseñas a obras de Alejandro Zambra, Paulina Flores y Carlos Droguett—; y una tercera parte de textos inclasificables: cartas a estudiantes y ensayos sobre literatura e identidad territorial.
La voz de lejos no solo contribuye a la tradición crítica contemporánea de la literatura chilena, sino que también rescata y documenta un conjunto de reflexiones que permanecían dispersas y, hasta ahora, inéditas en formato impreso.
La publicación, editada bajo el sello Editorial Aparte, cuenta con un prólogo de la reconocida crítica literaria Soledad Bianchi y despliega la poética personal de la autora, a través de un ejercicio crítico que se sitúa fuera de los márgenes académicos. Los textos, surgidos de colaboraciones en distintos medios, reflexionan sobre el lugar de la literatura en la vida contemporánea y dialogan con figuras esenciales de la tradición chilena desde una perspectiva íntima y lúcida.
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¿Por qué La voz de lejos? ¿Qué ecos mistralianos hay en ese título y cómo dialoga con tu propia voz crítica?
El título no fue una cita consciente a la Mistral. La verdad que aquello de escribir y pensar desde lejos, sumado a la idea de “recados”, me salió muy espontáneamente. Fue a posteriori Soledad Bianchi quien reparó en el paralelo con la Mistral, asunto que ella observa en su prólogo. Por otro lado, no es tan extraño el símil, si pensamos que vivo y escribo desde el sur, esa especie de periferia del “campo culturoso chilensis”, como diría el querido Marcelo Mellado. Somos doblemente periféricos y encima abandónicos quienes leemos y escribimos poesía. Lo de “recados” tiene que ver con tratar de decir cosas como si no fueran mensajes intencionados, porque si las dices muy directamente, se enojan. O porque no se están diciendo con el debido marco teórico. O porque eres mujer. O porque simplemente le caes mal a alguien… en fin. Por eso hay que instalar algunas ideas con una cierta dulzura, como susurrándolas, en forma de “recados”. Además, como doy tanto taller de escritura siempre estoy deslizando mis ideas de lo literario, intentando “enseñar” algo, si acaso eso se puede en el plano de la creación. Siempre me ha gustado eso de enseñar, y el espacio tradicional para ello, la academia, me ha sido algo hostil. No sus estudiantes, claro está, siempre ávidos de señales, lecturas, experiencias. Entonces me dedico a dejar “recados” que son pistas o tal vez solo huellas de un pensamiento que no termina de configurarse, pero que deja algo así como un encargo. Tal vez sea “un encargo de frutas del más allá”, como dice mi querido Javier Bello. Una declaración, una excusa para seguir conversando. Discutiendo. Pero para allá voy. Entonces, en cada lectura crítica, en cada poema, hasta en un pedazo de novela voy dejando recados o encargos de lo que creo es la literatura. Son los modos que he encontrado para hacerlo, que son por lo demás los mismos modos de cualquier escritor o escritora.
Soledad Bianchi ha sido una figura clave en la crítica literaria chilena. ¿Qué implicó para ti que su voz introdujera La voz de lejos y qué crees que aporta su mirada a la lectura de tu libro?
Soledad fue muy generosa en prologar mi libro. Es una de las críticas literarias más relevantes de los últimos cuarenta años en nuestro país. Conoce muy bien la literatura chilena de la dictadura, la del exilio y la de la postdictadura y -esto era para mi importante- sabe de la literatura que se escribe desde y sobre el sur de Chile. Además, enseñó literatura en la universidad durante años y cuentan sus estudiantes (yo, lamentablemente no fui una de ellas) que su mirada era siempre abierta, genuinamente curiosa y actual. Entonces su prólogo tuvo algo de eso también: ella se sorprendió con los o las autoras que ignoraba, se reencontró con temas y nombres propios del sur o “la provincia” y, sobre todo, supo ver algo así como una coherencia entre mis distintas prácticas escriturales: vio que tanto el poema, la prosa narrativa, como el análisis tributaban a una obra o pensamiento más amplio, creo yo, y que tienen miradas o preocupaciones que se repiten y sobre las que insisto.
En el prólogo, Soledad Bianchi habla de tu escritura como “una voz que bulle en novedades y heterogeneidad”. ¿Te reconoces en esa descripción?
Me encantaría poder reconocerme en esa afirmación, pero no soy yo quien debe juzgarlo. Sí me atrevo a decir que la selección de textos y autores es bastante arbitraria y por lo mismo heterogénea. Ello porque responde a mis azarosas y muy desordenadas lecturas. La única guía fue escribir libre y gratuitamente sobre libros y asuntos que me interesaban y me parecieron valiosos. Escribí sobre libros que se me cruzaban por el camino y que me parecieron dignos de ser documentados, comentados e indicados para otros eventuales lectores. Aunque suene extraño, he tenido la suerte de leer y escribir sin paga mediante, por lo que he gozado de la más completa libertad para ello. Además, he reseñado solo lo que me gusta, ¡qué privilegio en el uso de mi tiempo! De lo demás, no vale la pena hablar.
En la primera sección escribes sobre poetas como Clemente Riedemann, Rosabetty Muñoz y Pedro Montealegre. ¿Qué los une?
A estos tres autores que citas los une precisamente su vínculo histórico y cultural con el territorio del sur: Valdivia, Chiloé y Puerto Varas de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Ahora, si bien los tres son “sureños”, también son tremendamente universales. Con lenguajes todos muy distintos entre sí, hablas y proyectos estéticos muy heterogéneos, ideas sobre el género, la historia y hasta políticas disímiles; en sus escrituras los tres hacen emerger un mundo y un espacio que es el sur contemporáneo con muchos matices y texturas. Están las fricciones culturales entre el proyecto ideológico colonial y “lo propio”, lo nativo o criollo. Está la re-escritura de la historia desde ángulos obliterados. Está la crisis moral del modelo de desarrollo que explota sin límites ni rango el capital natural. Está la muerte de un sentido existencial colectivo, etc. Todo a partir de un espacio que es, desde mi muy personal punto de vista, más imaginado que real: el sur de los bosques, los canales, el mar, la ruralidad, la heteronorma, la ciudad de provincia, etc. Y esa imaginación, se devuelve en forma de poesía y produce o hace emerger un sur contemporáneo real. Con todos sus matices y sus claroscuros, repito. Es lo que vengo diciendo hace tiempo: la poesía funda el lugar, porque funda su mito. Esos tres autores son parte de ese mito.

Hay una idea fuerte sobre el territorio: desde las referencias al sur de Chile hasta el diálogo con editoriales situadas fuera del centro, como Aparte. ¿Cómo incide el lugar en que escribes en la manera en que lees?
Si pensamos en la actual digitilización de contenidos culturales y su intensa circulación desterritorializada resulta un poco ficticio, a estas alturas, decir que se lee desde un lugar extraño, ajeno y distante porque vivimos en el sur. Lo que hace distinta a nuestras lecturas “periféricas” sea tal vez estar más atentos y atentas a lo que se produce en y desde esa periferia. Y pienso no solo en los y las autoras locales, sino en las plataformas de producción y circulación de obras: estamos más atentos a lo que publican las editoriales independientes y de regiones, a las ferias locales, a los problemas de la gestión cultural regional, etc. ¡A la Jean Sprackland, por ejemplo, poeta británica, la publicó una pequeña editorial valdiviana! Entonces hay una “mirada”, una “sensibilidad” desde el margen que no posee el centro y su mirada ombliguista. Leemos distinto a lo hegemónico; no siempre bien, pero distinto. Y eso es muy valioso. Una dosis de extrañeza es siempre saludable en materia creativa. Lo inhabitual, las fisuras por donde se escapa el sentido común o lo esperado. Allí hay caldo.
En los “recados” escribes cartas a estudiantes, donde hablas de memoria, escritura y oficio. ¿Por qué era importante incluir esa conversación en el libro?
Porque esas cartas tienen algo así como un tono pedagógico, un afán por tratar de explicar algo que es muy difícil de explicar. Por ejemplo: qué es y cómo funciona un poema. Y esos esfuerzos de parte de un poeta son importantes, sobre todo con los más jóvenes. La mayoría de los profesores de lenguaje se aproximan al poema primero por sus aristas formales o técnicas: enseñan a identificar al hablante lírico, a distinguir entre una comparación y una metáfora, ¡hasta explican cómo está construido un soneto endecasílabo! Y todo eso no está nada mal si la clase no terminara con la odiosa pregunta: “¿entonces, qué quiso decir el autor?”. ¡Como si acaso el poema fuera simplemente una cáscara, un significante cifrado de un significado oculto y programado por el autor que hay que traducir! Entonces es clave que seamos los y las propias poetas quienes les expliquemos al resto que no se trata de eso. Que escribimos porque nos interesa el lenguaje y porque tenemos enormes dificultades con él. Que un poema nunca sabe muy bien qué está haciendo o diciendo, y que menos aún lo sabe su autor. Que la literatura no se trata de grandes y proverbiales lecciones, sino de una experiencia extraña y llena de incógnitas con y por medio del lenguaje, para que en ese trajín que es hacer un poema una de sus esquirlas, si tenemos suerte, ilumine nuestra propia experiencia del mundo.
¿Qué te interesa de trabajar una crítica literaria “no académica”? ¿Cómo construiste esa voz híbrida entre lo íntimo y lo ensayístico?
Esa voz se construyó sola. Y eso sucede porque hubo (y sigue habiendo) una necesidad de decir, de indicar, de destacar algo por sobre tanta chaya y fuegos artificiales que se consume hoy. Entonces, si ya no tenía sentido hacer crítica académica (la que es subvencionada por el sistema universitario y hasta forma parte de las obligaciones de productividad) porque yo misma ya no estaba en ese lugar (escribiendo papers y reseñas que por lo demás casi nadie lee…), había que hacerlo por puro gusto y un cierto sentido del deber. Se trataba de escribir sobre otros y otras, generosa y libremente, porque es importante que ese autor, esa autora no se pierdan en la marea de libros que se publican todo el tiempo. Porque resulta que también el siempre discutido “valor literario” se construye efectivamente con opiniones que iluminan algo, una zona, unos temas que detiene el tráfago diario y dicen: atención, detengámonos, aquí hay algo valioso e importante. Es una pequeña tragedia, eso sí, que ese trabajo sea un voluntariado. Ya sea porque las revistas y medios culturales han ido desapareciendo (y de ese modo la crítica profesional) o porque un cierto individualismo recalcitrante hace que los autores estén más ocupados en visibilizar sus propias obras que leer y reconocer valor en la de sus pares. Somos pocos los que escribimos sobre otros. Menos aún los que escribimos sobre nuestros contemporáneos, así porque sí, sin más y porque se nos dio la gana. Lamentablemente, el campo cultural se concibe más bien como un espacio “real” y no simbólico. Y un espacio real tiene límites físicos que lo hacen estrecho. Entonces, mientras más invisibilicemos a nuestra potencial competencia, mejor. Y si podemos darle un empujón para que se caiga de esa supuesta plataforma, está ok. Son las reglas. Todo sea para sobrevivir en ese lugar tan chiquito, tan preciado, tan exclusivo. ¡Son prácticas espantosas las del ninguneo! No se enseñan de manera explícita, pero todos las aprendemos desde el kindergarten. Yo estoy por celebrar lo que haya que celebrar. Sin ingenuidad ni obsecuencia, pero celebrar lo que lo merezca. Predicar como el loco o el mendigo del pueblo, aunque nadie nos escuche. Aunque nadie nos mire.
¿Cómo te gustaría que fuese leído La voz de lejos?, ¿como crítica, como memoria lectora, como autorretrato?
Qué lindo eso que llamas “memoria lectora”, no lo había pensado así. Tal vez el libro sea todo eso al mismo tiempo. O eso quisiera yo: un poco de crítica que da contexto, intenciona una lectura, señala mecanismos. Otro poco de mí misma inscrita como personaje y sujeto de ese campo literario y cultural que mira, se emociona, se queja. Y otro poco como mi propio diario de lectura: registro de aquello que fue apareciendo a la par del tiempo que me tocó vivir, pero también aquello que se vuelve a actualizar por las exigencias políticas de la historia. Creo que si se lee de estos tres modos que mencionas, me doy por pagada.




