La utilidad de los textos inútiles: Sobre Selfie con padre de Elena Salamanca
Falso Azufre publicó su primera plaquette, escrita hace casi diez años por la escritora salvadoreña Elena Salamanca. En él, repasa su experiencia tras el asesinato de su padre cuando ella tenía nueve años, y lo hace a través de las escasas imágenes que tiene con él y de todas las otras que elabora desde la orfandad. Fuimos al lanzamiento y acá te lo contamos.
El sobre café parece una cámara antigua pero también una billetera, y lo que trae dentro –Selfie con padre de Elena Salamanca, la primera plaquette que acaba de publicar Falso Azufre– viene con dos pequeñas fotos de tamaño carnet, como las que se tomaban con las cámaras antiguas y se guardaban en las billeteras. En una está Elena, en la otra su padre. En las fotos tienen edades similares, tienen los labios gruesos, los ojos grandes y oscuros. De seguir vivo, su padre habría cumplido este mes 75 años. “Pero ya no me alcanza la imaginación para imaginarlo de esta edad”, nos dice Elena a través de una videollamada. Estamos en La Inquieta Librería para ver cómo nace esta publicación, un texto desgarrador y precioso que Elena escribió hace casi diez años y que no volvió a mirar hasta ahora.
Ayer, en Argentina, los hinchas de la U recibieron una golpiza brutal que tiene a la barra acá, a pocas cuadras, protestando frente a la embajada. El metro cerró. Afuera de la librería llueve. Adentro, lograr la conexión para hablar con Elena toma tiempo. Elena debería estar en México, donde vive, pero perdió un vuelo y sigue en El Salvador, mirando un volcán. Todo cuesta un poco hoy, pero nada cuesta más que la lectura de este texto para su autora. Por eso es su amiga, Camila Almendra, poeta y performer también radicada en México que está de paso por Chile, quien lee con voz alta y solemne, envolvente, toda la plaquette.
«Hay otra fotografía de mi padre. Está solo, está joven, no conoce a mi madre, no he nacido.
La llevo en la cartera como las muchachas llevan la fotografía del novio.
La llevo en la cartera como las muchachas que han perdido un amor en una guerra.
Soy ahora apenas más joven que mi padre.
Soy apenas una huérfana que muestra la foto de un padre muerto como una novia muestra la foto del prometido muerto.
Soy mi propia niña viuda».
La foto que viene dentro de esta cámara-billetera, la original, ya no existe: sólo existen copias. “Todas las fotos de mi papá que llevaba en la billetera las perdí, porque me han asaltado en México. Los carteristas se llevaron lo más valioso para mí, que no es el documento migratorio, no es el de identidad, ni la tarjeta de crédito, sino mi papá. Y así he ido perdiendo las fotos de mi papá, al punto que ya no tengo. Ya no tengo fotos de mi papá”, nos dice hoy día. Nos dice también que en estos diez años ya cumplió la edad que tenía su padre cuando lo asesinaron.
Eso es lo primero que establece la plaquette en la cinta que lo envuelve: hace 34 años, a su padre lo asesinaron en El Salvador, en un crimen que sigue impune. “El duelo es eterno, pero podemos repararnos con pequeños objetos. Pienso que una plaquette sería un bello objeto para mi papá”, dice el texto de entrada. Antes de estar en este objeto literario, el escrito llegó a Dana Lima –escritora y una de las fundadoras de Falso Azufre– en pandemia, a través de una cuenta de Instagram que la redirigió a una biblioteca oculta de Telegram. Es un texto mediado por la tecnología, le dice a Elena a través de Zoom.
Esta plaquette es “un objeto que se sale de las lógicas de producción estandarizadas”, nos dice Daniela Escobar, que está presentando Selfie con padre. Daniela es poeta, diseñadora y una de las mitades de Ediciones Overol, entonces el texto que nos lee, que llamó “vista explosionada” y que apela a un dibujo esquemático o técnico de un objeto, que muestra las piezas que lo componen y su relación de ensamble, nos habla de las “redes humanas” detrás de la plaquette: fue impresa en July, la cosió una costurera en Talca, el sobre-cámara-billetera fue cortado por don Rodrigo y la folia fue puesta con el pulso de don Arturo.
También es Daniela quien trae a esta librería otras voces, como la del artista visual Christian Boltanski, que guarda nombres, ropa y retratos del pasado para crear colecciones que celebran la memoria de los difuntos. «Todos morimos dos veces: una cuando morimos realmente y otra cuando nadie en la Tierra reconoce nuestra fotografía», nos lee Daniela, y agrega: «La obra de Elena Salamanca se resiste a esa segunda muerte. Independiente ya de su autora, ella y su padre pasan a formar parte de la memoria de quien lee este objeto».
El texto en realidad es corto, pero es filoso, punzante, difícil de dimensionar pese a lo precisas que son las imágenes que narra: una niña de nueve años a la que visten como si fuera a una Quinceañera pero que en realidad va camino al funeral de su padre asesinado, donde no le tienen permitido llorar. Le dicen que sonría antes de tomarle una foto junto al ataúd. La primera vez que Elena dijo que su padre había sido asesinado tenía, quizás, 19 años. Este texto lo escribió en el metro, llorando, poco después de haber recibido el ataque de un perro de vigilancia que casi la mató. Nos dice, como a la pasada, que este y los otros textos sobre la muerte de su padre son inútiles.
Le pregunto, entonces, por qué si son inútiles, si le dolió tanto escribirlos, si todavía no puede leerlos en voz alta, la convicción de hacerlos. “Yo sí creo que son inútiles, sí lo creo, porque no van a cambiar nada. Con ellos no voy a resolver quién mató a mi papá, no me van a ayudar en un juicio ni en ningún asunto jurídico o legal. Pero sí creo que nos ayudan a visibilizar que somos una generación a la que le faltan padres”, contesta.
Atravesé el puente en el que mataron a mi padre y País de huérfanos son otros dos de sus textos inútiles. “Me han permitido conocer a otras personas que han sufrido el asesinato de sus padres en varios momentos históricos de este país y que hemos crecido considerándonos seres incompletos, en los que la orfandad es una anomalía, sobre todo en sociedades patriarcales donde la ausencia del padre es todavía más pesada”, dice. “Seguí haciéndolo precisamente por eso: porque encontraba otras personas que habían vivido historias parecidas y me escribían”.
“Yo no tenía permitido decir que mi papá había sido asesinado. Yo solo tenía permitido decir que mi papá había muerto. Poder enunciar el asesinato, poder decirlo, tal vez no en voz alta, aunque ahora sí lo estoy diciendo en voz alta, pero escribirlo, que fue asesinado, para mí fue como el inicio del duelo, porque durante mucho tiempo yo no podía llorar. Escribirlo me ayudó a mí como ser humana a existir, a estar viva, a poder lidiar con la existencia de una persona que ha estado callada”, nos dice.
Elena tenía apenas dos fotos con su padre. Una donde estaba ella de pequeña junto a él, pero no cerca, y la del funeral. Tenía además la foto de carnet que ya perdió. Esta plaquette tiene las fotos de ambos y sí, Elena se parece a su padre. Este relato, esta orfandad que va a durar toda su vida y que está impresa en pequeñas hojas blancas cosidas por un hilo rojo, es la única selfie que puede tomarse con él. Una imagen que no existe y que está dentro de un sobre café que podría ser una cámara o una billetera.



