[Presentación] Una historia de las y los militantes de Derechos Humanos en dictadura de Arica 1980-1983
Texto escrito y leído por Kika Cisternas -artista visual y militante de DDHH ariqueña- en el marco del lanzamiento del libro: Jornadas por la vida. Una historia de las y los militantes de derechos humanos en dictadura. Arica, 1983-1989, del historiador Felipe Delgado Torres, publicado recientemente por Pampa Negra.
Las fotos son del Archivo Rosa Icarte y Ricardo Fuentes y de Héctor Mérida Céspedes.
Nuestro compañero de ruta y amigo, el historiador Felipe Delgado Torres, me ha pedido que tenga el honor de presentar su libro: Jornadas por la vida. Una historia de las y los militantes de Derechos Humanos en dictadura. Arica 1980-1983.
Permítanme hablar no solo a título personal, sino también en representación de mis compañeros y compañeras del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo y del Servicio Paz y Justicia, el SERPAJ de los años 80, de los cuales fui parte. Gente entrañable que conformamos el movimiento de derechos humanos de Arica, junto a mucha gente diversa y comprometida. Con ese equipo, hoy nos reconocemos como “los ex SERPAJ 80”, hermanados por la experiencia de trabajar colectivamente, de llorar y reír juntos, aprendiendo resiliencia en medio del dolor.
Fuimos, y seguimos siendo, activistas orgánicos que actuábamos a cara descubierta. En la década de los ’80 mostrar el rostro tenía un fin político y ético, era enfrentar al miedo y afirmar públicamente que estábamos en las calles, reconstruyendo organización popular, denunciando la tortura con nuestros cuerpos, nuestras manos unidas con nuestros nombres propios y a cara descubierta.
Enfrentar un régimen represivo sin ocultarse, para nosotrxs significaba cuestionar directamente al poder y mostrar que la resistencia no era clandestina únicamente, sino también visible y social. Eso tenía implicancias éticas y simbólicas al exponer nuestros propios cuerpos, nuestros nombres, nuestras familias y la historia al servicio de una causa colectiva, aun sabiendo los riesgos de persecución, cárcel, tortura o muerte. Mostrar la cara, poner el cuerpo fue un gesto de dignidad frente al miedo y al silencio que la dictadura buscaban imponer. Hoy, ese gesto es un recordatorio de que la defensa de la vida, los derechos humanos y la libertad se sostuvo también gracias a personas y colectivos que no nos escondimos, sino que hicimos de la visibilidad un acto de resistencia.
Sobre estas personas y estas luchas escribe Felipe. Su investigación rescata la memoria de organizaciones como la Comisión Chilena de Derechos Humanos de Arica, el Servicio Paz y Justicia SERPAJ y el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, las tres organizaciones de derechos humanos con presencia nacional y en el caso del SERPAJ con presencia sudamericana fundada por el Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel. Todas ellas, a pesar del miedo, logramos enfrentar la dictadura con entereza y valentía de quienes, dejamos un legado de dignidad y coraje para las nuevas generaciones, dicho esto con humildad, pero también con exquisita satisfacción.

Felipe escribe sobre el valor de la lucha antidictatorial a cara descubierta para evidenciar a mujeres y hombres que no nos ocultamos tras el miedo, que mostramos nuestros rostros como un estandarte, sabiendo que la dictadura podía arrebatarnos la libertad o la vida y que de hecho fue así, ya que este movimiento de derechos humanos fue severamente golpeado muchas veces con tortura, persecución laboral, relegación, detenciones y cárcel. Fueron los costos de la valentía de poner el cuerpo y el nombre propio al servicio de la dignidad colectiva. Una resistencia que eligió ser visible para demostrar que ni el terror ni la represión podían silenciar la justicia ni la esperanza.
El libro de Felipe se nutre de largas conversaciones personales y colectivas, que en el caso del SERPAJ, recoge nuestro accionar como educadores populares y activistas orgánicos en la denuncia: rayando muros, haciendo y repartiendo panfletos, realizando cientos de talleres de educación popular sobre democracia, derechos humanos y no violencia activa. Convocando a actos públicos y liturgias por la vida, o diseñando manifestaciones públicas, como la convocatoria y libreto junto con don Pedro Atencio, presidente en ese entonces del Sindicato de la Construcción; del primer acto conmemorativo del 1 de mayo en la parroquia Santa Cruz, a 10 años del golpe civil militar en el año 1983, que fue reprimido brutalmente por la CNI, todo ello como parte del esfuerzo de reconstruir el tejido social en Arica.
Conocí a Felipe cuando el Colectivo Quipu estaba en formación. Felipe llegó a mi casa en el año 2017, con “serena inquietud” hurgando en la historia social y política de Arica, preciosa historia guardada en cajas de plátano y bolsas de papel, ya que antes que nos expulsaran del SERPAJ por el giro neoliberal de sus prácticas y que no estábamos de acuerdo, la compañera Bernardita Araya tuvo la brillante idea de sacar el máximo material bibliográfico, educativo y audiovisual posible para que no se fueran a la basura, para rescatar pedacitos de memoria, la nuestra, la de la ciudad, la de un país; sacadas del recinto en forma subrepticia, en la noche, casi a oscuras para poner a buen resguardo las cajas y bolsas de la memoria en su casa, en el Apacheta y en la mía. Ahí estuvo el material guardado y sufriendo las inclemencias del tiempo hasta que llegó Felipe, quien, junto a Rodrigo Cortés, en ese entonces estudiante del Liceo A 1 y actual profesor de Historia del mismo establecimiento, y que incentivado por su profesor Oscar Arancibia, fueron los que con ardiente paciencia limpiaron con brochas y pinceles documentos, fotos, libros, cartas, registros, videos, revistas, boletines, cartillas… que habían sido parte del Centro Documental Paulo Freire que mantenía el SERPAJ. Esos cabros venían todos los días a mi casa donde ya se había concentrado gran parte del material, en plenas vacaciones de verano a trabajar en esas faenas arqueológicas.
Después fuimos conversando con los ex miembros del SERPAJ ochentero: Rosa Icarte, Ricardo Fuentes, Patricia González, Bernardita Araya, Ligia Vásquez y después con Patricia Godoy sobre la necesidad de entregar este material para el resguardo patrimonial. Y sin querer nos fuimos convirtiendo en las y en los guardianes de la memoria, invitados también a ser parte de las rutas por la memoria del INDH, participando activamente en la conmemoración de los 50 años del golpe civil militar, instalando placas y Siluetas de la Memoria, para promover la resignificación del espacio urbano como soporte de memoria colectiva donde intentamos preservar, proteger y transmitir la memoria histórica, manteniendo vivo el recuerdo de las víctimas y sus luchas y transmitiendo estas memorias a nuevas generaciones para que no se repitan las violencias del pasado, porque seguimos resistiendo al olvido impuesto y al negacionismo político.
Creo que es precisamente desde esa calidad de guardianes de la memoria que Felipe nos entrevistó para su libro, para que lo que vivimos no quede en el olvido y pueda ser acogido y transferido a las generaciones presentes y futuras; enfrentando los malos tiempos que vivimos, tiempos negacionistas mundiales, una estrategia donde las derechas y ciertos actores niegan, minimizan o relativizan hechos históricos comprobados, en relación a violaciones graves de derechos humanos. Esta desafección política busca proteger la ideología del fascismo y el militarismo como la expresión más fea, dura y cruel del patriarcado, justificando responsabilidades o legitimando la imagen de quienes ejercieron violencia política o represión. El negacionismo político no es solo una mentira, sino una forma de violencia simbólica porque atenta contra la memoria histórica, la dignidad de las víctimas y la posibilidad de construir una democracia sólida.

Ahí estamos y estaremos las y los guardianes de la memoria para impedir que el olvido triunfe; para custodiar los nombres y las historias de quienes ya no están y para entregar a las nuevas generaciones la certeza de que nunca más debe repetirse el terrorismo de Estado ocurrido en Chile. En ese mismo sentido Felipe también es, en cuanto historiador de la liberación, un guardián de la memoria. Su libro nos remite a un pasado contado desde la arqueología de la memoria suprimida, rescatando fragmentos silenciados, dignificando a las víctimas y contribuyendo a la reparación simbólica.
En ese sentido, Felipe no es solo un historiador, es un mago, un sanador, un arqueólogo excavando capas y capas del pasado, sacando a la luz fragmentos ocultos para darle sentido en el presente, excavando la memoria suprimida para sacar recuerdos, testimonios e historias que han sido silenciadas, negadas o invisibilizadas por el poder, ya sea el Estado, la dictadura, los discursos oficiales o la cultura dominante. En palabras simples, Felipe, el historiador – arqueólogo, va en busca de lo que se intentó esconder o borrar, rescatando los relatos de las víctimas, de los marginados, las marginadas, de los y las que no tuvieron voz, para hacerlos parte de la memoria colectiva.
La importancia de este libro es que da a conocer a gran parte del movimiento de derechos humanos de Arica en un periodo acotado de tiempo. En el proceso de la excavación de la memoria anulada, Felipe cava, ahonda y recupera esas memorias que fueron borradas o reprimidas, o simplemente no contadas para reconstruirlas, resignificarlas y devolverlas a la comunidad para visibilizar a las y los militantes de los derechos humanos, pero también y principalmente dignificar públicamente a las víctimas y sus familias promoviendo así, la reparación simbólica y restitución del buen nombre.
Este esfuerzo no es solo un acto historiográfico: es también un acto político, ético y profundamente humano. A través de la escritura y de la memoria compartida, este libro busca fortalecer la democracia, la conciencia histórica y la participación ciudadana en nuestra sociedad y nos habla que la memoria no es un ejercicio del pasado, sino una tarea del presente. Si no recordamos, corremos el riesgo de repetir. Y si recordamos colectivamente, entonces dignificamos a quienes sufrieron y proyectamos un futuro distinto para las nuevas generaciones.
Por eso este libro es tan necesario. Porque no solo relata, también interpela. No solo registra hechos, también siembra conciencia. Los represores pueden borrar cuerpos, documentos y justicia, pero no el pasado, que es el campo de acción de historiadores como Felipe, sembrador de semillas. La memoria surge desde la necesidad de las comunidades de familiares y víctimas, y la arqueología de la memoria se convierte en un vehículo para transmitirla al conjunto de la sociedad. Para que esta recuperación tenga sentido, no basta con lo sentimental: requiere un sustento histórico y científico que permita una reflexión crítica sobre los acontecimientos. De ahí que no se trate de olvidar ni eliminar, sino de comprender e interpretar mediante símbolos, museos, rutas, obras artísticas o placas que integren la memoria en la Historia y esta tarea adquiere mayor responsabilidad según cómo gestionemos la arqueología de la memoria, podremos fortalecer una cultura democrática o, por el contrario, alimentar la amnesia histórica y la tolerancia frente a las dictaduras.
Quiero cerrar recordando que la memoria es siempre colectiva. Cada relato, cada testimonio, cada gesto artístico nos invita a construir una identidad más justa, más sana y más democrática. En eso estamos.
Gracias, Felipe, por tu respeto, tu rigurosidad y tu sensibilidad. Gracias por devolvernos estas memorias y compartirlas con todos y todas.

Kika Cisternas Riveros
Artista Visual y ex miembro del Servicio Paz y Justicia SERPAJ, del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo. Actual participante del Grupo Ex SERPAJ ’80, Colectiva Feminista Julieta Kirkwood y de MAVA, Mesa de Artistas Visuales de Arica.



