«Iconoclastas»: Un libro antiautoritario y de escrituras periféricas 

septiembre 19, 2025
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Antes de comenzar solo señalar que es extraño estar del otro lado de la mesa, el oficio del periodismo enseña a estar invisible entre la audiencia, más extraño aún es presentar un libro viniendo de una casa como la mía donde no habían libros. Esta es la primera vez que presento un libro y quiero felicitar a Francisca porque si ya es poco usual que personas como nosotrxs lleguen a presentar un libro, menos frecuente aún es que tengamos la posibilidad de publicar uno y esa excepcionalidad es importante reconocerla.

Que la periferia se vuelva el centro 

Iconoclastas es un libro de escrituras periféricas, es decir, al mismo tiempo que es local, evocadora del hábitat del mundo altoandino, desde esa particularidad permite dar cuenta de relatos comunes de la periferia, hoy llamada de forma académicamente correcta “sur global”, o que en mi caso me acomoda hablar de “la pobla”. 

El libro es el relato de una pobla intergeneracional, abierta al imaginario periférico global. Es decir al leer Iconoclastas se pueden encontrar las poblas latinoamericanas y sus heridas comunes de despojo, de diáspora, de sensación de enajenación y búsqueda de pertenencia. Pienso por ejemplo en la migración mexicana a Estados Unidos. Enquelga, localidad mencionada en el libro, podría encontrarse con el desierto de Chihuahua en tanto paisaje, pero también con las poblas y periferias latinoamericanas como experiencia vital. Alto Hospicio, otra localidad del libro, podría ser perfectamente un pedazo de El Alto en Bolivia, o  del nordeste brasileño. 

Con esto no quiero desestimar la construcción de paisajes, personajes, colores y ambientes sonoros que abundan muy delicadamente en la novela, sino que busco articularla con las resistencias de la gran periferia global. Una historia que pudo transcurrir perfectamente en Iztapalapa, en una favela en Río de Janeiro, o en mi caso en Maipú, en una pobla que no le daba para tener nombre propio sino que como menciona el libro es de esas con números , la Villa San Luis III, que en ese tiempo a inicios de los años 90 se constituía como la nueva periferia de la ciudad de Santiago. Cito al libro:    

      

“¿De dónde sacarán las esculturas que ponen en la calle? ¿Quién define qué caras van arriba de esos bloques de cemento? ¿Quién les pone nombre a las calles? ¿Acaso a esa persona se le acabaron las ideas que hay tantos pasajes 1, calles 4 y avenidas 3 en este lugar?” [Iconoclastas, p.40]

En ese sentido y debido a que me he dedicado los últimos años a estudiar una maestría en cine me gusta reivindicar la idea de que “la periferia sea centro” y que todas las periferias se encuentren y se conecten en un cablebús/teleférico imaginario. Que se muestren y cuiden sus heridas. Pienso por ejemplo en Ousmane Sembène, uno de los precursores del cine africano, cuando responde a la pregunta: ¿sus películas se comprenden bien en Europa?, él señala, «Seamos claros. Europa no es mi centro. Europa es una periferia de África. Estuvieron 100 años aquí, no hablan mi lengua, pero yo hablo la suya. El futuro no depende de Europa. Me gustaría que me comprendieran pero no me supone ninguna diferencia. Si usted cogiera el mapa de África, puede meter dentro Europa y América, y aún sobraría espacio. ¿Conoce ese tropismo? ¿Por qué quiero ser yo como el girasol que gira alrededor del sol? Yo mismo soy el sol». Creo que esta lectura nos invita a poner la periferia en el centro y que nos volvamos ese sol del que habla Osmane. 

Ousmane Sembène, fragmento de entrevista

Por cierto se trata de una periferia hermosamente violenta, abigarrada. En esta novela hay vandalismo, cumbias y cervecitas –Arequipeña–. Por lo tanto al leerla también me sentí parte de Enquelga, que en lengua Aymara significa, “lugar de cenizas” o Isluga, ambos territorios entendidos convencionalmente por los estados nacionales como zonas de frontera, lugares lejanos a los centros de toma de decisiones que se encuentran cercanos a los 4000 metros sobre el nivel del mar y a unos 300 km de distancia de Iquique o en otros términos del “mar”. Ahí donde no hay mar, la novela evoca la imaginación, tensiona la espacialidad marítima y su acceso. Enquelga se vuelve un Iquique invertido: 

Era una vida diferente, una vida que se podría decir que era feliz. Una vida sin lápices ni dibujos que ayudaban a que imagináramos cómo eran las cosas, como el dibujo del mar que era como Enquelga al revés: abajo lo celeste o azul, y arriba lo café o anaranjado cuando mostraban los cerros de arena que tenían en Iquique”. [Iconoclastas, p.14]     

Esta imagen me parece una construcción cinematográfica bellísima, porque nos permite crear mar donde no lo hay. Pero al mismo tiempo creo que es importante problematizar la relación que hay entre el mundo popular y el mar. Me atrevería a decir que aún siendo el onceavo país con el “maritorio más grande del mundo”, la vida común transcurre de espaldas al mar, y a la cordillera, son los valles intermedios en los que se desarrollan los polos urbanos, capitales, y la vida comercial popular. Mi abuela conoció el mar por primera vez a los 78 años, mi abuelo nunca lo conoció. Hay una cuestión de acceso y de cultura del mar que es privativa y por cierto a esta altura del modelo, se trata de un mar neoliberalizado, entregado a un puñado de familias de la élite. 

Hacia un paganismo antiautoritario 

Este libro más allá de su título y que una de sus hebras conduce a acciones iconoclastas que preferiría llamar “iconoclasistas”, es un libro antiautoritario en su sentido más transversal, punk pero de pobla. Creo que poner en evidencia lo frágil y absurdo del nacionalismo chileno es también una forma de desbaratarlo y por otra parte de desbordarlo. También es rupturista porque es un libro de denuncia, ante la lobotomía y el esfuerzo del Estado chileno por el olvido, Francisca trae a la memoria la muerte de 29 personas en una fábrica de armas de uno de los mayores mafiosos y asesinos del Estado Chileno, Carlos Cardoen, que goza de plena impunidad y protección de parte de todos los gobiernos civiles hasta el día de hoy en Chile.  

Es antiautoriatario también porque pone en evidencia los diferentes mecanismos de chilenización forzada y un sistema educativo como extensión de un modo de vida militarizado. Creo que quienes tenemos la experiencia de la escolarización periférica llevamos en el cuerpo el aprendernos de memoria el himno de carabineros, de los marinos, el formarnos en los colegios, el corte de pelo al ras, controlado estrictamente por los arcontes del fascismo o también conocidos como “inspectores”. La novela también nos habla de la deserción escolar y los caminos posibles luego de la enseñanza media/preparatoria. 

Es muy fuerte sentir que al venir de la periferia y entrar a la universidad – que con Francisca entramos a la Universidad de Chile– de cierta forma uno se estaba “salvando de algo”, y al mismo tiempo te estabas convirtiendo en un margen de error, una suerte de fuga que se coló en el modelo al ingresar a una universidad de élite. Porque en la población de ese Chile de los años 90 al menos en mi caso, había una suerte de 4 caminos posibles, o estabas en la cárcel, o en la pasta base, o embarazo adolescente o el servicio militar obligatorio para luego derivar en un trabajo de servicio. La novela nos abre camino hacia otra dimensión que es parte de las particularidades de su territorio: La minería se extiende hacia sus localidades aledañas, obteniendo su mano de obra, muchas veces precarizada, de esos lugares, hoy también llamados “zonas de sacrificio” y más allá de la especificidad del término entiendo a la periferia como una gran zona de sacrificio, que por cierto resiste, persiste y recrea condiciones para la subsistencia a pesar de la avanzada del despojo. 

El libro es un desborde de expresiones del mundo popular, ahí donde no llega el Estado, llega la feria, en este caso llamada “la Quebradilla”, como lugar de intercambio, comercio, panorama popular, las mejores ropitas, un tianguis en el paisaje altiplánico, la paca como forma de vida. El abalanzarse sobre los fardos de ropa generando una sensación de éxtasis, mientras como gran banda sonora se escuchan la cumbia de los Genniman’s, de Rossy War, mencionadas en el libro,  a las que yo agregaría Amerikan Sound y la Gran Magia Tropical. 

Genniman’s – Desde Iquique (Remasterizado ) 2001 Álbum completo

El Mamani y el Manriquez, me hacen recordar al Deric, al Danilo y al Chuncho, mis amigos de la pobla, en donde yo era el “Colo-Colo”, por mi fanatismo hacia ese equipo de fútbol chileno. Mi antagonista y mejor amigo era por supuesto “el Chuncho”. Amigos y rivales ya por ese entonces. Su familia y la mía perfectamente podrían entrar en el paisaje de Alto Hospicio, Colo-Colo y Chuncho, una suerte de “paitocos” del llamado Valle Central.  Ahí también, como señala el libro, nos juntábamos a “echar la talla”, una práctica que en mi adultez y al entrar en contacto con lxs cuicxs/fresas, me di cuenta que era un rasgo de clase y a la vez antiautoritario. Ahí donde prohibieron el carnaval, echar la talla se vuelve una suerte de bastión popular de la alegría que nos han querido robar, un momento que reivindica el ocio y que nos permite reír en contextos donde no hay mucha más proyección que el presente. 


Para cerrar creo que la novela es una disrupción que nos alienta a dejar de mirar a la aristocrática, a la élite y los símbolos de la patria con idolatría para volver a mirarnos entre nosotros, creer en la comunidad y en la fraternidad como un elemento central de nuestras vidas. En el mejor de los sentidos, si hay idolatría que sea pagana y desjerarquizada, que podamos sensiblizarnos con la inmesidad del altiplano y el mar, parafraseando a la novela, esas “alfombras lanzadas al infinito”. Si hay algo que admirar pues que sea la comunidad y su entorno vivo. 

AUTOR/A/ES
POR 
Erick Valenzuela Bello
Bárbaro de jornada completa, de baja ralea, tornatraz, tenteenelaire, subalternizado, champurria, permanentemente vigilado, sobre todo en supermercados y aeropuertos.
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