Sofía Troncoso, autora de Funerales: “Si yo no hubiera terminado este libro, estaría penándome”
Su novela debut obtuvo el Premio Roberto Bolaño en 2022 y fue la primera publicación de la editorial Trazos de Aves. El libro presenta la voz de una narradora disociada, en medio de varios duelos que no ha podido asimilar. Le tomó 17 días escribirla y seis meses editarla, y apenas empezó sintió que había algo trascendental en esa novela. “Pensé: voy a vomitar todo lo que siento, sé y conozco del duelo, y voy a cerrar el computador y después, cuando termine, voy a ser libre”, dice.
Sofía Troncoso (27) llega vistiendo un abrigo amarillo, brillante, que después le atribuye a su abuela de Antofagasta, la misma que hace poco le avisó que tiene en su poder unos cuentos que escribió hace quince años, para cuando los quiera publicar. “Me tiene fe”, dice la autora de Funerales (Trazos de Aves, 2023). Lo cierto es que tiene motivos para tenerla: la novela, su primera obra publicada, ganó el Premio Roberto Bolaño en 2022. Ella misma acaba de recibir el Premio Nuevas Plumas 2025.
Nació en Santiago, pero fue criada en Antofagasta desde los cuatro días de vida. Fue ahí donde hizo sus primeras publicaciones, en cuarto medio: fanzines de poemas sobre el desierto que intercambiaba por colaciones en el colegio. «Antofagasta siempre me pareció un lugar bonito y al mismo tiempo triste. Cuando estaba ahí, siempre estaba sobrecogida por la belleza y la tristeza que me daba ese lugar», recuerda. Volvió a la capital a sus 18 años para estudiar Licenciatura en Artes y Humanidades en la Universidad Católica. “Tengo la identidad dividida, pero cada día me siento más cómoda con esa división”, dice.
No se sabe con certeza cuánto de Sofía tiene la narradora de Funerales, aunque ella explica que la historia, protagonizada por una joven disociada y aislada en medio de varios duelos trascendentales, tiene algunos tintes de realidad. Dice, también, que la novela era algo que necesitaba escribir para poder liberarse de su peso y de su influjo.
En esta entrevista, Sofía repasa los detalles de su libro y su aproximación a la escritura sobre el duelo, así como el trabajo que lleva adelante para no ser encasillada en categorías estrictas. “Creo que mientras más multidimensional soy, más genuina y más honesta soy conmigo misma. Y si soy honesta conmigo misma, puedo seguir escribiendo cosas honestas”, dice.

—¿Cómo eres para leer sobre duelo en general?
—¡Malísima! No suelo leer directamente sobre duelo porque soy muy, muy sensible. Editar esta novela literalmente me costó un dolor de estómago constante de seis meses. Me gusta mucho el tema, pero leer libros como los de Joan Didion es algo que creo que no podría soportar. Lo que sí, siento que todo tiene un duelo involucrado, que todas las escrituras tienen una emoción o una experiencia de ese tipo detrás, que el duelo está ahí.
—Eres más buena para encontrar el duelo en todo que para leer directamente de duelo.
—Exactamente.
—¿Pensaste en la literatura del duelo al momento de escribir la novela, en el sentido de identificar qué es lo que iba a ser distintivo de tu libro? Considerando que es un área donde existen muchos libros ya.
—El otro día conversaba sobre qué referente tomé para este libro, porque alguien me preguntó si me había inspirado en María Luisa Bombal. La verdad es que no, porque no me quise inspirar en nadie. Esa fue mi primera premisa: no quiero tener de referente a nadie, no porque fuera “copiar” sino porque quería que fuera algo muy mío. Naturalmente tengo referentes internos, inconscientes, pero quería que fuera un libro que hubiera escrito yo, no alguien más. Mi segunda premisa fue una frase: “yo no voy al funeral”. La repetí muchas veces en un cuento, hasta que después lo convertí en novela. Este es un libro triste, pero no es violento ni gore. Es más positivo, en cierta manera. Bueno, es un viaje, no se trata sólo de quedarse pegado en un dolor, porque sentí que debía tener un poco de luz para que se fuera afirmando. Yo quería equilibrar entre lo triste y lo positivo a partir de mi propia experiencia, y no quería quedarme con el típico cliché de «todo va a mejorar» ni tampoco dejarlo todo tan oscuro.
—Hay quienes dicen que cuando se escribe, aunque sea ficción, siempre se parte de la experiencia personal. En el caso de los libros que abordan la muerte, otros autores que he entrevistado me suelen decir “yo sabía que lo primero que tenía que escribir era esto, porque cualquier otra cosa que yo tratara de escribir antes se iba a ver colonizada por este tema». ¿Es algo que te pasó a ti?
—Fue exactamente así. Si yo no escribía del duelo primero, no podía escribir de ninguna otra cosa. Escribí dos novelas desde el 2019 hasta el 2020, pero nunca las sentí tan fuertes como esta, porque esta era una cosa que me estaba sonando detrás de la cabeza todo el rato. Esas novelas las escribí casi como práctica, por escribir, pero cuando escribí Funerales algo ahí estaba cambiando. Pensé: voy a vomitar todo lo que siento, sé y conozco del duelo, y voy a cerrar el computador y después, cuando termine, voy a ser libre. De hecho, cuando saqué el libro mucha gente me preguntaba si estaba bien, y yo creo que estaba bien precisamente porque lo terminé, porque lo cerré. Si yo no hubiera terminado este libro, estaría penándome.
—¿Y no sientes que, por haber escrito el libro, terminaste precisamente asociada al tema de la muerte y el duelo?
—He tratado de despegarme un poco de esa idea, porque siento que soy una persona alegre. También siento que la gente, en general, se intenta encasillar constantemente. Creen que es más fácil, quizás, ser de una forma y no mostrarse de ninguna otra. Por ejemplo: ser escritora significa ser solemne, ser artista es ser reflexivo, cosas así. Y yo siento que la gente puede ser multidimensional, y eso es una cosa que yo llevo muy a pecho. Yo creo que mientras más multidimensional soy, más genuina y más honesta soy conmigo misma. Y si soy honesta conmigo misma, puedo seguir escribiendo cosas honestas. Entonces, aunque ha habido cierta asociación conmigo con el tema de la muerte y del duelo, siento que mientras más abierto está el espectro para posicionarme en varias emociones o posturas, es más fácil para mí volver al tema del duelo sin sufrir entremedio. Si tengo espacio de expansión, puedo ir y volver como me plazca, sin necesidad de quedar adolorida. El trabajo catártico de la escritura de este libro, de traspasarlo a palabras, me permitió darme cuenta de que yo no soy el duelo o el luto o la tristeza.
—Es como si la escritura te permitiera extirparlo y poder verlo.
—Hay una frase en inglés que dice «the only way out is through»: la única forma de salir es a través. Es algo que tengo en mente siempre que pienso en Funerales, porque justamente fue como extirparse un dolor muy, muy fuerte y dejarlo afuera.
—¿Sientes que cumpliste esa meta de cerrar el computador y ser libre?
—Sí, pero igual es paradójico. Yo quería cerrarlo y ser libre, pero después lo mandé al Fondo del Libro, después lo mandé al Bolaño, después lo mandé a la editorial, ¡y me persiguieron todas esas cosas para siempre! Pero siento que ahora estoy en una postura mucho más relajada que la que tenía hace cuatro años, cuando lo escribí. Y me alegra que el tiempo me haya dado perspectiva respecto a los acontecimientos, que no han cambiado, es sólo impacto del tiempo, que es muy sabio.
—Una cosa que subrayé en el libro es cuando la hermana de la protagonista le dice «No sabemos cómo has podido vivir tan bien este tiempo sin nadie» y ella se pregunta «¿Es vivir bien lo que yo he hecho? ¿O ha sido sobrevivir?»
—Yo siempre estoy volviendo al tema del encierro, pero siento que especialmente después de una muerte el encierro es una forma de supervivencia y de protegerse ante todo a lo que uno posiblemente puede estar vulnerable. En el caso de la protagonista, yo la veo como alguien que se disoció completamente de la realidad, del dolor, y se ciñó a hábitos pequeños, a rituales cotidianos, al encierro como una forma de protección casi mística. Yo siento que la protagonista no está consciente de lo que hace, pero de cierta forma sí está consciente de qué es lo que le hace bien en ese momento: lo que necesita es encerrarse.
—Ocurre que se encuentra seguridad en lo que es certero, en lo que no trae sorpresa. A mí, en el duelo de mi padre, me pasó con el tejido. Todo me generaba mucha angustia, pero tejer era un ejercicio exacto: sabía que si hacía lo que tenía que hacer, iba a tener un chaleco, y ese chaleco iba a tener un propósito.
—Yo también pienso en la protagonista como alguien así, con hábitos de mantenimiento mínimos, muy simples, pero que dan estructura a su vida. Eso que tú llamas seguridad para mí es estructura, y creo que la protagonista ve esa estructura como algo funcional, dentro de la no funcionalidad de su vida, porque cuando uno está en el momento del luto uno hace lo que sea para funcionar. No para vivir, no para nada más: para funcionar, para sobrevivir.
—También está el tema de la identidad. Ella dice: «Lo que no sé es si dejé de ser niña en algún momento, porque el dolor tiende a hacer eso, o si seguí siéndolo, porque el dolor tiende a hacer eso también». El dolor tiene la capacidad de hacer en ti cosas que son contraproducentes entre sí.
—Es que siento que lo que pasa con la muerte es que una queda congelado en la edad en que sufrió ese dolor. Ella queda congelada en el momento de ser niña porque ese fue el momento en que la protagonista sufrió esa pérdida.
—Claro, te quedas congelado en ese recuerdo, pero por otro lado ese dolor te obliga a crecer y a conocer cosas del mundo adulto que a una niña de la misma edad que tiene a toda su familia viva no le toca experimentar. La pregunta es si cuando esa niña que sufrió una pérdida a los siete años tenga treinta va a ser más niña que la que no tuvo ningún trauma a esa edad.
—Es que es eso: siento que con cada muerte uno se queda permanentemente en la edad mental que tenía al momento de esa pérdida, pero independientemente de si esa edad mental te costó todas tus otras edades. Si se te muere alguien a los siete años y te hacen hacerte cargo de cosas, esa muerte ya te costó la adolescencia, ya no la tuviste, ya no puedes pasar el tiempo que ibas a pasar siendo adolescente, o ya no vas a ser más adolescente como pensaste que lo ibas a ser.
—Ese es el tema de la identidad, de cómo entender que llegue algo gigante y externo a ti, que tú no decides cómo te va a impactar, y que sí te convierta en alguien distinto. Hay todo un proceso para reconciliarte con esa identidad que se te impuso. En el libro decías: «Lloro porque ya no soy la de antes».
—Eso es una cosa muy importante: la muerte te llega, te elige, tú no eliges la muerte. Incluso cuando se dan las condiciones para esperarla, nunca la eliges tal como llega. La muerte siempre llega sin tocar la puerta. Una cosa que menciono en el libro, si no me equivoco, es que uno no supera el luto sino que crece alrededor de él.
—Lo que también dices en el libro, que puede que sea mi frase favorita, es: “Me pregunto también si cuando una vuelve a sí misma lo hace para siempre». Al final, aunque una logre volver a sí misma, siempre está ese germen de preguntarse “cuánto me va a durar”. Yo muchas veces sentí que había vuelto a mí misma y después me perdí de nuevo, y cuando volví estaba distinta.
—Pienso mucho en eso. En tu experiencia y en la mía, qué universal lo de volver a una misma. Me quedé muy atragantada. ¿Cuántas veces vuelve una a sí misma? ¡Qué horror de pregunta! Es tan visceral, pero tan necesaria, porque con ella viene otra: ¿Hasta cuándo va a durar lo que siento que es estable y seguro ahora? Eso es lo más volátil que puede haber, entonces afianzarse a una misma solo para buscar algún sentido de seguridad es muy poco sustentable. Medio que no puedes depender de ti misma.
—Además que tú misma no eres invariable. Tú puedes cambiar en el tiempo
—Quieras o no, también vas a cambiar.
—¿Y cómo te relacionas con tu libro ya publicado? Escribiste la novela en 17 días, la “vomitaste” y la editaste con mucho dolor, pero luego se publica y el libro se transforma. Tú sabes lo que tú escribiste, pero no sabes lo que la gente lee.
—Yo creo mucho en la teoría de la recepción. Yo escribí un texto que tomó vida propia, el texto ya no soy yo. Yo lo escribí, pero yo no soy el texto. Eso lo tengo claro cada vez que recibo un cumplido, una crítica o una reseña, que los agradezco mucho pero trato de que no se mezclen con mi identidad como persona. Sin embargo, la acogida del libro ha sido muy cálida, muy rica. Es muy agradable saber que hay gente a la que le está resonando, o incluso si no les resuena es lindo que en cierta forma les interese no sólo el tema del duelo y el luto, sino también la voz de la narradora y la forma en que hice el libro. Esas cosas para mí son súper enriquecedoras porque me hacen sentir que mi trabajo no sólo tuvo un propósito, sino que también tuvo una función más allá de su propósito. Cuando lo hice, cuando vomité este texto, la historia se podría haber acabado ahí, pero siguió otra historia que es preciosa, que es cómo han acogido la novela, cómo la reciben. Entonces ahí el libro agarra otro tono.
—¿Y te resignifica el duelo también?
—Y me resignifica el duelo, sí. Hay una niña que me dijo que lo leyó dos veces y media, y me encantó. Ahí está todo. Que otras personas lo observen con ojos ajenos, que lo miren con cierta distancia pero también se sientan cerca del libro, eso es un gran regalo. Que una persona completamente ajena a mí lea el libro y se sienta cálida o triste o que algo le pase con el libro, ahí es cuando me doy por pagada.



