La singularidad arrasa la ciudad, pulverizando el metal y el hormigón al más mínimo contacto con su luz. Todo lo sólido se desvanece en una sublime incandescencia. Este instante absoluto, imagina el fin de la separación de los seres a través de la disolución de Akira, Tetsuo y los niños viejos, en una sola energía.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. XIII y XIV −final)
Esta es una pesadilla con la que ha soñado tantas veces, que ahora que comienza a rielar el decorado y sus personajes, el ponencista no puede sino fascinarse con su horripilante ejecución.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. XI y XII)
Ahora bien, si el club nocturno es la noche sin concesiones ni remisión, el “Mol (sic) es su previsible anverso. En su recinto se sucumbe a la luz del día sin sol. Los habitantes se someten a este espacio para vivir bajo la claridad sin calor del reflector.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. VII y VIII)
¿Está sumergido en un pantano impresionista? ¿Está proyectando su estado de ánimo en la melodía de un aparato fonador irritado? Se le aparece un terror de lingüistas armados con instrumentos de medición. Los expurga con los diez mantras inmorales de los mandingas de Memphis.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. III y IV)
“La expresión «todo es cancha», que extiende el campo de juego más allá de sus límites, ocupa la voz quechua «cancha», que denomina el lugar de culto. La idea del «templo en todas partes», es la del socialismo del sol que vio Mariátegui en el Tawantinsuyu Incaico”.