Los diccionarios y las enciclopedias han caído en el desuso; los inventarios y las cartografías en los museos; Balzac en el desprestigio.
Balzac, astuto, notó muy tempranamente que el suyo era un tiempo transitorio. Por supuesto no podía saber cuándo, cómo o dónde culminaría ese tiempo específico que para los personajes de sus obras aparecía como un tiempo interminable. Y es que quince años de transición post-napoleónica son un abrir y cerrar de ojo para el tribunal de la historia, pero más de una colegiatura completa para los representantes del anonimato. Balzac, cauto, esperó. La escenificación de la comédie humaine debía esperar por el certificado de defunción de sus protagonistas.
Paciente, no se impacientó con los sucesos de 1820, ni con las diatribas de la restauración. El telón podía dar paso a la actuación sólo una vez que nadie dejara espacio a dudas y se acordara que sin saber hacia dónde viraba la historia al menos se movía. Allí Balzac, La Libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix y las escenas de León Cogniet. Victor Hugo esperaría hasta 1862.
Nuestra historia reciente fascinaría a Balzac. Los editores (¿quién publicaría realmente a Balzac hoy?) insistirían en que ayer, hoy y mañana representan los días claves del decurso de la historia nacional. «Mira Balzac, si no incluyes los sucesos de hoy mañana nadie te leerá»; «Querido, ¿prefieres las páginas del sábado o las del domingo?»; «¿Por qué no escribió usted sobre aquello? Quizás ya sería tiempo lo hiciera». Pero Balzac es paciente. (Y acaso algo metafísico).
Sabe que la historia reciente es siempre reciente. Se escribe sola; o más bien la escriben muchos como él que quisieron hacer del anonimato la estructura del argumento literario a condición que éste nunca deje los límites y alcances de su propio anonimato. Humilde (o acaso en exceso pretencioso) sabe que él ya no es necesario porque día a día, semana a semana y mes a mes los analistas, críticos y comentaristas deben replicar su gesto y su prosa como si todos fuésemos Balzac sin saberlo.
Cada noticia, por pequeña que ayer haya parecido, hoy anuncia la publicación de una nueva entrega (póstuma) de una comédie humaine que se niega a terminar. Como aquel pariente lejano de Napoleón Bonaparte que inspirara unas de las más célebres frases de Marx, hoy Ricardo III reclama la continuidad de un (su) trono vacío. (Un Larraín le recordó alguna vez a Sebastián que nunca podría reclamar una posición primera, segunda, tercera o cuarta, por una cuestión de sangre, le dijo, estás condenado a ser nada más que sólo «Sebastián»).
Nuestra diferencia con Balzac no es de siglos o continentes, sino de posiciones. Con un esfuerzo que la psiquiatría aun no logra comprender, Balzac supo contener el entusiasmo y la nostalgia que la cotidianidad de su tiempo le produjo (casi) patológicamente. Balzac podría haber sido filósofo o pintor. En silencio, controló su ansiedad. Hoy Balzac se ha titulado de sociólogo (o cientista político si acaso tuvo la ocasión de visitar por un largo periodo el extranjero). Lamentablemente, según se cuenta en una biografía pronto a publicarse en España y Latinoamérica, hoy Balzac vive de sus prescripciones médicas. (Cuando no, de sus predicciones políticas). Si la República no comienza hoy, de seguro comienza mañana.
Balzac, al ver ansioso que la República no comienza, rompe relaciones con Delacroix. Delacroix no puede tocar a la puerta de Cogniet: ambos son pintores, discutir por la mejor representación pictórica pronto los llevaría al desencuentro. Balzac admira en silencio a Victor Hugo (una vez escuché que en privado incluso suele recomendarlo: «es bueno», me dijeron que dijo), pero en un tiempo como el nuestro donde tener la razón significa literalmente tenerla, ésta no puede compartirse públicamente. (Cuentan que Engels pensó en titular su libro originalmente como El origen de la familia, la propiedad privada, el Estado y la razón, pero el último capítulo se habría perdido camino a la imprenta).
Si la República no comienza hoy, de seguro comienza mañana.
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[Ilustración] «Blackberry guiando al pueblo» de David Vela.
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