/ por Tana Ferro
Primera advertencia: Esto será corto, como el recuerdo que gatilla este cuestionamiento.
Segunda: No será conclusivo, pues a mí misma me genera más preguntas que respuestas.
Tampoco diré nombres. Para qué. Ya se imaginarán ustedes.
Es una rememoración de mis tiempos de estudiante en aquella facultad tan bullada por los casos de acoso, cuyo protagonista es el mismo de muchas denuncias. Mi recuerdo se refiere a una de las primeras y desoídas interpelaciones respecto a sus “costumbres”.
Buen docente e investigador, había logrado hacerse buena fama en la facultad, por lo que sus cursos contaban con una alta demanda tanto de alumnos regulares como de chicos de intercambio. En una de las tantas sesiones en que nos desviábamos de la materia para escuchar sus historias personales, un comentario de alto contenido sexual escandalizó a los gringos. Nosotros, malamente acostumbrados, nos reímos o simplemente guardamos silencio. Así es el profe. Tan pícaro para sus cosas.
La clase siguiente fue diferente. Las cabezas doradas brillaban por su ausencia, y el tono del relato del profesor era otro. Ahora estaba a la defensiva. Yo, que había llegado atrasada, me di cuenta al rato del motivo: los gringos habían sapeado al profe y de arriba lo amonestaron.
Feo el asunto: ¿qué tenían que andar boicoteando los gringos nuestras clases a la más pura chilean way? Le dieron color. Y todo este escándalo, más encima, por una cosa monetaria –no era secreto que a esa pobre facultad la plata le llegaba de los gringos, así que había que tenerlos contentos. Sí señores, este era un asunto de colonialismo. Así lo entendimos nosotros, estudiantes de primer año, haciendo causa común con nuestro Calibán. Fue acallado por no seguir los parámetros morales de Próspero, que en su criollismo puro y duro ofendió los virginales oídos de Miranda.
A mis tiernos 18 años, aún no había leído La Tempestad de Shakespeare, y menos sabía del tal Calibán. Pronto mis rumbos académicos revelaron la existencia de un pequeño pero consistente mundillo que teorizaba sobre este personaje, el antagonista de la obra. Calibán es el habitante esclavizado de la isla que llega a habitar Próspero, su hija Miranda y su sirviente espiritual, Ariel. Con un nombre que alude al “caníbal” (y también al “caribe»), la figura cobra relevancia en el momento donde dirige su reclamo hacia Próspero, su colonizador: “Aprendí tu idioma, ahora aprovecho para maldecirte en tu propia lengua”. La referencia al colonialismo en América subyace de manera bastante evidente.
Han pasado varios años y creo que me he desprendido un poco del paternalismo universitario. Diez años no pasan en vano. Ya no me entrego tan fácil a que venga otro a adoctrinarme. Una década después miro atrás y pienso que, gringos o no, la queja fue justa y la apropiación tácita de la figura de Calibán hecha por nosotros fue barsa o, por lo menos, problemática. Ojalá no hubieran sido los gringos y las gringas, y hubiésemos sido nosotras y nosotros los del reclamo. Pero no sólo pecamos de necios, sino que también de hipócritas. Fingimos dolor a la crítica externa (venida de ese norte infeliz), y defendimos así nuestras propias cadenas. De esta forma fue como, astutamente, el profesor en cuestión convirtió un asunto de misoginia en una cuestión imperialista. Y ante la estrategia, caímos.
Al parecer no sólo el papel aguanta mucho; las representaciones también. Si Bachelet puede ser Ana Frank; Pinochet, Jesucristo en la cruz —según el cura Hasbún—; también un acosador puede pasar a la victimización a través de la calibanización estratégica. Esos Calibanes a los que hago referencia no son frutos enfermos, sino hijos sanos de una cultura de violación. Una violación de más de cinco centenarios que ha perpetuado (y creado) nuevos rostros para dominar.
En quinientos años, Calibán no sólo ha dejado de ser el personaje despreciado sino que ha pasado a ser una figura en disputa. ¿Es Calibán el resistente, o es Calibán el alienado, el balbuceante? ¿Puede ser Calibán el rostro de las feministas posicionándose contra las estructuras de opresión, o es Calibán queriendo arrebatar el poder sólo para poseer a Miranda?
Hacerse cargo del peso histórico de una estructura de enajenación no debe justificar la repetición de la violencia, así esté enmascarada en un criollismo hediondo de misógino o en otra cosa. Así que ojo con las caretas del multifacético Calibán; quién es, dónde está y qué reivindica. El arquetipo en sí reúne características demasiado complejas como para regalarle la militancia al primero que lo invoque. Si acaso tenemos a Calibán de este lado, o de la vereda opuesta, depende siempre de las artimañas discursivas.
Y ahí hay que estar atentos.
Póster de El planeta prohibido (1956), película de ciencia-ficción basada en La Tempestad de Shakespeare.
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La raza