La trampa del individuo y el colectivo
/ por Rodrigo Rojas
El texto de obra de teatro La Trampa plantea el problema clásico de la oposición entre individualidad y colectividad; sin embargo, quiebra con esta dicotomía mediante la construcción de una individualidad compuesta por una colectividad. Esta peculiar forma de individualidad es sostenida gracias a la homogenización de las múltiples voces que la componen. Ellas desaparecen en la palabra que, con suma precisión, ejecutan al unísono.
Las voces individuales de los actores y actrices se transforman entonces en una voz colectiva única con el pulcro trabajo de coordinación coral que vemos en escena. Los cuerpos se mueven coreográficamente, pero es la voz del conjunto al unísono aquella que soporta la constitución de un cuerpo compuesto por la multiplicidad de ellos. La única alteridad allí está dada por la ausencia de sonido, por el silencio que guarda el destinatario del mensaje en respuesta a esta única voz que siempre tiene la palabra.
El mismo juego se da con la disposición entre actores y actrices en escena respecto de los espectadores, es decir, se refuerza la alteridad sostenida sobre el silencio. Aquel personaje, receptivo y silencioso, se sitúa fuera del espacio que ocupa el cuerpo absoluto de la voz. Está del lado que la escenografía demarca es para los espectadores, los que también callamos y también somos destinatarios del mensaje de la voz.



