/ por Meribel González
El anuncio de los ganadores en los premios nacionales de Historia y Literatura revela, una vez más, que el mundo de las letras y el conocimiento sigue dominado públicamente por los hombres. ¿Es que, acaso, las mujeres escriben e investigan menos en Chile?, ¿o que la calidad de sus publicaciones y trayectorias no merecen reconocimiento?
El año 2011, por primera vez, una mujer recibía el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, sin embargo, fue un reconocimiento conjunto para el matrimonio compuesto por Carla Cordua y Roberto Torreti. La decisión del jurado se respaldó en que “el nivel de excelencia alcanzado por cada uno no habría sido similar sin el diálogo y la colaboración intelectual que han sostenido por décadas». Da la impresión de que el “acompañamiento” solamente resulta necesario cuando se trata de las mujeres, pues las nueve versiones anteriores del premio fueron entregados a hombres de forma individual.
El anuncio de Julio Pinto como ganador del Premio Nacional de Historia es un reconocimiento indudable a su trayectoria y es una decisión correcta dentro del contexto social en que se encuentra el país. Pero cabe señalar que, en esta categoría, jamás se ha reconocido a mujeres; pese a que varias de ellas destacan por su calidad como investigadoras y docentes, como es el caso de Azun Candina, Verónica Valdivia, Isabel Torres, Cristina Moyano y Sol Serrano, por nombrar algunas.
Algo similar ocurrió con el esperado anuncio del Premio Nacional de Literatura. Entre las competidoras había destacadas exponentes como Teresa Calderón, Delia Domínguez, Carmen Berenguer, Elvira Hernández y Cecilia Vicuña; sin embargo, el jurado optó por Manuel Silva, reafirmando la tendencia masculina del premio, ya que de las 52 veces que ha sido entregado, solo en 4 oportunidades llegó a manos de escritoras. Y no precisamente por falta de méritos. Fuera de esta competencia han quedado poetas como Stella Díaz Varín, considerada como demasiado polémica para la época; María Luisa Bombal, quien no logró ser premiada, pese a competidores evidentemente débiles durante la dictadura. En esta oportunidad, entre las escritoras con mayor mérito, destacaba el nombre de Elvira Hernández, una poeta más bien alejada de los focos, que evita la autopromoción y destaca por una pluma política, capaz de interpretar el contexto social de sus creaciones.
«La literatura está en pana, averiada, los premios no se entregan cuando se tienen que entregar, sino mucho después y pareciera que reparan una injusticia. Yo creo que no se puede hacer ni justicia ni beneficencia con el Premio Nacional», señaló Elvira Hernández.
Sin duda, el Premio Nacional de Literatura está en crisis. Es definido por un jurado que no tiene vínculo con el mundo de las letras, y responde a cuotas de poder y no al mérito literario. Más allá del aporte de quienes han sido reconocidos, las premiaciones a través del Estado evidencian una academia excluyente –pues no reconoce el trabajo de las mujeres– y obsoleta frente a los tiempos que vivimos. Se trata de una historia de exclusión que es, asimismo, evidencia la crisis de las políticas culturales en Chile. Y, en este contexto, hay un sector que siempre es el más perjudicado, pues, como decía Flora Tristán, «la mujer es la proletaria dentro del proletariado».
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