/ por La Raza
Trece millones de pesos recibió el Consorcio Periodístico de Chile (COPESA) por insertar en el diario La Tercera dos páginas que escupen sobre la memoria, fomentan el odio y avalan el terrorismo de Estado en Chile. La publicación, que supera cualquier debate sobre la línea editorial del diario y su autonomía, es un autoatentado a la ética periodística y a la responsabilidad pública de cualquier medio de comunicación.
El inserto, titulado «A 43 años de la gesta libertadora, chilenos agradecidos de sus fuerzas armadas y de orden no olvidan y reconocen los sacrificios que ellas hicieron por la patria”, no sólo violenta a quienes conmemoran la ruptura democrática, la muerte de Salvador Allende y el inicio del genocidio (con pacto de silencio incluido) al que fue sometido el pueblo chileno, también bombardea la dignidad de miles de familias y comunidades que durante 43 años han visto reprimidas sus ideas y limitada su expresión.
La Tercera rentabiliza cual mercenario con el poder de pocos, pero también amplifica una lectura que minimiza el dolor de las familias de hombres y mujeres víctimas del horror. El inserto -que se propone como un homenaje externo a militares muertos- es en realidad un gesto más del medio en su contienda con El Mercurio por ser el espacio donde se expresa el poder hegemónico, por tanto un cariñoso saludo a los principales benefactores del golpe cívico y militar.
Por supuesto, no nos sorprende esta actitud rastrera, esta disposición de mono amaestrado por las sobras del capital. Porque, si algo está claro, es que esos trece millones no son otra cosa que una propina, una suma simbólica para justificar esa irresistible inclinación que los impele a construir una versión de la historia de Chile aberrante y sórdida. Sus páginas con idea caducas y rancias lo ratifican, La Tercera está vencida.
Conocemos de sobra el pelaje apagado de su imprenta, su ingenio grisáceo y pretencioso que aún posee la hipocresía de ondear banderas en nombre de la libertad y la independencia. Y, sin embargo, estamos convencidos de que ya no basta reaccionar con una sonrisa despectiva. Hacerlo supondría para nosotros un acto de cinismo frente al pueblo sufriente. Esta es la razón de querer expresarlo fuerte y claro: La Tercera eligió ser nuestro enemigo.
Hacemos un llamado abierto a que profesores y profesoras utilicen esta deplorable inserción como un ejemplo del mal uso de la libertad de expresión; a que trabajadoras de la cultura desistan de ese espacio como plataforma de difusión; a que académicos e investigadoras de todas las disciplinas rechacen servir de fuentes a un medio que socava cualquier intento por establecer la inapelable verdad histórica. Y que esta decisión sea al menos tomada hasta que la empresa, y no sus trabajadores y trabajadoras, pida disculpas públicas.
No perdemos de vista que estas fechas son dolorosas, pero también combativas. La memoria está en disputa y ante este tipo de ataques la posición de la izquierda en construcción debe ser clara y contundente. La lucha de clases, concepto que jamás consideramos obsoleto y cuya vigencia siempre nos inspira una revisión exhaustiva de sus postulados en el momento de considerar nuestra posición al interior del debate cultural, nos indica que nuestra postura ante este agravio no puede ser otra.
Sabemos bien que en esta pasada no estamos al mismo nivel para devolver el combo (y cómo nos pican los nudillos; los metafóricos y los otros), por eso esperamos que la reacción sea colectiva e incluya el repudio de redactores y lectores del diario. La Tercera es la vencida, su propio puño le propinó el golpe, y de paso hirió una vez más la memoria de nuestras y nuestros desaparecidos. Pero esa indolente torpeza, ese instinto rapaz y mezquino, con que se ha pasado a llevar sus principios liberales, no será más que un rasguño sino alzamos la voz y construimos nuestros propios medios de comunicación.
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La raza