Hace unos días circuló un tweet entre el conocido perfil de Facebook “Relatos de una mujer borracha” y Gabriel Boric, en el que la primera se vanaglorió de “pelarse a cambio de un ministerio”, ante lo cual Boric, sin extrañeza alguna, respondió con el humor de la picarona fascinación varonil[1]. Fue esa breve conversación la que me invitó a deambular por los relatos de ese Facebook, y lo que ahora me invita, aún más, a escribir: o sea, a responder.
Lejos de la risa, y de los likes, la incomodidad fue la sensación que acompañó mi lectura. Más que incomodidad, que muchas veces puede movilizar y trastocar lo que nos parece inalterable, fue un rechazo, un constante rechazo, acompañado de anonadamiento, por ver a compañeras feministas comentando sus textos con total tranquilidad. ¿Por qué produce tanta fascinación?, pregunté al notar sus alrededor de 600.000 seguidores y advertir que tal posteo había sido compartido más de mil veces, ¿si es evidentemente la producción de aquello que el machismo, hoy, solicita producir? A saber: una mujer cuyo único interés es el consumo de un erotismo mercantilizado y acompañado por júbilos, aunque sobre todo despechos, amorosos. De ahí su reivindicación del alcohol, (no por nada piscolas) significado (y bebido) como un mero catalizador de ese único interés. O sea, una mujer que vive en torno al sexo, al sexo hetero-sexual. Esa declaración aparentemente liberal se ve, no obstante, extrañamente problematizada en sus incansables quejas y maldiciones hacia sus ex novios, así como en sus diversos y cotidianos relatos, significados como fracasos de no-correspondencias amorosas; cuestión que, de alguna u otra manera, evidencia que el “amor de pareja” sigue estando -al menos- de modo intermitente, en sus significaciones.
Prosigo. Mujer heterosexual cuya vida se deshace en pensar y escribir en torno al sexo con un hombre, o con hombres, si añadimos un poco de solidaridad (?) en la descripción. Mujer preocupada, como tanto nos han socializado desde pequeñas, por ser objeto de atracción para otro que alcanza apenas una personificación: hombre viril. Porque la masturbación, u otras formas de erotización, no existen en estos desgastados relatos. Hay algo que complejiza, no obstante, lo anterior: mujer borracha siente placer. Y busca su placer. Por ello, no podemos solo posicionarla en el deseo que desea ser el deseo del otro. Mujer borracha no es mujer frígida, lo cual podríamos eventualmente reivindicar. Lo triste, es que ese placer reproduce un deseo que desdeñamos, que desdeño: el deseo machista. Lejos está de invocar otros placeres más que el genital. Y de situar su deseo en el ámbito del consumo. Elegir tal o cual pololo, al que analoga con celulares que vibran: en eso consiste su gran dilema. Y mientras más fornido y competente, mejor. No existen otras formas, otros sueños, otros cuerpos, otros anhelos, otros pasajes. Todo es demasiado natural, demasiado evidente, demasiado consumible. Demasiado violento, en suma, si advertimos que estos repartos de género nos siguen matando. La sexualidad normada y la reproducción de los modos de vida contemporáneos no dejan de hacerse guiños. Alejandra Pizarnik, magistralmente, ya lo atisbaba en los sesenta:
“Pero digamos que la obscenidad, todo lo que es erotismo de una manera rara y distinta, me halla disponible. Odio las posturas «naturales», las palabras tiernas y ya conocidas. Pero ¿qué es distinto, qué es raro? ¿Las posturas del Kama-Sutra? ¿Las del Jardin Parfumé? No sé. Pero sin una vida sexual extraña y peligrosa no puedo vivir pero tampoco puedo incorporar el escándalo a mis deseos de trabajar, de aprender, de estudiar. Imposible ninguna orgía si me levanto a las 8 para ir a la oficina. Si es orgía tiene que abolir el tiempo y si el tiempo está abolido no tengo por qué levantarme temprano para ir a trabajar. Quiero decir, hay dos maneras de vida que me seducen igualmente y que en mí son incompatibles”[2].
No es necesario ser de derecha para reproducir imaginarios conservadores; imaginarios que claman por un sexo genital que nos parte en dos, o en ocho, como gusta decir la mujer borracha. O a prometer, con la indulgencia de la naturalización, el reparto de ciertos roles: si somos tías solteronas [sic], y tenemos un sobrino hombre, lo llevaremos a un prostíbulo, mientras que somos tías de una mujer, le descargaremos Tinder[3]. Imaginarios que apelan constantemente al infierno, al cual manda a las mujeres que toman y no engordan[4]; o a Dios [sic], a quien el estilo de su prosa, no tan curiosamente, invoca sin cesar. La hipersexualización que se intenta reivindicar, responde a lo que Foucault llamó lúcidamente ‘miseria sexual’; una sexualidad que, más que un resultado de prohibiciones, es un resultado de mecanismos de poder más complejos que, lejos de vetar la sexualidad, la incitan, la invitan y, en suma, la obligan, de determinada manera. He ahí su miseria, la que Foucault ejemplifica mediante el discurso, aparentemente no reaccionario, que atribuye sexualidad adulta en los niños:
“¿cree usted que este tipo de discurso es efectivamente liberador? ¿No contribuirá a encerrar a los niños en una especie de insularidad sexual? ¿Y si todo esto les importa un comino, después de todo? ¿Y si la libertad de no ser adulto consistiese precisamente en no estar sujeto a la ley, al principio, al lugar común, tan aburrido a la postre, de la sexualidad? ¿No sería acaso la infancia la posibilidad de establecer relaciones polimorfas con las cosas, las personas, los cuerpos? Ese polimorfismo los adultos lo llaman, para tranquilidad propia, ‘perversidad’, coloréandolo de ese modo con el camafeo monótono de su propio sexo”[5].
La perversión polimorfa es una noción que nos propone Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual para pensar la disposición sexual de los niños y niñas, caracterizada -en ese entonces, pues Freud después lo complejizará-, por el autoerotismo. Hay polimorfismo porque, lejos de responder a una sola organización de la sexualidad, a saber, genital, la disposición sexual en la niñez responde a diversas pulsiones que no logran ser dominantes sino parciales. He ahí su transgresión y, por ende, perversión, favorecida por la ausencia de los aún no formados diques morales: la vergüenza, el asco y la moral. Así, el polimorfismo en la satisfacción está dado porque en la vida sexual infantil hay todavía una cierta independencia de las zonas erógenas, las cuales solo más tarde estrecharán relaciones con la genitalidad[6].
En ese afán, ya no loco, de anti-represión e hipersexualización, se deja entrever el retorno de aquello que se deniega; una liberación coextensiva a la sexualidad que se intenta superar. Es, por ende, ese alarido de libertad sexual, atiborrado de cánticos, odas y relatos de mujeres borrachas, el que urge interrogar. Como lúcidamente sostiene Foucault: “Desde el momento en que se repite una y otra vez la cantinela antirrepresiva, se contribuye a dejar las cosas como están y cualquiera puede cantar el mismo aire sin que se preste atención”[7]. Es el tirano aire machista el que se vuelve a respirar luego de leer esos relatos que atraviesan los mismos lugares comunes una y otra vez: el pene como único órgano de placer, las piscolas como medio para el flirteo, la presto-barba para las piernas perfectas, el desdén hacia los ex, la obsesión por el cuerpo delgado y el gran ‘Todopoderoso’ (sic), tan necesario para ese tipo de humor. Porque el Padre, en esta escena, no puede faltar.
Preguntarse desde cuál escena provienen esos lugares, es algo irrelevante para nuestra mujer, al parecer, ya no tan borracha. Tan irrelevante que para el 8 de marzo, “día de la mujer”, nuestra interpelada escribe:
“Hoy día no hay nada que celebrar, hoy se conmemora un día en el que mujeres dieron la lucha por bla bla bla bla bla. Hoy se toma todo, una mujer de verdad no desperdicia oportunidad de celebración pa empinar el codo.
Pd: Gracias a esas mujeres, yo hoy puedo escribir sin importar ni una huevá. Salud”
Esa “mujer de verdad”, que habla públicamente de sexo y no de política, es condescendiente al machismo: en la autocomplacencia de proclamarse libre, acaba por despolitizar cualquier reivindicación feminista que intente resarcir las violencias históricas y disputar los deseos, imaginarios y prácticas neoliberales. Esa “mujer de verdad”, que solo se puede inscribir como “mujer” en la política “pelándose” a un diputado (a Boric, quien, recordemos, le responde con el no tan sorprendente beneplácito viril), da cuenta de un discurso que no altera ni transforma nada, salvo reconstruir una y otra vez una mujer idónea para el mercado, una mujer que, además de ser la hija legítima que sigue al pie de la letra el deseo patriarcal heterosexual, modifica mínimamente las reglas del mismo tablero. Ya no lava ropa, pensando en él, con las manos sarmentosas… Ahora acude al bar a beber y a tener un rico “polvo” para al día siguiente seguir reproduciendo, o sea, consumiendo. Sin embargo, he ahí la tristeza, nunca deja de pensar en él. Ni siquiera lo intenta, porque cualquier intento, en su total indiferencia, es bla bla bla. A esta “mujer de verdad” solo le queda seguir empinando el codo y mantener su piscoleada sobriedad.
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[1] https://www.facebook.com/861104840587935/photos/a.869206483111104.1073741829.861104840587935/1252270994804649/?type=3&theater
[2] Pizarnik, Alejandra. Diarios. 25 de abril de 1961. Barcelona: Lumen, pp. 202-203.
[3] Post de este 29 de agosto: “Quiero compartir con ustedes una alegre noticia, mi hermana, la infeliz, está embarazá. Soy oficialmente la soltera/ona de la familia, tengo rabia, mucha, pero me conforta saber que apenas el crío empiece a balbucear le enseñaré a hablar de la cintura para abajo, cuando pueda discernir, si es hombre lo llevaré a un prostíbulo y si es mujer le descargaré Tinder. Arrepiéntete hermanita linda.”
[4] Post del 26 de agosto: 26 de agosto: “Feliz viernes para todas, excepto para las que toman y no engordan, esas merecen todas más penas del infierno.”
[5] Foucault, Michel. “No al sexo rey” (entrevista con Bernard Henry Levy). En Sexo, poder, verdad. Barcelona, Materiales, 1978, pp. 154-155.
[6] Freud, Sigmund. “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras completas, volumen VII. Buenos Aires: Amorrortu, 1992.
[7] Foucault, Michel. Ibíd., p. 159.
Perfil del autor/a:
al fin alguien lo dijo, gracias.
(juliet mitchell en the clinic)
TL;DR
a ojos de OP, «relatos de una mujer borracha» no es tan feminista como le gustaría.
es una lectura diferente; concuerdo con algunas partes pero debes hacer un mejor análisis de contenido
para que entiendas mejor el contexto y el sentido que adquiere el humor de la página, además hay un libro podrías ver mejor
sobre los temas.
Me parece muy generalizada la crítica aludiendo a supuestos tipos de sexualidad jerárquicas preferentemente para el feminismo.. ¿?
fundándose además en feminismo que desde el falocentrismo mismo citan a Freud que en su misma obra declaró no entender a las mujeres,
me parece horrible el tipo de academia que imparten las universidades en Chile, que desperticio para la ciencia Latinoamericana.
Está re buena la idea, me gusta..
tiene mejor sentido si cambian de orden la oración del título; es algo más crítico-político según lo que podría enteder yo dentro de un contexto de consumo y machismo ya que estos van relacionándose con las vivencias e historias de «mujeres» con argumentos espacio-temporales de carácter práctico y por ende también algo irónico y/o humorístico…
Pucha que me carga que se tomen taaan en serio las producciones de ficcion, es como esa tontera reduccionista de «el discurso crea realidad». Mientras más finos se hilan ciertos argumentos, más cerca se está del paradigma, la policía del pensamiento, aparentemente bajo dos principios basicos re espurios: a) la accion social debe ser siempre explicitamente política, y b) existe una sola clase de accion política revolucionaria valida y esa, casualmente, esa es la mía.
Estimado César, podría decir que soy devota a las aperturas de la ficción y a los efectos que puede tener. Uno de ellos, la desestabilización de los significantes, me parece tremendamente hermoso. De hecho, pienso, por suerte tenemos ficción. En el caso de estos “relatos borrachos”, no los cuestiono porque “crean o no realidad”, sino por el imaginario que reproducen. Tal imaginario, lejos de la desestabilización, según intento proponer, hace guiños a un determinado reparto que me parece no solo conservador sino además violento en cuanto que consolida, naturaliza y, por lo mismo, perpetúa aquello que, al menos desde una posición feminista y de izquierda, cabe cuestionar. Tal cuestionamiento, no es por motivo policíaco (si entendemos por policía un cuerpo que intenta mantener un cierto orden público), sino, justamente, con el propósito de exceder el orden (machista) que nos sigue exigiendo doble jornada, que nos impide abortar, que nos acosa si usamos vestido, que no escucha nuestras réplicas desde una interolocución válida, etc.
Con respecto a los dos principios, creo que no adhiero a ninguno. No me parece que la “acción social”, en este caso -más bien-“literaria”, deba ser explícitamente política. Si se trata de temáticas sexuales, hay muchos materiales que, lejos de cualquier explicitación “política”, me parecen mucho más interesantes. Incluso si son “derecha”, si lo ponemos en esos términos. Tampoco creo, yendo al segundo principio, que haya una clase de acción más válida que otra. Traté de ser sumamente cuidadosa con no proponer manera alguna (en este caso, volvemos, de narrativa sexual) que fuese LA manera, o que se situase en un lugar de superioridad. No hablé de mí, de hecho. Tal vez soy monja, tal vez soy trans, tal vez soy asexual, tal vez soy hombre con pseudónimo de mujer, tal vez soy mujer borracha cuestionándome a mí misma. No es lo relevante. El gesto es simple: interrogar esa manera de situarse como “mujer” en cuanto condescende a un discurso tremendamente machista. E insisto, no para levantar bandera o jerarquía alguna sobre “cómo hacerlo”, sino para problematizar aquello que nos sigue matando. Y, porque en este caso concreto, mujer borracha pareciera instalarse como un referente de muchas. Puedes estar o no de acuerdo con esa lectura, pero eso ya es otro asunto. Saludos.