“La fijación del progreso por medio de catálogos y televisores. Solo la maquinaria. Y transfusores de sangre”
Oswald de Andrade, 1928
Manifiesto Antropófago
Software
Este es un juego y existen algunas reglas para poder jugarlo. Estas reglas no son más que las formas que determinan los límites de movilidad de sus participantes. Hay algunas, como las que despliega el ajedrez, por ejemplo, que son intransigentes en su estructura. Esto debido a que la representación del régimen nobiliario está de cierto modo derramada en sus figuras. ¿Porque, qué aristocracia permitiría que un peón gobernase? El tablero por lo demás parece ser la figuración del feudo; el dominio de tierra aparece ahí como valor de casta. Sin embargo, un buen juego siempre permite un margen de dinamismo. En el ajedrez, al parecer, ese margen está en la temporalidad designada a los turnos (no hay que olvidar que el tiempo del juego es un tiempo “improductivo”) más que en la posibilidad de modificar drásticamente la función de sus piezas. Es decir, la capacidad de improvisación está puesta en el cómo y no en el qué (Maquiavelo entendió bien esto en el Príncipe). Otros, en cambio, se adaptan a diversos contextos, en donde adquieren insospechados giros en sus maneras de ser jugados. El dominó por ejemplo es migrante por excelencia. Fueron los culíes asiáticos quienes desovaron sus blanquísimas piezas en el Caribe negro y mulato. Ahí fue asumido con delicia pos los insulares, hasta transformarlo en un juego que guarda cierto parentesco con aquel concebido en el lejano oriente, pero que ya no es el mismo (son, de alguna manera, esos borrosos linajes que vinculan el tombo con el baseball). Cada postura es acompañada de un sonsonete con rima: “a la cuarta te doblarás, blas” y de esa forma, como existe un naipe español también existe un dominó cubano.
Pero ya está bien de juegos de ingenio. Suficientes jugarretas. Hoy por hoy lo lúdico también expresa un contexto determinado. Y probablemente su versión más hegemónica sea aquella que reúne los juegos virtuales, la un poco inquietante realidad aumentada, el mundo de las aplicaciones y aquel abarrote que supone el Play store y el Google play. Y, para ponernos materialistas cibernéticos, diremos que todos ellos portan el inequívoco signo de su época, todos expresan la fase productiva dominante. Esto quiere decir que la historia se encarna en su paradójica ausencia de carne. A través de ellas nos es posible observar el neoliberalismo, la posmodernidad, la modernidad líquida o como queramos bautizarle al fenómeno en su nominación total.
Es importante destacar, de pasada al menos, que algunas de sus características cardinales: globalización, inmediatez, interconexión, son las que permiten que podamos hablar de un tiempo contemporáneo más menos homogéneo en lo que respecta a este imaginario específico, y dentro del cual ya nos es imposible observar la diferencia entre juegos mucho más anclados al espacio y al tiempo de cada uno de sus participantes. Esa sin duda es la distancia que existió entre un jugador/a de “luche”, de “lota” o de “cacho”.
En conclusión, pareciera que el juego es un formato privilegiado para analizar esa dinámica que se da entre ideología y técnica. Esto sucede porque su estructura básica siempre contempla una situación de disputa de poder que, aunque arbitraria al interior del esquema, debe buscar su metáfora en los conflictos sociales representados en la cultura.
Aclaramos (para quizás en determinado instante oscurecer): Esta cultura digital no nos es ajena. Al contrario, formamos parte de ella (¿cómo olvidarnos que esto está publicado en un medio digital?). Su uso es, al mismo tiempo, asumido desde una posición contradictoria, una que admite que su estructura nos es adversa, colonizadora en ocasiones incluso. Sabemos, por ejemplo, que las plataformas son diseñadas y administradas por los países hegemónicos. Usamos Facebook y Twitter y, sin embargo, no podemos programar sus funciones.
Tomemos a Instagram como ejemplo. Su arquitectura otorga cierto formato (traza las reglas del juego) a la capacidad de fotografiar que ya tienen los aparatos móviles. Administra la difusión de esos registros a partir de criterios basados en un novedoso enfoque de la publicidad entendida en los alcances y mutaciones que experimentó ésta al ingresar al mundo de las redes sociales. Ahí la cuantificación de “seguidores” se transforma en una herramienta precisa para medir los índices de impacto de los productos. El reciente estreno de su modalidad stories permite grabar videos que se borran de manera automática cada 24 horas, además de otorgar como configuración básica del servicio un control absoluto de quiénes pueden ver ese efímero contenido. Aunque no podemos hacernos cargo acá de la necesidad “social” que imaginaron estar satisfaciendo, o lo que es más probable, creando, sus diseñadores, sabemos que una libido cenagosa, articulada a partir del registro sin memoria, chorrea allí. Quizás no lo veamos con claridad, ese es de hecho el mérito de algunas de las redes sociales masivas, pero cada una de ellas construye un lenguaje de imagen-texto más o menos estructurado. De igual modo también Facebook genera una especie de lengua franca en donde las fotos de comidas, los gifs, los memes, los mensajes virales y un largo etc. conforman una sintaxis estandarizada.
En síntesis, ninguna teoría posmoderna nos engaña: la tecnología, sus desarrollos, o sus derivados conceptuales como la tecnocracia, tienen centro. Y, sin embargo, asumimos un quehacer dialéctico, que ocupe sus lógicas, pero subvierta su curso. Aquí no hacemos más que rendirle tributo a la estrategia del dominó, donde la clave consiste en torcer la dirección de la última pieza puesta en juego. En efecto, el capital es, no nos permitimos ninguna candidez al respecto, el que pone invariablemente la última pieza (y quizás, también la primera). No podría ser de otro modo, después de todo, es el más chancho.
Desde la todavía dependiente y extractivista Latinoamérica este es un hecho incuestionable. Somos los consumidores de los productos culturales hechos en el primer mundo. Quizás un defensor acérrimo del sistema señale que eso se debe a que los países dominantes se esforzaron más. Creemos que eso es parcialmente cierto, siempre y cuando admitamos que podemos endilgar ese valor meritocrático al despojo, la esclavitud y el genocidio.
A diagnósticos críticos propuestas de creación
Es cierto, no somos los que pueden escribir los códigos, pero los podemos asimilar, los podemos tragar, los podemos manipular y subvertir. Creemos, para ocupar un término más afín, en la posibilidad de sobrescribirlos. Oswald De Andrade, el visionario artista brasileño lo arengó con oficio en su manifiesto antropófago por ahí por el año 1928: “El amor cotidiano y el modus vivendi capitalista. Antropofagia. Absorción del enemigo sacro para transformarlo en tótem” y fue enfático en su visión: “Solo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.”
Con Andrade (Oswald, no Osvaldo) afirmamos que es necesario devorar al enemigo para fortalecer nuestra posición antagónica. El campo de batalla, ese donde podemos hacer nuestro aporte a la gran contienda por la emancipación, es sin duda el campo cultural. La lucha de clases latinoamericana, siempre concebida desde la intersección con lo neocolonial, tiene ahí una gran contienda que dar en los tiempos del neoliberalismo y la globalización.
El ejercicio en sí nace de una premisa absurda: generar una aplicación imposible, que no sea descargable pues existe solo en la medida en que se realiza. Se hace con lo que se tiene (un celular con cámara es el material de base). Proponemos contrarrestar la tan mentada “realidad aumentada” mediante el ejercicio fotográfico y textual de un realismo fragmentado, episódico, pero que aspire a la generación del puzzle infinito y dinámico de nuestro entorno. Para eso quisiéramos proponer el juego de una variante de la ékfrasis que venimos ensayando hace algún tiempo en nuestra revista. Se trata de una versión que remeda el “go” de la aplicación de moda. Si, como se dijo en Las trampas del atrapar, columna recientemente publicada en nuestra revista, el exitoso juego incurre en una desterritorialización de los sentidos espaciales en los que se inserta, la idea consiste entonces en adoptar un criterio adverso a esa lógica.
Para ser más claros (sin dejar de ser oscuros en comparación a, digamos, los finlandeses): una ékfrasis gou tiene algunas características especiales: 1) está geolocalizada. Es decir, es necesario indicar la hora, la fecha y el lugar de donde se capturó la imagen. Ese no debería ser un problema puesto que el propio celular registra esos datos; 2) Es tomada con una cámara de celular (sin requisitos mínimos); y 3) tiene la intención de territorializar el imaginario del transeúnte mediante un ejercicio que textualice la impresión profunda que propone la imagen. Este último elemento puede adoptar distintas formas: diálogo, monólogo interior, poema, microcuento, crónica y un largo etcétera de formatos literarios.
Espirales y esquirlas: realismo y fragmentación
Aunque la causalidad pareciese indicar que el recorrido es de imagen a texto, la experiencia puede revelarnos nuevos flujos y reflujos. Por ejemplo, cuando “vemos” una imagen cautivante es porque probablemente una inteligibilidad emotiva, un sentimiento intenso, la provocó. Esas por lo general son las primeras letras del texto y su aparición suele ser“simultánea”. Esta simultaneidad, como concepto ya es una práctica que difiere de la “inmediatez” entendida como característica inherente al fenómeno de las redes sociales. Se produce así un cortocircuito entre la fotografía y lo que se supone debo hacer con ella en los términos que subrepticiamente me imponen las plataformas disponibles para canalizar ese contenido. Lo que hago en cambio es explorarla por medio del recorte de esa imagen y su diálogo con una idea que pudiese expresarse, como ya se señaló más arriba, por medio de varios soportes literarios. Es instantáneo y no lo es, demanda hacerse cargo textualmente de un estremecimiento lateral provocado por la imagen: lo que no se ve, lo que huye, lo que quema, lo que encandila, lo que apuñala. En ese sentido la insolencia que entraña el gesto puede ser burda, poco efectiva (esperamos que no lo sea) pero al menos es, en términos tácticos, meridiana.
Llegado este punto es importante hacer hincapié en otro aspecto relevante del ejercicio, y esa es su dimensión teórico/práctica. Porque si hasta aquí nos hemos referido solo a lo que deseamos que exprese y en oposición a qué queremos que lo haga, aún no hemos ahondado en el cómo. Esa fórmula se podría describir así: una intervención analógica en el espacio autodeterminado del mundo digital. De esa manera creemos que el texto que se manifiesta simultáneo a la imagen que se quiere capturar, y que nos exigirá pulsar en el teclado virtual o en el físico más tarde, intentando producir un “material” qué por convención hemos dado en llamar Ékfrasis, es lo más parecido a un proceso de creación a partir de soportes digitales. Esta vuelta a lo analógico, aunque sea solo rescatando su espíritu, pretende jugar a “sacarle el rollo” a los espacios cotidianos, utilizando los instrumentos que este neoliberalismo consumista nos pone a la, o en la, mano.
La regulación manual de la luz, ausente en las funciones de la cámara digital, se desplaza metafóricamente al texto. La luz comprendida aquí tal como allá, como el elemento central en la composición artística de la imagen, permite la comunicabilidad del trazo que ha experimentado el ojo. La literatura en su acepción más lata, asume la función del obturador, y ya no es posible entenderla como una explicación, o como una simple prótesis de la imagen, sino como aquello que define el tiempo de la entrada de la “luz” que posee el espacio registrado. Es decir, regula la luminosidad y zanja el contenido (aquello que contiene), el ángulo particular del sujeto que observa. Su irrupción recorta la mirada del espectador produciendo los contornos expresivos de la imagen. Este es el verdadero motivo del rótulo “fragmentado” que hemos ocupado para designar el ejercicio.
Es, por otro lado, en ese trabajo de consciente y deliberada agencia, en donde ponemos el énfasis en la representación y el artificio latente en el término de “realismo” fragmentado. Su utilización supone una contraposición radical al mistificante de “realidad” aumentada. Este último, al igual que cualquier discurso que apoye argumentalmente el neoliberalismo, intenta instaurar una lectura unívoca de la realidad, negando el sustrato ideológico de su perspectiva a partir de un a priori tautológico y autoritario: el mundo es así porque así he decidido que sea.
Hardware
Instructivo:
.- Recorra las calles. Camine, súbase a micros, encarámese a los árboles, ingrese a boliches de mala muerte, baruchos con olor a pipeño y cebolla escabeche, acódese en el mesón, salga, observe pichangas de barrio, métase al mall, al patio de comidas, a plazas y parques, en los cementerios, en las ferias libres, piérdase en los persas; mire con detención los rostros de las personas en los paraderos, en las filas de los colectivos; recuerde, las posibilidades de tránsito por los territorios son infinitas.
.- Observe movimientos, situaciones, gestos, paisajes. Estos pueden ser estridentes o sutiles: una discusión, un ataque de risa o un despacioso juego de damas a la sombra de un impávido y frondoso aromo. Un sitio eriazo repleto de rutilantes escombros, las zapatillas colgando en los cables recortadas contra un crepúsculo bermejo, un perro cojo con ojos muy tristes, casi humanos, un viejo con la bolsa del pan colgando de la muñeca mientras juega a las máquinas en el almacén de la esquina.
Cuando algo lo/la estremezca está listo para empezar. Saque su celular.
.- Abra el ícono de cámara en su dispositivo móvil. Apunte…
.- Obsérvese observando la imagen antes de atrapar el instante. Trepane la belleza del tiempo detenido que ha creado. Cree un pequeño texto que dialogue con la imagen. Sienta, palpe con la pupila, interróguese sin pudor¿qué es eso que hay ahí? Permita que esas dos formas de captura dialoguen en un murmullo acompasado y sugerente. Cada cual parece complementar ala otra y, sin embargo, ambas desprenden cierta suficiencia en sus distintos registros.
Puede crear series de Ékfrasis gou, o si prefiere, coleccionar instantes que describan esa relación profunda y a veces contradictoria que se establece con el espacio. No se entrampe en los límites del instructivo. Salga a caminar con un amigo/a, amante, compañero/a, saque una foto, convérsela, produzca un material mancomunado.
Intente crear un estilo. Note que su mirada es siempre sarcástica, dramática, cómica, etc.
Malware
Esta aplicación imaginaria/imaginable no requiere que se descargue ningún programa. No tolera las selfies ni las fotos de comida (los grandes poemas gastronómicos ya fueron escritos por los Pablos). La épica del rostro narcisista ya no nos interesa. Las películas con cabritas la han agotado. Queremos observarlo todo, quieto o en contorsión. Señalar lo efímero en su constancia, y lo constante en su eterno discurrir. Queremos volver a ensayar la épica del ojo.
Manda tu Ékfrasis gou a razacomica@gmail.com.
Perfil del autor/a:
Equipo Editorial LRC