/ por La Raza
Showtime! Señoras y señores, damas, caballeros, vecinos y vecinas, compañeres todes. Sean bienvenidos al es–pec–tá–culo más repetido del capitalismo salvaje, las semanas más excitantes para el mercado y sus representantes, el más extenso carnaval latinoamericano del consumo y la autoflagelación. Sin concursos ni sorteos, todas y todos podremos ser parte de una feliz navidad y un próspero año nuevo. Sólo tienen que pedir un deseo –o un crédito– y podrán alegrarse por un instante (no olvide capturar ese momento, y unos cuantos pokemon go, con la nueva cámara plus ultra que tenemos en promoción). No se sienta triste si cree estar lejos de los más importantes escenarios, la fiesta popular se extenderá a todos los rincones del país vía streaming y en full hd. Desde cada mall tendremos despachos en vivo y en directo con nuestros mejores rostros realizando al mismo tiempo el concurso de la temporada; ríase con la muñeca inflable y llévese una red de prostitución de niñas del Sename. Todo con cargo a su propia conciencia. A los y las ganadoras se les estará permitido implotar de vergüenza y deseo. El premio viene con ticket de cambio por si la culpa supera al goce.
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Si alguien tiene el descaro de decir que enero es el mes del teatro, nosotros diremos que diciembre es el del consumo (y viceversa). ¡Qué tanto! Los días que suceden a la escritura de esta editorial son el perverso plano secuencia de la película que nos tragamos por no haber más cine que el comercial. Pero el rodaje comenzó varios días atrás. Primero fueron las veintisiete horas de amor. El público se abrazaba mientras fuegos artificiales salían del Estadio Nacional al superar la meta gracias a los más de cuatro mil millones que aportó la familia Luksic. Luego se armó la gozadera, Miami me lo confirmó: — Si tú eres latino, saca tu bandera. Después fue el Paris Parade. Papá Oso, inflado y gigante, se quedó dormido junto a la Pepa Pig frente a La Moneda, dando cierre al desfile y abriendo las puertas de la ratonera que organizó la multitienda en la Alameda con plata del Estado y con permiso municipal. Desde hace un mes se repite la promesa: la navidad es para compartir. Pero no vayas a llegar con las manos vacías. Así que compra como puedas. Privilegiados sean quienes pagan en tres cuotas precio contado. Mucho más fácil es para quienes creen en la caridad. El resto nos regalamos.
Este país es un regalo, pero como la tablet de madera. Broma de mal gusto. Le quitaron todos sus derechos, lo envolvieron en democracia y dentro no dejaron más que infinitas cajas vacías para jugar a la sorpresa. Una de esas es la caja navideña: promete lo insospechado, lo justo y necesario para humanizar al trabajador con el envoltorio colorinche del derecho sindical. “Sí, también tienes una familia, no eres una máquina”, dice el patrón, “eres parte de esta comunidad siempre y cuando continúes en tu lugar”. ¡Qué comunidad es esa! No aceptaremos mesianismos, ya conocemos sus engranajes (que nadie se atreva a envolvernos otra pelota de fútbol).
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“Nunca salí del horroroso Chile”, decía Enrique Lihn, como intentando expurgar la temporalidad monocorde que hizo de esta larga parcela el mejor laboratorio de la región. Y es que el imperativo del showtime y la tiranía del goce que gravitan con diciembre se convierte en el eterno retorno de una fantasía vaciada. Volvemos al mismo lugar, celebramos convenciones suplantadas, cuánto rito desplegado para repactar excedentes de deseos no cumplidos, proyecciones de un futuro que demora en llegar por carta (jojojo, y viene del norte).
Pero no nos equivoquemos, no existe ciclo sin variación. Este diciembre trajo un regalo de contrabando porque Chile “paga bien” la explotación. Y los dueños de Chile quieren migrantes para el desarrollo y no delincuentes mal intencionados que vengan a robarnos lo que tanto nos ha constado construir con sangre de dictadura y transición. Menos en estos días. Comienza un nuevo año y descubrimos que las clases populares amanecen con nuevos compañeros de lucha. Pronto vendrá el verano y el chorro del grifo tendrá que alcanzar para todos. Para qué tener un Trump arriba, si podemos combatir las versiones vernáculas acá mismo, donde las fronteras ideológicas entre inmigrantes y extranjeros se bosquejan en la ciudad.
Decimos no caeremos, porque todos somos migrantes (y tenemos el derecho a migrar) y después de migrantes, hermanas y hermanos, y después de la hermandad, estamos todos precarizados e igualmente endeudados para satisfacer el consumo y también el ocio. No. Que los bloques maniqueos no calcen con la caridad cristiana y de ahí con los furores de este diciembre. Dudamos de los tributos que genera la defensa de la variedad cultural, porque sin conflicto, sin diferencia, no hay antropofagia posible. Antes de celebrar esa riqueza que nos aportan, ¿no deberíamos cuestionar quién se esconde tras el atávico “nosotros”? Esta parafernalia domestica el deseo mientras monta su maquinaria de expropiaciones.
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¡Dos muñecas en luca, dos muñecas por solo mil pesitos! Llévele un regalo a sus nietos. Que no se note pobreza, qué irán a pensar los vecinos. Póngale su colemono, su pan de pascua. El asado familiar y las cumbias con la tía. Haga el conteo en grupo, con la radio o la tele. Canción nacional y la primera cueca del año. Con la champaña lista. ¡Cloc! cuidado con el corcho, podría quedar tuerto. Llame larga distancia. Ponga las espigas en la puerta y use un calzón amarillo. Cómase el plato de lentejas. La segunda bolsa de papitas duquesa a mitad de precio con la tarjeta. Salga con la maleta, a ver si el próximo año viaja (tenga presente el verso de Lihn). Camine entre medio de las mallas verdes, puro pintando el mono. Es momento de renovar los votos con la autoridad: abrace a un paco. Tire a la chuña el pedacito del corazón que aún no le embargan. Y si en una de esas sufre un infarto producto de las emociones, encomiéndese a algún santito disponible, para no terminar en el box de urgencias de una posta. De ser así esta podría ser su última juerga. Felices fiestas, desea La Raza Cómica.
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Equipo Editorial LRC