/ por Cristián Pacheco
Hay que tener dos dedos de frente para entender que en la actualidad ningún cambio estructural de la sociedad y sus relaciones de poder pasa sólo por la incidencia político-institucional, sino por la confluencia y complicidad de distintos actores que en conjunto, y de manera articulada, logren trazar nuevas figuras sobre el rompecabezas que el sistema neoliberal nos vendió. El desafío es mayúsculo. El paisaje tiene diez mil piezas: algunas están desaparecidas, es cubista y está salpicado de sangre. Sólo tenemos los bordes para empezar a armar. La cosa es con paciencia.
Es claro que el Frente Amplio no pretende ser revolucionario. Reconozcamos que bajo las actuales condiciones materiales e históricas la primavera de Chile se vislumbra distante. En todo caso, preocupa que las once fuerzas políticas que lo conforman aún discutan si se presentarán como un conglomerado ciudadano o de izquierdas. Increíble que esa sea la tesis en disputa. Pero bueno, por algo se empieza. La Alameda sigue llena de grandes tiendas comerciales y vallas papales. No es tiempo para alucinaciones o vanguardismos. Tampoco para juicios categóricos. Caer en cualquiera de estos vicios significaría no empatizar con los esfuerzos legítimos y hasta necesarios de las compañeras y compañeros.
Es una tontera creer, pedir o esperar que el Frente Amplio se haga cargo de todas las dimensiones donde se juegan las transformaciones. También es un error sentarse a observar cómo cada partido que lo integra construye su frente sindical, territorial, feminista, indigenista y cultural; cómo supeditan luchas y confunden categorías; cómo persisten en la trampa de la democracia representativa, la clase política y su sociedad civil. En las condiciones actuales no se puede descartar ningún esfuerzo a priori, pero vale la pena recordar que no toda aventura electoral reporta ganancias. Sobre todo considerando la deslegitimación actual de la democracia y de sus falsos promotores.
Este 2017 es un año crucial para quienes creen que se puede tensionar la institucionalidad disputando el poder vía elección popular. Y que los vaiga bien. Pero para eso es importante revisar decisiones anteriores que han configurado los bordes del actual escenario en el cual se inserta el Frente Amplio como una pieza más, quizá como la primera escena que logramos distinguir.
Marco-duopolio
El primero en tirarse a la piscina a intentar capitalizar el vacío de representatividad fue Marco Enríquez-Ominami, bautizado como MEO, sigla siempre anterior a la del PRO, el Partido “Progresista” que quiso ser la expresión ciudadana de los desconcertados. Nunca revirtieron este error inicial. Sus bases no pudieron contrarrestar el excesivo personalismo de su principal rostro. La prensa le puso la máscara a MEO y los que apostaban a los tres tercios huyeron despavoridos. Gritaron «Marco» y la respuesta fue «Duopolio». Comenzaron jugando a ciegas en una tiburoncito, pero al rato se dieron cuenta que la piscina era olímpica y para profesionales del cambio-nada sincronizado. Marco se fue a lo hondo. Sus votantes llamaron a ojos cerrados, pero no hubo respuesta. Sólo quedó el eco del duopolio.
El castigo fue duro para el PRO en las últimas municipales. Moraleja no aprendida por algunos precandidatos: no hay que poner la carreta antes de los bueyes. Para ganar elecciones y disputar las instituciones se necesita construir bases militantes, construir discursos y prácticas políticas no corruptas que dialoguen a la par con los movimientos sociales, marcando así distancia con la vieja política, acostumbrada a poner cara de póker y ganar blufeando.
La elección del PC
Los que por años vociferaron dignamente ser los herederos y representantes de los condenados de la tierra tuvieron la oportunidad de engrosar las filas reformistas y conducir a su propio ritmo el proceso de cambio en este terruño. A nuestro pesar, el Partido Comunista de Chile decidió actualizar la máxima de la Concerta y avanzar en la medida de lo posible con quienes –ellos estiman– tienen vocación de mayorías. Pusieron sus peones protegiendo a la reina de las blancas, mientras esperan su turno. Todo indica que la próxima jugada será mover sus caballos saltando alrededor de Guillier, el rey de los masones.
No me cuelgo del anticomunismo que denuncian sus militantes llorones. No cuestiono tácticas y estrategias, sino la complicidad en la implementación de un programa esencialmente neoliberal que han defendido a muerte, hasta hacernos dudar si es que acaso somos daltónicos. El pecé acepta ser continuamente humillado por la decé, y yo espero que hayan fuerzas suficientes dentro del Frente Amplio para no llegar a esa posición.
El efecto Marcel
En las graderías del Teatro Caupolicán gritaron con fervor las masas vampirescas que levantaron la campaña de Marcel Claude a la presidencia. Como en las mejores películas del cine soviético, flamearon banderas de todos los colores, las redes sociales ardían en revolución, se escuchaban vítores y aplausos a cada intervención. Si hasta Florcita Motuda y Joe Vasconcellos animaron la fiesta llena de siglas y wiphalas. Aún resuena a lo lejos: ¡alerta, alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina!
Seamos justos. «Todos a la Moneda» se transformó en una consigna de unidad fuera del duopolio, sin embargo trajo consigo más quiebres que alianzas. Como toda construcción electoralista, terminó el mismo día en que se conocieron sus resultados. Salió el sol, se vieron las caras, le hicieron la cruz a Marcel y guardaron el ajo en la billetera para espantar todo mal. Dicen haber visto, algunos nostálgicos de la épica clodista, el último salvador del pueblo de Chile. Dicen que algunos aún desean ocupar ese lugar.
El Sharpazo
La primera gran victoria de la vía chilena al progresismo fue derribar en Providencia a la bestia Labbé, destronarlo del Palacio Falabella y poner allí a la princesa Errázuriz. La última derrota de esa revolución que sólo cambió el nombre a las avenidas fue entregarle las llaves a Evelyn y sus mimos. Allí no sufrieron la derrota, cerraron por fuera echándole la culpa a los millenials y se fueron indignados a mirar muebles al Barrio Italia.
Para disputar espacios locales se requiere trabajo comunitario que esté en sintonía con proyectos político-ideológicos. El trabajo territorial es fundamental para aumentar fuerzas y no sólo amplificar nuevos liderazgos. El ejercicio de primarias en Valparaíso es ciertamente un ejemplo a seguir, los gestos realizados desde el proyecto de alcaldía ciudadana entusiasman. Hay propuestas y se contrapone tanto cuanto puede. Lo de Sharp es un ejemplo de unidad que luchará permanentemente con los privilegios de clase y sus ansias de conducción del bloque.
El Progreso de la Derecha
Es cierto que los ratones votan cada vez menos por los gatos, pero todavía no votan por otros ratones, menos si estos vienen de otras ratoneras. Bien lo saben quienes participaron de la excelente performance de Roxana Miranda y su equipo de campaña en las pasadas elecciones presidenciales. No fue suficiente proponer una estética rupturista acompañada de discursos sencillos e inteligentes cargados de simbolismo. Al parecer, en los sectores populares aún cala fuerte la idea neoliberal del progreso, en que la desidia, el asistencialismo y la cooptación están por sobre la cooperación y la solidaridad entre vecinos.
Pese a la corruptela que cubre su actuar, en las últimas elecciones municipales la derecha histórica ganó espacios locales estratégicos. Las comunas más populosas de Chile (Puente Alto, La Florida, Santiago, Las Condes, Maipú, San Bernardo, entre otras) están hoy en sus manos. En estas condiciones, quienes conscientes no entran al juego electoral se pierden entre la abstención pasiva y el avance del populismo.
El último borde
Aún queda una elección para entender bien el panorama completo en que busca ajustarse el Frente Amplio, y en ello reconocer con mayor claridad cuál es el proyecto político en ciernes. Ese borde por cerrar, propongo, es el que se desprende de su relación con las fuerzas progresistas de la Nueva Mayoría, si es que eso existe. Hay antecedentes políticos y poca claridad sobre el futuro de esa relación. Y no es que les quiera poner presión a los compañeros y compañeras, pero será una decisión compleja. Quién sabe, no voy a vaticinar nada. Depende de lo que decidan. Creo que podría tratarse de una estrategia exitosa para aumentar escaños y lograr configurar un tercer sector o la nueva tercera vía; podría ser también un fracaso en votación popular, pero la consolidación de un bloque duro en el que confían indecisos e indignados; podrían avanzar armónicamente integrando a los resignados; o podría derivar en nuevos quiebres que terminen por desarmar parte del rompecabezas; y peor aún, tener que empezar todo de nuevo.
Este año sabremos si el Frente Amplio es más que una plataforma electoral.
La cosa es con paciencia.
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