/ por Ángeles Donoso Macaya
Difícil responderle a este libro inflamado. Pero igualmente difícil es no responder. ¿Cómo no responder, si sus palabras fluorescentes y sus miradas torcidas se confabulan conmigo, me invitan, me apelan, me cuestionan, me im–presionan?
Sus palabras, digo, se confabulan conmigo. Llevo años pensando en esto de la confabulación. Una vez me encontré con un breve pasaje en el que Deleuze proponía reconsiderar la noción bergsoniana de confabulación y cargarla de sentido político. Deleuze me invitaba a leer a, desde y con Bergson. Decía la cita de Deleuze: “La utopía no es un buen concepto: lo que hay es más bien una ‘confabulación’ común al pueblo y al arte. Habría que retomar la noción bergsoniana de confabulación para darle un sentido político”. Inflamadas de retórica opera de este modo confabulado desde su misma portada –qué linda confabulación de cuatro, Errázuriz–Mijail–Díaz–San Martín– y en su escritura a cuatro manos; se confabula también al insistir en la utopía como el deseo radical de habitar el aquí/ahora, el presente, desde las identidades dañadas, desde las perversiones, desde la delincuencia y la conspiración, y también desde la amistad (“La utopía se encuentra en ejercer la política radical de la amistad”, “Radicales y utópicas porque queremos redefinirnos y resistirnos a la historia de la Modernidad. Queremos aborto y más fiestas: amor vegetal»: ¡creo que hasta Bergson se hubiera confabulado con estas ideas!). Inflamadas y confabuladas porque insisten en ir en contra (“Ningún partido político, ninguna institución ni escuela podrán jamás emancipar a nadie”), porque proponen y practican ficciones sexuales (“una ficción sexual es la posibilidad de poner en jaque nuestra idea normativa de realidad”: imagino a Bergson riendo, bailando y confabulándose en su tumba), porque incitan a lecturas colectivas, porque lo tuercen todo, porque no puedo sino querer tramar, colaborar, leer y conspirar, desde y con ustedes.
Mi lectura confabulada imagina y conspira críticamente (la conspiración es una variante de la confabulación). Me gusta pensar en la amistad también de esta forma, la amistad como conspiración y correspondencia, la amistad como confabulación, la amistad que en este caso puede devenir de/en el espacio de las palabras. Una amistad confabulada, inflamada, transfeminista.
Me confabulo con su imagen del amor vegetal,[1] con el gracias a Rosa Parks y con la invocación a Nina Simone. Me confabulo con la x. Con la imagen del feminismo flúor (¡me encanta el flúor!): qué imagen elocuente, cómo ilumina este flúor la idea de la incompletitud, la negatividad que nunca se resuelve y que permite el cambio y la transformación. Me confabulo también con la idea de “habitar ese otro”. Me confabulo –cómo no hacerlo– en contra de la línea recta y en contra de todo lo que sugiere la palabra rectitud (vengo pensando en esto hace tiempo, por otros motivos: nací torcida, camino chueco, cojeo, mi pie derecho es más pequeño y más flaco y más tieso, me tropiezo seguido, mi mano derecha es un poco torpe, quiebro cosas constantemente).
Lectura confabulada: me encienden las citas de Anzaldúa, me im–presionan todas y cada una de las reflexiones sobre el ojo (cuánto he pensado en la hegemonía de la visualidad, de la visión, en cómo hay mil y una metáforas de lo visible que contaminan nuestros intercambios). Me confabulo con el ojo inquieta, el ojo chueca, el ojo lectora, el ojo titilante.
Les escribo desde la honestidad más brutal, cómo no hacerlo, cómo no responder, inflamada también yo, no de retórica, sino más bien de contradicciones.
Me im–presiona, me apela y me interroga la imagen del cuerpo migrante y el privilegio (vergonzoso, oculto) implicado en la incomodidad inevitable que experimento cada vez que me interpelan y me preguntan por “mi origen”–no soy negra, no soy morena, no tengo las curvas increíbles que ostentan mis vecinas dominicanas del barrio, soy más bien flaca y larguirucha, tirada pa’ blanca, de cara angulada y brazos largos: “¿de dónde tu ere’? ¿española? ¿italiana?” “No, soy de Chile” (como si eso resolviera nada, como si me identificara con ese pedazo de territorio, con esa idea de nación). Y sin embargo digo: “No, soy de Chile.” Y los gringos: “You don’t look Chilean to me!” (como si supieran cómo lucen los Chileans), “You have more a Spanish/European look!”, como si te estuvieran diciendo a “good thing”.
Siento incomodidad cuando me interpelan así. Sí, pero qué privilegio sentir esta incomodidad, ¿no? Mal que mal, precisamente por pasar por blanca, por no parecer de, no soy target para los policías, para los pigs. Nunca me he sentido discriminada por el color de mi piel –sí por mi acento, sí por ser mujer.
Siempre me he considerado muy consciente de mis múltiples privilegios, y enfatizo lo de “me he considerado”. Temprano me di cuenta de mis privilegios de clase: privilegiada por asistir a un colegio privado, por poder estudiar la carrera que quise (Letras) sin tener que preocuparme de pedir un préstamo universitario ni para vivir ni para pagar mis estudios, privilegiada por no tener que trabajar mientras estudiaba, privilegiada por salir de vacaciones todos los años, privilegiada por poder irme de mi casa muy joven (¡a los 23!) con una mega beca para estudiar un magister y un doctorado en otro país. Privilegiada por pasarme los días leyendo, privilegiada por tener un trabajo que me apasiona, privilegiada por tantas otras cosas. Pero tarde me vine a dar cuenta (muy tarde, me tomó 28 años darme cuenta) de estos otros mega privilegios: mi privilegio hétero, mi privilegio cis, y todo lo que se desprende de, todo lo que añaden estos mega privilegios. No tener que dar explicaciones a nadie nunca, no tener que pausar cada vez que hay que marcar con una X el género en un formulario, no tener que, no tener que… Han sido lecturas confabuladas (Pedro Lemebel, Gloria Anzaldúa, Cherríe Moraga, Bell Hooks, Audre Lorde, Judith Butler, Sara Ahmed) y memorables conversaciones con amigxs feministas, lesbianas y queer las que me han re–orientado, las que me han dado vuelta, torcido para siempre, y ya no puedo dejar de ver el mundo o, mejor dicho, de habitar mundos, de esta manera, re–orientada, confabulada, torcida. Es por este mismo habitar re–orientado que una se encuentra con lumbreras como ustedes.
Una buena mala costumbre: cuando leo, doblo la esquina superior de una página cada vez que encuentro algo que me toca, que me afecta, que me gusta, que me sorprende. Dobleces que son marcas, dobleces que sirven para recordar: aquí hay algo que quiero copiar, aquí hay un pasaje que quiero re–leer, esto lo tengo que comentar, esto hay que pensar. Doblé tantas páginas mientras leía este libro. Mi copia de Inflamadas está tan marcada, tan doblada. Tempranos signos de uso.
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[1] A propósito de amor vegetal: «The intelligent plant». Hace años leí este artículo. Desde que lo leí no puedo dejar de pensar en las plantas. O mejor dicho, no puedo dejar de pensar en que las plantas también piensan.
[Portada] Pintura de Francisco Papas Fritas
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