/ por Daniela Machtig
En el habla coloquial, cuando nos referimos a un “ciudadano de a pie” trazamos la figura en un sujeto promedio, citadino, trabajador; uno del montón, que básicamente se levanta para trabajar y pagar cuentas. El término no suele tener una carga peyorativa, pues es una descripción que nos interpela a la mayoría de los asalariados de la urbe. Fuertemente homogeneizante, pretende individualizar a quienes –sin rostro– no conseguimos conquistar jamás las promesas de éxito de este sistema que ha colonizado nuestros sueños y emociones más íntimas.
Una secretaria mediocre, solitaria y vulnerada por la maquinaria alienante es la protagonista del último montaje de la compañía Teatro Imagen. Adaptando el texto original de Marco Antonio de la Parra (1986), la dirección de Elsa Poblete propone un ingreso íntimo al recóndito universo psicológico de lo que sería el deseo de toda ciudadana. La puesta en escena ha sido proyectada en el marco de la reinauguración de Sala Imagen, un pequeño aposento con capacidad para 36 espectadores. Se trata de un escenario de dos frentes, que en su aparente simpleza escenográfica nos propone ahora transparentar los conflictos de una mujer que por primera vez ve su vida personal intervenida por un complejo visitante, cuya irrupción provoca la invasión desquiciante de lo real y lo imaginario en el ámbito público y privado.
Saliendo del lugar común, no encontramos a un hombre como protagonista. Tenemos sobre el escenario a una ciudadana de a pie, lo que no necesariamente implica un/a sujeto con consciencia de sí. Verónica es una mujer que se sitúa sola y vulnerable, presa de anhelos inconfesados que –De la Parra insinúa– serían los de cualquier fémina atrapada en la insípida cotidianidad. Aquellos deseos indecibles toman distintas características, desafiando al reducido elenco a adoptar facetas que a ratos nos recuerdan tanto al Jappening con Ja como a fotonovelas de gángsters en la Guerra Fría. En ese torbellino esquizoide, José Pedraza acompaña la actuación de Paula Ureta en cada voltereta psicológica donde las pesadillas pueden transformarse en sueños de pasión.
El respeto por el contexto original en que fue pensada la obra (plena dictadura) se confirma tanto en los efectos de sonido que nos retrotraen a la censura a radio Cooperativa o a diálogos de figuras como Cecilia Bolocco y don Francisco, así como en la reacción de la protagonista al enfrentarse a la inesperada visita de un extraño en su departamento. Si bien para un público más joven y poco vinculado con la memoria sonora de los ochenta este contexto puede parecer ajeno, la rapidez con que se teje la trama de la historia, sumado a las actuaciones que apuestan por una dramatización de comedia negra, generan la empatía necesaria como para reír y compadecerse con la protagonista, interpelando a nuestra propia soledad.
La apuesta por el montaje íntimo beneficia a esta obra que, sobre todo, es una propuesta de radiografía psicológica a aquella masa atomizada por la soledad y la inconformidad de sus deseos frustrados. Es también un reto para el elenco compuesto por cuatro actores, observados de cerca –por dos flancos– en los límites de su versatilidad.
El deseo de toda ciudadana
Dirección: Elsa Poblete
Texto original: Marco Antonio de la Parra
Dramaturgia: Ramón Griffero (1987)
Elenco: Paula Ureta, José Pedraza, Carol Chacón y Diego Carvajal
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[Portada] Fragmento del afiche oficial de la obra
Perfil del autor/a:
prensa sobre ciudadana