/ por Marcela Prado
Cuentos y autobiografías es un trabajo de investigación y archivo llevado a cabo por la poeta y doctora Gladys González, donde se recopilan géneros y textos poco conocidos de Gabriela Mistral, acompañados de bellas ilustraciones hechas por Camila Barrales. El libro puede dividirse en cuatro partes: 1) Traducción y apropiación de cuentos clásicos, 2) Poemas en verso y prosa a la naturaleza y a la humanidad, 3) Estampas de animales y 4) Autobiografías.
Respecto a la primera sección, Mistral hace una verdadera labor de traducción (en su doble dimensión, versificada y cultural) de cuentos clásicos como Caperucita roja, Blanca nieves, La Cenicienta o La bella durmiente, lo que significa un proceso de apropiación del objeto (el cuento) y de inmersión del mismo en el léxico y la simbólica integradora poética, individual y nacional, de la autora. Así, por ejemplo, en La Bella durmiente, todo lo que rodea a la linda princesa comparte el sueño en el que ella cae: seres, objetos y naturaleza. Asimismo, la poeta va nombrando yerbas y flora nativa, reemplazando los objetos y las creencias de las versiones originales. Las ilustraciones también ayudan a construir una lectura y a desplazar visiones e interpretaciones canónicas por estas otras, correspondientes a nuevos contextos. Por ejemplo, la ilustración que acompaña al cuento en verso La bella durmiente no muestra al príncipe salvador de la bella, sino a un pájaro reclinado que desde un árbol se le aproxima.
En la segunda sección encontramos textos dedicados a frutos y objetos. Se trata de un conjunto de poemas objetuales y vegetales de extraordinaria belleza, como “La madre granada” o “El plato de cerámica de Chapelle–aux–pots”, donde la figura del fruto es el detonante imaginario y poético. “Por qué las cañas son huecas” es, por otra parte, un breve poema metafórico de los procesos sociales vividos en las décadas de 1930 y 1940. Percibimos en él cierto rechazo por la demanda de igualdad, que Mistral entiende como negativa en tanto promueve una violenta uniformidad y contrasta con la naturaleza. Explica, por la vía de la metáfora, que las cañas son los caudillos que fuerzan estos procesos sociales. Se observa aquí un cierto conservadurismo (indicado ya por la crítica que ha estudiado su obra), pero también una voz de alerta frente a los radicalismos igualitarios y autoritarios. En “Por qué las rosas tienen espinas” la poeta expresará metafóricamente la violencia que ejerce el orden masculino sobre el femenino, representados ambos por el pastor, el labriego y el pillo, por un lado, y las rosas, por otro.
“La raíz del rosal” es un poema donde encontramos una verdadera filosofía de los contrarios que se complementan, una teoría del yin y el yang, visión complementaria de las zonas oscuras y claras, sin poner en ellas necesariamente rasgos negativos o positivos. Mistral va deconstruyendo dicotomías articulantes del pensamiento occidental como cuerpo/espíritu, presencia/ausencia, arriba/abajo o aquí/allá. Su adhesión al budismo la acercó a Oriente y la hizo ver con extrañamiento su propia matriz cultural occidental. El carácter popular, campesino y provinciano de la poeta también cooperó en este desplazamiento o diversificación de la mirada. Su pensamiento –más que católico, cristiano– aparece con mucha fuerza y claridad en otro bellísimo poema, “El cardo”, motivo y flora con alta presencia en la poesía chilena. En él, Mistral pone en diálogo a la flora: así, el lirio y el cardo conversan sobre Cristo y sus caminos. Este cactáceo representa a Cristo por su sencillez y desnudez. La naturaleza le sirve una vez más para construir metafóricamente su pensamiento social.
“La charca” es el texto en el que podemos observar cómo Mistral registra con lente casi microscópico el mundo de la naturaleza, guardando siempre distancia con la humanidad, a la que frecuentemente califica como negativa. Lo que sucede en el microespacio de la charca es observado con una prolijidad de mirada que asombra y enternece. No podemos hablar todavía de una posición ecocéntrica o biocéntrica consciente, pero sí de un desplazamiento epistemológico profundo que comienza a conformarse históricamente. La micro–observación de la infinita relación entre todo lo que existe, la idea de encadenamiento, es una característica de la poesía mistraliana. En este poema el fenómeno se produce porque a la oscura y pútrida charca llega la luz, como consecuencia de un movimiento de terreno que han hecho algunos obreros. Una luz que, a su vez, depende del movimiento de las nubes, hace posible la transformación de la charca: su mutación desde distintos y bellos colores y humedades, hasta la sequedad en la que queda finalmente, dejando a la vista una oquedad gredosa y brillante que seguirá su curso en la metamorfosis de lo que existe.
Con “El cántaro de greda” Mistral construye una metáfora de sí misma: “y es que pienso que como yo, puedes tener la apariencia de la plenitud y estar vaciado”. En otro poema de la sección, “El beso”, volverá a su temática y visión cristiana, extendiendo una reflexión sobre el beso puro y el impuro. Este último encarnado en la figura de Judas, a quien condena por su hipocresía, y en la de una prostituta, expresando todo con un realismo crudo y descarnado que vemos también en el cuento La caperucita roja y en otros textos del libro.
En estos poemas a la naturaleza y la humanidad puede observarse a ratos la conjunción de diferentes visiones en conformación: la visión cristiana, panteísta, ecocéntrica y hasta animalista, que anticipan, sin saberlo, tendencias y sensibilidades vigentes hoy.
La sección dedicada a estampas de animales se inicia con “Las golondrinas”, que en la perspectiva de Mistral hacen –como la mayoría de las aves– su quehacer vital prescindiendo de la humanidad.
“El águila” es ave ofendida, iracunda y materna. Este poema se estructura en una imagen de verticalidad donde la humanidad queda en un abajo simbólico que la poeta aprovecha para hacer una crítica. El águila se observa en la humanidad, donde la han puesto como adefesio sobre una columna en un escudo patrio. Pero su realidad es otra, arriba en los altos picachos escasea el alimento, hay hambre entre sus crías. Así, el poema se desplaza a una sensibilidad animal y culmina con una imagen descarnada para lo humano, natural para el animal. Una perspectiva que parece compartir la voz lírica. Luego vienen los poemas “La alpaca”, donde básicamente se refiere a la explotación de su lana y al olvido de su condición de ser vivo, de creatura viva. La aguda percepción de la gacela, bella y delicada, es lo destacado en el poema que lleva ese nombre, emparentado con el conocido ensayo “Menos cóndor y más huemul”, texto fundacional de la literatura latinoamericana contemporánea. Con el poema “El topo” se producirá una interesante validación y reivindicación de lo bajo y oscuro: nosotros somos “los tontos de arriba”. Mistral destaca así lo sigiloso y oculto del animal, su inteligencia primaria. En el resto de los poemas de esta sección, dedicados por ejemplo al elefante, a la ardilla o a la ballena, podemos observar una adhesión a sus mundos y sus comportamientos. La humanidad es siempre un factor amenazante y ensimismado que no ha sido capaz de observar el mundo más allá de sus narices y que cuando lo ha hecho ha sido en función de sí misma, de sus necesidades, excedidas en relación con lo básico en que viven los animales. Quizá leer cuidadosamente «La Ardilla”, un poema que se construye desde una imagen extraordinaria del movimiento y con un trabajo del ritmo admirable, pueda servir para captar la aguda imaginería poética mistraliana: “¿qué ha saltado por aquí, se pregunta el bosque?”
Por último, las autobiografías son cuatro. Se trata de un género interesante, por el juego que se establece entre realidad y ficción. La escritura recompone, ordena, entra en disputa con la historia y con el propio sujeto. La primera data de 1924 y fue publicada en El espectador literario de Colombia. En ella Mistral expone ideas interesantísimas, relacionadas con su identidad rural, su carácter autodidacta, el título que le extendió la Universidad de Chile, su paso por México, su admiración por José Vasconcelos, su compromiso con la reforma agraria, la conducta indiferente del indio ante las revueltas sociales, su viaje a Europa, su visión latina. Y termina advirtiendo el riesgo de lo que llama el descastamiento cultural. La segunda biografía es de 1930 y fue publicada en El gráfico, en Colombia. En ella declarará su adhesión al cristianismo, ligándolo con la democracia. Aquí se manifiesta también su condición aislada, su voz marginada en un Chile todavía muy cerrado social y políticamente. Confiesa también haber profesado el budismo en algún momento (se trata de un enclave histórico, pues durante las primeras décadas del siglo XX se da una ampliación de las corrientes de pensamiento). Mistral habla sobre sus maestros: la biblia, Dante, Tagore, los escritores rusos. España, Santa Teresa, Góngora y Azorín. Incluso hace comentarios sobre su propia obra: “mi pequeña obra literaria es un poco chilena por la sobriedad y la rudeza”. Nos dirá que trabaja en esos años en un libro sobre San Francisco y en unas biografías sobre grandes hombres como Las Casas, Tolstoi y Martí. En la tercera autobiografía Mistral informa de su injusto despido por parte de una directora de escuela alemana, debido a sus ideas políticas. Antes, había sido expulsada de la Escuela Normal por prejuicios religiosos. Nos recuerda que el reconocimiento de su poesía vino primero de parte de profesores de los Estados Unidos del Norte, y que por ello se animó a enviar Desolación al Instituto de las Españas. Un libro que dedica a Pedro Aguirre Cerda, “a quien debo toda la pequeña paz que he podido disfrutar en mi país”. La poeta hace, finalmente, una crítica a las universidades y defiende la enseñanza como un ejercicio apostólico: “pienso que la cultura intelectual sin la penetración del espíritu ha corrompido la época junto con el mercantilismo de las grandes naciones”.
La cuarta y última autobiografía fue publicada póstumamente en la Revista Mapocho en el año 1988. Es la más larga y compleja. Fue resultado de un rescate hecho por alguien más, tal vez Doris Dana, el texto no lo aclara. Tiene, en parte, la estructura de una entrevista, y la caracteriza una voluntad deconstructiva y correctiva de otras biografías sobre ella y su familia, escritas con anterioridad. Dedica unos cuantos párrafos a aclarar el episodio del supuesto robo y la expulsión de la escuela. Adelaida Olivares es la ciega directora de escuela (y madrina de la poeta) que toma la arbitraria medida. La tensión de fondo está dada por la pugna entre católicos y protestantes. El itinerario vital de su etapa infantil y en parte juvenil está pormenorizado. Asimismo, el reconocimiento de su hermana Emelinda como primera maestra, a quien dedica el poema “La maestra rural”. Mistral confesará en esta biografía su espíritu rebelde y su carácter tímido. Luego se refiere al autoritarismo y, otra vez, al carácter cruel y descalificatorio de la directora del Liceo de Niñas de La Serena, alemana que tenía un verdadero desprecio por las niñas y jóvenes maestras chilenas. Las páginas que siguen son una delicia informativa sobre datos poco conocidos y muy fundamentales no sólo para entender la vida de la poeta, sino a nuestro país. Nos contará que mantenía económicamente a su madre con su trabajo. Más tarde, siendo ya una ciudadana del mundo, que revisaba y corregía las biografías sobre ella. Conviene detenerse en el suceso del robo de archivos de cartas en su casa de la población El Huemul, hecho que tal vez explique varios vacíos fundamentales de su vida y obra. El apoyo de Mistral a la oposición política del momento puede explicar el hecho. Dada la tensión creciente, su madre y su hermana le aconsejan irse de Chile. Así, se va a Ginebra. En Chile, nos dice, cierta “maledicencia pedagógica” la acusa de mala hija que no vivió con los suyos. Volverá a mencionar su posición antiacademicista, mostrándose partidaria de una pedagogía fundada en el hacer, acumuladora de saber. Y se referirá –con más tristeza que con rencor– a la vieja chilenidad que la dejó sin Escuela Normal, que le quitó esa posibilidad, habiendo sido formadora de más de 3000 mujeres en su oficio de maestra.
Encontramos, por último, una suerte de crítica a los biógrafos que han exagerado ciertos episodios de su vida. Se refiere sobre todo al tratamiento algo intrigante que le dan a aspectos personales y a la vida amorosa de las personas. Y alude a una nueva experiencia de despido laboral, frente a la cual hace una interesante y aguda reflexión. El episodio de Romelio Ureta, con el que termina esta cuarta y última autobiografía, es aclarado aquí. Mistral señala el origen del idilio: se conocieron en la aldea El Molle cuando tenía 14 y él 18 (dejaré hasta aquí la historia para que los lectores vayan a por ella). La autobiografía concluye con la explicación de lo sucedido: la extracción temporal de una pequeña suma de las arcas fiscales, la intención de devolverla pronto, una auditoría aleatoria que dejó a Romelio al descubierto. Primero el suicidio que la desvergüenza y la condena social, dice la poeta. Es el viejo Chile. Recuperando el diálogo entre la poeta y quien la entrevista, Mistral finaliza esta última autobiografía. En sus palabras la intención deconstructiva y correctiva cobra relevancia respecto a la imagen de víctima que han construido de ella otras biografías. Criticará así muy fuertemente el usufructo que han hecho algunos con su figura.
Volvamos, para concluir, al trabajo investigativo que ha hecho posible contar con estos textos. Estamos ante una estupenda investigación de archivo realizada por la poeta Gladys González, donde los fragmentos recuperados vienen a llenar varios vacíos de la obra conocida de Gabriela Mistral, fragmentos que resignifican su obra y nos permiten trazar una mirada más profunda de la poeta, de su obra, así como de un momento de nuestro país.
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Este texto fue leído en la presentación del libro Cuentos y autobiografías (Libros del Cardo, 2017) de Gabriela Mistral, durante el mes septiembre de 2017 en el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura de Valparaíso.
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