El pasado 27 de febrero, en algunos rincones de las redes sociales hubo manifestaciones de luto. ¿Por qué? Había partido, a los 81 años, el sociólogo, economista y ensayista brasileño Theotônio dos Santos. Su nutrido curriculum circuló por varias páginas afines a las ciencias sociales, cuyo impacto no deja de ser ingratamente reducido. No, no se marchó el intelectual de la torre de marfil que no le importa a nadie: con Theotônio dos Santos no sólo se fue uno de los grandes investigadores paridos en la lucidez y locura de los 60’s latinoamericanos; también un intelectual consecuente y comprometido, cuya solidaridad le salvó la vida en Chile a por lo menos 400 personas que buscaron asilo en los días posteriores al golpe.
No es obligación de nadie conocer el trabajo de Theotônio; sin embargo, el esfuerzo de quienes estuvieron detrás del desarrollo de ideas y teorías que pudieran productivizar un pensamiento por y para Latinoamérica debe ser, en cualquiera de sus tiempos, reivindicado. Sobre todo en estos años aciagos, en que el intelecto neoliberal no tiene más que ofrecernos que un Henry Boys.
Theotônio dos Santos llegó a Chile escapando de la dictadura que se desencadenó en Brasil en 1964. Desde hacía tres años militaba políticamente en el POLOP (Política Operaria de Brasil), mientras desarrollaba lecturas de El Capital en conjunto con otros investigadores de renombre (Ruy Mauro Marini, Vânia Bambirra y otros más). Eran tiempos en que las posibilidades de desarrollo político y social le dieron al continente la fugaz esperanza de construir un futuro mejor; las discusiones ni siquiera se perdían en el diálogo sinsentido con el interlocutor reaccionario. En aquel escenario, donde las alternativas políticas eran reformismo o revolución, los economistas (que aún no eran cercenados del espíritu de las ciencias sociales) discutían entre el desarrollismo y la dependencia, buscando recoger algo del derrumbe del modelo ISI (Industrialización por sustitución de importaciones) que había predominado a mediados de siglo en la región.
Dos Santos estaba en la orilla de la Teoría de la Dependencia: fue el teórico y autor del concepto. Para quien esto le suene desconocido, una breve explicación: cuando hablamos de la Dependencia (con mayúscula), debemos entenderla como parte integrante y determinante del capitalismo global; en la relación de economías interdependientes, sólo algunas pueden expandirse, mientras que las “otras” (estas periferias que habitamos los de siempre) sólo pueden ver su desarrollo como desvaído reflejo de las primeras. Podemos correr, sobreexplotarnos y aniquilar nuestros recursos naturales: el famoso desarrollo no llegará en la medida que conformamos parte de una red de dominios y hegemonías en la cual son otros los que ponen condiciones y extraen los beneficios de la división internacional del trabajo. La Dependencia es una situación condicionante: establece los límites posibles del tan ansiado desarrollo, configurando además complejas estructuras nacionales. La Dependencia se cuela a nivel interno, generando un nivel de compromiso entre las oligarquías internas y los agentes de dominación internacional, donde unos y otros sacan partido de la situación, cuyos intereses no se condicen nunca con poner fin a las estructuras de desigualdad. De esta forma, Theotônio dos Santos proyectó con lucidez el trágico sino latinoamericano: el eterno dilema entre socialismo o fascismo.
Luego de ser expulsado de la Universidad de Brasilia (y de su país natal) por subversión, llegó a Chile en 1966 a colaborar con el Partido Socialista y, en general, a aportar intelectualmente en un país donde sus ideas podían ser fructíferas. El escenario previo a la Unidad Popular, y su victoria posterior, atrajo intelectuales e investigadores comprometidos con alternativas de izquierda de todo el mundo; se crearon instituciones y espacios de discusión tan prolíferos, que resultan difíciles de imaginar hoy en día. En una entrevista realizada por Ivette Lozoya el 2013, Theotônio comenta el ambiente de esa época, a propósito de los grupos de estudios marxistas que afloraron: “Hubo un momento en víspera de la victoria de Allende, que casi en todas partes se leía El capital, cosa muy extraña. La gente de arquitectura leía El capital, la gente de ingeniería leía El capital. También hubo un grupo allá arriba con los curas, allá en su seminario; este grupo vino a originar más tarde los Cristianos por el Socialismo, que era un grupo de curas, básicamente de curas”.
En esa misma entrevista, Theotônio entrega detalles de su llegada al país. Una vez en Chile, su pasado en el POLOP le granjeó una gran empatía por el MIR, movimiento con el que tuvo gran relación, a pesar de militar en el Partido Socialista. Militancia que no estuvo exenta de discordancias con su condición de intelectual: “Era militante del partido, pero considerado como tal hasta cierto punto, porque había muchos que decían que era intelectual, y llegaban y me decían el compañero intelectual, creo que eso era más una restricción; es decir, era militante, pero era intelectual”.
Aconteció el golpe de Estado, y Theotônio se ve forzado a un nuevo exilio, así como tantos más. Buscó asilo en la embajada de Panamá, que se ubicaba en un departamento de más o menos 150 mts2 en la comuna de Providencia. En el transcurso de la semana, el espacio no daba abasto para las casi 300 personas que habían llegado allí buscando también refugio. La situación era angustiante, según José María Rabelo, periodista brasileño presente allí. “Los asilados sólo podían dormir unas dos horas diarias, pues debían turnarse para poder sentarse y descansar. Además existía miedo permanente a ser atacados por grupos paramilitares, como Patria y Libertad”, consigna en su testimonio al libro Más Memoria (2007). En ese contexto, Theotônio dos Santos ofreció su casa para que fuera traspasada a la embajada, y poder acoger allí a los refugiados. Esto se concretó sólo después que una comisión de médicos del ejército constatara las condiciones sanitarias en que se encontraba la embajada, la que podía constituirse en un foco de contaminación molesto para el barrio providenciano. Así fue como, un día de octubre de 1973, 365 asilados (según figuraba en las listas militares) fueron trasladados en medio de un fuerte operativo policial, a la casa ubicada en José Domingo Cañas 1367. Entre la primavera de ese año y enero de 1974, llegaron a haber más de 400 refugiados en la ex casa de Theotônio, aguardando el salvoconducto que les permitiera salir desde Chile al exilio.
Luego de esto, el destino de aquella residencia que alojó a una de las mejores generaciones de intelectuales y pensadores de Chile, tomó un color infame. La DINA tomó posesión de la casa y la transformó en el oscuro Cuartel Ollagüe, cuyo funcionamiento entre los meses de agosto y noviembre de 1974 tuvo como especial objetivo hacer desaparecer a los militantes del MIR, los mismos que un año atrás habitaban ese espacio de maneras diametralmente opuestas.
Por su parte, Theotônio se exilió en México, donde buscó reorganizar su trabajo (en su salida forzada, mucha de su documentación se había perdido), seguir desarrollando sus ideas sobre marxismo, y seguir vinculado con el MIR chileno, ahora desde la solidaridad. En 1989 volvió a Brasil, donde continuó con su carrera consecuentemente. No tuvo las temidas volteretas que aún duelen de los socialistas renovados, como la de Fernando Henrique Cardoso. Y así continuó hasta este 27 de febrero, en que le decimos: ¡hasta siempre, don Theo!
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[Portada] Theotônio dos Santos, Vânia Bambirra y Herbert de Souza, 16 de Septiembre 1979. Fotografía del Archivo de O Globo
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