Todavía no eran las diez de la mañana del miércoles 5 de septiembre cuando una corona floral apostada en el Ministerio de Justicia llamó mi atención. Por supuesto, había olvidado completamente que ese día se cumplían 80 años de la matanza del Seguro Obrero, episodio en que Alessandri Palma ordenó la ejecución de 59 jóvenes nacionalsocialistas (“nacistas”, como se les decía en esa época). Uno de los tantos pasajes sangrientos de la historia de Chile, que me tomó por sorpresa esa fría mañana.
No sabía en ese momento que la corona hacía referencia a la bandera original del MNSCH, vigente entre 1932 y 1938, año de la matanza. Sí distinguí el rayo rojo, el mismo que utilizaba ChileNS en sus afiches neonazis hasta hace unos años atrás. Acusé el golpe simbólico, y se prendieron mis alarmas de ver expresiones neofascistas frente a La Moneda, detrás de la estatua de Salvador Allende.
Sí, la conmemoración de la matanza del Seguro Obrero es compleja; en especial por «quiénes» reivindican esa memoria y por su participación, cada vez más activa, en el escenario actual de la política social. El fascismo y la ultraderecha penan hace meses, y se nos estrellan en la cara cada vez más seguido. Ponerse alerta no es para menos. Veamos.
El desprecio por la doctrina nazi se consagró luego de la derrota militar del fascismo en la segunda guerra mundial. El contenido racista y supremacista del corte hitleriano generó que cualquier expresión neonazi en regiones como Latinoamérica fuera algo así como una broma vergonzosa, por lo que nunca se les ha tomado en serio. Casos fatales en Chile como el de Tito Van Damme o el asesinato de Daniel Zamudio no superaron la barrera del anecdotario sensacionalista en los medios, y para los telespectadores los neonazis se graduaron en la categoría de enfermitos mentales. Para qué nos preocupamos.
Locos, pero peligrosos. No están enfermos; tienen mártires, una memoria histórica que aún reivindican, una ideología extraña que a ellos sí les hace sentido y los convoca, incluso fagocitando elementos de la cosmogonía mapuche. Y se organizan, a la sombra de una supuesta ridiculez, para perseguir y golpear homo y transexuales, vagabundos, migrantes y personas a las que consideran “lumpen”. Y ahora, también feministas.
Con las fisuras del neoliberalismo y el capitalismo mundial, el supremacismo ha sabido recoger nuevos adherentes que se agrupan en torno a consignas y figuras que, sin mencionar a Hitler, nos debiera alertar acerca de un retorno de las décadas oscuras del siglo XX. En Chile, Donald Trump tiene su versión local en José Antonio Kast; otro “loquito” que apareció en la televisión haciendo apología del odio, motivando a los contribuyentes de bien a adquirir armas para la autodefensa de la delincuencia, prometiendo poner fin a la agenda valórica del gobierno de Bachelet (en especial sobre temas de aborto e identidad de género), y jurando acabar con el “terrorismo mapuche” en la Araucanía. Convocó a la ultraderecha y el ala evangélica, y abogó porque los presos por violaciones a los derechos humanos de edad avanzada pudieran cumplir sus condenas en sus domicilios.
Algunos nos reímos de él, y la bofetada de vuelta estuvo fea: 7,89% de los votos en los comicios de noviembre pasado. Mucho más de lo que algunas(os) especulábamos. Así y todo, a varios les sigue sin preocupar. En abril nos enteramos con risas a través del reportaje de Frente Fracasados del lanzamiento de Acción Republicana, su movimiento político y social estrenado con piscolas y energéticas en el corazón de Las Condes. Una anécdota más, en que a Kast le llamaban “emperador” y “führer”, un mes después de la pateadura que le dieron en la UNAP de Iquique. Todo un personaje, José Antonio.
Pero Kast no lo es todo, ni tampoco los centenares de fachos que abarrotaron Sala Gente. ¡Eran una minoría tan despreciable!; tan pocos como cuicos. Cualquier cosa que hagan esos grupúsculos reaccionarios, es demasiado ridícula y marginal como para prestarle atención: la gente de derecha o es cuica o está loca. Marcela Aranda, otra loca, así como el autodesignado “Pastor” Soto. Los rubios pro-vida, otros cuicos. Nos tienen sin cuidado.
Fue en la marcha del 25 de julio en que la ultraderecha expresó su posición respecto a la causa del aborto. Un grupo neonazi apuñaló a tres mujeres al finalizar la manifestación, en un acto a todas luces terrorista. Así como para muchos la discusión del aborto es apenas una manifestación del feminismo progre de corte «pro-choice» (por lo que no se calientan demasiado), los más fascistas vislumbraron los alcances antisistémicos de los derechos reproductivos y perfilaron a las feministas como su nuevo y peligroso enemigo. Nosotrxs, los incautos, nos estrellamos con nuestra propia ingenuidad: quizá fueron unos pocos, quizá estaban locos, pero no vacilaron en reaccionar con armas blancas. Y vísceras de animales, que todos pisamos y llevamos en nuestros zapatos hasta nuestras casas, aturdidos por el golpe que no vimos venir, y preguntándonos de dónde salieron estos del Movimiento Social Patriota.
Ni nos enteramos que nacieron de una fractura de Acción Identitaria (¿otros locos?), y que a fines de julio contaban con casi 8 mil seguidores en redes sociales y presencia militante en localidades de al menos 5 regiones. En Santiago, su presencia se concentra sobre todo en Puente Alto, Peñalolén y Maipú. Cero cuicos. Entre sus “filas” contaba un ex integrante del Comité 5 de Septiembre, grupo que reivindica a los nacistas de la matanza del Seguro Obrero de 1938, mencionada más arriba (y también los encargados del arreglo floral afuera del Ministerio de Justicia).
Fascistas militantes y entusiastas, que ya no se limitan a encuevarse en sus bares del barrio Brasil, sino que ahora salen a la Alameda dispuestos a agredir públicamente en el contexto de una manifestación masiva. Si el facho promedio ni siquiera se interesa por las violaciones a los DD.HH., este neonazi encuentra la lucidez necesaria para colgar un afiche en la puerta de Villa Grimaldi el 30 de agosto, día internacional del detenidx desaparecidx. Esto, sin contar los maniquíes colgados en puentes y afiches amenazantes. Convocan desde un nacionalismo aparentemente ingenuo, declarando “Chile sobre todo” (Deutschland über alles) y así cooptan jóvenes en brigadas asistencialistas que excluyen migrantes, perfilando al multiculturalismo como un enemigo.
Son pocos, todavía. Pero están, y convocan con entusiasmo, aliándose con la represión policial y el hastío patriarcal que generan las movilizaciones feministas. Camino frente al Ministerio de Justicia pensando en que va a llegar el día en que dejarán de ser anecdóticas expresiones violentas, como aquella que conocimos este año en el mensaje que contenía el panfleto que circuló en la USACH firmado por “Los Antifeministas”: “las vamos a violar perras conchesumares”. Ése va a ser el día en que la desidia triunfó sobre la necesidad siempre urgente de declararse antifascistas. Ya no es tan obvio que todos somos antifascistas.
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
ya no había nadie que protestara.”
(“Ellos vinieron”, Martin Niemöller)
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Portada: «La mujer con la cartera» (1985) por Hans Runesson.
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