En el marco del simposio “¿Hasta cuándo el silencio?: reflexionemos sobre represión y Derechos Humanos, roles disciplinares y éticos para las sociedades latinoamericanas del presente», XXI Congreso Nacional de Arqueología Chilena, un grupo de antropólogas y arqueólogas deciden leer este comunicado que constituye no tan sólo una denuncia disciplinar perentoria, sino que marca el estallido de una posición inequívoca frente a una institución y una episteme dominada por las prerrogativas androcéntricas.
Santiago, 7 de diciembre 2018
En este importante simposio que nos interroga sobre ¿Hasta cuándo el silencio? como Asamblea de mujeres antropólogas y arqueólogas queremos manifestar nuestra posición respecto a los Derechos Humanos, una posición que nos compete defender y que explicita nuestro propio grito de NO MÁS.
Partimos del supuesto de que todas y todos en esta sala estamos de acuerdo con que los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos. Decimos esto a propósito de las movilizaciones feministas en Chile y el mundo. En los últimos meses hemos escuchado repetidamente en la opinión pública las palabras femicidio, acoso sexual, abuso sexual, educación sexista, discriminación de género; todas alusivas a lo que importantes antropólogas e historiadoras denominan violencia de género.
Nuestras sociedades occidentalizadas se fundan en la violencia hacia otro, y la validación de algunos individuos a través de la segregación más brutal y directa de ciertos cuerpos, de ciertas personas. De modo que sería un equívoco pensar que la violencia proviene de un algo abstracto que nos oprime; la violencia es cercana, directa, personal e íntima.
La violencia contra las mujeres en particular es expresión de una sociedad de dueños, en la que los sujetos sólo existen en tanto son capaces de dominar a un otro u otra. Ése imperativo incluye el dominio discursivo y fáctico de las otras. El mecanismo no resiste ningún misterio: se trata de ocultar la insignificancia propia dentro de la detección de una amenaza a un sistema cultural articulado de acuerdo a los estándares que definen los que promueven la perspectiva del propietario. Mientras más alejado de ese canon masculino, blanco e intelectual, nos convertimos en personas con menores grados de respeto, sometidas a todo tipo de agresiones, más susceptibles a que otros se sientan con el derecho de transgredir nuestra corporalidad, cuestionar nuestro intelecto y definir cuál es nuestro rol en el mundo.
En nuestra disciplina no somos ajenas a estas problemáticas. En el ámbito discursivo, hemos sido omitidas como constructoras de la historia pasada y actual a través de frases como “el hombre de Cuchipuy”, “los hombres hacían política y sus mujeres elaboraban hermosas vasijas”, “el hombre cazador descubrió nuevos horizontes”. También se ha invisibilizado el rol de las mujeres arqueólogas en los albores de la disciplina (aunque hayan escrito las actas de todo), e inclusive se han pasado por alto los abusos de algunos “fundadores” a quiénes no sólo se les ha rendido honores sino que sus imágenes cuelgan en las paredes de nuestras instituciones. Aunque ya sea de conocimiento público sus “manos largas” o su misoginia, exigencias excesivas y maltrato a las pocas colegas que tuvieron el carácter de sobrellevar un ambiente adverso. Nuestras compañeras trabajaron y trabajan el doble para ser consideradas igual que sus pares hombres. No queremos más discursos falaces que nos invisibilizan, no queremos más discursos que encubren la violencia de personas concretas. ¿HASTA CUÁNDO EL SILENCIO? NO MÁS.
Hemos soportado además que dentro de las aulas se nos recuerde frecuentemente que los hombres son los de terreno, ellos tienen más “aguante”, más fuerza y más habilidades para conducir. Los hombres no se quejan. Las mujeres tienen más talento para los microscopios, lo suyo son las ollas y los alimentos. Se nos infantiliza constantemente: las mujeres son mejores secretarias, las mujeres son menos teóricas, a muchas mujeres se les minimiza sus logros que invariablemente pertenecen a un otro masculino. Se ha reproducido el mismo esquema del hombre cazador, visionario y descubridor, en contraposición a la mujer clasificadora, cuidadora del espacio doméstico. No queremos más estereotipos de género que nos encasillen, NO MÁS.
Hemos soportado que se haga selección de personal según nuestra apariencia o estado civil. Hay equipos que han señalado que no trabajan con mujeres porque somos débiles. Hay colegas que nos respetan menos si no somos “niñas bien”, y colegas mujeres que nos han juzgado y vetado por no cumplir con ese deber ser. No somos objetos que deben cumplir estándares morales y estéticos de nadie más que de nosotras mismas, NO MÁS.
Se nos ha acosado en universidades, nos han dicho que somos únicas, “no como las otras”, más inteligentes, más maduras. Se nos ha engatusado con supuestas condiciones académicas a propósito de que somos mejores que otras, se nos ha invitado a terreno, y una infinidad de otras tretas que buscan cercarnos en espacios privados para chantajearnos a mantener relaciones afectivas o sexuales. Hemos sido difamadas, acosadas y manoseadas en terreno; hemos sido abusadas en terreno. No ha sucedido una sola vez (y aunque así lo fuera no le restaría gravedad), estas situaciones se han repetido incontables veces, todas hemos sido protagonistas de alguno de estos ejemplos y quienes han protestado han sido tachadas de problemáticas, o con una indignante indolencia, censuradas y vetadas ¿HASTA CUÁNDO EL SILENCIO? NO MÁS.
Perfil del autor/a:
La raza