A 100 años de su natalicio, rescatamos esta entrevista realizada en 2010 a la primera mujer que recibió el Premio Nacional de Artes Musicales (1994). La conversación, registrada en su casa de La Reina, recorre la biografía de la artista, sus viajes y los recovecos de su música.
«Esta casa parece museo», dice Osvaldo Cádiz después de ofrecer té, café y pastelillos de Pica. En las paredes cuelgan diplomas, medallas, óleos y fotografías que dan cuenta de los más de 50 años que los dueños de casa han dedicado a «conocer el sujeto, ir descubriendo Chile a través de cada persona, y luego cantar lo que esa persona entrega».
Poco después del mediodía, la folclorista Margot Loyola Palacios aparece en escena provista de un pañuelo blanco. La cueca los convoca una vez más. Margot y Osvaldo se conocieron en 1958: ella oficiaba como profesora de cueca de un aplicado alumno con un pasado colérico-rocanrolero. El amor se gestó a fuego lento con una nutrida banda sonora de diversos parajes del país.
Al igual que lo hicieran Violeta Parra y Gabriela Pizarro, el trabajo de recopilación y registro de Margot ha permitido que piezas tradicionales destinadas al olvido puedan vivir hoy en el imaginario musical del país.
“La casa nuestra está llena, llena de historias, por todos lados, en todos los rincones hay una historia, hay un recuerdo. ¿Qué quiere saber?”, pregunta Margot una soleada tarde de agosto.
Me gustaría partir primero por Margot y después vamos al libro sobre la cueca. ¿Qué recuerdos tiene de sus primeros viajes a Alhué, Pomaire y Colliguay?
M: Empecé a tomar mi guitarra en Curacaví. Mi madre regentaba en una farmacia y ahí tomaba mi guitarra, que ya ni parecía guitarra. Estaba vieja, con cuerdas de alambre y había perdido hasta la forma. Mi madre nos enseñó la primera postura en RE mayor, a mi hermana y a mí…ahí empecé.
Estudié mucho tiempo en Linares, en los alrededores de Linares, porque nos vinimos de Linares cuando yo tenía 10 años. Se destruye el hogar y volamos todos, pero siempre he estado volviendo, siempre un mes, dos meses, porque me hace mucha falta el campo… y aunque vivíamos en la ciudad misma, sábados y domingos íbamos a los campos, a bañarnos al río.
Alhué. Eso fue lo primero, Alhué. Ahí fui con Cristina Miranda, porque yo nunca he trabajado sola. Cristina Miranda, una amiga mía muy querida del puerto, estuve con ella algunos años… y después cuando conocí a este joven (mira a Osvaldo), hasta hoy día trabajamos en dupla. Lo que se le escapa a él, se lo paso yo; lo que se me escapa a mí, él me lo enseña. Trabajamos en dupla porque estos trabajos no se pueden hacer sola, es muy difícil; entrevistar, escribir, tomar fotografías, gozar, vivir, mirar, hay que hacerlo detenidamente.
¿Qué le llamó la atención en esos primeros viajes?
Me llamaron la atención las hermanas Bermúdez que cantaban; ahí aprendí tonadas preciosas, y había un huaso que bailaba muy bien la cueca… cómo se llamaba… ¡Cupertino! Ése era mi compañero de baile, y este famoso Cupertino vivía un poco cerca del pueblo, entonces todas las noches tomaba su caballo y se iba por el río, ¡tacatá, tacatá, tacatá! Sacaba chispas. Porque siempre estos estudios para mí no han sido estudios, ha sido un vivir, convivir, aprender del otro y que el otro aprenda también algo de uno.
¿Y usted se formó en la cueca en los rodeos, cierto?
O: Pero antes de eso, en Pomaire, ¿a quién conociste?
M: ¡Oh!, ¡esa cantora sabía tanto que nunca repitió una cueca o una tonada! La Purísima Martínez, tocaba el arpa y la guitarra… y le cantaba al niño dios para todas las Pascuas. Fumaba. Entonces se ponía aquí el cigarrito, acá y tocaba su arpa con el cigarro y no se le caía. Fumaba y cantaba todos los domingos debajo de los parrones. La familia Astorga nos recibía. Íbamos los días sábado y nos volvíamos a veces el domingo a última hora.
Pomaire me entregó mucho a mí… Las cuecas más hermosas de amor son las de Purísima Martínez, que son las que yo canto en el trabajo que hemos realizado en duplas con mi marido.
¿Cómo se conocieron los dos?
M: Cuenta la firme…
O: Sí… Yo nací en San Fernando, en Colchagua, me crié ahí. Y resulta que en el año 55’, don Carlos Isamitt, Premio Nacional de Arte, va a dar una charla ilustrada al Liceo de Hombres Neandro Schilling donde yo estudiaba, y esta charla era de ejemplos musicales interpretados por Margot. En aquellos años la única persona que tenía un aparato para iluminar el escenario era un tío mío y ese aparato no se lo pasaba a nadie que no fuera uno de sus hijos o algún pariente, porque según él era muy delicado, por lo tanto él lo prestó y ninguno de mis primos pudo ir, y me tocó hacer la iluminación. ¡Qué iluminación! Era colocarle unos papeles celofán por delante y sacarlo y a gusto tuyo.
Carlos Isamitt hablaba, yo lo alumbraba cuando de repente partieron hablando de Isla de Pascua y aparece mi querida Margot sentada en el suelo luciendo las piernas con un traje plomo. A mí me llamó mucho la atención esto y fui al camarín a saludarla y me saludó nomás y punto, pasó. El 58’ cuando llegué acá a Santiago, yo había sido rocanrolero, y habíamos ganado unos campeonatos locales, y llegué acá y se armó una polémica porque decían que los coléricos estaban matando la tradición, la cueca. Entonces Antonio Contreras, un hombre que tenía un programa de rock and roll en una radio de Santiago, quiso demostrar que los mismos que bailábamos rock éramos capaces de bailar cueca, y sortearon diez cupos; cinco para damas y cinco para varones, y yo mandé cartas y me gané uno de esos cursos y la profesora era ella. Así que una carta llegó para unirnos. Después que terminó el curso yo me acerqué y le dije que me había gustado mucho estudiar con ella, si me podía dar el teléfono porque yo quería seguir estudiando. Me dio el teléfono y yo empecé a asistir a sus clases y sin querer queriendo después empecé a ayudarle un poquitito en las clases, y así fuimos de a poco conociéndonos.
M: Fue lento… Bastante lento porque yo me acuerdo que el que mejor bailó fuiste tú, pero yo te dije: “jovencito, usted me va a gustar en cueca cuando tenga 40 años” y lo dejé. Un día en 1960 tuve que dar un gran recital en el Teatro Municipal de Santiago, con un grupo de mapuches y un grupo de pascuenses y a última hora un mapuche que se me enfermó… Lo llamo y “a la orden”. Hasta hoy día… una vida.
Respecto a su gira a Europa que hizo entre el 1956 y 1958, ¿cómo se recibía la música chilena allá en esos años?
M: Ese primer viaje yo llevaba una carta muy importante, para Alejandro Jodorowsky, el gran mimo chileno, nada menos que del filósofo Félix Schwartzmann, que era un admirador mío y él me ayudó mucho, incluso me presenté con él en una embajada, en un recital. A él [Jodorowsky] le gustó mucho como yo hacía los pregones, entonces me enseñó un poco de mimo. Esa fue una experiencia extraordinaria y que tuvo mucho éxito. Seguí junto a él y vi como trabajaba, entonces me llamó una noche para hacerme trabajar en una película que él estaba haciendo, un corto, que se llamaba La Corbata. No crea que fue fácil, fueron más de dos meses de lucha, hasta que logré cantar en la Sorbonne un recital completo presentada por Alfred Métraux, quien había estado en la Isla de Pascua y como yo cantaba esas canciones, él aceptó presentarme. Ahí canté mapuche, canté pascuense, canté música de salón y canté tonadas y cuecas de la zona centro sur de Chile.
O: No sabemos cómo por esos milagros ese recital se grabó en esas cintas antiguas, y las logramos rescatar y queremos a futuro hacer algún buen trabajo con ese material.
Su trabajo de investigación ha sido trascendental en la música chilena, pero también ha compuesto. Algunos temas son Pomaire o La danza del cachimbo. ¿Le llama más la atención investigar que componer?
M: Conocer a la gente, eso lo que más me gusta, mucho más incluso que cantar; conocer el sujeto, ir descubriendo Chile a través de cada sujeto: eso es lo que más me gusta y después cantar lo que esa persona me entrega, pero estos son tiempos largos. Yo no me considero en realidad compositora. La Violeta Parra, que era mi comadre, me decía: “qué lindas sus cuecas. Cántemelas, por favor”. Las cuecas no estaban mal, pero yo soy mi peor crítica, nunca encuentro bien lo que hago, siempre quedo un poco frustrada, porque no alcanzo el nivel que yo quiero.
Como folcloristas ―y ahora que estamos en el 2010―, ¿qué opinan del país del bicentenario? ¿Les gusta el Chile actual?
M: Bastante movido, fíjate. Aquí han venido a preguntarme muchas cosas sobre el bicentenario y han hecho cosas bien buenas, muy bien lo que se está haciendo, se está haciendo con corazón. Por ejemplo, me preguntaron qué querría para Chile de aquí a 100 años y dije que ojalá la cueca tenga la misma nobleza que tiene ahora, que la cuidemos y que todos la bailemos siempre altiva; que las cantoras sigan con sus cantos, junto a sus guitarras por los campos de la zona centro sur del país; que los pueblos originarios mantengan su cultura, que respetemos sus tierras, sus costumbres, su idioma, su lengua; y que haya igualdad para todos. Después dije que estemos todos unidos… “aculataítos”, como decía mi papá, en la solidaridad, en el amor a Chile.
¿Podríamos hablar de un rasgo común de la música hecha en el norte con el sur que nos haga hablar de música chilena?
O: En instrumentos vamos a encontrar la guitarra, desde el norte hasta la Patagonia y hasta Isla de Pascua, cada una tocada con un acento distinto, pero está. Vamos a encontrar exactamente igual el acordeón, desde el norte hasta la Patagonia, hasta Isla de Pascua, ahí tenemos otro instrumento que nos une, el seis octavos, Margot, también que nos une, el tono mayor, en la zona central del país. Hay una sumatoria de músicas chilenas, no hay una sola música chilena.
M: Sí, y cómo se baila y cómo se siente siempre es diferente…
¿Cómo era su relación con Violeta Parra?
O: Eran dos volcanes cuando se juntaban a conversar, dos mujeres impresionantes. La Violeta, una gran creadora, una mujer extraordinaria que nos ha hecho mucha falta…
M: Genial la llamaba yo, genial.
O: Era genial, nos ha hecho falta, de verdad que nos ha hecho mucha, mucha falta la Violeta, las dos eran “como dos rosas espinuas”, como dijo una vez una persona, pero dos rosas que se juntaban de todas maneras, en el dolor del pueblo, en la angustia, en el problema de la muerte.
M: En el problema del amor también.
¿Cómo surgió este libro La cueca: Danza de la vida y de la muerte, que publicará Editorial Universidad Católica de Valparaíso?
O: Esta idea surgió hace años atrás, después que Margot terminó de escribir La tonada. Testimonios para el futuro. Entonces vimos que también eran una obligación que se escribiese un trabajo sobre la cueca. Nosotros tampoco pretendemos con esto ser lo último que se haga, pero esto es algo de lo testimonial, lo que hemos vivido por más de 50 años, de norte a sur y de la cordillera al mar viendo a la cueca, en su medio, con sus protagonistas, y ahí fue que nos surgió el nombre. Nos dimos que cuenta de que la presencia de la cueca también está en la muerte, no solamente en los velorios de angelito que se acostumbraban hacer algunos años atrás, sino que también, por ejemplo, cuando falleció nuestro gran actor, Andrés Pérez, se le bailó cueca en torno a su ataúd. Cuando falleció Patricio Bunster se le bailó cueca frente a su ataúd. Ahora, cuando falleció Luis Corvalán, se le bailó cueca.
Cuando nuestras cantoras maestras de Margot en los campos se han muerto, la Tilita, a la Concepción Toledo, se le ha bailado cueca al lado o afuera de la iglesia o en el mismo cementerio. Empezamos a comprobar de que en el norte, para el día 1 de noviembre ―el Día de Todos los Santos―, va la gente y le bailan cueca… por lo tanto la cueca está presente en todos los actos de la vida del hombre, no solamente en la chingana. No, también está en el dolor. De esa forma salió el nombre, y escuchamos más de 400 cuecas con la Margot para llegar a una selección de 147 que van en 4 CDS; dos que Margot le puso “La voz de la tierra”, porque son grabaciones de terreno; el tercero que es “El Conjunto Palomar”, que son alumnos nuestros; y el cuarto “Qué les dirá mi voz”, le puso Margot, cuecas por Margot Loyola. En donde se abarca un espectro de cuecas desde el norte grande hasta la Patagonia.
Tiene un DVD que dura casi dos horas, que va a servir mucho de material de apoyo para futuros maestros y para toda la gente estudiosa. El libro tiene cerca de 300 páginas en estos momentos.
M: Yo creo… ―no solamente de las cuecas― que todo lo que cante el pueblo, es muy difícil transcribirlo.
Estuve leyendo una entrevista a Margot cuando le dieron el Premio Nacional el año ’94 en donde decía que nunca se había premiado con este galardón al folclore. Ustedes cómo ven la situación, ¿hay un resurgimiento, una revaloración del folclore, de la cueca, de la música chilena?
O: La gente estudiosa sigue trabajando. Lo que sí encontramos es que falta un reconocimiento para esa gente, porque no entendemos cómo una Gabriela Pizarro nos haya dejado sin haber obtenido el galardón, cuando fue una gran maestra. No entendemos cómo estudiosos, como Patricia Chavarría, en estos momentos tampoco tengan ninguno de esos premios. Creemos que es importante que se reconozca.
M: Vicente Bianchi hay que nombrarlo.
O: La gente quiere la música chilena, le gusta la música chilena, pero hay poco espacio, y hay poco reconocimiento para aquellos que, como dice Margot, andan arañando la tierra, rescatando lo que son. Hay un señor en Linares, don René Valenzuela, que tiene un programa de radio y él ha logrado hacer un registro de más de 300 cantoras en el Maule, ¿sabes lo que es eso?, ¿quién conoce esas 300 cantoras? Deberían ser conocidas, entonces nosotros encontramos que falta eso. Yo esperaba que con motivo del bicentenario hubiese un gran espectáculo, que en lugar de llevar a celebrar nuestro aniversario patrio con una ópera en el Teatro Municipal, se hubiera hecho un gran espectáculo con cantores de todo el país.
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