Un mes después de cumplir doce años mi padre murió en otra ciudad. Por orgullo, no dejó que su madre y su hermana nos avisaran ―a mí y a mi hermano― que estaba agonizando. Luego sólo nos enteramos que había muerto. Entre la vida y la muerte había un paso en mi memoria. Ni los hospitales, ni las heridas abriéndose, ni trabajadores de la salud insensibles eran parte para mí de ese trance. Nunca me había preguntado la necesidad de ver las manchas de sangre en la cama o los electrocardiogramas en cero hasta leer Cuaderno de Croquis.
Recuerdo en mis clases de literatura griega cuando mi profesora repetía obsesivamente que en las representaciones antiguas de las tragedias el cuerpo siempre se infringía fuera de escena. Luego los cuerpos aparecían heridos o muertos. Así viví yo la muerte de mi padre. En Cuaderno de croquis el hablante se sitúa ahí cuando la muerte pasa por el cuerpo y lo deja rígido y frío, aquello que los griegos ocultaban. Pero esa situación inicial necesita abrirse hacia otros espacios. Una crónica cuya linealidad arrastra a la hesitación: lo vivido hace tambalear los hechos y se comienzan a bocetar recuerdos, imágenes, objetos y luego, como estos entran en el ojo del otro y por lo tanto, en el misterio de una subjetividad ajena: “la lucha de un vehículo que no arranca y que aún así penetra el sueño de una campesina”.
*Diario de lectura: al dar vuelta la página mientras leía Cuaderno de croquis, la hoja que tiene el globo aerostático se desprendió del anillado. Al principio en mi mente critiqué la edición. Luego pensé en el contenido de la página: un globo aerostático no tiene más que hacer que desprenderse y elevarse. Esto demuestra ―el libro lo declara de muchas formas distintas― cómo la muerte señala una forma de mirar.
Sentí como sentía cuando miraba a mi padre manejar con la mirada impávida hacia adelante, brazo apoyado sobre la ventana, luz en los ojos, atardecer eterno, una revelación que lacera: un padre, como el de Cuaderno de croquis, viviendo en la poesía, sus sentidos afinados en esa dirección, un sujeto capaz de comentar la textura perfecta de las hilachas arremolinadas de un tabaco que le convidaron, tirar un talla en medio del desastre o pedir ir a ver el mar cuando su cuerpo ya no se puede mover por sus propios medios. Una persona que en su discurso drena la experiencia en el mundo de tal forma que en primer plano queda la celebración de los sentidos. No su alienación. La celebración en el contacto con la poética de las cosas. Sin embargo, ellos no escriben, el que escribe es uno y de cierta manera eso es reconocer una debilidad. Hablo de la incapacidad de resistir al silencio como respuesta a una de las preguntas que se plantea en Cuaderno de Croquis: “¿Cómo explica un padre a su hijo que el sonido del mar es un montón de palabras desoladoras?”. El padre dibujado en este libro mantiene en ascuas la respuesta, y ese silencio invita a la experiencia a sobrecoger los momentos de intimidad compartida anulando toda preocupación, habitando, por cliché que suene, el presente.
Siempre pensé que un duelo se supera hasta que leí Cada vez única, el fin del mundo de J.D. Ahí hay una claridad. Aunque el sufrimiento va mermando, el duelo es una sensación que se actualiza cada día con la misma intensidad. El punto de partida, y mayor acierto, de Croquis guarda relación con esta idea. En vez de cercenar o buscar el cese del duelo, este se abre y se exploran diferentes formas de experimentarlo. La escritura, digamos, se transforma en una invocación de ese instante de tránsito donde la vida deja un cuerpo. Gracias a esa necesidad de encarar la pérdida de diferentes maneras tenemos un libro tan rico en montajes que operan en múltiples niveles. Desde palabras que se describen y se sitúan en diferentes lugares del paisaje interior durante el libro, a textos multiformes escapando al género, es decir, dando cuenta de una vivencia singular y auténtica.
Me vi sumergido en un paisaje donde el poema pasa a ser la aduana entre el interior y lo externo a la subjetividad. Los objetos, las imágenes, nos permiten descansar de ese eco siempre amplificándose. Perdón por habérmelo tomado tan personal, es un libro muy técnico, repleto de procedimientos interesantes, quizá escriba sobre esto más adelante, quise rescatar aquí su vitalidad capaz de poner en contacto con un otro una forma que sobrevive en el caos y que amaina por un rato la necesidad de estructura y claridad.
Cuaderno de Croquis, de Rolando Martínez
Libros del Pez Espiral
Poesía. 158 páginas.
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